viernes, 26 de noviembre de 2021

De una conferencia de Alcides Bergamota. Cortesía de Calvino de Liposthey, biógrafo.

Alcides Bergamota se yergue y apoyando los puños sobre la mesa de conferenciantes proclama:

Voy sobre la marcha a hacer un apunte sobre la procacidad sexual en verano. Murmullos en la sala. Tranquilos, será breve e instructivo. Debemos clasificarla en dos categorías distintas: la que consiste en un diálogo entre hombres y aquella que consiste en que ese diálogo –las mismas cochinadas- tenga lugar en presencia, además, de mujeres. Ya saben, lo que antes se conocía como el bello sexo o el sexo débil, utilizando expresiones que son hoy antiguallas, cacharrería vieja que no quieren ya ni los chamarileros. La segunda categoría es la delicada, la que puede complicarles o alegrarles el verano, según se mire, que hoy los temas de la honrilla son muy distintos también y hay mucho cornudo consentidor, que acepta corona de hueso con tal de que le dejen echar la siesta sin follones. Así está la raza señores, así. Digo que puede complicar el verano porque la chanza verdulenta, la procacidad sexual con el calor y el alcohol se convierten rápidamente, con toda su ordinaria crudeza, con toda su jerga de arriero, en la primera y más básica forma de cortejo contemporáneo. Él dice basteces, ella le ríe las groserías, y de ahí a hacer la croqueta sobre la arena, un paso. Quedan advertidos los oyentes. Claro que aquí en Nava, más que arena de la playa tendrá que ser la alfalfa de un pajar, y claro con las alergias y los picores el riesgo disminuye mucho. Insisto, para quien considere el asunto de la libre cópula veraniega como un riesgo. Y si nos piden que nos pronunciemos, nosotros somos partidarios de morder con fuerza en el bollo, que quieren que les diga.



miércoles, 24 de noviembre de 2021

El corazón es un cazador solitario. Por A. Bergamota Elgrande.

Carson McCullers pertenece a la nómina de excelentes escritores que ha dado el Sur de los Estados Unidos. Por supuesto, el primero de todos ellos es casi con seguridad Faulkner. Pueden citarse además Flanery O’Connor, Truman Capote, Harper Lee con su único libro, Thomas Wolfe, Irving Cobb y su personaje, el juez Priest, llevado al cine por John Ford. Podríamos remontarnos hasta Mark Twain pasando incluso por Margaret Mitchell, aunque medie una larga distancia entre Lo que el viento se llevó y El ruido y la furia.

Su libro, como tantos otros, es una reflexión sobre la condición humana, vista desde un lugar y una época precisos: una ciudad del sur durante los años treinta, a punto de estallar la segunda guerra mundial. Y vista, por supuesto, desde su personalísima perspectiva. Están ahí la mirada hipersensible. La atormentada complejidad de otras obras de la autora parece aquí más atenuada, más contenida, pese a la crudeza de varios episodios del relato.

Es posible que no sea una lectura fácil, puede que no se deje abordar fácilmente por cualquier lector, muchos dirán que en el libro no pasa nada. Hay en cada página mucha delicadeza y sensibilidad bajo esa forma de narrar realista, austera, de frases cortas, carente de florituras. Sólo se deja ir un poco cuando pinta los paisajes. Porque tiene algo de una colección de pinturas, de pinturas de Hopper por supuesto. El sur de los Estados Unidos, los años treinta, un barrio humilde, casi marginal, la inmensa soledad de los personajes, la sensación de que viven en un mundo en el que no hay estructura, en el que no hay nada apenas a lo que agarrarse, por lo que dejarse guiar. Y la condición de la comunidad negra omnipresente. El sur con su calor, sus tormentas, sus casas desvencijadas, su pringue, los blancos desastrados, los negros marginados. Varios personajes llegaran a entrelazar sus vidas, sólo momentáneamente, porque nada dura, al conocer a un sordomudo al que todos acuden separadamente, para hablar, para contarle sus cosas. La función del mudo recordará, a ratos, a la del sacerdote católico, confesando a toda esa extraña comunidad momentáneamente formada a su alrededor, a la que ayuda a salir adelante. Tampoco es difícil entender que, en realidad, la condición de mudo permite hablar con él sin apenas réplicas, y como explica uno de los personajes principales, se le puede atribuir un poco lo que se quiera. Desaparecido el vínculo se deshará la comunidad, caerán los lazos que la presencia de Singer el mudo había establecido, mal que bien, sin proponérselo, entre los que le visitaban. Unos marcharán, otros terminarán de crecer, uno de ellos comprenderá. Nada se esconde al lector bajo la aparente sencillez. Hay una minuciosa descripción de la realidad, y conoceremos a todos los personajes casi íntimamente. Nada se le ahorra tampoco, ni dolor, ni miserias, ni la sensación de que la vida, con una pesada inercia imposible de detener, maciza, plúmbea, todo lo arrolla. El rodillo pasa sobre la sociedad en su conjunto, pero también, individualmente, sobre los protagonistas, uno a uno. Hay ahí una tristeza, una melancolía si se quiere, una gran sensibilidad ante lo que se ve, ante la condición humana descrita resignadamente, sin claves ni respuestas. Aunque tal vez las vislumbre por un momento uno de los personajes, sólo al final. Una condición humana que se impone sobre el individuo, que no es posible cambiar, ni detener ni alterar. No te quedes sólo, dice el doctor Copland a Jake, no te quedes solo. Tal vez en ese país de exacerbada soledad, sea esa la clave de lo que hemos leído, tan delicadamente narrado, con tanta finura y tanta fuerza. No es tampoco descabellado ver la vida como la ve la autora, con esa lucidez sin rebajas, con esa claridad dolorida, con una mirada como herida de pura sensibilidad, que hace un esfuerzo por contenerse. ¿No es un poco nuestro punto de vista también cuando por ejemplo rezamos la Salve católica? Nos referimos a nuestro destierro en este valle de lágrimas. Si es cierto que, el destierro, cuando se espera la Resurrección tal vez sea más llevadero que cuando, simplemente, a nuestro alrededor, no hay nada.

lunes, 22 de noviembre de 2021

Balzac.

Al principio de una de las novelas de su Comedia Humana, Balzac explica por qué a los ingleses les gusta viajar y a los franceses no. Citamos de la primera página de Honorine, en la edición de La Pléiade de 1951, segundo tomo de la Comedia Humana.

« Si les Français ont autant de répugnance que les Anglais ont de propension pour les voyages, peut-être les Français et les Anglais ont-ils raison de part et d’autre. On trouve partout quelque chose de meilleur que l’Angleterre, tandis qu’il est excessivemente difficile de retrouver loin de la France les charmes de la France »

La traducción al español del párrafo anterior vendría a ser la siguiente:

“Si los franceses son tan reacios a viajar como propensos los ingleses a ello, puede que los franceses y los ingleses tengan razón, por una parte y por la otra. En cualquier lugar se encuentra algo mejor que Inglaterra, mientras que es sumamente difícil encontrar lejos de Francia los encantos de Francia.”

viernes, 12 de noviembre de 2021

Tabacología.

En una de las novelas que protagoniza  Maigret, Simenon describe a un personaje que fuma unos cigarros de color negro conocidos como “clou de cercueil”, es decir, clavos de ataúd. Ahí es nada.

Otro asunto peliagudo es el del mascar tabaco, costumbre prácticamente desparecida. Encontramos la siguiente descripción:

"Para mascar el tabaco (verbo impropio si los hubo pues no se masca sino se exprime por presión), se corta de la cuerda un trozo como de media pulgada, se enrosca, se introduce en la boca y con el índice se hunde en el lado izquierdo de ella entre las llamadas muelas del juicio. Un movimiento dulce e insensible de las mandíbulas tritura poco a poco el tabaco; de vez en cuando se da una vuelta a la mascadura con la lengua; cuando el tabaco no sabe a nada y parece paja se trae la pelota adelante, se aprieta entre la lengua y los dientes y se arroja."

El arte de fumar. Tabacología universal, por Leopoldo Garcia Ramón, Paris 1881, edición facsímil de editorial Maxtor.

miércoles, 10 de noviembre de 2021

Apuntes en la bahía, un verano.

El mejor banco del paseo lo tienen unos viellos, a la sombra, pero con las vistas. O, dicho de otra manera, las mejores vistas y además a la sombra. Son muy cucos y les admiramos. Unos novios se dan el pico, llevan un perro de la correa. Por favor, ese lenguaje. Familia de tres generaciones, hablan nuera y suegra, no hay duda, se nota. El abuelo en cochecito, como el nieto. Un pescador, gente que para a mirar la vista sobre la bahía, recreándose. Dos amigos y dos que todavía no son novios, pero casi. Tres niñas redondas. Macarras haciéndose un selfi. Abuela en silla de ruedas, le da el aire. Sol, brisa. Matrimonio primitivo, los dos con el móvil y el con una panza de aquí a Roma.

La gorda poética que contemplaba la tarde luminosa se ha marchado y la pipa se acaba. Los barcos entran en la bahía a motor. El pescador a lo suyo, cruza el cielo una gaviota. Una chica posa, cruzada la pierna. Madre con niños se sientan en el banco de al lado. Madre con niños se sienta en el parapeto. Una paloma zurea y el que esto escriba, con la pipa, posa también.



martes, 9 de noviembre de 2021

Suplementos culturales. Un apunte sobre lecturas, por A. Bergamota.

Lecturas, exceso tal vez de libros. ¿Pero por qué no si se leen e incluso releen? Uno decepcionante, de José Enrique Ruiz-Domenech, sobre pestes y pandemias, que no merece la pena ni reseñar, verdadera ensalada de tópicos, un cacao de lugares comunes, doctrinas confusas con una vaga apelación a la educación como tabla de salvación. Sólo acierta, un poco por casualidad cuando, lamentándose, describe la situación de nuestra clase política, los medios de comunicación, el embrutecimiento social, la ciencia desbocada sin límites de ninguna clase. Pero no acierta con una sola de las causas. Y por supuesto, la poca vida religiosa y la ausencia de Dios, que tanto explican, se encuentran completamente ausentes de su análisis, como no sea para recordar que la religión viene a ser una antigua y oscura superstición. Un libro que salvo por cuatro datos históricos no vale gran cosa. Eso por fiarse de los suplementos culturales, supuestamente, de la prensa de papel, en lugar de mantenerse en la senda de lecturas donde con naturalidad pasamos de una a otra.