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domingo, 7 de julio de 2013

EMMET GOWIN EXPOSICIÓN EN LA FUNDACIÓN MAPFRE.

Hoy el cepogordista se ha sentido moderno, rabiosamente contemporáneo. O por mejor ajustarse a la verdad, se ha dejado gustoso arrastrar por una hermosa y contemporánea señorita a visitar una exposición de fotografías. Ni más ni menos que de fotografías. La retrospectiva que organiza una fundación sobre el fotógrafo norteamericano Emmet Gowin.

Decir norteamericano es referirse al nuevo continente, novísimo. Esta novedad lo hace, sobre todo a su parte norte, mucho más nueva que la parte española, seco, despojado, arisco. Esto se refleja en las fotografías de Gowin. Hermosas fotografías en blanco y negro tomadas en el estado de Virginia, Estados Unidos, en los años sesenta y que transmiten una sensación de hermosura congelada, de hieratismo, sequedad, despojo, cierto vacío y cierta locura. Tenemos una casa y pasamos la tarde sentados en el porche, mirando al vacío. Tenemos un arma al alcance de la mano. Dios nos juzga y nos condena.

Emmet Gowin casó, como dicen los gallegos. Caso con Edith y gran parte de su obra como artista de la fotografía ha consistido en retratar a Edith a lo largo de la vida. Y no nos sorprende el interés porque la Edith es de armas tomar y su contrario, Emmet, parece empeñado en captar en sus fotografías toda la seca dureza de Edith, en ocasiones, y en otras, su salvajismo de indígena de las selvas de Virginia. Una indígena desnudo pero calzada con botas de granjero sembrador del atroz maíz, recolector mecanizado de la infame mazorca. Caramba con Emmet y con Edith. En algún retrato asoma un rasgo de fugaz belleza, pero en casi todos, bajo la impecable factura de las fotografías en blanco y negro, de una textura delicada y refinada, sobresalen los rasgos duros y hombrunos, las formas secas y angulosas, de caderas picudas, que apenas disimulan pobres vestidillos harapientos. Uno se imagina a toda la tropa andando por la casa en calcetines, y la verdad, pues resulta un tanto sobrecogedor. Flota sobre todos los retratados como un halo de locura, de miradas desviadas, de quijadas fuera del sitio, de cuerpos resecos y sarmentosos, a manera de raíces vestidos con pantalones de peto, camisetas blancas y niños en pelota, en mísera pelota que pese a ser infantil, sorprendentemente resulta impúdica. Incluso cuando Edith se desata la melena y nos enseñara provocadora sus encantos no logra transmitir ninguna sensualidad, ninguna tentadora belleza. Encerrada en la hermosa corrección formal de la fotografías, Edith a la que ya tratamos de tú, parece algo así como una alienada encerrada en una granja. Edith y su familia son la alegría de la huerta de esa región según explica el propio Emmet, hijo de pastor metodista y cuáquera. Así que de alguna manera, las fotografías son un homenaje a la generosidad y alegría de esa familia, cuyos retratos tanto asustan, sin embargo, al cronista.

El cepogordista está sobrecogido por la exposición y va dando rienda suelta a su imaginación. Piensa que debe haber sin duda más retratos de Edith: Edith con hacha; Edith con guadaña; Edith con picahielos; Edith y el charco de sangre; Edith en el aquelarre, Edith con bigote, Todos en cueros, etc…

Uno, puesto a fotografiar señoras con carácter, hubiera elegido a la madre de los Gallos, por ejemplo, Gabriel Ortega Feria, madre de Joselito y del Divino Calvo, o a la sobrina de éstos, la también bailaora y cantaora Gabriela Ortega.

Uno se imagina diciendo:

-          Abuela, no te enfades y cántanos otra vez Torerillo en Triana o la Viuda Enamorada… ¡Anda! Tirarán, tan, tan, tirarán, tan, tan.

En cambio le cuesta más imaginarse en el papel de nieto de la Edith, diciendo,

-          Abuela Edith, anda decapita otro pollo, que lo haces muy bien, dale fuerte con el hacha grande, a dos manos, ZAS…

Con el paso del tiempo, sin dejar de retratar a la bella, seca y hosca Edith (si es que esos tres adjetivos cabe sumarlos), Emmet se orientó hacia el paisaje, evolucionando hasta lo que es verdadera pintura abstracta, siempre de una gran belleza formal, fotografías de un blanco y negro que parece trabajado con buril. Se trata a menudo de vistas tomadas desde el aire. Nos explica la bella señorita que nos acompaña que todo está en el trabajo al revelar, la mayoría de las fotografías, con gelatina de plata. Es lo que da al trabajo un aire artesanal que quizá sea lo más atractivo de la exposición, como si las fotografías hubieran sido moldeadas a mano, hechas con barro sobre un torno y cocidas luego en un horno. Por eso el grupo de fotografías digitales tomadas en color e impresas tal cual, unas vistas aéreas de Granada, no nos dice nada, y parece una como broma para relajar al espectador al terminar la exposición, unas fotografías del catastro para contar olivos y gravar al propietario con saña.

Desde luego, si a la fuerza hubiera que quedarse con una fotografía del Sr. Gowin uno elegiría un blanco y negro de los años sesenta, una vista del porche, sin gente, o tal vez la vista sobre aquella ciudad italiana petrificada.  Pero nada de Edith.

Tabaco y oro. Faja
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.

Capote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.

(…)

Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.

En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.

Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo