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martes, 2 de julio de 2019

Palo.


Al que se meta con Azorín, palo.

No hay duda de que a día de hoy, y pese a todos los peros y problemas, una tarde de toros es un acontecimiento mayúsculo, algo único, el espectáculo público más extraordinario, auténtico e interesante de un occidente que crea poco y está dedicado a repasar y a sobar lo hecho hace años por las generaciones anteriores. Una fuente de impresiones y estímulos de toda suerte, única.

miércoles, 27 de febrero de 2019

Conferencias y motines de Alcides Bergamota. Episodio suelto.



Así concluía la larga conferencia dictada por el eximio polígrafo y ya estaban en plena batalla campal, arrancando sillones.

Una cita anterior ya había calentado los ánimos, la de José Mor de Fuentes refiriéndose a la Administración en fecha tan temprana como 1833: “(…) pero con tal de que tengamos muchas secretarías y oficinas, con secciones y subdivisiones, y sueldazos bestiales con alamares y relumbrones, poquísimo importa que expire la labranza entera. Está demostrado que todas las plumadas imaginables de todas las oficinas del universo, ni producirán una espiga, una aceituna o un racimo, ni plantearán jamás un telar o un ramo de industria. Pero vamos adelante… y ¡viva el delirio![1]” Había sentado como un tiro a los miembros de la asociación de opositores a un empleo público, la AOEP, que había fletado un autobús para acudir a la conferencia pensando que se trataría algún asunto aprovechable para el temario. En lugar de eso les habían llamado parásitos y desecho de tienta. Cosa extraordinaria, el conferenciante había logrado que los acochinados y descastados opositores se enfurecieran.

El joputismo aludido en la conferencia daba rienda suelta a su odio y con un berrinche de mil pares de narices se lanzaba al ataque dispuesto a linchar al conferenciante. Se había celebrado el acto en el salón de actos de la casa de cultura de Navalcojón, barriada de la capital provinciana, antaño distante de pocas leguas de la plaza del mercado y hoy unida a la vieja ciudad por ensanches y arrabales. Se habían formado primero con desmontes y pequeñas naves, más que industriales cobijadoras de oficios insignificantes, talleres y pequeñas fábricas, almacenes, depósitos, garitos y cubiles de mala reputación. Más tarde fueron sustituidos por un urbanismo aséptico de limpios inmuebles, amplias avenidas flanqueadas por hileras de afilados plátanos plantados como palillos en resecos alcorques, con carriles para bicicleta, supermercados, cajeros automáticos, varios gimnasios, un montón de gilipollas corriendo por la calle (¡oiga no insulte!), unos cuantos bares, varios establecimientos para tatuar las carnes de los vecinos y garitos y cubiles de mala reputación.



[1] Citado por Azorín en su libro Lecturas españolas, publicado por Espasa Calpe, 1998, colección Austral Summa.