No
empezar hablando del tiempo es la recomendación que da un buen novelista a
escritores nóveles. Pero nosotros, ¿Qué quiere que le diga? No damos mucho de
sí y tampoco esto es una novela. Así que diremos que hoy el aire es frio, el
día espléndido de luminosidad, como un punto y aparte a la tromba de agua de
ayer. Pudimos salir hasta los contenedores de reciclaje a tirar vidrio, como un
buen ciudadano. Había escampado y el ambiente era de una primavera intensa,
húmeda, con esa luz sutil, delicada, como una filigrana ante los ojos. Disfrutaban
de ella los paseantes de perros que al parecer no se ven afectados por el
confinamiento o apenas. Mientras ellos pasean se impide la celebración de la
Misa en distintas iglesias, aunque el sacerdote y los fieles cumplan
escrupulosamente con las medidas de seguridad impuestas por el estado de
alarma, y en particular con el artículo 11 del Real Decreto que lo establece.
Parece que por fin el animalismo rampante se ha impuesto ya del todo. Ya ve que
le he traído de golpe a la más atroz actualidad. Tal vez hubiera sido mejor no
dejar de hablar del tiempo.
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domingo, 26 de abril de 2020
miércoles, 13 de noviembre de 2019
No vamos a entrar al capote político.
El espantoso y obsesivo peso de la actualidad, toda
hecha de partículas digitales. Se sueña con un lugar retirado, tal vez con una
biblioteca silenciosa, dentro de una gran casa. Las paredes están forradas de
libros, la chimenea encendida, dos butacones de lectura cómodos, mesas bajas.
Hasta se puede fumar un habano. Por la ventana, al levantar la cabeza del
libro, se ve la tarde gris. El inmenso silencio es un presagio de nieve.
Algunos copos sueltos. Una corneja cruza el paisaje dando brincos por el suelo.
Las ramas desnudas de un árbol inmenso se estremecen por la ligera brisa,
aunque parece que lo hacen de frío. Pasar allí unos días. Pasear.
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