domingo, 23 de enero de 2022

Habanos

 

- ¡Oiga usted! aquí huele a puro que echa para atrás – dice ella con los brazos en jarras y el busto prominente en tensión. 
- Pero... pero señora Domiciana si esto es el saloncito de fumar. Usted dijo que aquí se podía – dice el azorado pensionista.
- Pues claro, pero cigarros habanos, tabaco de la Vuelta de Abajo. ¿Pero dónde se cree usted que está? Pensaba que era usted un caballero.
- Es que están los tiempos como para habanos – se lamenta él. Y pensar que mi abuelo tiraba al ruedo petacas llenas cuando triunfaba Nicanor Villalta. 
- Lo que es venir a menos, sí, pero no usted, ¡el país, el país! Dichosa democracia. Pero hombre, ante un apuro insinúese que todavía quedan dos cajas de mi difunto, unos grandes Partagás que tengo perfectamente conservados y que yo no voy a fumarme. No sea corto de genio, hombre. 
- Señora Domiciana, que me quedo sin palabras, sin habla.


sábado, 22 de enero de 2022

Los jueces.

No confundir serranos con ruanos, se decía en la Ávila medieval, la de la Extremadura castellana por el siglo X y alrededores. Castilla, presentada como lugar de hombres libres dónde se queman los ejemplares del Fuero Juzgo visigodo y rigen las costumbres y las decisiones de los jueces, tierra del derecho libre, míticos Nuño Rasura y Laín Calvo. Todas estas cosas hay que conocerlas y colocarlas en su justo lugar, lejos de teorías contrafactuales, lejos de la historia hipotética, lejos del todo hubiera sido mejor si… ¿sí que? Lo interesante no son esas teorías para uso de presentes disparates, sino saber cómo vivieron y pensaron nuestros antepasados, en que creyeron, lo que lograron y, si resulta posible, cómo lo lograron.

viernes, 21 de enero de 2022

USURA

Terminamos ayer la cuarta novela de la serie Torquemada, de Galdós, que son estupendas. Tal vez la cuarta más floja, aunque la parte final de la agonía del tacaño y la disputa por su alma la mejora. De Torquemada en la hoguera destaca el tratamiento de la idea, descabellada para un católico, según la cual la limosna, las buenas obras, podrían obligar a Dios. Cree el tacaño que si de repente ayuda al prójimo podrá obtener sin duda lo que pide al Altísimo. Magnífico también, sobrecogedor, el retrato de la vieja sirvienta, su forma de hablar y la personalidad fortísima que bajo su infame apariencia late, capaz de decirle a Torquemada cuatro verdades tremendas y por supuesto de renunciar a la generosidad impostada del usurero.

De Torquemada en la cruz destacan la descripción de la pobreza de la familia Águila y las combinaciones que hace para no perecer literalmente de hambre. Sin que, por otra parte, se les ocurra a las hermanas buscar alguna clase de empleo, puesto que eso sería la definitiva muerte social, la pérdida de la honra, casi peor que la consunción física. Se empieza a apuntar la personalidad problemática, imposible, del hermano ciego, egoísta y enloquecido en su desgracia.

Magistral la pintura del ascenso del usurero en Torquemada en el purgatorio, con la idea fantástica de que ese encumbramiento sea para él, puesto que supone gastar dinero para lograr ciertos fines, un purgatorio, casi nos atreveríamos a decir que una tortura. En eso, el tacaño Torquemada es sincero. Nada se le da de tantos relumbrones de los que prescindiría sin dificultad si así evitara gastar dinero. Pero las hermanas Águila, con las que ha emparentado, se lo imponen. Otra paradoja es que ese mismo encumbramiento le permite acceder a negocios de mucho más fuste y de fabulosos ingresos, pero rabiará por tener que utilizar parte de las ganancias en labrarse una posición social que poco le importa en el fondo, pues carece de vanidad. Puede decirse que su único vicio, su único pecado, es realmente la avaricia más absoluta, la tacañería más enorme, claro que de ahí se deriva la más completa falta de caridad.

Llama la atención como la figura del usurero, la figura del tacaño, del prestamista chupasangres debía ser habitual en el paisaje de la sociedad liberal del siglo XIX, si hacemos caso de su literatura. Tenemos al citado Francisco Torquemada, de nuestro Galdós; a Jean-Esther Van Gobsek de Balzac; a Ebenezer Scrooge del Cuento de Navidad de Dickens; al tío de David Balfour de la novela homónima de Stevenson; al siniestro avaro retratado por Gogol en las Almas muertas; a la usurera de Crimen y Castigo de Dostoievski. Alguno se nos escapará sin duda.