Si utilizando los exónimos apropiados hablamos de Angora, Trebisonda o
Esmirna nuestra referencia a Turquía resultará mucho más evocadora, sugerente,
legendaria y hasta mágica. Mucho más que si describimos el centro financiero de
Estambul, con sus torres, su ruido y sus centros comerciales. El viejo imperio
otomano, moribundo al llegar el siglo XX y derrotado en la Gran Guerra dio
paso, en 1923 y en virtud del tratado de Lausana, a la actual Turquía. Fue
providencial Mustapha Kemal, el Atatürk, que evitó su reparto entre los
voraces vencedores del conflicto. El inmenso país, la antiquísima región, siguen
en el ojo del huracán, como si la geopolítica no hubiera variado apenas desde
los tiempos del codicioso Craso, de Constantino el Grande, de los Basileos bizantinos
que durante siglos contuvieron al Turco venido de las estepas asiáticas,
amenazado a su vez por los Kanes mongoles, y hasta la caída de Constantinopla.
Como si de un balancín se tratara, entre oriente y occidente. ¿Hacia dónde se
inclina hoy Turquía? Con sus ochenta millones de habitantes y un idioma hablado
por casi doscientos millones, Turquía tiene frontera con Bulgaria y Grecia,
claro. Pero también con Georgia, patria de Stalin, Armenia, Irán, Azerbaiyán,
Siria e Irak. Se trata por tanto del cruce entre Europa y Asia, entre Rusia y
Oriente Medio, una región que los turcos gobernaron durante años. Tracia, más
tarde la Rumelia búlgara, mítico topónimo evocador de inexistentes reyes
vestidos a la manera húsar, de monóculos y prisioneros de Zenda, es la parte
europea de Turquía, compartida con Bulgaria y Grecia y durante años tambien objeto
de disputa entre el Reino de los Búlgaros y el Imperio de los Califas Osmanlíes.
Cuando en 1453 la Reina de las Ciudades cayó en poder del ejército de Mehmet
II, pareció que un puño se había cerrado sobre la salida de Europa al exterior.
Casi cuarenta años después, con la boca del saco todavía cerrada por el dogal
turco, los Reyes Católicos lo abrirían descosiendo el otro extremo con la toma
de Granada y el descubrimiento de América. La ruta comercial hacia oriente
tenía ahora una alternativa. Y Lepanto.
Para El Heraldo de Nava,
Genaro García Mingo Emperador, corresponsal de butaca.