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martes, 12 de julio de 2016

RITOS ANCESTRALES

Todo esto no sucedió hace cien años, ni cincuenta, ni cinco, sino ayer mismo por la tarde, pero vamos por partes que luego el personal se acelera leyendo y confunden churras con merinas y así nos va Gorgonio que hasta nos hurtan las patatas...
 
Estamos en Losa, mes de julio, todavía baja el agua fresca por el río gracias a las fuertes nevadas de este invierno.
 
Estoy en mi casa terminando una acuarela con dos pinzones y una piña rebosante de resina y de rato en rato observo la casa del vecino por entre las ramas de los magnolios y pienso que en cuanto termine me pongo a contarles esto y aquí estamos...
 
A Girolamo Panzavecchia le gustan más los canutillos rellenos de crema de Antibes que a un tonto un lápiz.
 
Cada martes Girolamo recibe su cajita de medio kilo enviada desde la afamada confitería de Rufino Glass sita en el Paseo de Pereda de Santander, confitero que tiene merecida fama de ser la Meca de las cremas de Antibes, la Babilonia de las cremas inglesas, el Ulan Bator de las dobles cremas, el  Southampton del Chantilly y de todas esas creaciones humanas que encogen las arterias y ensanchan la sonrisa y el espíritu.
 
Girolamo Panzavecchia es profesor de física en la Universidad de Bolonia y está casado con Carmencita del Valle, que es una señora muy fina y más sorda que un coronel de artillería gracias a la cual disfruta de unos aseadísimos y prolongados veranos en Losa de Guijarro.
 
La familia del Valle proviene de Losa de Guijarro y el abuelo de doña Carmencita la hizo heredera de un hotelito de tres plantas con jardín, huerto  y alberca.
 
Girolamo se pasa las mañanas sentado en el jardín bajo un tilo gigantesco leyendo novelas de Agatha Christie y bebiendo cervezas Peroni que se hace enviar de Italia por agencia de transportes.
 
A Girolamo le vino Dios a ver el día que conoció a Carmencita que es buenísima, discretísima, sordísima y riquísima. Cuando se conocieron Girolamo era un afamado físico pobre como una rata del laboratorio de biología pero la caprichosa fortuna para unos y la Providencia  para otros hizo que su camino se cruzara con el de Carmencita y de rata leída pasó a ser rico consorte que es una de las mejoras formas de ser rico, sobre todo porque da trabajo pero menos que ser gerente y propietario de Aceros Especiales de Oklahoma que es una cosa espantosamente trabajosa, y encima hay que vivir en Oklahoma, figúrense ustedes.
 
Mi padre y el abuelo de Carmencita fueron compañeros en Salamanca y aunque la vida separó sus caminos durante casi treinta y cinco largos años, cuando ya ambos contaban arrugas y cenaban sopas de ajo se reunieron en Losa gracias a la amable cercanía de sus respectivos domicilios.
 
Si hoy les hablo de Girolamo no es por causa de mi padre o del difunto abuelo de su señora esposa sino porque ayer se produjo un hecho del todo lamentable que alteró por primera vez en más de veinte años el sagrado rito de los canutillos del martes. Agárrense que viene curva.
 
El Profesor Panza, como es cariñosamente conocido en Losa y su comarca, tiene una sobrina, hija de su hermano Nene, que es jovencita, morenita, altita, monita y un poco lerdita.
 
La sobrina, que atiende al nombre de Sabrina (ufonía y birra fría) ha terminado con excelentes calificaciones su primer año de universidad (lo que dice poco de la universidad o mucho de otras cosas... no nos liemos..). Para celebrar tan magno evento a Donatella, la mamá de Sabrina, no se le ha ocurrido mejor idea que financiar un viaje a su hija y a su íntima amiga Chiara para que conozcan las bellas tierras de España.
 
Chiara, que es muy parecida a su amiga Sabrina pero en versión rubia, es una chica inquieta y en cuanto se enteró de los planes y los presupuestos no tardo ni diez minutos en trazar un plan de viaje que, comenzando en julio y entrando por Irún no podía tener mejor estreno que San Fermín. 
 
Así pues, estaba ayer nuestro amigo y vecino el Profesor Panza sentadito en su sillón de fieltro verde con una copita de grappa "Prime Uve" dando lentas chupadas a su pipa de brezo cuando su plácida digestión fue interrumpida por un alarido de su santa y admirable esposa.
 
Solícito como solo él sabe serlo acudió Panzavecchia a socorrer a su amada costilla y la sorprendió paralizada frente a la pantalla del televisor.
 
Carmencita, mujer interesada por todas las novedades que el ancho mundo de la noticia televisiva ofrece, estaba viendo un reportaje sobre las fiestas de San Fermín.
En el momento en que el reportero iba desgranando los entresijos del "chupinazo", la cámara iba recorriendo la masa informe de cuerpos teñidos de tintorro y quedaba congelada en la imagen central dónde se veía a dos jovencitas, una rubia y otra morenita que alzaban sus camisetas al cielo dejando al aire de Pamplona y a las manos de doscientos cincuenta energúmenos la apetitosa curvatura de cuatro senos imponentes que en pocos segundos pasaron del blanco al rojo.
 
Panzavecchia dejó caer la pipa de brezo y se hundió en el mullido tresillo al tiempo que entrelazada sus manos con las de Carmencita que, incapaz de mayor reacción, murmuraba "¡ay madre!, ¡ay madre!, ¡ay madre!"...
 
Ayer llego de Santander la caja de canutillos y se quedó en el frigorífico a la espera de las atenciones del Profesor Panza que no llegaron a materializarse.
 
Esta mañana Carmencita ha enviado a casa a su fiel Faustina con la caja de canutillos y aquí me tienen ustedes zampándome uno con un café con leche de los que hacen época. Cuando termine me da que voy a salir a dar un paseíto hasta el río y no descarto fumarme un Allones, que su fortaleza siempre casa bien con los aromas del campo.