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martes, 16 de febrero de 2021

De los cuadernos de A. Bergamota ELgrande. Un apunte de febrero. Cortesía de Calvino de Liposthey.

Termino ayer el pequeño libro de relatos de Lampedusa, el autor del Gatopardo, que compré hace unos días. No sabe uno con que quedarse: si con lo que son relatos en si, por ejemplo, el extraordinario titulado La sirena, o con los recuerdos de infancia que abren el pequeño volumen, dónde aparecen personajes, lugares, recuerdos y sensaciones que luego desarrollará en la famosa novela. Un pequeño libro verdaderamente notable. Tal vez los recuerdos, que nos llevan en amoroso paseo por aquellas casas sicilianas, por salones y jardines, son en su evocadora sencillez de un mundo desaparecido (el eterno tema, es cierto) verdaderamente conmovedores. Lampedusa escribe, por ejemplo, con toda naturalidad y sencillez: “La preferida era Santa Margherita, en la que pasábamos largos meses, incluso en invierno. Era una de las casas de campo más bellas que jamás he visto. (…) Situada en el centro del pueblo, precisamente frente a la sombreada plaza, se extendía en una superficie inmensa y contaba, entre grandes y pequeñas, con trescientas habitaciones. Daba la impresión de ser una especia de conjunto cerrado y autosuficiente, una especie de Vaticano, digamos, que abarcaba salones de recepción, salas de estar, aposentos para treinta huéspedes, cuartos para la servidumbre, tres patios inmensos, cabellerizas y locales para guardar los coches, teatro e iglesia privados, un enorme y bellísimo jardín y un gran huerto.” Nada más y nada menos.