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viernes, 25 de enero de 2019

BARES.


Hemos comido un bocadillo, acodados a la barra del bar. Frente a nosotros en los impolutos estantes, dos botellas de chinchón. Más lejos, ya en la impoluta cocina, un rayador de queso, de los buenos. Televisiones encendidas, con el sonido apagado, y de repente un hilo musical a toda. Como compañía, el periódico Marca, con lo que se logra la completa bajada a los infiernos. Bocadillo de lomo, cerveza. A nuestro lado una botella de plástico bastante bonita sirve de depósito de corchos de vino usados, todos de espléndidas marcas. Una tía grandota pide chupitos y la cuenta. Nos llaman cariño y mi rey, al despedirnos. Así es, increíble. Toda dignidad perdida. El paseo de vuelta con destino a continuar empujando la piedra por la cuesta, cual Sísifo o Tántalo, lo damos a cuarenta grados, bajo un sol de justicia. Andamos como metidos en un horno luminoso. A la hora del desayuno pasamos del Chinchón a la ginebra. En un estante contamos hasta trece marcas distintas, de Bulldog a Larios. Mirando un poco a la izquierda, nuevo estante con nueva remesa de botellas, también de ginebra, otras tantas marcas. Bien surtido el bar. La camarera dice que no ha pegado el ojo. Que estuvo viendo películas y que se tomó un café tarde y que la cafeína tan tarde ya se sabe. ¿La leche como la quiere? La quiero normal. ¿Oiga y normal que es? Bueno, póngala templada. Se oyen murmuraciones por los dos lados, sin mirarse a los ojos, mientras se sirve la leche normal.