viernes, 18 de diciembre de 2020

HAENDAEL

Parece que Haendel era gordo y muy tragón. Encarga un menú en un restaurante mencionando una sola bebida. Después de tomar nota el encargado le pregunta, ¿y sus dos acompañantes que beberán?, sin duda asumiendo que lo encargado era para dar de comer a tres personas. Haendel muy enfado contesta, mis dos acompañantes soy yo idiota.

jueves, 3 de diciembre de 2020

Y de repente se ve usted convertido en hombre con un perrito. Pasicorto y alelado, tiene usted el ceño fruncido, el morro saliente, los papos colgantes. Lo peor de todo es que el perro es perrito y lo lleva usted sujeto con una de esas horribles correas extensibles. Una caja con asa, dentro de la que se enrollan varios metros de correa plástica que se suelta o recoge con una pestaña negra. Para empeorar las cosas el artefacto es de color azul, o rojo, o rosa. Y el perrito es un poco lanudo, de trotecillo respingón, de color indefinido y voz chillona, ladrillo seco, entrecortado, como de vieja gruñona. Ningún eco de nobles realas.

- Oiga, eso es una pesadilla horrible.

- Ya lo creo, menudo soponcio.

domingo, 29 de noviembre de 2020

Un apunte del mes de noviembre (de los cuadernos de A. Bergamota).

El más espléndido otoño: El aire es fresco, el sol brilla con delicadeza, hay un manto de hojas doradas y naranjas también, ya enteramente desplegado, que cubre toda la acera. Un moro compra té, cincuenta gramos de una variedad, cincuenta gramos de otra, y así hasta que se marcha con varios paquetitos. Mientras tanto, un niño pequeño, rodeado de señoras, es educado, por decir algo, en el “truco o trato”, que es algo en la España de hoy, ya propio de estas fechas. Gorriones sobre una tapia, dos urracas cruzan la calle soleada y desierta en tres o cuatro de esos brincos eléctricos que a uno le gustaría poder dar, imitándolas, para pasmo del personal.

sábado, 14 de noviembre de 2020

De los diarios de Alcides Bergamota el Grande.

Al indio de la India le gustan los colores extremos, por ejemplo, la camisa de un morado oscuro, de buganvilia encendida, surcada de rayas negras, las gafas cuadradas, de buena pasta y patillas azules, el grueso reloj, el acento de Gunga Dhín al hablar inglés.


Cuando el cepogordista se cruza por la calle con dos moros que hablan a gritos como si estuvieran solos, en el extraño idioma gutural y cavernoso que es el suyo, le corre por el cuerpo una cierta desazón y casi involuntariamente invoca silencioso las Navas de Tolosa y se refugia en el recuerdo de don Alfonso VIII diciendo al arzobispo Jiménez de Rada “Arzobispo, voy y yo aquí muramos”. De repente se da cuenta de que ninguno de los dos está ya en este mundo, ni Pedro de Aragón, ni Sancho de Navarra, ni el señor de Vizcaya y que los pueblos y villas castellanos que mandaron a sus milicias a combatir al moro son hoy lugares de gente mayor y poco vigor.

Se rechaza una novela. Nota sobre un sucedido, cortesía de Calvino de Liposthey, biógrafo.

¡Soy Genaro García Mingo, candidato del Partido Regular! Estoy aquí rodeado y me quieren hacer cosas feas y luego cosas malas, y me han tirado un huevo. Mira Alcides, esto no es verosímil, si lo publicamos se nos queda todo en las librerías, si es que conseguimos colocarlo en la mesa de novedades. La escena del asedio y el tío diciendo que el desfile de la fiesta nacional le parece un coñazo, nadie se lo cree. Y la escena del sindicalista forrándose de marisco y percebes en Bruselas, eructando mientras reniega del capital y brinda con litros de cerveza contra la clase empresarial, todo pagado por los impuestos del contribuyente… ¡Pero hombre! Como sátira, como farsa reconozco que tiene su fuerza, pero no encaja en la ficción política. Y la coca, las putas, los chaletes, los lujos de medio pelo, ¡todo pagado con los presupuestos para la lucha contra el paro! La verdad es que eres un cínico. Te pasas tres pueblos. Y el sátrapa del sur, nuevo Abderramán de la corrupción democrática metiendo las manos en un caldero lleno de billetes de quinientos y toda esa gente corriendo por todos lados cargando con bolsas de basura llenas hasta arriba de pasta gansa. ¡Pero hombre, deja ya la bebida! ¿Qué tomas antes de irte a dormir?

jueves, 5 de noviembre de 2020

Inclinaciones, por Calvino de Liposthey, cronista.

-    Que el mundo sigue siendo hermoso, como obra de Dios que es, que se puede respirar aire puro y quedar uno absorto o deslumbrado, según cada cual, ante este otoño espléndido, no hay duda. Pero tampoco parece haberla sobre el hecho de que nuestro mundo -no el mundo como tal sino el nuestro, ¿entiendo usted? - parece colocado desde hace tiempo sobre un plano inclinado. Y puesto sobre ese plano inclinado, se va deslizando hacia un abismo en el que desaparecerá. La inclinación del plano parecía leve y de alguna manera fácil de corregir. Pero hoy, por el contrario, la inclinación parece cada vez mayor y la velocidad del deslizamiento aumenta por momentos. El edificio se va desmoronando.

-      Oiga, no se ponga siniestro.

- Me pongo como me parece. Pues sólo faltaba. ¡Vamos hombre!

- Y yo me cisco en usted, en los profundos, en los analíticos y en los literatos.

- Es usted incorregible, su zafiedad no tiene límites.

-  Pues va a pagar usted la cuenta, además.

La conversación anterior pudo oírse no hace mucho en el Café Libertad de Nava de Goliardos. Se tomó la molestia de transcribirla Calvino de Liposthey, fiel a su labor de cronista, amanuense, testigo, memorialista y también, porque no decirlo, fiel a su condición de viejo cotilla. Estaba sentado bastante cerca de los que esas cosas se decían sorbiendo un dedal de anís y, como el mismo dice, se le fue la oreja por los planos inclinados...

viernes, 23 de octubre de 2020

Una novela del oeste.

Hoy he encargado una novela del oeste. Es una novela de aventuras, de espacios abiertos, de grandes bosques, de vida al aire libre, de galopadas por las praderas y viajes en canoa por ríos caudalosos, de las que publica la editorial Valdemar en su colección Frontera. Creo que ha sido un acto casi reflejo, como para compensar la sensación que tenemos hoy en España de estar viviendo en una habitación mal ventilada, en un ambiente asfixiante, dónde apenas si nos dejan respirar a los que no comulgamos con el dogma progresista, con la ultra izquierda, con los radicales del género, abortistas y eugenistas, con terroristas y nacionalistas, con la ñoñez blandengue de los tibios, con los ataques a la familia, al derecho a educar a los propios hijos, a hablar español, a la propiedad privada, a la unidad de España, a la libertad, y a ese mundo en el que, mal que bien, todavía quedan restos de lo que un día fue la Cristiandad.

miércoles, 14 de octubre de 2020

PARENTELA

Tendremos que hablar un día de Ogún y Changó Bergamota, primos lejanos, hijos de la tía Fidela Gómez Seisdedos, una equivocación en la vida de Felix María Bergamota Dulce, distinguido primo decadente, que de Samaniego el fabulista sólo leía la otra cara de la moneda. Ella, dada al espiritismo, eligió los nombres de los niños, vaya gracia.

jueves, 17 de septiembre de 2020

BRUTALIDAD. Un extracto de los llamados Cuadernos Negros, de A. Bergamota. Cortesía de Calvino de Liposthey, biógrafo.

 

Al parecer el fundador de la gran tienda era un nazi camuflado de mercader para seguir conspirando. Tal vez su tienda sea una tapadera para lograr la expansión de enfermedades o la proliferación de invertidos. Recuerden el escándalo de la carne de caballo. Es posible que estemos ante un Untador del siglo XXI. Los untadores untaban la peste con pinceles sobre superficies en las que luego se apoyaba la gente que quedaba contagiada. Eran perseguidos por esa razón, apedreados, linchados o quemados. De ahí que resultara peligroso, en las épocas de las grandes pestes, realizar cualquier gesto que pudiera confundirse con el acto de untar. Por ejemplo, sacar un pañuelo para limpiar cuidadosamente el banco antes de sentarse. A lo mejor en aquel lugar abarrotado regalaban algo o era gente llevando a suegras, abuelos y parientes mayores para intentar liquidarlos por la vía del contagio y hacere con pisos, herencias, bibelots y demás. Con la eutanasia que pronto será legal en este paraíso progresista ya no será necesario meterles en unos grandes almacenes atestados. Un empujón por las escaleras será suficiente.



lunes, 14 de septiembre de 2020

Aproximación.

No es un secreto para nadie que Tato y Doroteo eran amigos de la crítica social y de cierto cuchicheo contenido, limitado a ciertos extremos que se justificaban por la necesidad de conocer el mundo en que vivimos. Sólo la benéfica influencia del gran polígrafo lograba moderar esa inclinación, consiguiendo que emplearan sus fuerzas y notoria capacidad en actividades de mayor fuste, para las que por otra parte sentían natural inclinación, como la especulación intelectual o el arte cisoria, el paseo por las soledades que rodean Nava, las largas horas de solitaria lectura o el apaleamiento de enemigos políticos.






viernes, 4 de septiembre de 2020

TERAPIA.

Hemos leído a la frívola, elegante y decadente Nancy Mitford a la que nos gusta nombrar usando la extinguida “che”: Nanchy Michtford. Al hacerlo, Nanchy Michtford engorda de repente cien kilos. Justino Polardi Mar del Plata les quiere. Esteeee. Miren, miren las patorras simpáticas de esta tipa entre balancín y peonza y no menos amable, que oscila en frenético vaivén al patearse la calle. A no ser por el firme contrapeso de su inmensa pompa trompicaría de súbito, rompiéndose los morros a cada paso. Justino Polardi ha quedado agotado. Tiene los pies minúsculos. Visión de porcelanas, infinitos juegos de incalculable valor repartidos por todos lados, sobre las mesas, los sillones, sobre las mesas, el borde de las ventanas, las camas: Tobe-yaki Meissen, Sajonia, Noritake, Quing, Alcora, Buen Retiro, Sargadelos, Sèvres, Limoges, Chelsea, Vincennes, Capodimonte… Deslumbrado, Bergamota oye a la condesa decir “¡¡uhh cuanto polvo, cuanto hay que fregar!!” y de repente la visión tiembla, tazas y platos se quiebran violentamente, saltando por los aires y toda la imagen se resquebraja reducida a polvo que a su vez se esfuma. La condesa es pateada. Corre por la casa ladrando mientras Bergamota dispara la posta. Polardi aconseja terapia con voz lejana y de ultratumba. Debés dejar la bebida y la lechuga, sobre todo la lechuga que es alucinógena, dejá el fumeque de una vez, ¿oís?

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Apuntes del poligó. Cortesía de Calvino de Liposthey, biógrafo.

[Corresponde a la época de hierro del gran polígrafo]

Juanqui, que el día de San Juan nos invitó a desayunar a T. y a mí, hoy repite la operación conmigo. Le pido que me cobre. Está sentado leyendo el periódico, y creo que por no levantarse me invita.

Insisto, pero me comenta que está solo y que otro día. Le doy efusivamente las gracias. Con el canto de la mano recoge las migas de una mesa que tira al suelo y luego se sacude la mano que ha servido de trapo, con la otra. La cuchara del café está mojada, asumo que porque no se ha secado bien después de lavarla. El agua humedece el sobre de azúcar. Decido prescindir tanto de la cuchara como del azúcar. En la barra un tío en pantalones cortos desayuna vaso de vino tinto y tapa de higadillos.

martes, 4 de agosto de 2020

La oportunidad.


-    Comprendo perfectamente todas las razones de supervivencia que usted alega y todo lo relacionado con su numerosa familia y su infinita prole, sin embargo, me complace enormemente poder confirmarle que está usted profundamente despedido.

-      ¿Profundamente despedido? ¿Pero qué dice?

-            ¡Lo que oye!

- ¿Pero cómo puedo estar profundamente despedido?

-            Porque lo digo yo.

-            Miserable.

-  No siga cavando, que se cierra puertas. Además, ya sabe cuál es el mantra de la nueva gestión: Este despido que le deja en la calle, más pobre que una rata, es para usted, una oportunidad. Que la disfrute.

-            Se va a enterar, pedazo de …

-            ¡Seguridad, seguridad!




lunes, 3 de agosto de 2020

El discurso del Rey y don Pariolo.

Cuando se estrenó la película inglesa El discurso del Rey, fueron muchos los cursis que mirando desde lo más alto con condescendencia a los demás,  explicaron que el titulo original en inglés, The speach of the King, bien podría haberse traducido por el habla del Rey y que en la traducción española se perdía el sutil juego de palabras discretamente alusivo a la tartamudez del monarca británico. Don Pariolo de España fue uno de los que –una vez enterado de la explicación leída en un periódico- se puso a mirar enseguida por encima del hombro a los demás, convencido de que su inglés era inmejorable y de que había sido él, en el fondo, uno de los que había contribuido a ilustrar a sus mentecatos compatriotas. Y es que en España hoy sabemos mucho inglés. Don Pariolo de España fue noventayochista finisecular tras haber leído poco y mal, entendiendo menos, un algo de Baroja, el Idearium de Ganivet, otro poco de Azorín, un pellizco de Unamuno. De ahí pasó naturalmente a la cosa progre pop y un tanto melenuda, con la escoba de barrer y nuevos ánimos de renovación. A todas horas repetía, henchido y pomposo, engallado y ufano, la expresión en este país, aplicada a troche y moche, a todas las cosas. A fuerza de usar la muletilla adornada con todos los complementos posibles (en este país no se piensa, no hay cultura, no cabe un tonto más, es imposible, etc.), completo desconocedor de que su manía había sido ya explicada y ridiculizada por Larra hace cien años, las facultades mentales de don Pariolo de España, sin llegar a perderse, fueron quedando anquilosadas, tiesas para todo lo que fuera la reflexión histórica, política, social, análisis de la actualidad, puesto que todo se debía al fatal determinismo recogido en el veredicto inapelable en que consistían esas pocas palabras: en este país.


martes, 21 de julio de 2020

Libros.



De una novela de Nabokov: “(…) era de esas personas para las que un buen libro antes de dormir es algo que uno espera durante todo el día con deleite. Esas personas, al recordar en medio de las rutinas de costumbre que en su mesilla de noche les espera un libro perfectamente a salvo, sienten una oleada de felicidad difícil de expresar.






viernes, 10 de julio de 2020

De los diarios de A. Bergamota Elgrande. Cortesía de Calvino de Liposthey, editor.

Contexto: Se trata de un apunte primaveral, corresponde a la llamada época de hierro, cuando el gran polígrafo trabajaba por cuenta ajena, lejos de Nava.
C. de Liposthey. 

Vimos ayer, posado sobre la barra de un antro del poligó, a un tío grueso, gruesísimo, de nariz chata y gruesa, todo el con un aire como de simio, a punto de gruñido. Se zampaba un plato gigantesco de callos con morcilla a fuerza de pan, pescando en la cazuela con una lengua enorme y gruesa con la textura hedionda del más oscuro y gastado estropajo. Y esta mañana, la prostituta de la rotonda, celebraba provocativa el buen tiempo primaveral, instalada sobre una sofá verde, colocado sobre la acera, tacones de aguja afiladísimos, larguísimas piernas cruzadas y desnudas, o desnudas y cruzadas, gafas de sol, sonrisa blanqueada. Toda una estrella de Hollywood.

Esto me comenta un compañero de trabajo: Un buen lector tiene que leer de todo. Yo empecé a leer las esquelas. Para saber a qué edad moría la gente, coño que viejo es este, oye que joven, o la familia te quiere, o duodécimo aniversario. Y luego me leía los prospectos de las medicinas y las instrucciones de la lavadora, del lavaplatos, de la minicadena, y manuales de instrucciones de muebles de Ikea. 

viernes, 3 de julio de 2020

Recuerdo de una tarde toros. II. Mayo en Madrid.


El sábado compré en una pastelería de la calle de Alcalá unas rosquillas del Santo, la mitad lista y la mitad tontas. Al comprar las tontas me acordé de unos cuantos, al comprar las listas me quedé en blanco. La dependienta estaba enfadada la tía retaca, porque era tarde y no quería ya vender. Seguro que no es la propietaria. Echó bufidos y fue antipática, estuve a punto de regalarle una de las rosquillas, ¿adivinen cuál?

Todavía pasear desde la plaza de Toros por la calle de Alcalá arriba es un espectáculo, queda todavía un mundo con algún rasgo castizo y original, en las pintas, las tiendas, la ropa, el aire, la forma de andar, las cervecerías llenas, las enormes raciones de patatas fritas, por muy igualado que esté hoy todo.
A. Bergamota, para la Voz de Nava. 




Recuerdo de una tarde de toros.


A la salida de los toros, un grupo de aficionados nobles, encastados pero también con algo de genio, declaran su enfado por lo visto, el estado del público, de la plaza, de España. Teniendo parte de razón o mucha, en cuanto a público y plaza, quizá lo visto en el ruedo no nos desagrada tanto como a ellos. Hablando de que al poco tiempo de adquirido lo de Juan Pedro Domecq se les va de las manos a los nuevos ganaderos, lo explican diciendo que es que ahí dentro, en ese ganado, están metidas todas las castas y que sin la receta original –que sólo tiene el vendedor que transmite las reses pero no libros genealógicos, historia, etc.- enseguida se modifica la mezcla y sale por dónde menos se espera. Hacen toda clase de bromas sobre el símil de la cocina, la receta, el coctel, etc. Un momento extraordinario que aquí queda recordado.
A. Bergamota, para la Voz de Nava. 

jueves, 2 de julio de 2020

LA POÉTICA DE SINFOROSO GARCÍA POTE. XVI. Paisaje en verano.


Sinforoso García Pote, el más grande poeta vivo sin obra conocida. No hace falta recordarlo. Procure pronunciar sus apellidos con el acento de un inglés que viviendo desde hace años en España habla bien nuestro idioma, pero con su acento. También podría titularse Nubes en el estío, pero no hay que pasarse tampoco. Eso, no sea redicho. 

Paisaje I.

Paisaje II.

Paisaje III. 

Paisaje IV.

Del otro lado del muro, el paisaje permanece inalterable, desde hace años, no sabemos cuántos. Del lado de acá, el mundo que lo habitó se va deshaciendo como un tabón con el aire.  





jueves, 25 de junio de 2020

Borrador para un pastiche homenaje. De los archivos de A. Bergamota.


- Costa, no fumes.
- Pero mujer, que cosas dices, ya sabes que me debo a la ciencia.

Constantin Arcadievich Panzarov deposita un beso cariñoso sobre la sonrosada mejilla de su hermosa mujercita, botecito perfumado, pimpollito reventón, rechoncho y hermoso blinis, y la envuelve en un cálido abrazo en el que parece que ella desaparece por un momento, agitando los piececillos por un momento en el aire. Se le cae una chinela que se calza veloz cuando Costa la deposita de nuevo suavemente en el suelo. Natacha Vasileva le mira con arrobo mientras Constantin se dirige hacia su despacho, su guarida, su retiro científico. El calor de la noche es sofocante, feroz.
Abre la caja de habanos y elige uno. Todos son grandes.
Se dirige a la magna obra Historia de la Santa Madre Rusia desde la fundación hasta la edad contemporánea. Sin titubear retira el tomo quince, que sale ligero de la estantería. Está hueco. Contiene una magnífica botella de brandy. Vaya, está más que mediada, con este calor se evapora el alcohol, que calamidad.
Sentado en la butaca el cuello duro le aprieta y siente que cuece como un huevo en agua hirviendo.

En realidad el cigarro se lo estaba fumando a él, pues Costa se sentía desfallecer a cada nueva calada. Eran regalo de Tereso Infante Mogroviejo, primer secretario de embajada, con cara de lobo.
***


miércoles, 24 de junio de 2020

NOVIA POTOCA

Un español de sorprendentes giros: “Novia potoca desgarró a Farfán a punto de perreo”. Es decir, novia baja y entrada en carnes o rechoncha, desgarró (se refiere a una lesión muscular en un muslo) a Farfán (nombre del futbolista) a punto de perrero (eso ya no lo hemos averiguado, puede ser lo que cada uno interprete). Esto apareció en un periódico chileno. El diccionario de la Real Academia recoge el término potoco, como de uso en Chile y lo deja en rechoncho, nada más. Lo demás es imaginación. 

Para el Heraldo de Nava, Abdón Felices Dupuis, corresponsal en Santiago de Chile. 


lunes, 15 de junio de 2020

Quemado por el sol. II.


Nuestro comentario sobre la película Quemado por el sol no era más que eso. No llegamos a hacer ni siquiera una crítica como tal, pues sólo evocamos un aspecto de todo aquello sobre lo que la película se sustenta. No aludimos a la historia rusa ni al personaje principal, coronel del ejército rojo, héroe de la revolución. Tal vez pudimos transmitir involuntariamente un juicio sobre todo aquél periodo y esto ha dado lugar a las críticas recibidas. Desde luego nada había en nuestro texto, pensábamos, que pudiera dar lugar a ello. No quisimos, al evocar las tardes de verano de esa familia, idealizar el mundo al que pertenecieron todos ellos, ni su sociedad, ni su época. No se trataba de eso, sino de hablar de esa familia en concreto, de ese verano, resumen de tantos otros, nada más.

Si quisiéramos tirar por la vía de la Historia, con mayúsculas, habría que detenerse en un cierto diálogo. El que alrededor de la mesa mantienen en un determinado momento Kotov, el héroe soviético y su familia política. Cuando ellos evocan con nostalgia el pasado, la sociedad a la que pertenecieron, músicos, críticos, representaciones musicales, él les reprocha sin amargura no haber sabido defender todo aquello. Les reprocha de alguna manera su inutilidad de gente acomodada frente al vigor de la nueva Rusia que él representa. Lo hace con naturalidad y sin amargura, como quien constata simplemente un hecho. En una escena anterior, durante el paseo en barca con su hija pequeña –la niña es un personaje clave y extraordinario de toda la historia- Kotov evocará sin aspavientos ni lamentos su propia infancia sin zapatos, y comprenderemos que pertenece a esa Rusia campesina, a esa mayoría de la población rusa cuya vida era de una dureza que nos cuesta imaginar. ¿Fue el comunismo la solución? Probablemente, mejor dicho, seguramente no. Pero no es extraño que se dejaran tentar o  que pudieran caer en sus redes. Y no es extraño que tuviera poco éxito, poco agarre entre la población, el gobierno provisional de carácter liberal. Ni tampoco que pudieran maniobrar los bolcheviques a sus anchas en un país con unas condiciones de vida cuya dureza fue multiplicada por la ruina que trajo la guerra, actuando sobre una caldo de cultivo generado por la incapacidad y la ceguera del régimen tradicional –la autocracia zarista- para reformar la sociedad rusa y mejorar las condiciones de vida de la mayoría de sus habitantes.

Se nos ocurre, al hilo de esto, que los sucesos que ocurren en lugares tan importantes, por su tamaño –Rusia-, o su situación en el mundo –los Estados Unidos-, aunque se deban a cuestiones en grandísima medida puramente locales, pueden acabar arrastrando al resto de naciones, a muchas de ellas al menos. Así, el comunismo ruso –que hubiera podido evitarse pero que pudo prender por el terrible contexto social del país- y la corrección política –nacida en una sociedad como la norteamericana, protestante y puritana, para lavar complejos de culpa locales a los que somos del todo ajenos- han contagiado y arrastrado a millones de personas con las consecuencias dantescas que ya conocemos, en el primer caso, y que vamos viendo e intuimos funestas, en el segundo.
Para la Voz de Nava, 
Genaro García Mingo Emperador.


viernes, 12 de junio de 2020

Quemado por el sol, de Nikita Mijálkov. 1994.


¿Es necesario haber leído a Chejov para apreciar la película? Es probable que sí. Se trata de una película larga, que a algunos podrá parece lenta. Pero si la mirada sabe recrearse en la belleza de las imágenes y en la alegría un poco estrafalaria de esa familia que en 1936 sigue siendo del siglo XIX, como salida de alguna de las narraciones de Chejov, entonces la película no se hará larga y cobrará densidad. Y también se hará un poco angustiosa, por el contraste entre las abuelas -con sus collares y su té-, seres anteriores a la Revolución, y el acecho de la policía secreta, de los comisarios políticos, de los matones que esperan en el coche negro para llevarse al detenido. En apariencia, todavía sobrevive un mundo en ese rincón de campo, en esa dacha dónde distintas generaciones de la misma familia pasan el verano. 
Abuelos, nietos, una bisnieta, tíos, sobrinos, vestidos de blanco, rodeados de libros, de música. Sigue habiendo servicio, una doncella que es como de la familia, y servicios de porcelana, manteles de hilo, una sombrilla y fotografías familiares sobre las paredes. Cuanto se recrea la cámara sobre esas fotografías, pasando por ellas con una lentitud emocionante. Representan un pasado que sin interrupción se ha ido sucediendo y renovando, una línea familiar, un mundo coherente. Queda lugar en la pared para nuevas fotografías, pero el espectador presiente que no se colgarán, porque no serán tomadas. Y estos personajes pasean y van a bañarse al río. 

Es el verano de un mundo muerto, al que sólo se ha dado una tregua y al que no defenderán ni los bosques en que parece refugiado, ni los trigales sin fin que rodean a esos bosques dónde se esconde la bonita y acogedora casa de campo.


Y por eso la película se recrea en esa vida, en rendirle un homenaje, con todo el detalle y la parsimonia que se merece. Y con la melancolía lógica de pasear la mirada por lo que ya no existe –el cineasta-; y de pasar a formar parte de la vida y del verano de unos personajes que sin duda se verá quebrada sin remedio por el implacable asalto de los sicarios de la revolución –el espectador que lo va presintiendo-. 
En eso se acierta también a la manera de Chejov, que recrea un mundo y lo quiebra. La gaviota, Tío Vania, El jardín de los cerezos. Ya saben, no pasa nada, y de repente un pistoletazo. Y sí, hay un pesimismo, en medio de rasgos de humor, y sí, la familia está arruinada y se venderá la finca; es cierta la impotencia de los personajes que nos desespera… Pero en las obras de Chejov el mundo no parece morir, no del todo. Puede tal vez continuar en otro lado, saliendo sin más del huerto, de la obra, asomándose al lado. La revolución triunfante es otra cosa. No sólo se talarán los cerezos, sino que se sembrará el jardín de sal.
Para el Heraldo de Nava, 
Genaro García Mingo Emperador. 

jueves, 28 de mayo de 2020

La escalera de caracol, de Robert Siodmak.

Es una película de 1945, protagonizada entre otros por Dorothy McGuire y Ethel Barrymore que son las que verdaderamente llenan la pantalla. 
No le falta nada a la película, pero lo más extraordinario, una vez colocados en el cine de categoría superior, es la factura, el manejo de la cámara, el oficio, la recreación de una atmósfera lúgubre y desasosegante en la que se esconde el mal. 
Un mal representado casi hasta el final únicamente por los primeros planos terroríficos sobre uno de los ojos del asesino. Y las sombras, la noche y los truenos.
El que haya visto algo de cine reconocerá enseguida la influencia del expresionismo alemán: Murnau o Lang, por ejemplo, que con tanta maestría retomaría Ford en su película El delator.

Llama la atención, por ejemplo, la recreación de los crímenes únicamente mediante el retorcimiento de las manos de las víctimas, destacando en la sombra, blancas, largas, prolongadas por finas y largas uñas, mimando los estertores de la muerte. No hará falta más para que el espectador se estremezca.
Tenemos además, el juego con las escaleras: subir la principal es ir hacia la seguridad del cuarto de la dueña de la casa, la extraordinaria Ethel Barrymore. Bajar por la de servicio en forma de caracol, hacia los siniestros sótanos, es ir al encuentro del mal que acecha dispuesto a matar. Y la noche de tormenta, con lluvia, truenos y relámpagos; el juego de los espejos, y las sombras, claroscuros y omnipresentes sombras entre las que se esconde el asesino, entre los árboles de retorcidas ramas del siniestro jardín o al pie de la escalera de caracol. En las sombras al pie de la escalera de caracol no sobresale más que un zapato que se retira con horrible sigilo. Cine con mayúsculas. Un solo episodio. No le hacen falta a Siodmak decenas de capítulos para contar esta extraordinaria historia. 
Para el Heraldo de Nava, 
Genaro García Mingo Emperador. 

jueves, 21 de mayo de 2020

Jersey de pico (absténganse los profundos).


Doroteo consideraba que no se puede pasar el invierno sin calcetines de lana de oveja merina. Le decía Alcides que esas son consideraciones frívolas cuando hay tanta necesidad. Tato le recordaba que las merinas se las comieron los franceses cuando la guerra de independencia. Los franceses y los demás. Doroteo contestaba que nones, que su rebisabuela Nicanora escondió un rebaño, si, un rebaño entero, en las cuevas de la Cazadora. Un rebaño que ahora habría que sacrificar, si resultaba que los calcetines de lana merina eran una frivolidad. Se defendía bien Doroteo, palo aquí, palo allá.


Consideraba Doroteo muy adecuado combinar chaqueta y corbata con jersey de los llamados de pico. Le contestaba el gran Bergamota, con ánimo provocador, que sin duda, si uno quería pasar por abanderado de la máxima carcumbre, por fósil victoriano. ¿Y por qué no una levita?



Cuando se despedían, Bergamota pidió en portería que le trajeran su güito de negro fieltro y su capa española, con forro de terciopelo verde agua. Hacía frío todavía en Nava de Goliardos, pese a que el verano estaba a las puertas.

sábado, 16 de mayo de 2020

El jardín de lo cerezos.

Ilustración de G. Torices.
Colección particular.

Hemos visto esta tarde, atrevámonos a decirlo, un gran clásico, que nos remite a un cine con mayúsculas, el de que aquellos grandes directores y actores como Errol Flynn, Gary Cooper, John Wayne, Charles Boyer, Charles Laughton, Robert Mirchum, James Stewart, Joseph Cotten, Alec Guiness, George Sanders, Ava Gardner, Anne Baxter, Olivia de Haviland, Joanne Fontaine, Bette Davis, Lauren Bacall, y un larguísimo etcétera que incluye por supuesto a Neville y Conchita Montes, a Saura o Erice, a Jean-Pierre Melville, a un cierto Tavernier, a Jean Gabin, Jean Rochefort, Philippe Noiret, a Totó, Vittorio de Sica, Gassman, Monicelli, Rossellini y de nuevo un larguísimo etcétera. Una época del cine que probablemente ya no volverá. A su lado, las series, tan en boga hoy, con sus infinitas temporadas, son un triste sucedáneo, representan una cierta miseria moral y estética, un símbolo de la regresión colectiva en la que, en tantísimos aspectos, nuestra sociedad está inmersa. Se ha hecho costumbre vivir en la mediocridad, tragando lo primero que nos sirvan. Se supone natural vivir instalados en un escalón más bajo que el anterior y, al poco tiempo, tras un nuevo retroceso y el descenso de un par de peldaños más, nos acostumbramos de nuevo, sin sentirlo apenas, a la nueva recaída. Sin memoria apenas de lo anterior. Como si vivir inmersos en un fango que poco a poco nos va tragando fuera lo natural. Digo fango y no arenas movedizas. Porque el que se ve atrapado repentinamente en unas arenas movedizas, muere al debatirse por intentar salir de ellas. Cada movimiento de resistencia le hunde un poco más. Pero al menos se resiste, muere peleando. Mientras que hoy, el fango nos traga ante el contento y la pasividad general. Y no me refiero a la política, que no es más que lo más aparente de algo mucho más profundo. Como si la casa entera estuviera derrumbándose ante la indiferencia general. Si fuéramos conscientes de lo que sucede, al menos trataríamos de refugiarnos en el último salón, para tomar un último café con el mejor juego de porcelana y la mejor cubertería, mientras la maleza termina de invadir, en un avance silencioso e inexorable, el resto de la casa convertida en escombros. Pero ni siquiera queda ese reflejo. Vivimos como si la casa siguiera entera, pero dónde antes colgaban los bodegones familiares, algunos pintados por los propios abuelos, hoy se admiran con contento los cromos impresos en un gran almacén que los han sustituido, los libros viejos se llevan al contenedor de papel, porque no caben, es que no tengo tiempo, sabes, y del pasado se hace, no una gran almoneda a la que nadie acudiría, sino sonriente y satisfecha tabula rasa, mientras se reenvían estupideces por el teléfono móvil, se calculan calorías y se prepara la siguiente maratón.
El Gran Bergamota se detuvo, cerrando la carpetilla en la que había traído las notas para la charla. Se hizo un gran silencio. Luego empezó a subir el murmullo habitual y se oyeron las primeras protestas. ¿Pero esto no era un cine club? ¡La película no la ha comentado, vaya robo! ¡Pues yo sigo setenta series a la vez y no veo que tienen de malo, a mí me gustan! ¡Este tío es un cenizo! Doroteo, por lo bajini le susurró a Tato un ¡ya estamos como siempre! - resignado. Voló el primer objeto mientras se oía el crujir de la primera butaca desgajada a tirones del suelo. ¡Payasos! – gritaba Bergamota mientras Tato y Doroteo le arrastraban hacia la puerta de atrás dónde les esperaba el coche con el motor encendido. Los murmullos ya eran un griterío feroz -¡nadie se ríe de nosotros!- cuando el coche arrancó a escape para perderse por la pequeña carretera comarcal. ¡Ni una más, ni una conferencia más Alcides! - reñía Doroteo al que habían manchado la chaqueta de tweed con una hortaliza podrida- te desahogas en casa y todos tan contentos. 
Dibujo de G. Torices.
Colección particular.