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miércoles, 15 de febrero de 2017

TERCERA EDICIÓN


El Cepogordismo no suele en general hablar de sí mismo, y si lo hace suele ser de manera indirecta. No le parecen bien al cepogordista ni el autobombo, ni echarse flores, ni intentar quedarse con el mérito de otro, con el socorrido “ya lo decía yo hace mucho tiempo”. Pero a veces hay que explicar brevemente pequeñas cosas, cuando además esto se hace para reforzar más aún la recomendación de un libro.


Desde hace muchos años, el cepogordista, aficionado a bastantes cosas, ha venido practicando de forma casi involuntaria, me atrevería a decir que casi instintiva, la historia comparada. Y ese hábito ha desarrollado en el cepogordista no diremos que una intuición, pero si un olfato para el tópico falso, para las afirmaciones infundadas, para el lugar común vicioso, para las generalizaciones abusivas. Algo que antes se llamaba simplemente espíritu crítico. Es decir el hábito de cuestionarse un poco las cosas, antes de darlas por buenas.


Veamos un solo ejemplo: película de Hollywood, el galeón es lento, los marinos españoles torpes, el capitán panzudo y retrasado, son rápidamente derrotados y ridiculizados por el pirata inglés que además se queda con la chica, puesto que ella prefiere lanzarse a los brazos del apuesto pirata a permanecer fiel a un avinagrado inquisidor que es su acompañante. Desde su más tierna infancia el cepogordista se preguntaba, tocado en su infantil orgullo nacional, si esto que contaba la película podía ser verdad. A falta de respuesta, por falta de conocimientos, se echaba mano de la lógica. De ser cierto, ¿cómo es posible que la América española, descubierta en el siglo XV, no cayera rápidamente en las manos de piratas o de potencias extranjeras? ¿Cómo es posible que durara todo el siglo XVI, el XVII, el XVIII, hasta su independencia en el XIX? Entonces, siguiendo esa lógica bastante sólida se empezaba a tirar el hilo… y se descubría que la imagen transmitida por la película era absolutamente falsa.


Tirando del hilo iban apareciendo Pedro Menéndez de Avilés, Alvarado, la personalidad extraordinaria de Cortés, Hernando de Soto, Valdivia, el extraordinario y letrado Jiménez de Quesada, Blas de Lezo, se descubría que la Gran Armada sólo había perdido en combate dos barcos –el Nuestra Señora del Rosario y el San Salvador-, se llegaba a los Tercios Viejos de Sicilia, Nápoles, a la Italia española, se desmoronaba el mito de Rocroi, se descubría que había existido una contra-armada inglesa, la muerte de Drake en aguas del Caribe español, frustrados sus intentos de asalto, el éxito de las flotas de indias en cruzar una y otra vez el mar a salvo de ataques, que la América española no podía ser designada como colonia, Nördlingen, el Cardenal Infante, Corbie, el Camino español de Milán a Flandes, la desesperación del Franco-Condado al verse anexionado a Francia, etc., etc.


De aquellas cuestiones que al lector parecerán menores, se pasaba con el tiempo a otras de más enjundia (ciencia, literatura, arte, modos de vida, de instalación en el mundo, José de Acosta, el nacimiento de la antropología, Celestino Mutis…), pero aplicando la misma lógica, el mismo espíritu crítico, también capaz, por supuesto, de captar defectos y carencias. ¿Era España el país de la guerra civil? ¿No las habían tenido otros? Se descubrían entonces las salvajadas de la historia inglesa con su reguero de sangre prácticamente hasta el siglo XIX, las atrocidades de la revolución francesa, contemporánea del pacífico siglo XVIII español, el exterminio de la Vendée, verdadero genocidio, los golpes de estado de la familia Bonaparte, la comuna de París y sus 25.000 fusilados a manos de los versalleses, etc. Y con esto no se llegaba a la conclusión de que la historia de España careciera de defectos o fuera mejor, simplemente se percibía que no era excepcional ni demasiado distinta en muchos de sus avatares, que la de otros países que no eran el Edén que se nos quería presentar.


Se daba uno cuenta que ni España ni los españoles estaban afectados por tara originaria alguna, ni por especial ausencia de sociedad civil o de espíritu mercantil o de pereza y otros tópicos agarrados al mito del carácter nacional. Claro que existen problemas y defectos, pero sin que estos tengan su origen o su razón de ser en pecado original alguno, en defectos de carácter o taras de nacimiento personal o histórico.


Un hito en este modesto y personal trabajo crítico fue la lectura de España Inteligible, de Julián Marías. Ante un panorama tan árido, porque siempre atento, por deformada curiosidad comparativa, a los tópicos y bobadas del estilo: en este país no se lee; nunca ha habido esto, o lo otro; no hay sociedad civil; nunca hemos estado unidos; no ha habido élites capaces; ¡no ha habido élites a secas!; es propio y exclusivo de España el espíritu cainita, el individualismo feroz, la incapacidad para el negocio honrado, etc., el libro representó un bálsamo. Cayó en nuestras manos en el primer año de carrera, mientras estudiábamos en la biblioteca de la facultad de filología. Por casualidad, fisgando libros, mirando el índice. El libro no contribuyó desde luego a que las notas de derecho fueran mejores, pues nos robaron unas cuantas hora de estudio tanto su lectura como el explorar la infinidad de pistas que nos proporcionó, tirar de todos los hilos que nos puso en la mano.


Seamos sinceros, el artículo de Larra titulado En este país (http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/en-este-pais--0/html/ff793348-82b1-11df-acc7-002185ce6064_1.html) no lo descubrimos solos, nos llevó a él el libro de don Julián. El genial Larra había condensado (y puesto a parir) en su artículo, con una fantástica ironía, todo un espíritu que todavía hoy sigue reinando, avivados sus rescoldos por los complejos de la progresía. Ahorramos al lector más descubrimientos, pues lo cierto es que en realidad aparecen solos con la simple lectura de los hechos cuando se aplican lógica y sentido común.


Le llevamos directamente al título de reciente publicación que queremos recomendarle. Aunque desde luego España Inteligible sigue siendo una excelente lectura, el libro que ahora recomendamos va un paso más allá, contiene información actualizada, crítica a obras recientes y un repaso sistemático a la imagen de la Historia de España, contrastada la imagen con los hechos. Se trata de IMPERIOFOBIA Y LEYENDA NEGRA, Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español, su autora es María Elvira Roca Barea y lo publica la editorial Siruela. Va por la tercera edición (dicho sea para calmar a los que aseguran que en este país no se lee…). Probablemente lo ideal sería leer primero el libro de Julián Marías y luego este que recomedamos


¿Contiene asombrosos descubrimientos? Para el lector que ya estuviera recorriendo la senda descrita anteriormente, ya decimos que no, aunque los ordena, sistematiza y desarrolla, incluyendo detalles, hechos, referencias e información que el que esto escribe, por supuesto, ignoraba. Y hay páginas verdaderamente extraordinarias, tanto por la información, por su análisis y por el tono con que todo está escrito, que sabe por momentos alejarse de la escritura más académica para introducir buenas dosis de humor, sentido común, libertad de criterio. El libro está muy bien escrito y se lee con verdadero placer.  


Para el lector ignorante de la historia de España, pero curioso y despierto, el libro le abrirá los ojos, despertará ante un mundo desconocido y en más de un sentido extraordinario, y desde luego le ahorrará el tiempo y el esfuerzo que tendría que emplear para recorrer el camino sólo. Sin pasar de la leyenda negra a la dorada, verá como en muchos sentidos la historia de España es para bien, excepcional.


Al bárbaro que se lamenta de que no seamos suecos, franceses, alemanes, o de que no hablemos todos inglés, al que prefiere que Gibraltar sea inglés, al perezoso que quiera seguir explicando y justificando el presente, lo que sucede hoy, con una historia mítica y falseada, con tópicos y generalizaciones abusivas sobre nuestro carácter y condición, es probable que el libro no le cause ningún efecto, en parte, pensamos, porque determinadas atrofias culturales no se curan ni leyendo.


Reseña aparecida en El Heraldo de  Nava y firmada a tres manos por Alcides Bergamota el Grande, Doroteo Casapalacio y  Tato.