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miércoles, 3 de abril de 2024

Calixto y Melibea a lo moderno, con permiso de Azorín, para la introducción y el final que son prestados.

Desde la ancha solana que está a la parte trasera de la casa se abarca toda la huerta en que Melibea y Calisto pasan sus dulces coloquios de amor.

- Oye Meli.

- Que no me llames Meli, que te lo tengo dicho, ¡narices!

- Melibea, que genio tienes.

- El que me parece.

- ¡Y que rica estás!

- No empecemos.

- ¿Y qué te parece morir juntos por amor?

- Muérete tu primero y luego voy yo. Vamos, si no te importa.

- Ya veo que no te hace gracia.

- Pues claro que sí, ¡los amantes de Teruel, tonta ella y tonta el!

- Es que me aburre esto de andar paseando por los jardines estos, con la otra al loro y eso.

- ¡Las manos quietas que cobras!

- ¡Tampoco es para ponerse así, que uno no es de piedra!

- Cada cosa a su tiempo Isto, te lo he dicho ya mil veces. Y ahora paciencia. La culpa la tienes tu, por enredar con la bruja esa. ¿Pero tú que te has creído?

- Se me cruzaron los cables, la culpa la tuvo…

- Pero qué culpa ni que narices, pues no la caló rápido mi madre. A los dos minutos estaba batiendo palmas y la pusieron de patitas en la calle.

- Me dijo que os conocía y pensé…

- ¡Pero que nos va a conocer!

- Tu padre no dijo nada menos mal, es más caritativo el hombre.

- No es esa la versión de mi madre.

- Mejor dejarlo.

- ¡A ver cuando hablas con él, que estás pasmado!

- Deja que pase un tiempo Melibea, que se olvide del lío con la vieja.

- Tu dile que eres de buena familia, y que tienes posibles, lo del piso amueblado, la casa de la playa, que tienes colocación. Y le invitas a cenar.

- Pues sí.

Todo es paz y silencio en la casa. Melibea anda pasito por cámaras y corredores. Lo observa todo; acude a todo. Todo lo previene y a todo acude la diligente Melibea; en todo pone sus ojazos verdes. De tarde en tarde, en el silencio de la casa, se escucha el lánguido y melodioso son de una vihuela: es Alisa que tañe. Otras veces, por los viales de la huerta, se ve escabullirse calladamente la figura alta y esbelta de una moza: es Alisa que pasea entre los árboles.

Calixto está en el solejar, sentado junto a uno de los balcones. Tiene el codo puesto en el brazo del sillón, y la mejilla reclinada en la mano. Hay en su casa bellos cuadros; cuando siente apetencia de música, su hija Alisa le regala con dulces melodías; si de poesía siente ganas, en su librería puede coger los más delicados poetas de España e Italia. Le adoran en la ciudad, le cuidan las manos solícitas de Melibea. No tiene Calixto nada que sentir del pasado; pasado y presente están para el al mismo rasero de bienandanza. Nada puede conturbarle ni entristecerle. Y, sin embargo, Calixto, puesta en la mano la mejilla, mira pasar a lo lejos, sobre el cielo azul, las nubes.

 

martes, 2 de julio de 2019

Palo.


Al que se meta con Azorín, palo.

No hay duda de que a día de hoy, y pese a todos los peros y problemas, una tarde de toros es un acontecimiento mayúsculo, algo único, el espectáculo público más extraordinario, auténtico e interesante de un occidente que crea poco y está dedicado a repasar y a sobar lo hecho hace años por las generaciones anteriores. Una fuente de impresiones y estímulos de toda suerte, única.

miércoles, 27 de febrero de 2019

Conferencias y motines de Alcides Bergamota. Episodio suelto.



Así concluía la larga conferencia dictada por el eximio polígrafo y ya estaban en plena batalla campal, arrancando sillones.

Una cita anterior ya había calentado los ánimos, la de José Mor de Fuentes refiriéndose a la Administración en fecha tan temprana como 1833: “(…) pero con tal de que tengamos muchas secretarías y oficinas, con secciones y subdivisiones, y sueldazos bestiales con alamares y relumbrones, poquísimo importa que expire la labranza entera. Está demostrado que todas las plumadas imaginables de todas las oficinas del universo, ni producirán una espiga, una aceituna o un racimo, ni plantearán jamás un telar o un ramo de industria. Pero vamos adelante… y ¡viva el delirio![1]” Había sentado como un tiro a los miembros de la asociación de opositores a un empleo público, la AOEP, que había fletado un autobús para acudir a la conferencia pensando que se trataría algún asunto aprovechable para el temario. En lugar de eso les habían llamado parásitos y desecho de tienta. Cosa extraordinaria, el conferenciante había logrado que los acochinados y descastados opositores se enfurecieran.

El joputismo aludido en la conferencia daba rienda suelta a su odio y con un berrinche de mil pares de narices se lanzaba al ataque dispuesto a linchar al conferenciante. Se había celebrado el acto en el salón de actos de la casa de cultura de Navalcojón, barriada de la capital provinciana, antaño distante de pocas leguas de la plaza del mercado y hoy unida a la vieja ciudad por ensanches y arrabales. Se habían formado primero con desmontes y pequeñas naves, más que industriales cobijadoras de oficios insignificantes, talleres y pequeñas fábricas, almacenes, depósitos, garitos y cubiles de mala reputación. Más tarde fueron sustituidos por un urbanismo aséptico de limpios inmuebles, amplias avenidas flanqueadas por hileras de afilados plátanos plantados como palillos en resecos alcorques, con carriles para bicicleta, supermercados, cajeros automáticos, varios gimnasios, un montón de gilipollas corriendo por la calle (¡oiga no insulte!), unos cuantos bares, varios establecimientos para tatuar las carnes de los vecinos y garitos y cubiles de mala reputación.



[1] Citado por Azorín en su libro Lecturas españolas, publicado por Espasa Calpe, 1998, colección Austral Summa.