jueves, 25 de junio de 2020

Borrador para un pastiche homenaje. De los archivos de A. Bergamota.


- Costa, no fumes.
- Pero mujer, que cosas dices, ya sabes que me debo a la ciencia.

Constantin Arcadievich Panzarov deposita un beso cariñoso sobre la sonrosada mejilla de su hermosa mujercita, botecito perfumado, pimpollito reventón, rechoncho y hermoso blinis, y la envuelve en un cálido abrazo en el que parece que ella desaparece por un momento, agitando los piececillos por un momento en el aire. Se le cae una chinela que se calza veloz cuando Costa la deposita de nuevo suavemente en el suelo. Natacha Vasileva le mira con arrobo mientras Constantin se dirige hacia su despacho, su guarida, su retiro científico. El calor de la noche es sofocante, feroz.
Abre la caja de habanos y elige uno. Todos son grandes.
Se dirige a la magna obra Historia de la Santa Madre Rusia desde la fundación hasta la edad contemporánea. Sin titubear retira el tomo quince, que sale ligero de la estantería. Está hueco. Contiene una magnífica botella de brandy. Vaya, está más que mediada, con este calor se evapora el alcohol, que calamidad.
Sentado en la butaca el cuello duro le aprieta y siente que cuece como un huevo en agua hirviendo.

En realidad el cigarro se lo estaba fumando a él, pues Costa se sentía desfallecer a cada nueva calada. Eran regalo de Tereso Infante Mogroviejo, primer secretario de embajada, con cara de lobo.
***


miércoles, 24 de junio de 2020

NOVIA POTOCA

Un español de sorprendentes giros: “Novia potoca desgarró a Farfán a punto de perreo”. Es decir, novia baja y entrada en carnes o rechoncha, desgarró (se refiere a una lesión muscular en un muslo) a Farfán (nombre del futbolista) a punto de perrero (eso ya no lo hemos averiguado, puede ser lo que cada uno interprete). Esto apareció en un periódico chileno. El diccionario de la Real Academia recoge el término potoco, como de uso en Chile y lo deja en rechoncho, nada más. Lo demás es imaginación. 

Para el Heraldo de Nava, Abdón Felices Dupuis, corresponsal en Santiago de Chile. 


lunes, 15 de junio de 2020

Quemado por el sol. II.


Nuestro comentario sobre la película Quemado por el sol no era más que eso. No llegamos a hacer ni siquiera una crítica como tal, pues sólo evocamos un aspecto de todo aquello sobre lo que la película se sustenta. No aludimos a la historia rusa ni al personaje principal, coronel del ejército rojo, héroe de la revolución. Tal vez pudimos transmitir involuntariamente un juicio sobre todo aquél periodo y esto ha dado lugar a las críticas recibidas. Desde luego nada había en nuestro texto, pensábamos, que pudiera dar lugar a ello. No quisimos, al evocar las tardes de verano de esa familia, idealizar el mundo al que pertenecieron todos ellos, ni su sociedad, ni su época. No se trataba de eso, sino de hablar de esa familia en concreto, de ese verano, resumen de tantos otros, nada más.

Si quisiéramos tirar por la vía de la Historia, con mayúsculas, habría que detenerse en un cierto diálogo. El que alrededor de la mesa mantienen en un determinado momento Kotov, el héroe soviético y su familia política. Cuando ellos evocan con nostalgia el pasado, la sociedad a la que pertenecieron, músicos, críticos, representaciones musicales, él les reprocha sin amargura no haber sabido defender todo aquello. Les reprocha de alguna manera su inutilidad de gente acomodada frente al vigor de la nueva Rusia que él representa. Lo hace con naturalidad y sin amargura, como quien constata simplemente un hecho. En una escena anterior, durante el paseo en barca con su hija pequeña –la niña es un personaje clave y extraordinario de toda la historia- Kotov evocará sin aspavientos ni lamentos su propia infancia sin zapatos, y comprenderemos que pertenece a esa Rusia campesina, a esa mayoría de la población rusa cuya vida era de una dureza que nos cuesta imaginar. ¿Fue el comunismo la solución? Probablemente, mejor dicho, seguramente no. Pero no es extraño que se dejaran tentar o  que pudieran caer en sus redes. Y no es extraño que tuviera poco éxito, poco agarre entre la población, el gobierno provisional de carácter liberal. Ni tampoco que pudieran maniobrar los bolcheviques a sus anchas en un país con unas condiciones de vida cuya dureza fue multiplicada por la ruina que trajo la guerra, actuando sobre una caldo de cultivo generado por la incapacidad y la ceguera del régimen tradicional –la autocracia zarista- para reformar la sociedad rusa y mejorar las condiciones de vida de la mayoría de sus habitantes.

Se nos ocurre, al hilo de esto, que los sucesos que ocurren en lugares tan importantes, por su tamaño –Rusia-, o su situación en el mundo –los Estados Unidos-, aunque se deban a cuestiones en grandísima medida puramente locales, pueden acabar arrastrando al resto de naciones, a muchas de ellas al menos. Así, el comunismo ruso –que hubiera podido evitarse pero que pudo prender por el terrible contexto social del país- y la corrección política –nacida en una sociedad como la norteamericana, protestante y puritana, para lavar complejos de culpa locales a los que somos del todo ajenos- han contagiado y arrastrado a millones de personas con las consecuencias dantescas que ya conocemos, en el primer caso, y que vamos viendo e intuimos funestas, en el segundo.
Para la Voz de Nava, 
Genaro García Mingo Emperador.


viernes, 12 de junio de 2020

Quemado por el sol, de Nikita Mijálkov. 1994.


¿Es necesario haber leído a Chejov para apreciar la película? Es probable que sí. Se trata de una película larga, que a algunos podrá parece lenta. Pero si la mirada sabe recrearse en la belleza de las imágenes y en la alegría un poco estrafalaria de esa familia que en 1936 sigue siendo del siglo XIX, como salida de alguna de las narraciones de Chejov, entonces la película no se hará larga y cobrará densidad. Y también se hará un poco angustiosa, por el contraste entre las abuelas -con sus collares y su té-, seres anteriores a la Revolución, y el acecho de la policía secreta, de los comisarios políticos, de los matones que esperan en el coche negro para llevarse al detenido. En apariencia, todavía sobrevive un mundo en ese rincón de campo, en esa dacha dónde distintas generaciones de la misma familia pasan el verano. 
Abuelos, nietos, una bisnieta, tíos, sobrinos, vestidos de blanco, rodeados de libros, de música. Sigue habiendo servicio, una doncella que es como de la familia, y servicios de porcelana, manteles de hilo, una sombrilla y fotografías familiares sobre las paredes. Cuanto se recrea la cámara sobre esas fotografías, pasando por ellas con una lentitud emocionante. Representan un pasado que sin interrupción se ha ido sucediendo y renovando, una línea familiar, un mundo coherente. Queda lugar en la pared para nuevas fotografías, pero el espectador presiente que no se colgarán, porque no serán tomadas. Y estos personajes pasean y van a bañarse al río. 

Es el verano de un mundo muerto, al que sólo se ha dado una tregua y al que no defenderán ni los bosques en que parece refugiado, ni los trigales sin fin que rodean a esos bosques dónde se esconde la bonita y acogedora casa de campo.


Y por eso la película se recrea en esa vida, en rendirle un homenaje, con todo el detalle y la parsimonia que se merece. Y con la melancolía lógica de pasear la mirada por lo que ya no existe –el cineasta-; y de pasar a formar parte de la vida y del verano de unos personajes que sin duda se verá quebrada sin remedio por el implacable asalto de los sicarios de la revolución –el espectador que lo va presintiendo-. 
En eso se acierta también a la manera de Chejov, que recrea un mundo y lo quiebra. La gaviota, Tío Vania, El jardín de los cerezos. Ya saben, no pasa nada, y de repente un pistoletazo. Y sí, hay un pesimismo, en medio de rasgos de humor, y sí, la familia está arruinada y se venderá la finca; es cierta la impotencia de los personajes que nos desespera… Pero en las obras de Chejov el mundo no parece morir, no del todo. Puede tal vez continuar en otro lado, saliendo sin más del huerto, de la obra, asomándose al lado. La revolución triunfante es otra cosa. No sólo se talarán los cerezos, sino que se sembrará el jardín de sal.
Para el Heraldo de Nava, 
Genaro García Mingo Emperador.