domingo, 27 de enero de 2013

AVES NOCTURNAS


A los búhos les gusta proferir gritos, su voz es inconfundible; sin embargo, y de acuerdo con el fino oído de sus congéneres, esos gritos nunca son escandalosos.

Aquellos búhos que cada año se aparean de nuevo, en la época de celo dejan oír su retahíla de reclamos mantenidos largamente. Las especies emparejadas de por vida, por el contrario, denotan con un insignificante derroche de voz la llegada del tiempo del apareamiento.

Después de leer lo anterior, y sin saber muy bien por qué, Tato proclamó que era asombrosos el parecido entre las personas y los búhos. Como además el grupo de las aves nocturnas es numeroso y variado, las posibilidades de encontrar parecidos se multiplican. ¡¡Cuánta gente si se mira bien tiene cara de autillo!!

El autillo es diminuto y destaca por su maestría en esconderse. Esta habilidad y su plumaje difuminado en tonos pardos y grises lo hacen prácticamente invisible. Así es como naturalmente podemos decir que nuestro gobierno de hoy es un gobierno de autillos, diminuto e invisible.

martes, 22 de enero de 2013

GUTIERREZ SOLANA y LINCOLN


Si señores, esto es lo que vimos, cuando nos faltaba poco para rematar el libro de Pepe Gutiérrez Solana, tan único y tan fuera de serie. Es que muy a menudo las líneas convergen. Una vez estaba un servidor contemplando un enorme melón que de inmediato me recordó la fisionomía tosca y mendruga de un amigo, cuando de repente, allí estaba él, saludando con oscilante parsimonia, sandio, melonero, una gran col. ¡¡Pero Solana en la tienda de las chuches ya es mucho trenzarse las cosas!! Así es la vida señores (y señoras, no griten…). Ha nevado y Madrid se ha colapsado y estamos encantados. Es normal, porque aquí nieva una vez al año y esto es como un espectáculo gratis, un acontecimiento esperado, deseado, vivido con emoción infantil, y más de uno se la pega, o embiste al de delante por mirar embebido al agua cristalizada caer lenta y silenciosa, sin pagar entrada, sin imposición fiscal, blanca e inmaculada, sin corrupción, sin gentuza.
Fuimos ayer a ver la película Lincoln, una buena película, que no parece casi de Spielberg, de otro ritmo, otra textura. Una película norteamericana, para norteamericanos, sobre los Estados Unidos y sobre la historia de los Estados Unidos y de su política. Pero ya se sabe, la fuerza del imperio sigue siendo mucha. Y también se sabe que en tiempos pasados dijo un español, en el prólogo a la primera gramática de una lengua romance, que siempre la lengua fue compañera del imperio... Hoy actualizaríamos la frase sustituyendo lengua por cine. La película es sugestiva para el que se interese por la historia que cuenta. Se atreve con cosas inesperadas, como a abordar el motivo más profundo que subyace en el origen de la guerra de secesión, escondido por debajo de la gran cerilla que hizo prender la llama. Por debajo del gran y terrible tema de la esclavitud, la existencia o no del derecho de los estados que formaban la Unión a separarse de ella y el deseo de Lincoln de preservarla a toda costa, con todos los matices legales, jurídicos, constitucionales implicados. Y además, una reflexión sobre el poder, sobre la vivencia familiar del poder, sobre los hijos, sobre el deber. En fin, que merece la pena pero, insistimos, tiene que sentirse cierto interés por el trasfondo histórico. Al encenderse la luces de la sala, un poco abrumados por la talla del personaje (al menos en la versión que de él se da, que tampoco ahorra ciertas sombras que sólo captará el espectador un poco atento a la cuestión jurídica) se nos ocurre la comparación malévola evidente, pues los dos comparten barba:

¡¡A nuestra izquierda…..!! ¡Abraham. Lincoln! Nos dirige unas palabras:

Hace ocho décadas y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas las personas son creadas iguales.

Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil que pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada, puede perdurar en el tiempo. Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a consagrar una porción de ese campo como último lugar de descanso para aquellos que dieron aquí sus vidas para que esta nación pudiera vivir. Es absolutamente correcto y apropiado que hagamos tal cosa.
Pero, en un sentido más amplio, nosotros no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres, vivos y muertos, que lucharon aquí, ya lo han consagrado, muy por encima de nuestro pobre poder de añadir o restarle mérito. El mundo apenas advertirá y no recordará por mucho tiempo lo que aquí decimos, pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron aquí. Es para nosotros los vivos, más bien, quienes debemos dedicarnos a la tarea inconclusa por la cual ellos lucharon e hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Es más bien para nosotros que estamos aquí, dedicados a la gran tarea que aún nos resta: de que estos muertos a los que honramos, tomemos mayor devoción a la causa por la que ellos dieron hasta la última medida plena de celo. Que resolvamos aquí firmemente que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra.

[Es el discurso de Gettysburg, los subrayados son del cepogordista, que al leerlo ha recordado, por ejemplo, a las víctimas de los asesinatos del 11 de marzo en Madrid, y a las víctimas del terrorismo, por ejemplo, y a más compatriotas]

¡¡A nuestra derecha….!! ¡Mariano Rajoy! También nos dirige unas palabras (a la fuerza, le hemos obligado porque no quería):

-          Gracias, gracias. Ahora no toca. Lo importante es la economía, la economía, el consenso y el diálogo. Esto yo, hay que ser serios, esto es, seamos serios. Es la economía. Y también las auditorías. Lo demás nada, no toca. Gracias, gracias. [el micrófono se queda abierto y se oye: oye Luisss y Soraya, al final nos quedamos con las Cajas, que hay mucho amigo político que colocar. Si se vuelven a hundir ya veremos, que ahora no… bueno pues eso.]

Hay que pedir a todos nuestros amigos pueblerinos que rescaten de entre los útiles de casa abandonados en el desván el capador de puercos que hay mucha faena pendiente.

Por cierto y para acabar, protagonista de la película es el congresista Thadeus Stevens. Pues asombra leer al recorrer brevemente un resumen de la biografía de Thadeus Stevens que ya en el principio de su actividad política en el congreso de los Estados Unidos introdujo legislación para poner un límite al endeudamiento de los estados. Y por aquí, estos pájaros, precisamente quieren lo contrario porque es la forma de poder seguir robando con el descaro con que lo hacen, a fuerza de no creer en nada, ni tener una sola idea. En fin, y aquí lo dejamos. A ver si aparece pronto un Thadeus Stevens celtibérico.

viernes, 18 de enero de 2013

LINCOLN


Sobre la película Lincoln, de Spielberg que todavía no he visto:

No dejen de verla los cepogordistas amigos del cine. Hay mucho que decir, y tendríamos que volver a hablar del Viejo. Lo haremos al final (si no lo han adivinado ya sabrán a quien nos referimos leyéndose todo el rollo…). Pero destaquemos la interpretación del protagonista, genial caso de mímesis y perfección actoral, como si el presidente se hubiera reencarnado en la piel de Daniel Day Lewis. Este actor, pájaro de pocas carnes (le copiamos la expresión a Pepe Gutiérrez y la usamos a troche y moche…) es el genial heredero de la mejor tradición teatral inglesa. Quien haya disfrutado con las actuaciones sobre la escena de Willburn Micham, de Fromental Merryweather o incluso de Fiorinda Capo di Srozzi (la gran actriz era hija de un cómico italiano especializado en el papel de Pantaleón de la Comedia del Arte) lo comprenderá sin duda.


Un amigo pensaba que el actor había podido incluso beber en las fuentes y el método del gran Oswald Carnegie Bellarazza (la madre de Carnegie era una cómica italiana especializada en el papel de Colombina de la Comedia del Arte). Pero sobre esto último nada podemos decir, porque nada sabemos Carnegie había muerto ya, antes de que naciera este cepogordista. El amigo que hace este comentario es un viejete centenario en plenas facultades y muy amigo de las tablas, que llegó a militar en la claque profesional de un conocido teatro madrileño con cuya soldada mercenaria redondeaba sus emolumentos de estudiante disipado. Algo sabe del tema por cierto y como nosotros estuvo en Londres siguiendo a sus actores favoritos, sólo que muchos años antes, en tiempos del gran Carnegie Bellarazza. Fue por cierto acosado por la gran Lola Pulardo, la “Cojitranca”, apodada así por sus andares inestables, debidos según las malas lenguas, más que a un defecto de pernil, pues defecto físico no tuvo ninguno el gran Pimpollo Reventón (mote también pero más frívolo), a su afición a los vinos de Rioja y a la espuela de brandy manchego entre actos. Pero en fin, que nos hemos ido por las ramas. Vayan a ver Lincoln y disfruten.


Otro día hablaremos de una obra maestra alrededor del tema: El prisionero de la isla tiburón (The Prisoner of Shark Island, en español Prisionero del odio), de John Ford, que también dedicó a Lincoln una extraordinaria película protagonizada por Henry Fonda. Nos es de extrañar que Spielberg se haya lanzado sobre el tema, siguiendo la estela inalcanzable, la hermosura extraordinaria del cine del maestro, otro de las obsesiones del cepogordista.


El mismo coloreado y una cosa sobre el armañaque.



Este cepogordista encuentra en internet la clasificación básica de los Armagnac en función de la edad mínima del aguardiente más joven:

L'âge de l'armagnac mis à la vente est indiqué par les désignations suivantes représentant l'âge du mélange le plus jeune:

*** ou V.S., au moins deux ans

V.O., V.S.O.P ou Réserve, au moins cinq ans

X.O., Extra, Napoléon et Vieille Réserve, au moins six ans

Hors d'Age, au moins dix ans.

En général, en goûtant l'armagnac vous reconnaîtrez son goût.

lunes, 14 de enero de 2013

Tipo físico, transición siglo XIX al XX (extinguido). Plutócrata militar, probable coronel de infantería.

Las probabilidades de que fumara cigarros habanos de una vitola de forma esbelta y alargada son muchas. Hay pocas dudas de que además fumara pipa, cubierto con un sombrero de jipijapa, en las tardes de guarnición, asomado al porche, tal vez en compañía de don Santiago o paseando despacio, jugando con un bastoncillo de caña.

jueves, 10 de enero de 2013

EL JARDÍN DE VENUS

Bien es verdad que algo de culpa tuvo Alcides en el primer batacazo. Hay que remontarse mucho en el tiempo para recordar como empezaron a torcerse las cosas. En aquella época, tocado de cretinez y pedantería, aspirante a las academias sin haber escrito una línea, crítico feroz de este país, a la manera de aquél amigo de Larra retratado en el famoso artículo, embrutecido por los millones que luego se llevaron Charo la Estrecha (omitiremos los nombres verdaderos) y Toñi la Socialista y que le daban un aplomo y una seguridad absolutamente carentes de todo apoyo sólido, por aquél entonces, Alcides era amigo de regalar libros que no había leído. Y como no leía ni el mapa del Metro pese a todos sus aires de grandeza, la cosa iba de oídas, cubiertas, encuadernaciones, solapas, introducciones, y culturales varios, cansinamente ojeados entre sarao y sarao. Y fue así como sucedió. De la forma más inesperada. Samaniego, el bueno de Felix Mari. ¿Que sabía Alcides, de Felix Mari? Algo de unas fábulas, a la manera de Esopo, don Juan Manuel, La Fontaine. No había leído a ninguno de los tres, ni tampoco las fábulas de Samaniego, ni las de Iriarte. Pero con todos estos nombres, con todo este bagaje la cosa pintaba bien. Y la edición era preciosa. Encuadernada en pasta española, título grabado… Perfecto, no había ni que ojearlo. Y la cena era a las nueve. Perfecto. Detalle navideño impecable. Así que ahí estaban todos, sus dos enormes cuñados, Eufrosino, nombre de tradición familiar heredado de generación en generación y Dimas, el sacerdote, sus suegros, la tía Juana, su cuñada Tere, solteras las dos y entregadas a la caridad, Juanín el pequeño, siempre enfundado en su esmoquin, del Viejo Club al Campo de Tiro, del Casino a la Gran Roca, de sarao en sarao mundano hasta la extenuación y compañero de sociedad de Alcides en aquella etapa, por ser además el preferido de Charo su mujer. Estaban además los amigos habituales de por aquél entonces, y dos sobrinitas, con el lazo sobre la frente. Alcides brilló como siempre en la cena, los chistes preparados, las pullas a los conocidos, los juegos de palabras, las frivolidades de siempre, absolutamente convencido de su gracia, de su ligereza, pero también de las profundidades del saber sobre el que creía firmemente asentado todo aquél cacareo, todo ese gracejo insustancial, compuesto en realidad por las más penosos lugares comunes y la eterna concatenación de falacias lógicas, todo envuelto y disimulado en su brillante verborrea ante un auditorio entregado y tan tarugo en el fondo como él. A los postres quiso rematar la faena adornándose con el regalo. Su suegro le apadrinaba en unos días para la adhesión a la última asociación cívica a la que le faltaba pertenecer y poco después le daría el empujón necesario para el ingreso en la cofradía nobiliaria de la hermandad de hijosdalgo de Vardulia y Villafranca de Pomar. Todo iba sobre ruedas, pues no merecía Alcides, de tan buena familia, nada menos. Sólo faltaría ya la academia de bellas artes o de bellas letras, que tanto monta y con cualquier pretexto, en unos años. Así que con una leve inclinación, y mientras se servía el café, le tendió el magnífico volumen a su ventrudo, miope y engolado suegro, gran admirador de una literatura absolutamente ignorada por poco frecuentada.

-          Espero que te guste… Me ha costado encontrarlo, una rareza, pese a lo muy conocido que es Samaniego…
-          Desde luego, desde luego. Mil gracias. ¡Qué detalle! El otro día en el suplemento de letras había alguna cosilla sobre él, pero iba con prisa, no tuve tiempo, con el lío que tengo, ya sabes. Algo sobre jardines creo.
-          Seguramente, como buen ilustrado era muy cultivador de la botánica y aficionado a las plantas.

La frase la había soltado al vuelo Alcides. Una de sus extraordinarias frases. No decía nada, no era verdad ni mentira, inverificable, pero todos aplaudían al erudito, hasta Juanín y Eufrosino, las dos mulas. Eufrosino que heredaría los dos títulos con la grandeza, salvo que Charo que era la mayor se decidiera de una vez. Alcides iba haciendo su labor de zapa, al carajo las tradiciones, leñe, igualdad entre nosotros, igualdad.

-          Oye que preciosidad – insistía don Basilio repasando el grueso tomo. Lo que no sabía es que hubiera escrito tantas fábulas. Con lo bonitas que son, para leer a los niños.
-          Tan edificantes y sencillas además – añadía el pater.
-          Sin tanta porquería como hay por todos lados, apostilló Eufrosino, el hereu.
-          Pues no se hable más –brincó Charo entusiasta-. ¡Que nos lea una padre!- dijo, dándole una palmadita a don Basilio sobre el chaleco cruzado color marfil, que sujetaba la ventruda panza. La carnaza resonó como un gong, agitándose el reloj de oro y alguna de las medallas de congregaciones y obras pías de las que don Basi era fanático defensor.
-          Eso, eso, abre al azar y lee la primera que se te presente, que es más bonito. 

Don Basi abrió el tomazo pasada la mitad, se aclaró un poco la garganta y leyó con voz clara y fuerte:

“Reñía una casada a su marido
Porque no estaba bien favorecido
De la naturaleza,
Y a gritos le decía:
Fue grande picardía
que con tan chica pieza
pretendieras casarte y engañarme
puesto que no puedes contentarme…”

Se produjo en la concurrencia una leve zozobra, un principio de silencio incómodo. Don Basi, hombre de mundo al fin y al cabo, se apresuró a carraspear y, abriendo el libro un poco más lejos, a enmendar el chasco con una nueva lectura.

-          A ver si damos con una de animales que son las más bonitas.

Mientras tanto Alcides había roto a sudar en frío. Algo raro, algo inesperado y terrible estaba sucediendo, se barruntaba. No podía ser. Había consultado por encima el principio del índice y todo eran ratones, conejos, hormigas, leones, la zorra, el lobo…y algo de un jardín, pero nada más. No podía ser.

Reanudó la lectura don Basi:

-          Esto será bonito, la Peregrinación, veamos. Al azar:

“Quedaba un musulmán de bigotazos
que quitaba los virgos a porrazos,
engendrador a roso y a velloso
y eterno atacador del sexo hermoso.
Este, pues, embistió con la beata,
ella en sus movimientos se desata…”

-          Ghghghg… ¡Fue el último sonido proferido por don Basi antes de quedarse mudo de ira!

Alcides empapado en sudor y demudado simulaba un feroz y brutal estornudo para interrumpir la lectura en el momento en que todas las miradas convergían hacia él, cargadas de ira y a don Basi se le resbalaba el libro abierto de las manos, sobre la mesa del café. Alcides con un brusco movimiento llegó a cerrarlo de un puntapié certero, atinando en la esquina de la cubierta que sobresalía de la mesita de marquetería. Y es que recordaba vagamente que se trataba de una edición ilustrada con unos grabados franceses, al menos en la parte de las fábulas. Con un poco de suerte tal vez no en la de… jardinería. Pero en ese momento, ¡Mariquita! la sobrinita, el repollín de grandes lazos sobre la cara de pan, exclamó:

-          Mira Mami, están todos sin pijama….

[Citas tomadas de El Jardín de Venus, de Felix María de Samaniego, en Obras Completas, edición de la Fundación Jose Antonio de Castro, Madrid 2001.]

miércoles, 9 de enero de 2013

Una de abogados


Una de abogados: párrafo encontrado en el tratado sobre los toros de Cossío:

Eran antes los contratos escuetos y sencillos, pero hoy el recelo, la consideración comercial de la profesión y el predominio de la verborrea abogadesca, verdaderamente incontinente, han ido dando a esto contrato cada vez mayor extensión, y sin que se enriquezcan con condiciones sustanciales, sus cláusulas han ido adquiriendo número y complejidad cada vez mayores.” ¿Qué diría hoy el autor si se asomara a los documentos jurídicos de formato anglosajón que nos imponen la fuerza de la economía de los países de esa tradición y la debilidad de nuestra cultura y formación? Y no me refiero sólo a la jurídica claro. El contrato entre apoderado y representado o entre diestro y empresa, empezaría, a la anglosajona, con diez o doce páginas de definiciones de los términos a utilizar en el contrato:

Toro, significa en el presente contrato bóvido salvaje, pero criado por un ganadero profesional miembro de una asociación de ganaderos y perteneciente a las castas fundacionales Vistahermosa, etc.

Dependiendo de si el torero es estrella o no, es G-10 o meritorio, entonces se puede acotar la cosa, trabajar la definición:

Toro, significa en el presente contrato bóvido salvaje, pero sin exagerar, criado por un ganadero profesional miembro de una asociación de ganaderos y perteneciente, el ganado, a la castas fundacionales Vazqueña y/o Vistahermosa, encaste Veragua, Domecq, Tamarón, subencaste Juan Pedro, únicamente, etc.

Definiendo hasta el galimatías y la absurdez.

lunes, 7 de enero de 2013

GUTIERREZ SOLANA

Alcides quiere una vitrina. Cuando se quiere una vitrina es porque, casi sin apenas notarlo, uno es ya uno de los objetos para cobijo de los cuales se desea la vitrina. Alcides es un bibelot. Pese a ello y por la mala influencia de Tato y de Doroteo, con su panza, ha cenado demasiado. Tato dice que el vino es para beberlo por oleadas, notando como desciende por la garganta, refrescándola toda. Y Doroteo dice que nada de untar, que se corta el queso se apila sobre el pan y leña y luego se riega con el buen vino que en España se hace hoy, se riega como se riega la plaza antes de los toros, matando el polvo y la telaraña.

Han comentado los tres el libro del pintor Solana titulado La España Negra. Es propiedad de Alcides que no lo presta. Tato y Doroteo que lo conocen bien han leído en voz alta pasajes escogidos, y se han estremecido, asombrado y reído a un tiempo. Alcides está todavía bajo la impresión de la lectura, brutal, asombrosa, hermosa. Ha escrito un pequeño texto, en el que se limitará únicamente a repetir cansinamente su entusiasmo y admiración.

Título este de La España negra que a veces nos parece sorprendente para un libro que tan a menudo rebosa poesía y hermosura página tras página. Sí cae bien la primera parte del título, la palabra España. Porque es de lo que se trata, leemos un poco de España en cada línea. Hay hermosura incluso en los pasajes más duros y siniestros, más sórdidos. España está en la expresión, en el idioma de Solana, tan vivo, tan claro, con ese don para lo expresivo, para el detalle, para lo truculento pero también para la chanza y el rasgo de humor. Las páginas de Gutiérrez Solana, el idioma y el lenguaje de Gutiérrez Sola son la más extraordinaria de las compañías. Nos reconocemos cierta debilidad por dos de sus extremos: la belleza de la evocación tan a menudo poética sin proponérselo tal vez (como el capítulo en que narra una boda a la que asiste) y lo procaz y rahez, expuestos sin circunloquios ni timideces, y que más de una vez han provocado en Alcides, pero sobre todo en Tato y Doroteo una carcajada disfrutona. Y es que, como diría Solana, los hay que tiene gustos de caballería.

Gracias al escritor Gutiérrez Solana, tan gran escritor como pintor y puede que incluso mejor todavía con las palabras que con el pincel, desfilan ante nuestros ojos los más extraordinarios paisajes españoles, no nos cansamos de decirlo, españoles, con toda la carga positiva que para nosotros tiene la palabra. Campo, pueblos, ciudades, barberos, libreros, convidados a una boda, cocheros, toreros, mujeres de la vida, prestamistas, casas de dormir, curas, plazas de toros, arrabales, Madrid. Todo está vivo, presente. A su lado, el periódico de hoy es una antigualla, viene a ser algo así como una tableta de arcilla con las cuentas de la despensa de Hammurabi. Tratar de ilustrar esto con una cita nos llevaría a la completa transcripción del libro. Sólo a modo de ejemplo para los que, tantos hoy, se quejan de que haya barullo en los toros y de que no se vaya a la plaza como al teatro, estas líneas de lo sucedido durante una corrida goyesca:

Ya era casi de noche y empezaban a encender papeles los espectadores como si quisieran alumbrarse. En un tendido se arma una bronca a garrotazos y tiene que subir la Guardia Civil a mantener el orden y a hacerse fuerte (…).

No hay lectura con más méritos para merecer la compañía del más grueso y mejor de los cigarros habanos. Nos cuenta por ejemplo, que los amigos que forman la tertulia del librero de viejo (cuya mujer gorda hace calceta refunfuñando en la trastienda) son pájaros de pocas carnes y que el cerero disfruta con el lápiz detrás de la oreja (- ¡Anda como yo! exclama Tato).

Pero digamos toda la verdad. No es libro para todos los paladares, sino sólo para los más refinados y a la vez más curtidos y bragados. Pues tiene el libro muchas cosas terribles, como terribles son el mundo y la vida tantas veces. Como esa mujer pidiendo, sentada a la entrada de la catedral de Toledo, en este día helado, apoyada sobre la verja que abierta franquea el paso a la entrada que es sólo para el Culto. Está envuelta en ropajes de todas clases y en mantas que no tienen forma, que la deshacen perdiéndola en un bulto de trapo del que asoma su cabeza. La lleva también cubierta por un paño negro y su mirar es triste pidiendo limosna. Los labios apenas murmuran, y pide en realidad con la mirada, lo único que no está envuelto y que nos asalta expuesto sin disimulo en toda su cruda tristeza mansa, resignada. Y cuando salimos sigue allí, recogiendo monedas, pocas, pues casi nadie la mira. Sigue en la misma postura, apoyada contra la verja, quien sabe desde cuándo y hasta que hora seguirá allí, cuando estemos ya nosotros de vuelta hacia Madrid, rodando de noche en el coche, como viajando en el tiempo por entre luces desde las páginas del pintor Solana.

Y en el momento de disolverse la tertulia, como surgido de la parte más terrible y brutal de los cuadros de Gutierrez Solana, como si hubiera estado encerrado en el libro, surge inesperado y como imposible un grueso moscardón, en esta noche helada de enero, y revolotea brutal, golpeando cuadros y paredes, asfixiado por el humo del habano.