Mostrando entradas con la etiqueta Cafes. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Cafes. Mostrar todas las entradas

lunes, 8 de julio de 2019

Toc, toc, toc.


Sonaron los tres golpecitos secos de siempre y quedó fijada la escarpia. No necesitaba más Doroteo que había colgado personalmente toda la galería de retratos que adornaba el rincón literario del Café de Nava de Goliardos.
  - Ya era hora de tener aquí a Pepe Conrad, dijo satisfecho Doroteo, dando un paso atrás para asegurarse de que el pequeño retrato no colgaba torcido.
  - Desde luego –le contestó Tato- pero lo de llamarle Pepe no sé si me parece excesivo, tanta familiaridad con un señor tan serio…
  - Quite, quite, ya sabe que así tratamos a todos los que acceden a este rincón de ilustrísimos, además, haberle leído entero, de proa a popa, como quien dice, le permite a uno concederse ciertas licencias.
- La verdad es que sólo por El duelo, ese extraordinario relato, se habría ganado el lugar más alto en el podio del bien contar.
- Sin duda, con ese retrato extraordinario, en cuatro pinceladas sueltas, del viejo emigrado vuelto a la Francia de la restauración, el caballero de Valmassigue.
Por casualidades de la disposición del lugar, a Pepe Conrad le cupo en suerte colgar cerca de una fotografía de don Luis Fernández Salcedo.
Oiga, pero es que no tienen nada que ver. Ya lo sabemos hombre, no diga obviedades. Lo que ocurre es que los dos, cada uno en lo suyo, son maestros.

martes, 9 de mayo de 2017

El as del bombardino

Jacinto Oloroso, es una buena persona, se lo digo yo. Un tipo que con ese nombre va por la vida tan tranquilo, pues que quieren que les diga, demuestra tener una personalidad a prueba de bomba, o mejor dicho y por ser más precisos, de bombardino. Si señores, lo que oyen, Jacinto Oloroso toca el bombardino, y muy bien. Para muestra, les diré que en una ocasión debutó en plaza de primera; el teatro Romea y lo hizo con "La Lira" de Carcaixent, casi nada, ahí queda eso. Pues bien,  habiendo precisado que Jacinto es buena gente y maestro en el noble arte del bombardino, dejen que les siga contando y no empiecen a calentarse con eso de que el texto es largo, la niña quiere ir al baño ("pide pipí" como dicen las mamas cursis) y el abuelo se ha puesto a jugar con su móvil y va a descubrir sus descargas de youtube con todas las pelis de empuje y demás bellaquerías a las que se entregan durante la sobremesa de las comidas familiares (de sus suegros, vamos). Hoy he pasado por el café a media mañana, cosa rara, y me he encontrado con Jacinto departiendo amigablemente con un señor con cara de ser de Lugo. Ha resultado ser un boticario de Orense y como pueden comprender, tras las presentaciones me he abstenido de decirle nada de su cara de Lucense (que la tiene, y mucho). Como no hay tertulia de dos sin tres ni fuente de torreznos suficientemente grande para el apetito de Alipio Velas, me han invitado a tomar café con ellos y para hacer la cosa más reposadamente nos hemos trasladado a una mesa al fondo del salón, una mesa de esas que yo llamo literarias porque eran las preferidas de los escritores y dramaturgos que iban al café para componer sus obras bajo el amparo de esos camareros (especie extinta) que sabían defender la privacidad del cliente sin necesidad de recurrir a carteles ni reglamentos sancionados por la autoridad. El boticario, de nombre Laxo Outeiriño nos cuenta que ha venido a Madrid a mover unos papeles que tiene parados en algún obscuro negociado de los que aún perduran pese a la transferencia autonómica. Outeiriño se queja y Oloroso le consuela, yo doy pequeños sorbos al café hirviendo y pienso en el ciclo reproductivo de la Upupa epops (vulgo abubilla) asunto que me entretiene más que la martingala administrativa del boticario con cara de lucense. Yo a lo mío. A la cucuta castellana los navarros la denominan a veces gallico de San Martín. Pasan buenos diez minutos de instancias y recursos, de pandrives (así los llama el boticario) y de expedientes de revisión y yo comienzo a sentir una necesidad irrefrenable de asar a patadas las espinillas del tal Outeiriño. Estoy a punto del ataque de apoplejía cuando aparece el camarero con una fuente de Miguelitos de la Roda, fino detalle del propietario para con su amigo Jacinto, que amén de buena persona y dotado músico es un laminero sibarita, un heraldo del milhojas, un catedrático del pionono, un doctor máximo del bizcocho borracho y un propagandista perpetuo y apasionado de cuantas creaciones pasteleras se elaboran en las cuatro esquinas de España. Con la aparición de tan acertada golosina manchega se pone fin a la interminable y cadenciosa relación administrativa de Outeiriño. Jacinto, entre miguelito va y buche de cafe con leche viene, adopta ese aire entre filosófico y distraído tan habitual en los músicos cuando interpretan una pieza difícil. Outeiriño pese a sus protestas de hiperglucemia y alusiones a Rosiña (pobre mujer) engulle con ímpetu de galeote  y yo, que he pedido un segundo café, me dedico a juguetear con la cucharilla mientras silbo La Cucaracha por lo bajini y pongo cara de organillero.  Terminado el dulce, mis contertulios se disponen a reanudar su pleito y yo que no soy un hispano medio y no aguanto bien las cosas de la burocracia me pongo a observar al personal que de desparrama por los veladores y la barra. En tiempos de Alipio Velas, tratante de ganado y colegial menor de San Bartolo de Cesteira, el café a media mañana era un templo silencioso con aromas a grano tostado y aguardiante viejo apenas poblado por dos gacetilleros viejos, un notario jubilado que leía el ABC y dos señoras de Zamora que venían a Madrid a ver a un pariente y hacían tiempo comiendo churros. En aquellos tiempos el humo azul del cigarro se enganchaba entre los brazos de las lámparas y ascendía hasta quedar prendido del artesonado como las  nubes que ciman las cumbres de Somosierra. Ahora el café a media mañana está habitado por una fauna diversa y de tono un poco triste. Cada uno con su aparatito electrónico correspondiente, remueven el café, sorben la infusión o el colacao y se ignoran con fruición muy moderna. La excepción son Pablo Tinajas y su sobrino Fulgencio que son fieles al As y al Aplausos y aprovechan su rato de asueto para comentar las glorias del balompié y las miserias del escalafón. Entre escusas y protestas de estima eterna y aprecio infinito Outeriño se retira. Jacinto que como ha quedado dicho es buena persona lo acompaña hasta la puerta. A su regreso Jacinto me pone al día. El bueno de Outeriño es primo de su mujer. Me quedo de piedra. Tras veinte años de conocer a Jacinto me entero de que amén de buena persona y genio del bombardino, Jacinto Oloroso es un hombre casado y por si fuera poco con una lucense (ya sabía yo...) de la misma patria chica que el inmortal Cunqueiro. El nexo de Jacinto con Mondoñedo por vía marital me sugiere mil y una ideas, el asunto amerita un relato breve, un bosquejo quizá algo borroso, incluso precipitado pero no por ello exento de pasión y gracia. Por un instante tengo la tentación de dejar el café y sentarme un rato en un banco bajo los floridos castaños a meditar y tratar de conectar las imágenes que bullen en mi maltrecho cerebro. Jacinto interrumpe mis meditaciones hablándome de su reciente excursión pajarera. Siguiendo las palabras del as del bombardino me traslado por unos instantes a la laguna de Gallocanta y me parece estar viendo las bandadas de chillonas grullas elevarse sobre el espejo de agua en mitad de la llanura, creo  distinguir el alborozo pajaril en mis oídos hasta que me doy cuenta de que se trata de mi teléfono móvil que debe llevar un rato sonando escondido en lo más profundo de un bolsillo. La realidad me llama, un cliente ha llamado molesto por los retrasos, una señora protesta airada reclamando, literalmente, un trato vip... dejo a Jacinto en el café entretenido en sus cosas, Jacinto es un tipo extraordinario, buena persona, as del bombardino, ornitólogo aficionado y sobre todo un tío listo, vive de su modesta mercería ajeno a los vaivenes de la modernidad. Saber vivir así y estar casado con una mindoniense de pura cepa son pruebas suficientes de que a Jacinto Oloroso hay que tomárselo muy en serio. No lo duden, hablamos de un tipo excepcional, de una buena persona.