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lunes, 6 de marzo de 2017

SEXOS, lectura recomendada a melindres y bienpensantes

No siendo sospechoso de alineamiento ideológico con el autor, en puro acto de honradez intelectual me permito compartir con los amables lectores cepogordistas el artículo que publicó ayer en el ABC el señor Jon Juaristi.

Este artículo debería de ser de obligada lectura en el próximo Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopa y en todos y cada uno de los hogares dónde se ha implantado con dolorosa eficacia el buenismo de la nada.

Lo único reprochable al autor es que yerra al hablar de "derecha católica" tal cosa no existe, al menos en el parlamento español. Todas las opciones políticas  que se han presentado a las elecciones con un marchamo de humanismo cristiano  (desde el lejano escaño de Blas Piñar hasta hoy) han fracasado. 

La mal calificada "derecha sociológica" anda ayuna de lecturas y de ideas. Leer y pensar es para progres. Los "nuestros" a las cosas del dinero y de la "gestión", que eso es lo que importa para el progreso, lo de la batalla intelectual es un coñazo. ¡Que texto tan largo! Abrevia, macho que empieza el fútbol. 

Españoles católicos y sanos hay muchos. Que toquen poder y alfombra, ninguno o casi ninguno. Mientras las huestes bienpensantes se desgarran las vestiduras y se van a Zara a comprarse el repuesto.

¡Que razón tiene Alcides Bergamota, ésto sólo se arregla con letra de palo!



JON JUARISTI – ABC – 

SEXOS

05/03/17

 La derecha católica no para de tropezar en las trampas retóricas del enemigo.
Imaginemos que a un cura (o a una monja) le pescan un diario íntimo donde ha escrito lo siguiente: «La he visto cambiar de verano en verano, alegrándole la vista al prójimo retozando en la piscina de su barrio (….). La vi de bebé, ricitos de oro, el pañal abultándole el culete bajo el biquini. La vi de niña chicazo, melenita de paje, culotes de colorines y tetillas al aire». Le caería la del pulpo, ¿a que sí? Pero, como lo ha escrito Luz Sánchez-Mellado en «El País» del 2 de marzo («El “odiobús”»), me guardaré lo que pienso, no vayan a empapelarme.
La derecha católica no espabila. No se entera (o finge no enterarse) de que vive en un continente y en un país donde se persigue al cristianismo. No como en la Casa del Islam, donde matan directa y masivamente a los cristianos, sino de forma más artera, proscribiendo democráticamente el uso cristiano de la razón (o sea, el uso de razón), lo que no ha resultado difícil, porque el anticristianismo es una fobia mucho más extendida hoy que el antisemitismo en los años treinta, y participan de ella masas imponibles y anónimas, figuras del espectáculo y del deporte, jueces, fiscales, políticos de izquierda, derecha y centro, y macarras con pene o vulva y mando en plaza.
Y como no entiende nada, como ha reducido la fe de sus padres a moralismo y es incapaz de ver cómo está el patio y de dar una verdadera batalla política e intelectual, la derecha católica se deja entrampar en los carajales retóricos del enemigo e imita sus mismas tácticas (las de la campaña del Bus Ateo de 2009, por ejemplo) sin comprender que si de niños, penes, vulvas, publicidad mural y autobuses se trata, tiene todas las de perder, porque tendrá que explicarse y no sabrá hacerlo y acabará sacando el espantajo de una «inquisición gay», cuando lo que tiene enfrente es el mundo, la doxa, el resentimiento socializado, la banalidad del mal y un nihilismo sentimental y tóxico que utiliza a los niños como elemento patético.
¡Ah, el viejo Michel Foucault! ¡Cómo adivinó que la modernidad no exigía reprimir la propia sexualidad, sino confesarla y describirla públicamente, viniera o no a cuento! Los únicos que se habrían escaqueado hasta ahora de esa obligación serían los niños. Su silencio era lo que nos separaba todavía de la granja aviar y del gran barullo del gallinero humano entregado a una interminable pornolalia. Para que el niño confesara su deseo de vulva o pene era imprescindible el especialista que discerniera el sexo en lo que el niño dice y da a entender y no en lo que el cuerpo muestra.
Pero ya ha llegado, ya está aquí. Había que dar la puntilla a Dios, que «macho y hembra los creó» (Génesis, 1, 27), intolerable intromisión en los derechos animales de la especie y origen por tanto de la lengua fascista que nos ha obligado a hablar de niños con pene y niñas con vulva. Gracias a Dios, Dios ha muerto, y viva el sexador de pollos.
Si dijéramos que hay españoles con pene y españoles con vulva, podrían adscribirse a dicho sujeto político y nivelarse en la igualdad ante la ley tantos sexos culturales como los que distinguía Lawrence Durrell en la muchedumbre alejandrina. O más. Pero los mismos que se cargaron la inclusividad del género gramatical en aras del género biológico y de la distinción entre penes y vulvas (españoles y españolas, madrileños y madrileñas, vascos y vascas) se esfuerzan ahora en abolir esta última e imponer la de españoles con pene, españoles con vulva, españolas con vulva y españolas con pene. Así hasta que se aburran e inventen otra. ¿Cuántos sexos hay?, pregunta O’Brien a Winston. Dos, responde Winston. Error, dice O’Brien, y la aguja llega a mil novecientos ochenta y cuatro.
JON JUARISTI – ABC – 05/03/17