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sábado, 16 de junio de 2018

Hemos visto: DOMINGO DE CARNAVAL de Edgar Neville.


Edgar Neville es uno de esos directores que de alguna manera rescatan el cine español. No es el único por supuesto. Un argumento sencillo y ameno, sin histrionismos ni segundas intenciones, nadie va a darnos una lección. Cuidada realización, dominio del contar haciendo cine. Excelentes actores, todos ellos. En esta ocasión Conchita Montes y Fernando Fernán Gómez, pero también la extraordinaria Julia Lajos, por citar sólo a uno de los llamados actores de reparto, que se come literalmente la pantalla. Y por encima de todo, Madrid.

Un paseo por Madrid visto por unos ojos que saben mirar ¡y de qué forma! el Rastro, la plaza de Cascorro, una corrala. Es el gran acierto de Edgar Neville, mirar lo suyo, contar lo que conoce. Domingo de Carnaval podría formar junto con La torre de los siete jorobados y El crimen de la calle de bordadores algo así como una trilogía de Madrid. Un Madrid entre castizo y noir, entre alegre y terrible por la presencia del crimen, pero sin que esto suponga caer en tremendismo, tópicos o Españas negras. Por la sencilla razón de que el talento y la finura del director, que es también guionista, no lo permiten. Un paseo por la ciudad redescubierta por la mirada viva y no exenta de ironía de un gran cineasta.

Manuel Requea en su papel de
 ... Sr. Requena precisamente.
No falta en su cine una veta de profunda comicidad. Ahí es donde el papel de Julia Lajos es es esencial, pero también el de Manuel Requena, fabuloso en su papel de impasible castizo metido a ayudante de detective.







Máscaras solanescas.
Por otra parte, agradecemos infinitamente su recreación de Madrid y de lo español; el tono, el acento, la naturalidad y en definitiva el profundo conocimiento de aquello que recrea y narra. Y todo ello se resume en el clarísimo y natural homenaje a la pintura de José Gutierrez Solana y, por Solana, inevitablemente también a la de Goya. La obra de los dos pintores, sobre todo la del primero, amigo de Neville y que moría poco antes del estreno de la pelicula, forma el paisaje en el que se desarrolla toda la película, en pleno carnaval. Y ahí están las máscaras terribles –una de ellas en un momento determinando nos hace dar un brinco en el asiento- las escenas de comparsas, el entierro de la sardina llevada sobre una cama antigua, de las de barrotes, escena que recrea la recogida por Solana en uno de sus cuadros. Y todo ello sin las estridencias ni el esperpento que tanto ha encasillado al cine español, después de que la extraodinaria pareja formada por Berlanga y Rafael Azcona hubiera como secado, por el vendaval de su enorme talento, otras fuentes de inspiración, dándose hoy por imposible, parece, retomar con ánimo y talento la senda que dejó abierta Edgar Neville.

Para el Heraldo de Nava,
Alcides Bergamota Elgrande












domingo, 22 de diciembre de 2013

EL VENTRÍLOCUO

Sin fuerzas para casi nada, terminamos hace un rato Diario de una dama de provincias, de E.M. Delafield. Un pequeño libro encantador, como seguramente lo fuera su autora. Es una pequeña crónica de la vida doméstica, escrita con ese humor inglés, fino y contenido, hecho de ironía y paradojas que resulta a veces, durante un rato, agradable. Leemos con una sonrisa, discreta, apenas dibujada, la sucesión de agudas observaciones sobre la vida cotidiana. Desfilan los niños, los amigos de los niños, el marido silencioso y pétreo, el servicio, la demoiselle, el jardín, los bulbos de invierno, los animales, el té, lady B., las dificultades económicas, los menús, la amiga sofisticada, la vieja madre de otra amiga, el pastor, su mujer, la rifa, los juegos florales, una tarde de picnic, la condición femenina, algún conato de reivindicación. Muy bien. Lo que nos la hace más simpática es que publicara en su día varios de sus relatos en la revista Punch. La revista desapareció hace poco, pero han quedado con su nombre unos excelentes cigarros, capaces de tumbar a un elefante, que nos gustan mucho. Un poquito estragados, decidimos abrir para compensar, uno de los tometes de Gutiérrez Solana. Un acierto, todo un antídoto. Hoy toca El ventrílocuo. Podemos leer con gran satisfacción el siguiente párrafo:

“Uno de los autómatas es un viejo con la cara amarilla y las orejas grandes y desprendidas, envuelto en su batín verde; por su abertura se le ven los calzoncillos; su cabeza de microcéfalo está cubierta con un gorro blanco de dormir. El sillón en el que está sentado es de los llamados cagaderos, por tener en su asiento un agujero, debajo del cual hay un bacín.”

Luego sigue un diálogo extraordinario, maravilloso, entre doña Micaela, el Cotufas, don Hilario, tío Remigio y el ventrílocuo señor León.

Una muestra:

“El Cotufas.-Eso lo dirá por usted, tío Lanas, que se mete siempre en lo que no le importa y por eso esta señora está aquí sentada, para que yo la defienda. (Mirando a doña Micaela y dándola un codazo en el pecho, después de echarla una bocanada de humo del cigarro.) Estando yo aquí no tenga cuidado, señora.”[1]

Desde luego no hay color, nos quedamos con don Pepe, y más tranquilos nos vamos a la piltra. Mañana será otro día.


1 José Gutiérrez Solana, Madrid, escenas y costumbres, primera serie (1913)

domingo, 21 de abril de 2013

LOS MUÑECOS (de un libro de José Gutiérrez Solana)

Muñecos con un parche negro en un ojo y con una venda en la cabeza con sangre pintada. En este barracón hay un cartel que dice:

Tirad a los muñecos.
(…)

La gente que se apiña en la cerca de la barraca, pide hacer blanco, y por diez céntimos les dan una decena de bolas de trapo y tiran con fuerza a los fantoches, dándoles un pelotazo en la cara o en el pecho, cayendo de espaldas, con una sacudida violenta, doblados por la cintura.

Algunos tiran con saña a los personajes que tienen más rabia. Hay gran predilección por tirar a los monigotes de Maura, La Cierva, Romanones, Weyler, etc.

Al dar a Maura en la barriga, cae, llevando también de paso a un fraile que está a su lado. Otro dice: “Voy a tirar al obispo de Jaca, a ver si le escacharro la nariz.” Y tira con gran rabia, mientras que el monigote da con fuerza un golpe con la cabeza y se le salta un cacho de cráneo, viéndosele el cartón de los sesos. Otro señala con la bola de trapo a Polavieja, que tiene un ojo tapado por un parche negro. “Voy a ver si le salto el otro ojo.” Y tira con más coraje que nunca; pero, en vez de dar a la vieja da en la calabaza del padre Nozaleda, separándosela del tronco, por la que empieza a salir serrín y trapos. El cuerpo panzudo da una voltereta con estruendo. El tonto, limpiándose la baba con el pañuelo, dando alaridos de contento, murmura: ¡Hum, hum! ¡Oño, oño!...

Y el que ha hecho en tan poco tiempo tan buenos y certeros disparos, grita, satisfecho, viendo todos los muñecos caídos y maltrechos: “¡Leñe, os reventé!

(…)

Hay también un aparato de alambre, que da vueltas constantemente, con unos huevos pintados de encarnado o de negro, y a cada momento caen desechos por los disparos, siendo renovados por otros nuevos.

El hombre que ha tirado, grita:

-          Esto es lo que hace falta en España: barrer y renovar.
-          ¿Qué dice, hombre? Está usted loco. Primero ha insultado a los muñecos y ahora se mete con los huevos.
-          Nada, amigo, nada, que voy a dejarle en paz con su tinglado de farsantes. En España las verdades amargan.

(…)

La gente sigue tirando a los muñecos; los golfos tiran con las bolas, cagándose en todos ellos; y ahora cae uno, ahora cae otro, y vuelven a levantarse, y vuelven a caer.

miércoles, 13 de febrero de 2013

ALCIDES Y SOLANA

Alcides repuesto, habían reanudado los paseos.
E incluso habían fumado juntos. Aquella tarde de invierno se sucedía el callejear por el casco antiguo de la ciudad, guiados distraídamente por don Dimas que tan bien la conocía: la Merced, las Agustinas, Santo Domingo, la Antigua, Platerías, San Clemente… Oyeron Misa en Santa Eulalia. Resonaba en la cabeza de Alcides la brutal y esperpéntica clerofobia del pintor, tan extraordinariamente vertida en sus escritos. ¡Cómo estaba escrito aquello, pero que desgarramiento, que encono! Hasta el punto de que Alcides no sabía si sería apropiado abordar el asunto con don Dimas, pese a la entrañable amistad, o tal vez por eso mismo. Pero pudo más la necesidad de desahogo, de compartir aquello, al menos para intentar una aproximación. Recordando sus lecturas de teoría militar –pocas pero sabrosas- se decidió, con ánimo de mitigar cualquier dificultad y de asegurar su posición para un posible repliegue, por una maniobra de flanqueo, vía la pintura. Fue don Dimas quien al primer trasteo desbarató él prudente movimiento.

-          Alcides hombre, si te interesa la pintura del Guti, como le llamo yo, deberías leer sus libros. Gutiérrez Solana es tan buen escritor como pintor, si no mejor…
-          Pero Dimas ¿tú has leído a Solana?
-         ¿Pero hombre Alcides, por quien me tomas? ¡A estas alturas!
-          Hombre, entiéndeme, es que a veces es tan…. Y tú que eres sacerdote…
-          A ver si vas a empezar con los remilgos y las tonterías con los sacerdotes, que te doy un capón. Lo dirás por la manía anticlerical supongo…
-          Si claro, no sabía si… A mí me parece un gran escritor y claro me parece tan duro, tan injusto y sesgado.
-          Tan ofensivo y tan brutal, puede decirse y, a veces, tan gracioso. A veces. Pero no le entres por ahí. Solana es por una parte un hombre de su tiempo, y por otra no es un reportero. Qué manía tiene la gente de confundir historia y literatura, y no lo digo por ti. No hay que leerlo de esa forma. Yo no creo que él tuviera ninguna pretensión de objetividad, son sus obsesiones y su escritura es puramente plástica, mezclada con un gran conocimiento de la vida y guiada por su obsesión de realismo, de no obviar nada, de considerar que hasta en lo peor hay humanidad. Además, tampoco neguemos que pudiera haber realmente mucho de lo que describe. La Iglesia tampoco escapa al tiempo en el que vive y aquella España, sin reducirla a lo que Solana quiere ver, era otra. Era otro el mundo. Si lees al normando Maupassant, ¡cuántas historias negras entre sus cuentos! Lo que es extraordinario en Solana es como escribe, como está dicho y narrado, su franqueza, y su voluntad de buscar realidad, carácter, personalidad, de remontarse hasta las entrañas de las cosas, de la vida, de no cerrar los ojos ante nada, pese a lo que ese proceso pueda suponer, pese a la negrura que aflora, porque él la ve y no la niega, porque estar, está ahí, aún hoy, ahora. Yo creo que no es descabellado decir que la inmensa humanidad de Solana viene a revelar, a su manera, un hombre religioso. No es un nihilista. No puede serlo el hombre que ayuda, que se abraza al viejo mendigo encontrado en plena calle, que llora, y al que ayuda. Ya sabes a qué escena me refiero.
-          Ya. Dimas la verdad es que me dejas pasmado.
-          Bueno, es un tema para empezar y no acabar. Y sí, es un libro terrible también, y una experiencia, y tal vez no para cualquier lector, al menos no de buenas a primeras.
-          Está claro. Vamos ya hacia casa que empieza a helar.

martes, 22 de enero de 2013

GUTIERREZ SOLANA y LINCOLN


Si señores, esto es lo que vimos, cuando nos faltaba poco para rematar el libro de Pepe Gutiérrez Solana, tan único y tan fuera de serie. Es que muy a menudo las líneas convergen. Una vez estaba un servidor contemplando un enorme melón que de inmediato me recordó la fisionomía tosca y mendruga de un amigo, cuando de repente, allí estaba él, saludando con oscilante parsimonia, sandio, melonero, una gran col. ¡¡Pero Solana en la tienda de las chuches ya es mucho trenzarse las cosas!! Así es la vida señores (y señoras, no griten…). Ha nevado y Madrid se ha colapsado y estamos encantados. Es normal, porque aquí nieva una vez al año y esto es como un espectáculo gratis, un acontecimiento esperado, deseado, vivido con emoción infantil, y más de uno se la pega, o embiste al de delante por mirar embebido al agua cristalizada caer lenta y silenciosa, sin pagar entrada, sin imposición fiscal, blanca e inmaculada, sin corrupción, sin gentuza.
Fuimos ayer a ver la película Lincoln, una buena película, que no parece casi de Spielberg, de otro ritmo, otra textura. Una película norteamericana, para norteamericanos, sobre los Estados Unidos y sobre la historia de los Estados Unidos y de su política. Pero ya se sabe, la fuerza del imperio sigue siendo mucha. Y también se sabe que en tiempos pasados dijo un español, en el prólogo a la primera gramática de una lengua romance, que siempre la lengua fue compañera del imperio... Hoy actualizaríamos la frase sustituyendo lengua por cine. La película es sugestiva para el que se interese por la historia que cuenta. Se atreve con cosas inesperadas, como a abordar el motivo más profundo que subyace en el origen de la guerra de secesión, escondido por debajo de la gran cerilla que hizo prender la llama. Por debajo del gran y terrible tema de la esclavitud, la existencia o no del derecho de los estados que formaban la Unión a separarse de ella y el deseo de Lincoln de preservarla a toda costa, con todos los matices legales, jurídicos, constitucionales implicados. Y además, una reflexión sobre el poder, sobre la vivencia familiar del poder, sobre los hijos, sobre el deber. En fin, que merece la pena pero, insistimos, tiene que sentirse cierto interés por el trasfondo histórico. Al encenderse la luces de la sala, un poco abrumados por la talla del personaje (al menos en la versión que de él se da, que tampoco ahorra ciertas sombras que sólo captará el espectador un poco atento a la cuestión jurídica) se nos ocurre la comparación malévola evidente, pues los dos comparten barba:

¡¡A nuestra izquierda…..!! ¡Abraham. Lincoln! Nos dirige unas palabras:

Hace ocho décadas y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas las personas son creadas iguales.

Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil que pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada, puede perdurar en el tiempo. Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a consagrar una porción de ese campo como último lugar de descanso para aquellos que dieron aquí sus vidas para que esta nación pudiera vivir. Es absolutamente correcto y apropiado que hagamos tal cosa.
Pero, en un sentido más amplio, nosotros no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres, vivos y muertos, que lucharon aquí, ya lo han consagrado, muy por encima de nuestro pobre poder de añadir o restarle mérito. El mundo apenas advertirá y no recordará por mucho tiempo lo que aquí decimos, pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron aquí. Es para nosotros los vivos, más bien, quienes debemos dedicarnos a la tarea inconclusa por la cual ellos lucharon e hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Es más bien para nosotros que estamos aquí, dedicados a la gran tarea que aún nos resta: de que estos muertos a los que honramos, tomemos mayor devoción a la causa por la que ellos dieron hasta la última medida plena de celo. Que resolvamos aquí firmemente que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra.

[Es el discurso de Gettysburg, los subrayados son del cepogordista, que al leerlo ha recordado, por ejemplo, a las víctimas de los asesinatos del 11 de marzo en Madrid, y a las víctimas del terrorismo, por ejemplo, y a más compatriotas]

¡¡A nuestra derecha….!! ¡Mariano Rajoy! También nos dirige unas palabras (a la fuerza, le hemos obligado porque no quería):

-          Gracias, gracias. Ahora no toca. Lo importante es la economía, la economía, el consenso y el diálogo. Esto yo, hay que ser serios, esto es, seamos serios. Es la economía. Y también las auditorías. Lo demás nada, no toca. Gracias, gracias. [el micrófono se queda abierto y se oye: oye Luisss y Soraya, al final nos quedamos con las Cajas, que hay mucho amigo político que colocar. Si se vuelven a hundir ya veremos, que ahora no… bueno pues eso.]

Hay que pedir a todos nuestros amigos pueblerinos que rescaten de entre los útiles de casa abandonados en el desván el capador de puercos que hay mucha faena pendiente.

Por cierto y para acabar, protagonista de la película es el congresista Thadeus Stevens. Pues asombra leer al recorrer brevemente un resumen de la biografía de Thadeus Stevens que ya en el principio de su actividad política en el congreso de los Estados Unidos introdujo legislación para poner un límite al endeudamiento de los estados. Y por aquí, estos pájaros, precisamente quieren lo contrario porque es la forma de poder seguir robando con el descaro con que lo hacen, a fuerza de no creer en nada, ni tener una sola idea. En fin, y aquí lo dejamos. A ver si aparece pronto un Thadeus Stevens celtibérico.

lunes, 7 de enero de 2013

GUTIERREZ SOLANA

Alcides quiere una vitrina. Cuando se quiere una vitrina es porque, casi sin apenas notarlo, uno es ya uno de los objetos para cobijo de los cuales se desea la vitrina. Alcides es un bibelot. Pese a ello y por la mala influencia de Tato y de Doroteo, con su panza, ha cenado demasiado. Tato dice que el vino es para beberlo por oleadas, notando como desciende por la garganta, refrescándola toda. Y Doroteo dice que nada de untar, que se corta el queso se apila sobre el pan y leña y luego se riega con el buen vino que en España se hace hoy, se riega como se riega la plaza antes de los toros, matando el polvo y la telaraña.

Han comentado los tres el libro del pintor Solana titulado La España Negra. Es propiedad de Alcides que no lo presta. Tato y Doroteo que lo conocen bien han leído en voz alta pasajes escogidos, y se han estremecido, asombrado y reído a un tiempo. Alcides está todavía bajo la impresión de la lectura, brutal, asombrosa, hermosa. Ha escrito un pequeño texto, en el que se limitará únicamente a repetir cansinamente su entusiasmo y admiración.

Título este de La España negra que a veces nos parece sorprendente para un libro que tan a menudo rebosa poesía y hermosura página tras página. Sí cae bien la primera parte del título, la palabra España. Porque es de lo que se trata, leemos un poco de España en cada línea. Hay hermosura incluso en los pasajes más duros y siniestros, más sórdidos. España está en la expresión, en el idioma de Solana, tan vivo, tan claro, con ese don para lo expresivo, para el detalle, para lo truculento pero también para la chanza y el rasgo de humor. Las páginas de Gutiérrez Solana, el idioma y el lenguaje de Gutiérrez Sola son la más extraordinaria de las compañías. Nos reconocemos cierta debilidad por dos de sus extremos: la belleza de la evocación tan a menudo poética sin proponérselo tal vez (como el capítulo en que narra una boda a la que asiste) y lo procaz y rahez, expuestos sin circunloquios ni timideces, y que más de una vez han provocado en Alcides, pero sobre todo en Tato y Doroteo una carcajada disfrutona. Y es que, como diría Solana, los hay que tiene gustos de caballería.

Gracias al escritor Gutiérrez Solana, tan gran escritor como pintor y puede que incluso mejor todavía con las palabras que con el pincel, desfilan ante nuestros ojos los más extraordinarios paisajes españoles, no nos cansamos de decirlo, españoles, con toda la carga positiva que para nosotros tiene la palabra. Campo, pueblos, ciudades, barberos, libreros, convidados a una boda, cocheros, toreros, mujeres de la vida, prestamistas, casas de dormir, curas, plazas de toros, arrabales, Madrid. Todo está vivo, presente. A su lado, el periódico de hoy es una antigualla, viene a ser algo así como una tableta de arcilla con las cuentas de la despensa de Hammurabi. Tratar de ilustrar esto con una cita nos llevaría a la completa transcripción del libro. Sólo a modo de ejemplo para los que, tantos hoy, se quejan de que haya barullo en los toros y de que no se vaya a la plaza como al teatro, estas líneas de lo sucedido durante una corrida goyesca:

Ya era casi de noche y empezaban a encender papeles los espectadores como si quisieran alumbrarse. En un tendido se arma una bronca a garrotazos y tiene que subir la Guardia Civil a mantener el orden y a hacerse fuerte (…).

No hay lectura con más méritos para merecer la compañía del más grueso y mejor de los cigarros habanos. Nos cuenta por ejemplo, que los amigos que forman la tertulia del librero de viejo (cuya mujer gorda hace calceta refunfuñando en la trastienda) son pájaros de pocas carnes y que el cerero disfruta con el lápiz detrás de la oreja (- ¡Anda como yo! exclama Tato).

Pero digamos toda la verdad. No es libro para todos los paladares, sino sólo para los más refinados y a la vez más curtidos y bragados. Pues tiene el libro muchas cosas terribles, como terribles son el mundo y la vida tantas veces. Como esa mujer pidiendo, sentada a la entrada de la catedral de Toledo, en este día helado, apoyada sobre la verja que abierta franquea el paso a la entrada que es sólo para el Culto. Está envuelta en ropajes de todas clases y en mantas que no tienen forma, que la deshacen perdiéndola en un bulto de trapo del que asoma su cabeza. La lleva también cubierta por un paño negro y su mirar es triste pidiendo limosna. Los labios apenas murmuran, y pide en realidad con la mirada, lo único que no está envuelto y que nos asalta expuesto sin disimulo en toda su cruda tristeza mansa, resignada. Y cuando salimos sigue allí, recogiendo monedas, pocas, pues casi nadie la mira. Sigue en la misma postura, apoyada contra la verja, quien sabe desde cuándo y hasta que hora seguirá allí, cuando estemos ya nosotros de vuelta hacia Madrid, rodando de noche en el coche, como viajando en el tiempo por entre luces desde las páginas del pintor Solana.

Y en el momento de disolverse la tertulia, como surgido de la parte más terrible y brutal de los cuadros de Gutierrez Solana, como si hubiera estado encerrado en el libro, surge inesperado y como imposible un grueso moscardón, en esta noche helada de enero, y revolotea brutal, golpeando cuadros y paredes, asfixiado por el humo del habano.