jueves, 30 de julio de 2015

Terraza con perrito.

Bajamos a la calle a tomar una cerveza. Todos los que acudimos lo hicimos con un atuendo inspirado en la pinta y los aires grandiosos del cómico Totó: bombín, chaquetas cruzadas, un smoking con botonadura de ónix, aires melancólicos, de amor a la vida, pitilleras de plata, elegancias, Capri 1950. Un poco de categoría se había oído por la mañana. Confío en que esta tarde nadie acuda enseñando las canillas y menos aun explicando lo mucho que trabaja. Si alguno es un pelagatos, los demás no lo queremos saber. Yo estuve en Tánger, o en Agadir, no recuerdo. Me compraba unas cañoneras el Emir. ¿Pero qué dice? Pues que nada de chanchullos ni chancletas. No se puede acudir ni en chancletas ni emputecido. Tampoco sandalias ni chores. Al día siguiente pudo certificarse que no había acudido ningún pelagatos. Tampoco rastacueros. Sí que acudió en cambio el perrito de una tipeja que se sentó en la mesa de al lado, más bien basta. Trófimo que es distraído se dirigió a ella para pedir una botella de clarete de Cigales. Y a la tiorra le sentó mal al parecer, porque frunció el morro y nos vigilaba de reojo. Los que esperaban que por la terraza desfilaran las odaliscas del serrallo ligeras de tela para sacudirse el calor se llevaron un chasco. Sólo la tronca cargada de hombros y de papada y el perrito. De vez en cuando el perrito daba un ladrido largo de los de perforar tímpanos. El cuñado de Trófimo se ofreció a la señora. Para nada feo. Solo le comentó que como veía que el perrito era un poco molesto, él le ofrecía deshacerse del bicho de manera gratuita. Verá usted, yo tengo un negocio de pieles y aunque el perrito no vale nada, para hacer parches para sofás puede servir. La tronca puso cara de indignación. No aceptó, una pena, pero en cambio nos libramos de los dos, pues salieron por pies.

sábado, 18 de julio de 2015

Una calle de MADRID

El choriceo y las tiorras, los quinquis pijos y ahora munícipes, las verduleras y los horteras de pescadería embadurnados de los lugares comunes del tiempo, nos quieren convencer, con su veneno progreta, con sus greñas y pelambres, con su ponzoña y su infamia, con camisetas sin mangas y sus chancletas de velcro, con su soberbia internacionalista y sucia, de que España es como ellos, basta, tosca y roma y peor aún impersonal, superficial, mediocre y al paso. No discutiremos hoy la cuestión. Sólo daremos una evidencia gráfica de lo contrario. Ahí va.