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miércoles, 8 de agosto de 2012

Sasvári Farkasfalvi Tóthfalusi Antal Mihály Tóth Endre

Un gran director de cine. Un húngaro nacido en 1912, que por razones obvias se fue a Inglaterra en 1939, y a los Estados Unidos en 1942, para ser allí André de Toth, nada más. Le faltaba un ojo, vamos que era tuerto, como Raoul Walsh y Fritz Lang. Algo le pasaba a Ford en un ojo también y lucía parche pero creo que sin llegar a perder la vista.


 Desde luego la foto impacta al menos tanto como su película Day of the Outlaw, con Robert Ryan, y el extraordinario Burl Yves. Hay físicos extraordinarios y el suyo es uno de ellos, y el pájaro además era compositor y cantante. Home of the range. Una barba y un bigote de la época del sombrero que no se privaba de llevar sobre la cabeza. Era su debilidad, tenía una colección, para cada estación, para cada ocasión y se fumaba un cigarro de vez en cuando, sentado en el porche de su casa, con un lápiz en la oreja, tarareando con su voz cálida y profunda, mientras componía canciones, una sobre un abuelo demasiado alto, otra sobre un atardecer en la pradera, otra sobre un antiguo amor evocado sin amargura. En fin. Hoy calor, calor, el viento se ha rendido también y ni brisa ha dejado. El pobre Alcides se ha llevado un soponcio. Cargaba a la espalda un viejo colchón para tirar, pensando en sus cosas, con los cuarenta grados. El colchón que sobresalía por todas partes ocultando su física endeble oscilaba para adelante y para atrás, con rítmico movimiento. Cuatro viejas sentadas en un banco a la sombra le veían pasar, sudando el pobre, a punto de rendirse. Dos de ellas con pantalón blanco, las otras dos con falda y refajo enseñaban canillas delgaduchas que sin duda habían sido jugosas y torneadas pantorrillas. No somos nadie. De repente se quedan mirando el colchón andante, mejor dicho el movimiento rítmico del oscilante colchón. Y empezaron los comentarios, y las risillas y los codazos, y el pobre Alcides que no podía creer lo que oía, a enrojecer. Así, así movía yo el colchón cuando tocaba, cuando era moza, tu nunca has sido moza, lagarta, que sabrás tú, más de uno habrás reventado tú, con lo que era Aniceto, si hasta que le diste pasaporte, y nuevas risas y codazos, y Alcides reuniendo las últimas fuerzas y viendo cerca el vertedero, se arrancó al trote, corre, corre marica, que nosotras ya no hacemos nada, echa el catre por aquí si te atreves, y Alcides al galope ya. Para la vuelta a casa dio un largo rodeo, hasta que se le pasó el sofoco, por el esfuerzo y por la agresión. Como está el mujerío le comentaba más tarde a Tato.