Primera vuelta a la
gran manzana poligonera, después de comer. El frío es helador a la sombra, pero
el sol calienta con verdadera fuerza allí donde alcanza y, al salir de la
sombra para cruzar por un rincón soleado, recibimos una caricia cálida, que
invita a detenerse cerrando los ojos. En una de las esquinas, el caminante
puede por unos instantes salirse de la dura acera y cruzar por un camino a
través de un amago de parque: cinco bancos de madera, cuatro de ellos sobre
soleras de cemento, árboles pugnando por subsistir en el paisaje de naves
industriales, algunos arbustos, algo de hierba, una arena blanda que conserva
algo de la humedad de la mañana y acoge con blandura la pisada. Pese a su
pobreza, dorado por el sol resulta hoy suficiente para detenerse a fumar la
pipa que, hay que lamentarlo, no llevamos en el bolsillo.