Mostrando entradas con la etiqueta Eça de Queiroz. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Eça de Queiroz. Mostrar todas las entradas

viernes, 18 de noviembre de 2016

Crónica pueblerina, descafeinada, a propósito de un diálogo.


El diálogo que luego se transcribe tenía lugar hace no mucho en el Café de los Goliardos de Nava, dónde se sirven desayunos desde hora muy temprana. Desayunos de lo más variados:

Desde luego podrá usted pedir un café con leche, en taza grande o pequeña, vaso de vidrio grueso o taza de porcelana fina (depende del morrico de cada cual como dice el amigo maño de Sanglier), largo o corto, con leche fría, caliente o templada, de verdad o descafeinado y en este último caso, de máquina o de sobre. Por cierto que la máquina para preparar el café es de la más excelente calidad. También le servirán si lo pide, y con mucho esmero, café sólo. Con su espumilla clara agarrada a las paredes de la taza, el aroma sutil y profundo, el punto de amargor necesario. No necesitará azúcar. Por cierto que el grano de café que se muele para preparar el café es también de la más excelente calidad.

Y si le pide a Quintín, el camarero, que le sirva mariconadas extranjeras (ristretto, machiatto, americano, luongo ma non troppo…) pondrá cara de resignación, pero le dará satisfacción, comentando la jugada con una frase: vamos un café sólo de toda la vida, hay que fastidiarse, menudo pedazo de gil… La última parte la dirá mascullada, entre dientes, de manera que usted, cliente pedorro y maricuelo, no la entenderá. Qintín no es que sea hipócrita y ponga verde a los que se lo merecen por lo bajini. Hipócrita no, pero tonto tampoco. Es ágil para su edad y si le calientan salta la barra de una vez y le cae a trompazos al impertinente contestatario que se le ponga farruco. Dice que eso le hace perder tiempo y que si al pelagatos le da por sangrar por la nariz de la trompada se le puede manchar la chaqueta blanca del uniforme que lleva siempre impoluta. Así que mejor tener paciencia y desahogarse con un murmullo.

En el Café de los Goliardos se sirve también un excelente chocolate, tan espeso como debe. Y los churros, o las porras (según le vaya al morrico de cada cual como dice el amigo maño de Sanglier), son excelentes, servidas por la muy antigua, muy noble y muy leal churrería de Nava de Goliardos.

¿Qué si Nava es un nido de violencia reaccionaria? ¿Lo dice porque Quintín salte la barra de vez en cuando? Pues sí que es usted finolis. Vamos a ver, la barra no hace falta saltarla cuando la gente es educada y se limita a dar los buenos días y a pedir un café con leche, largo de café, en taza de porcelana de la China con dibujos florales (¿le vale de Sajonia que estamos fregando la china?), y una ración de churros, servidos enteros en plato llano aparte. Ningún problema, marchando. ¿Y un dedal de Magno no le apetece, para aclarar? Pues venga.

Muchos clientes habituales del Café de los Goliardos tienen su propia vajilla para desayunar. Doroteo un juego de café de porcelana de Meisen, Tato desayuna en Sargadelos y Bergamota es poseedor de un juego para chocolate del Buen Retiro, una joya que Quintín cuida con esmero. Ahora, si empezamos preguntando que si tiene leche de soja y zumo de maracuyá, pues eso no es faltar pero casi, es ir con el dedillo tenso buscando un ojo para meterle hasta la tercera falange. Y luego las quejas, que si la tortilla de patata no tendrá cebolla, que si el jamón tendrá denominación de origen y oiga ¡a mí me gusta desayunar cereales con pasas y pipas de centeno! Pues oiga usted ahora caballero: ¡Eso que usted pide aquí no se sirve! Y desde ese momento puede pasar cualquier cosa. Y no pida té, que esto no es Rusia. También es verdad que dos veces al año Quintín salta la barra y sacude (sólo un poco) porque sí, automática y aleatoriamente, le toque a quien le toque. Eso ya es un poco desconcertante y hay que darle una vuelta al asunto y ver como se cuece.


Vamos al diálogo. Es transcripción del gran Bergamota que estaba en la mesa de al lado, desayunando con el periódico local, y pegó la oreja, sin poder evitarlo. No se dice en la transcripción quien hablaba, pero cualquiera se lo puede imaginar. Por cierto el periódico que leía Bergamota con el desayuno era La Voz de Nava, vicedecano de la prensa local, unos meses más joven que La Nava Moderna, decano señero y tronador, propiedad de Doroteo. 

 
- Mi zapato preferido es la chinela.
- ¿Oiga pero que declaración es esa? ¡Yo no le he preguntado nada!
- Puesta en pie femenino oiga, ¡que está usted pensando!
- No, yo nada, pero como están los tiempos como están…
- Dice el diccionario que chinela viene del italiano pianella… ¡Que quiere que le diga! Es el zapatito de casa que cuelga de los dedos regordetes del pequeño pie de la Olimpia de Manet.
- ¡Pero bueno! ¡Que se la van los ojos al cielo! Contrólese un poco.
- Uno tiene sus debilidades, sí señor. La chinela juega al escondite, es cerrada pero está suelta, tapa y esconde, pero permite asomarse. Todo lo que hace que el cuadro sea profundamente escandaloso es la presencia de la juguetona chinela, verdaderamente obscena. Es lógico que en su día provocara ese terrible revuelo. El público de entonces captó el asunto perfectamente, supo mirar el cuadro y tuvo ante la pintura una reacción. La pintura no se había convertido todavía en cromo.
- Desde luego tiene usted unas cosas… ¡Debilidades de una naturaleza morbosa! ¡Y las cuenta tan fresco!
- Por supuesto, en esta época de descarado y grosero exhibicionismo yo exhibo como el que más. Yo soy al fin y al cabo un hombre de mi tiempo. Verá usted, yo estoy escribiendo una tesis sobre el pie femenino y el siglo XIX, partiendo de la literatura de Pepe Queiroz…
- ¿El de los mostachos?
- Ese.

Por cierto, el Café de los Goliardos tiene una colección de loza y porcelana expuesta en bonitas vitrinas de marquetería de limoncillo que quita el hipo: China Ming, Sajonia, Meisen, Sevres, Cartuja, Pasajes, Buen Retiro, Talavera, Manises, auténtica Capodimonte napolitana, Wegdwood, royal Albert, en fin, para que les cuento. Pásense un día y lo ven, que merece la pena. Y se toman un café al gusto, que para eso está Quintín, para dar emoción a la vida.

lunes, 4 de noviembre de 2013

CONFERENCIAS Y AGRESIONES DE ALCIDES BERGAMOTA (UNA MAS)

Eufonía.

(Del lat. euphonĭa, y este del gr. εφωνα, armonía).

1. f. Sonoridad agradable que resulta de la acertada combinación de los elementos acústicos de las palabras

Nuevamente la maldad y el infortunio se iban a cebar en el gran Alcides Bergamota, maestro de políglotas. En efecto, de políglotas. Porque el amigo Bergamota hablaba de carrerilla diez o doce idiomas y se manejaba en algunos dialectos regionales. El dialecto de Milán, por ejemplo (Bravo el mè Baldissar! Bravo el mè nan/ L'eva peuè de vegnó a trovamm:/t'el seet mattascion porch che manemann/l'è on mes che no te vegnet a ciollamm...). Cediendo por una vez y con carácter excepcional a los ruegos del Casino de la Puebla de Goliardos, y abandonando por pocas horas su exilio provinciano, acudió para impartir una breve charla sobre el idioma Portugués. Esa maravilla que hablan nuestros vecinos. Remontándose al pasado se evocaron las circunstancias del nacimiento del vecino reino, la absurda separación, la breve reunificación en tiempos del gran Felipe (segundo de España y primero de Portugal), sellada en las Cortes de Tomar; el nuevo y definitivo desgarro, la reivindicación del movimiento pan-ibérico, apoyado en los argumentos del gran Oliveira Martins. ¿Cabe siquiera pensar que no evocara el gran Alcides el bilingüismo de los Montemayor y Camoens, que no evocara las gestas de Tructesindo Ramires durante la Reconquista, cuyo espectro acudió a combatir a las Navas de Tolosa, no pudiendo sufrir en la fría tumba que se librara la batalla sin él? ¿Y qué decir de la emoción suscitada entre el auditorio al llegar a Pepe Queiroz? Tuvo primero que precisar que bajo ese apelativo familiar se escondía José María Eça de Queiroz, tal vez el más grande de los novelistas europeos del siglo XIX, autor de ese libro único que es La correspondencia de Fadrique Mendes. ¡No faltaron tampoco a la cita Anthero de Quental, ni Almeida Garrett ni el gran Camilo! Y Pessoa claro, bajos sus variados heterónimos. Me dirán ustedes, y dónde están el infortunio y la maldad que no aparecen por ninguna parte. Pues bien, llegaron justo en el momento en el que el gran Alcides ilustraba a su auditorio sobre las bellezas del idioma y para hacerlo leía en voz alta frases representativas, bien de la delicadeza de la entonación, bien del melancólico parlar, bien del gutural y áspero gruñido de ciertas palabras de enfado. Cuando pronunció la primera frase que elegida para ilustrar las propiedades eufónicas del idioma en su vertiente popular y más chusca,  Bergamota llevaba ya dos horas de charla y estaba completamente perdido entre las nubes, delirando en portugués. Así que no se dio cuenta del ejemplo apuntado por Tato al preparar la charla, un tanto descuidadamente, convengamos en ello y, sin pensarlo dos veces, pronunció la frase: “Um preto com um bom nabo”. La eufonía era obvia, evidente maravillosa, emes por todas partes, vocales, repetición de la o, labios en forma de canuto para pronunciarla. Lo malo fue cuando doña Gertrudis un poco congestionada y de forma un tanto brusca interrumpió para preguntar:

-       Creo, me parece… ¡Desolada estoy de haberlo entendido todo! ¡Sólo necesito que me confirme que la palabra preto es negro para montar aquí la de San Quintín! ¿Pero que se ha creído? ¡Que yo he venido aquí con mi sobrina que no está en edad de oír los delirios de un maníaco!
-       Oiga señora, yo no le permito… La eufonía es evidente, estemos a lo que tenemos que estar, vea: Preto, con o al final, y nabo, con la o también…- no pudo terminar por los gritos de doña Gertrudis.
-       ¡A callar sátiro! ¡Mi sobrina!

Doroteo, que había acompañado esta vez al ilustre conferenciante y por tratarse de una charla sencilla para un auditorio femenino no iba armado, recogía a toda prisa, sin poder evitar que Bergamota replicara feroz, dando rienda suelta a su temida dialéctica.

-       ¡¡Semejante loro!! Ya está bien señora. Eufonía señora, eufonía en portugués, eso es lo que hemos venido a enseñar aquí, eso es lo que le hace falta a su sobrina, que por lo visto está un rato buena y a lo mejor de hortalizas sabe más que usted!!
-       ¡¡Aaaaagggg!!- doña Gertrudis se lanzó al ataque blandiendo las largas agujas de su labor de punto y flanqueada por dos amigas que gritaban enardecidas- ¡¡Dale Gertrudis que este va a pagar por todos!!

Como siempre la intervención de Doroteo, el flemático Doroteo, fue decisiva. Con toda serenidad empujó la mesa sobre las asaltantes en el momento en que trepaban a la tarima del orador, lo que dio tiempo a que pudieran subir al coche los dos y escapar del pueblo.

Nuevamente el oscurantismo había triunfado, dando muestras de su poder. Nuevamente se había dado importancia a lo accesorio, en este caso el contenido, cuando la frase elegida ilustraba únicamente una cuestión de forma y sonoridad, nuevamente la frivolidad y la maledicencia, atentos a las miserias de la vida y dispuestas a retorcerlo todo bajo su perverso prisma habían prevalecido, sin que el natural comedimiento del gran Bergamota hubiera podido hace nada. De todas formas, al llegar a casa hablarían con Tato.

domingo, 4 de marzo de 2012

La ilustre casa de Ramires

“Los tres amigos volvieron a emprender el camino de Villa-Clara. En el cielo blanco, una estrella lucía sobre Santamaría de Craquéde. El Padre Sueiro, con su quitasol bajo el brazo, recogiese a la Torre, lentamente, en el silencio y en la dulzura de la tarde, rezando las Avemarías y pidiendo la paz de Dios para Gonzalo, para todos los hombres, para los campos y casales adormecidos y para la tierra hermosa de Portugal, tan llena de gracia adorable, que bendita sea siempre entre todas las tierras.”

José María Eça de Queiroz, La Ilustre Casa de Ramires.
Edición de la Librería Nacional y Extranjera de Francisco Beltrán,
Calle del Príncipe, 16, Madrid, 1911


martes, 28 de febrero de 2012

A CIDADE E AS SERRAS


“E agora, entre roseiras que rebentam, e vinhas que se vindimam, já cinco annos passaram sobre Tormes e a Serra. O meu Principe já não é o ultimo Jacintho, Jacintho ponto final―por que n'aquelle solar que decahira, correm agora, com soberba vida, uma gorda e vermelha Theresinha, minha afilhada, e um Jacinthinho, senhor muito da minha amisade.”


EÇA DE QUEIROZ

A CIDADE E AS SERRAS

PORTO
LIVRARIA CHARDRON
De Lello & Irmão, editores
1901
Todos os direitos reservados