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lunes, 15 de enero de 2024

Belleza. De los cuadernos de A. Bergamota. Cortesía de Calvino de Liposthey, editor.

Hay chicas, mujeres realmente, que afeccionan el ancho pantalón de cuadros, como de comedia del arte, el zapato plano con hebilla, un calcetín corto, que remata una pernera de pantalón ancha, porque anchos son sus muslos, todo se da un aire de pirámide al revés. Andan sobre dos pirámides al revés, los cuadros del pantalón van a juego de una rebeca de ganchillo blanco, y llevan lazos en el pelo, a veces una coleta corta. Sonríen y son inteligentes, con un aire sereno y maternal. No hay duda de que la mejor compañía para ellas, y para otras muchas, para casi todas, seria media docena de hermosos hijos y un marido que fuera un apoyo firme como una vieja catedral medieval, un puente romano, una muralla de vieja ciudad castellana. Pero muchas de ellas están solas, con sus hojas de cálculo y su jerga profesional dicha en inglés, y con los pantalones de cuadros y el lazo en el pelo, alguno se atreve todavía, incluso, con unos pendientes de perlas. 

miércoles, 29 de septiembre de 2021

Varios. De los cuadernos del gran polígrafo A. Bergamota. Cortesía de Calvino de Liposthey, biógrafo.

El monstruoso café servido en el bar Casa Papo del casino local, por el sádico camarero. Mira impasible mientras las víctimas beben el mejunje y, día a día, lo empeora gradualmente.


Con la edad la necesidad de hablar es cada vez menor y lo que más nos atrae es el simple y sencillo afecto. Es posible que al darse cuenta de la superficialidad que en todo reina y de la ignorancia que triunfa, uno tenga el pudor de callar y quiera al menos reducir la propia. Lo que parece un brote de sabiduría es en realidad algo doble pues viene a ser justificación de  (…). ¡Oiga no termina las cosas!

Reunión. Una cabeza de romano, pelo blanco, peinado hacia delante, frente despejada, nariz recta. Dos cabezas levíticas. Una de apóstol, de retrato de Ribera, tonsura, negrura, tamaño, ángulos acusados. La otra de prestamista bien comido, nariz tirando hacia abajo, aguda, al encuentro de la barbilla tirando hacia arriba.

Circo, uno recuerda que le gustaba a Ramón... Se debate entre optar por la expresión el horrible mundo de las familias y el entrañable -tal vez el meritorio- mundo de las familias. Si pensamos que la familia es la que se encarga de educar, sujetar y encauzar a la bestia parda que es el Hombre, habrá que optar por la segunda expresión y reconocer que la familia, enloquecedora y gritona es también entrañable y meritoria, en cualquier caso, imprescindible, la única manera.

Desaparecidos el concepto y la mera idea de chica decente, la civilización se hunde.

martes, 16 de febrero de 2021

De los cuadernos de A. Bergamota ELgrande. Un apunte de febrero. Cortesía de Calvino de Liposthey.

Termino ayer el pequeño libro de relatos de Lampedusa, el autor del Gatopardo, que compré hace unos días. No sabe uno con que quedarse: si con lo que son relatos en si, por ejemplo, el extraordinario titulado La sirena, o con los recuerdos de infancia que abren el pequeño volumen, dónde aparecen personajes, lugares, recuerdos y sensaciones que luego desarrollará en la famosa novela. Un pequeño libro verdaderamente notable. Tal vez los recuerdos, que nos llevan en amoroso paseo por aquellas casas sicilianas, por salones y jardines, son en su evocadora sencillez de un mundo desaparecido (el eterno tema, es cierto) verdaderamente conmovedores. Lampedusa escribe, por ejemplo, con toda naturalidad y sencillez: “La preferida era Santa Margherita, en la que pasábamos largos meses, incluso en invierno. Era una de las casas de campo más bellas que jamás he visto. (…) Situada en el centro del pueblo, precisamente frente a la sombreada plaza, se extendía en una superficie inmensa y contaba, entre grandes y pequeñas, con trescientas habitaciones. Daba la impresión de ser una especia de conjunto cerrado y autosuficiente, una especie de Vaticano, digamos, que abarcaba salones de recepción, salas de estar, aposentos para treinta huéspedes, cuartos para la servidumbre, tres patios inmensos, cabellerizas y locales para guardar los coches, teatro e iglesia privados, un enorme y bellísimo jardín y un gran huerto.” Nada más y nada menos.





miércoles, 17 de julio de 2019

Tarde de toros. De los cuadernos de Alcides Bergamota Elgrande. Cortesía de Calvino de Liposthey, biógrafo.


Tarde de toros. Aquí estamos de nuevo. El invierno es un recuerdo. El abrigo de paño de lana ya cuelga hasta el año que viene en el armario ropero. Le hemos cosido un botón. Percha de madera con la forma de los hombros, grises espiguillas, se balancea un poco al colgarlo, hasta quedar inmóvil rodeado de bastones, cajas de sombreros y de guantes, botas altas, zapatos con hormas de madera de cedro. Todo queda en silencio al cerrar la puerta. Y en este día, aniversario de la proclamación de la segunda república de tan infausta memoria, el aire es abrasador y el público de los tendidos, cubatero y zafio, nos parece más municipal y espeso que nunca. Eso le pasa por agarrao
Calle hombre. Pero esto son los toros. Ruedo y tendidos, tendidos y ruedo. El espectáculo es a la vez uno y doble, y no sigamos por ahí. Saltan a la vista los tres gordos. Tres gracias masculinas, modernos por el atuendo apretado y sintético, clásicos por el volumen y la desbordante carnalidad, panzas sujetas sobre las rodillas. Se disculpan por apretar al personal, usted perdone caballero es que estamos algo fuertes, y bromeando dicen que la próxima vez comprarán dos o tres entradas más, para estar más anchos. Se cruzan en el aire las volutas azules de los primeros habanos de la temporada con los pájaros -¿vencejos, gorriones?- que salen disparados desde un lugar inexistente hacia los medios, como catapultados por los espectadores. Mientras el Aficionado (si, con mayúscula) no pierde detalle de la lidia de Chacón a sus dos toros, o de las tres tandas de Robleño a su segundo, del tercio de varas que protagoniza el sexto empleándose bien, a mi izquierda comenta el vecino que esto es una zarzuela en directo. El ganado está como en el fiel de la balanza, sabe usted, nos tiene en ascuas, con cada toro que pisa la arena no sabemos si caerá del lado de la casta y la fuerza o de la flojedad y bobería. Y no puede faltar la tiorra. No es la única mujer claro. Hay muchas y de toda condición. Pero ella, la tiorra, se hace notar por sus aspavientos, su descaro, su condición revenida y aviesa, sus ademanes desvergonzados, su aspecto feroz y brutal. Confidencialmente, y mirando hacia ella de reojo, me dice el mismo vecino: ahí tiene usted arrobas de martirio e infelicidad para el incauto que caiga bajo su imperio. ¡Antes tirarse al ruedo con Miuras que ahorcarse de esa manera! Impresionados por la sentencia que nos deja helados y pensativos, hacemos por perder de vista a la energúmena. ¡Luego hay gente que se aburre en los toros! ¡Gente pa tó!


 


miércoles, 22 de mayo de 2019

De los Cuadernos de Alcides Bergamota el Grande (cortesía de Calvino de Liposthey).


Oído en el polígono: le he dado la silicona para dejarlo más curioso. Pues claro que sí. Bien de silicona. Y un empujón. Y más tarde, en el súper, un cajero de mucha pluma tutea sin piedad a un cliente con un carro de la compra mediado, lleno de gollerías. Cuando me toca el turno estoy preparado para sostener el duelo, no pienso renunciar al usted. Pero para mi sorpresa el dependiente de la pluma, con el mismo amaneramiento me trata con corrección exquisita. Se oye incluso el consabido ¿algo más caballero? Tato me aclara las cosas ya en la calle: es obvio que la conversación anterior, con ese tuteo tan agresivo, era una conversación entre maricas que se habían identificado como tales. El que hacía la compra disimulaba pero estaba volado y el cajero le zurraba sin piedad. Cada vez que se oía un tú era como decirle, loca, maricona, que yo a ti te conozco. En fin cosas de antes, que está usted en las nubes Bergamota.


¡Danos paciencia con este Bergamota Señor!
 

jueves, 3 de enero de 2019

EVOCACIONES. DE LOS CUADERNOS DE A.B.E. Cortesía de CALVINO DE LIPOSTHEY (editor).


Poemas del poligó: evocar la esquina del ailanto, nuevamente, china, amarilla, peligrosa, invasiva, y contraponerla con la esquina de la higuera, romana, medieval, dulce, clásica, mediterránea.
Recordamos imágenes regaladas por este espléndido otoño tan variado. Ha sido lluvioso y soleado, ha sido frío y templado, ha sido brumoso y luminoso. Al desembocar con el coche en la carretera más ancha vemos un amanecer encendido sobre Madrid, con el horizonte ardiendo en una única e inmensa metálica llama. Más adelante, la orla azul de frío, bruma y mañana sobre la línea de pinos en el horizonte. Luz, perspectiva, profundidad, anchura. ¡El ancho mundo! ¡Daban ganas de echarse a andar para recorrerlo a pie, despaciosamente, como un viajero de otro tiempo! Finalmente, desde una de las alturas de esta ciudad inmensa que se extiende a los pies de la sierra se veía, de repente, todo el horizonte; la inmensa hondonada poblada del valle: árboles y edificios hasta dónde alcanzaba la vista, venciendo finalmente los primeros al remontar el paisaje hacia la montaña. Una sierra majestuosa, un coloso quieto, inmóvil, como detenido en una meditación de siglos, con su gran manto de la más espesa, sólida, blanca y consistente nieve. En medio de nuestras miserias, de nuestras pequeñeces de oficinista de vida pequeño burguesa, de chupatintas, aquello resultaba grandioso. Observen el detalle: lo que se califica de pequeño burgués es la vida que se lleva, no a quien la lleva. El sujeto, por tanto, podría ser otra cosa, tal vez mayor, aunque la querencia clara, evidente, sin duda inexorable y fatal, sea la condición de rastacueros, pelagatos, peladilla o pinchaúvas.