Atardecer de tormenta, un aire cálido juguetea por el jardín sobre el que se cierne la penumbra del anochecer.
- Si,
hazme tuya, ya noto tu fuego.
- Allá
voy, como en las novelas.
- Como
las princesas raptadas, llámame princesa…
- ¡Princesa!
- Tiemblo…
- ¡Si,
si, princesa Nicanora!
- ¿?
- Nicanora
no puedo más, no voy a dejar ni el carné de identidad, te vas a enterar…
- ¿Pero
cómo que Nicanora?
- Calla
sultana…
- ¿Sultana?
¿Nicanora? – mete el codo- pero yo esperaba algo.., no sé más romántico, más, otra cosa, …
- No
me frenes Nicanora que me pierdo...
- Pero
bueno, quita, con lo que me gustaba lo de princesa, princesa Jocelyne… que se
yo, Sigrid, Rosebud…
- ¡¡Pero
Nicanora que me cortas las alas con tanto recelo!!
- Calla
quita –ahora hinca el codo con mala idea- ¡Nicanora! Y esos giros de arriero…
- A lo mejor preferías Teofrasia…
- Miserable,
con lo lanzada que estaba, el fuego, la pasión, me sentía ligera... ¡Largo! - jugando con el codo le derriba cayendo encima-.
- ¡Pero
que ligera! Si pesas 100 arrobas, un quintal. ¡Claro que me voy! Quita de encima, ¡¡Mafixio!!
La
condesa se despertó tocando con las yemas de los dedos la fresca marquetería de
su mesilla de noche Decó, única concesión a la modernidad en su magnífica casa
Carlos IV, la Bombonera.
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