Mostrando entradas con la etiqueta Carlos Barral. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Carlos Barral. Mostrar todas las entradas

sábado, 17 de noviembre de 2012

AUNQUE SE EXPLICA POR SI SOLO EL TEXTO

 ...le ponemos esta entradilla:

Aún hoy, una mayoría de conversaciones, y en plena crisis sobre todo las que a España y a los españoles se refieren, se articulan de la forma en que lo hacían las discusiones de estos jovencillos de 1940, que tan bien se describe a continuación.

“Hablábamos de vez en cuando de política (…). Una y otras opiniones muy flacas y asentadas en muy pocos datos. Hablar de política era sobre todo remontarse a generalidades históricas, un tema que tienta mucho a esa edad, y defender las banderas de las civilizaciones con las que cada uno simpatizaba. Antonio y yo éramos furiosamente pro-franceses y anglófobos, pero en mí apuntaba una subsidiaria debilidad por el mundo germánico. Román era pro-anglosajón sin indulgencia para los continentales. Es curioso, de pronto, darse cuenta de la cantidad de energía mental y de derrochada pasión que se invierten en estos vicios, tributarios, como los fanatismos de cualquier tipo, de las limitaciones de información o, mejor dicho, de la exclusiva incidencia de una información limitada a un área de posibilidades. Generalmente esos furores histórico-geográficos están casi unánimemente determinados por la identidad de las lenguas a las que cada cual tiene acceso. Y lo grave que suelen constituirse en deformaciones permanentes por más que una cultura más universal las disimule.”

Carlos Barral,
Años de penitencia
Tusquets Editores

CARLOS BARRAL


Tato nos presentó a Carlos Barral hace unos años. Cosas de Tato, inexplicables. Y le llamaba Carlitos. Nosotros, ante aquel hombre de presencia única, ante aquellas barbas espléndidas, como de mitológico dios Pan y esa forma de fumar, sujetando el cigarrillo con una mano larga y tensa, que parecía esculpida en piedra, estábamos atónitos. Y por qué no decirlo, fascinados ante aquella complejidad, ante aquél atractivo, tan difícil de definir, tan peculiar. ¿Un algo pagado de sí mismo, como posando a lo intelectual o tal vez escondido tras la imagen; y de una ironía sutil, disimuladora de una sensibilidad difícilmente contenida por el juego de espejos? Pero Tato, Carlitos por aquí, Carlitos cuéntanos, Carlitos por allá. Cosas del inexplicable y misterioso Tato. Y durante toda la tarde estuvimos tirando de la lengua, si es que puede utilizarse esta expresión, a este hombre extraordinario que con amabilidad, brillantez y punto de altiva condescendencia, desplegaba ante nosotros con su verbo preciso, redondo y pétreo a un tiempo, con esa voz algo ronca tan única por española, su visión del mundo. No hemos vuelto oír a nadie hablar de esa forma, desprendiendo ese dominio del verbo hablado, con esa soltura y un halo de elegancia viril como mundana, como de salón de otro tiempo. Buscábamos a hurtadillas, a su alrededor, la flauta mitológica, que seguramente tocara por la noche, al despedirse de nosotros, para salir a correr los bosques, excesivo.