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sábado, 13 de diciembre de 2014

Después de recordar a don Camilo, apuntes alrededor de la ya famosa conferencia de la pistola.

Cambiando de tercio, o como diría un francés, pasando del gallo al burro, se habrán fijado que de política nada. Que no escribimos un artículo. Lo último fue aquello que empezaba con un violento “nos gobiernan cerdos”. Pues bien, Calvino de Liposthey ha tenido la gentileza de hacernos llegar lo que fue en su día el armazón de la famosa conferencia de la pistola. Como es lógico, se trata de una estructura un tanto seca, carente del empaque y el garbo con que la embelleció en su momento el verbo florido del conferenciante. Pero ayuda a hacerse una idea de lo que fue aquella sesión que tanto dio que hablar y permite ir poniendo los jalones para su completa reconstitución. Este es el breve texto, que sin embargo, ampliado en vivo por el Gran Bergamota, permitió alargar la conferencia hasta alcanzar la hora, cuando se produjo la gran trifulca:

          Son varias las razones para no lidiar con el asunto político: llega un momento en que no se sabe por dónde empezar; tenemos las ideas claras y no necesitamos darle muchas más vueltas a las cosas. Lo que vemos y conocemos nos causa ya poco o ningún asombro y, además, hay gente dedicada profesionalmente a seguir la política y a comentarla, que lo hace mejor que nosotros y además cobra. Nosotros tecleamos menesterosos para cuidar el píloris. ¿Pero qué dice? ¡Es usted memo! No si ya estamos faltando [al parecer este primer diálogo consigo mismo provocó las primeras murmuraciones entre el público]. Queremos decir que soltar cuatro palabrejas como éstas y fumar untuosos habanos vienen a ser dos formas de lo mismo: cuidar del píloris. ¡Otra vez! [al parecer nuevas murmuraciones del público y un se chotea que se oyó perfectamente]. Pero volviendo un poco a la cosa política, que para eso me han pedio que intervenga aquí, ante este selecto público adocenado, lo que parece, así a vuelapluma, es que Europa se resquebraja. Los que se empeñan en flagelarse todavía con los añejos conceptos de España es así o asá y este país, se equivocan y renuncian a pensar. Me atrevería a decir que representan, con su huida del pensamiento crítico, lo que antes se hubiera designado como la canalla, y temo que haya aquí, frente a mi una nutrida representación de ese tipo social [al parecer, entre el pública empieza a notarse un sordo cabreo]. Ya lo hemos dicho muchas veces. No es cuestión local, sino de civilización. Estábamos en un cruce de caminos, cargados de ansiedad –como ese calvo de mala pinta que seguro que está forrado a pastillas [al parecer el aludido se levantó murmurando y blandiendo el puño cerrado y se marchó de la sala atestada dando un portazo, dos señoras se pelearon por su sitio, interrumpiendo por un momento la conferencia]. Y después de estar un tiempo instalados en el cruce y ahora hay que mover ficha, decidirse a cruzar. Y resulta que cada uno tira para un lado con el cuerpo social en peligro de descuartizamiento. Ahora que se conmemora su estallido, hay que recordar que Europa empezó su declinar con la primera guerra mundial y sus terribles consecuencias. Quedaron afectados los cimientos del continente, abonado el terreno para su descristianización y el crecimiento de los totalitarismos que encarnaron todo aquello que ya venía gestándose: nihilismo, colectivismo, anulación del hombre individual y paradójicamente conversión del hombre abstracto en la medida de todas las cosas. Resulta paradójico que de la segunda guerra mundial surja el estado de bienestar que con todas sus aparentes ventajas y bonanzas viene a sentar las bases para una nueva tutela del cuerpo social por las superburocracias. Con diversos pretextos –el de la salud sin duda uno de los más utilizados- van volviendo por la puerta de atrás los viejos reflejos: la tutela del individuo, el estatismo, la restricción de las libertades, el control de las conciencias. El bienestar es la piedra angular con la que se justifica una exacción fiscal cada vez mayor, que coartando la iniciativa individual por falta de medios, refuerza los instrumentos de que dispone el burócrata para ejercer su control, mediante la concesión graciosa a los ciudadanos de migajas de la gran hogaza de pan que previamente les ha sustraído [los representantes locales de los partidos políticos se agitan sobre sus sillas y se perciben discretas señas, la mujer del alcalde cuasi vitalicio resopla pesadamente si se arrea en la pechera con un grueso abanico con los colores del partido]. El hombre de a pie trabaja para pagar facturas dedicando más de la mitad del año a trabajar para el todopoderoso Estado, con el fin de que éste pueda disponer de los cuantiosos recursos necesarios para poder mantener su gran tela de araña clientelar internacional. Las arañas locales se reciclan en instituciones internacionales desde las que vuelven de visita al terruño para recomendar mayor presión fiscal sobre la sociedad [los concejales se miran unos a otros como si les picara el cuerpo, la señora del alcalde pone ojos como platos cuando oye la palabra chupóptera dicha a sus espaldas]. Jamás recorta la araña burocrática su propia tela. El hombre de a pie, el que ni es parte de la burocracia ni vive de ella, trabaja y trabaja, viendo como del fruto de su trabajo le llega una parte cada vez menor, y calla para que no le den de palos, cargando además con una culpa cada vez mayor. Culpa que se le inocula por no ser travesti, homosexual –maricón como se decía antes-, negro, étnico, minoritario, divorciado, monoparental adoptante, ideólogo, progresista, abierto, dialogante, amigo del consenso, pornógrafo, ecológico, igualitario, relativista, sano, sumiso, blando, maleable, multiorgásmico, vigoréxico y capao, fit, fot, jogger y runner, trendy, y sobre todo por tener todavía cuatro o cinco creencias y alguna convicción de las que no consigue desprenderse pese a todos sus esfuerzos y a la presión brutal que soporta para ello. Así que el europeo trabajador está un poco desconcertado y también un poco cansado y claro bastante cabreado. Y lo que hace es dar un portazo, diciendo que no quiere saber nada, y con eso acaba de enterrarse, porque se aísla aún más y al hacerlo se ciega, no dándose cuenta de al menos dos cosas:

          La primera es que la superburocracia vive y se nutre del aislamiento y soledad del europeo trabajador, desagarrado por mil tensiones y tirones a los que sólo no puede enfrentarse.
          Y la segunda es que ese europeo enfadado –el que lo están, tampoco son todos, miren a la mujer del alcalde que tranquilota está- [al parecer la aludida rebrinca en la silla y se oye un Mariano di algo], decíamos que el europea enfadado acaba por no apreciar lo que tiene y por no darse cuenta de que son muchos los que están en su situación –gente infinitamente válida y honrada- que conforman en líneas generales una sociedad que merece la pena, muy distinta a la que pintan los medios. No se da cuenta que todavía hay esperanza y fuerzas. Al renegar de lo que ve, al aislarse, justificando con mil argumentos eficaces ese aislamiento como algo inevitable y necesario, renegando de la política sólo refuerza el círculo negativo de disolución de la sociedad europea cayendo en un pensamiento torpemente reaccionario y de una ingenuidad que sorprende, cuyo centro viene a ser el renegar de la política con un pesimismo de cataclismo. Que al europeo contemporáneo se le hunda el mundo porque la clase política no sea honrada demuestra que el europeo contemporáneo ha dejado de leer y ha abandonado sus estudios de historia y humanidades antes de tiempo y que no es consciente todavía –a estas alturas- del enfrentamiento ya clásico entre lo que hemos llamado superburocracia y Libertad. ¿Cómo se ha vuelto la tropa tan pardilla? ¿Cómo es posible que haya olvidado lo que es el poder, la lucha por acapararlo, la lucha por defender al individuo del abuso? Podemos relacionar esto –esta ignorancia mezclada de un servilismo agotado, un ánimo de entregarse a quien quiera decidir en su lugar- con el estado de la educación y de las universidades europeas. Y no nos sorprenderá ver que son un coto cerrado, en su mayoría, de la superburocracia. Hemos pasado en una generación, por poner un ejemplo, de don Luis Diez del Corral a Pablo “el coletas” Iglesias, como símbolos de la facultad de ciencias políticas. Es el resultado de un asalto a las instituciones y a las mentalidades por el totalitarismo vencedor de la segunda guerra mundial, mudada su fría piel soviética en acogedora y suave pelliza socialdemócrata, ante el desarme intelectual, moral y anímico de ese otro europeo, heredero de la parte más fértil de las tradiciones del continente que ha enmudecido presa de las dudas sobre sí mismo provocadas por los dos cataclismo bélicos del siglo XX. [Al parecer reina un gran silencio en la sala de conferencias].

Ese europeo al que hemos llamado europeo trabajador, en lugar de renunciar a pensar, renegando indignado de la política, en realidad debe unirse para recuperar el lugar que le corresponde en la dirección de los asuntos públicos, aupado para ello sobre lo que ha sido la parte mejor de la tradición europea – la defensa de la libertad individual, de la iniciativa y de la propiedad privadas, la libertad y la acción- que sigue viva y puede recuperarse. [Al parecer reina un gran silencio entre la audiencia].

Una precisión sobre eso que hemos llamado europeo trabajador. A estas alturas de época, el trabajo se da por supuesto en toda persona de bien. A esas personas nos referimos. Pero el trabajo como tal y por sí sólo no es por supuesto suficiente para nada. Esto es lo que parecen desconocer ciertos políticos, funcionarios en origen, que se llenan la boca de lo mucho que trabajan. Sólo faltaba que no atendieran sus obligaciones. Pero el asunto es para qué trabajar y en qué dirección, eso no lo dicen porque no lo saben, o tal vez porque lo tienen demasiado claro. Veo que reina el silencio y caras de pasmo. Incluso expresiones alucinadas. Pues está bastante claro lo que he explicado, zoquetes [al parecer este desliza logra romper el silencio y dan comienzo las invectivas, pero es ya otra parte de la historia].