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sábado, 20 de marzo de 2021

Sueños del Amigo Pulardo.

Muerte y juicio, infierno y gloria, ten cristiano en tu memoria.

El amigo Pulardo ha soñado que le decía su mujer que bebía demasiado. Se ha despertado con un sobresalto, recordando de repente que es soltero. Se ha vuelto a dormir y ha vuelto a soñar. Ha soñado que era norteamericano, que se llamaba Johnny Poulard, que era ecofriendly, foodie y lefti. Y también activista en pro de varias causas nobles, defensor de las gallinas, patrocinador generoso de un canal en abierto para cluecas y presidente de un club de ayuda para gallos capados.  Se ha asustado un poco, ya semiconsciente y, alargando la manina ha palpado en la penumbra del cuarto, sobre la mesilla de noche, las entradas de tendido alto para el no hay billetes de mañana a las siete. No ha soñado más.



miércoles, 3 de febrero de 2021

Don Epitafio. Narraciones de Nava, cortesía de Calvino de Liposthey.

La vieja criada, que lleva centurias habitando el palacio de Doroteo en Nava de Goliardos anuncia visita. Es pálida, casi translucida, pelo cano y sus andares no dejan huella ni ruido, sólo mueven el aire.

-       Señorito, que ha venido don Epitafio… ¿Le digo que pase?

-       ¡Aaaaggghh! ¡La morte, la morte vine aquí! -grita el amigo Pulardo en italiano con voz aterrada- ¡Huyamos, huyamos antes de que la parca nos agarre por dónde más duele!


Interviene Doroteo pidiendo calma sosiego, que todavía no se ha servido el café:


-       Pero amigo Pulardo, un poco de calma, ¿Qué ha sido de sus facultades intelectuales? Es Epifanio, el panadero del pueblo que los sábados tiene a bien acercarnos el pan y unos bollitos rellenos de crema que hornea para el desayuno, un poco de calma, tómese el café que ya viene Wilfreda a servirlo.

 

La silenciosa aparición de Wilfreda, la centenaria y alba criada cuyos pasos no se oyen ni se sienten, no acaba de tranquilizar al amigo Pulardo, que visita por primera vez Nava (o Puebla) de Goliardos, y se mueve con torpeza lejos de la plaza de toros y su gentío y sus murmullos. Se encuentra torpe por las calles empedradas, no teniendo que dar brincos por los tendidos, almohadilla en mano.




martes, 12 de junio de 2018

Unos párrafos sobre el Amigo Pulardo, cedidos por Calvino de Liposthey, siempre atento. Ilustraciones propiedad de la colección particular A.B. Elgrande.


Tarareaba El Amigo Pulardo, al dar los primeros pasos por la calle húmeda todavía de lo que había llovido de madrugada, menuda tromba de agua oiga, vaya primavera no me diga, el refrán de una coplilla:

- Porque yo soy un caballero de sangre azul y casa real y sólo quito los dineros, farruca de mi alma, a la gente principal...
- Se ve que le gusta Juanito.
- Un genio, lo más grande.
-¿Y la copla que ha elegido es por algo? ¿Afición a lo ajeno tal vez? ¿Complejos de nacimiento?
- Oiga, Spotti, váyase a su mundo y déjeme en paz.

Vamos a comprar unos filetes. Y una carne para asar.

- Aquí tiene - dice el bigotudo carnicero enseñando la mágnifica pieza de carne ya limpia- ¿Se la meto en una rejilla?
- No muchas gracias – comenta el Amigo Pulardo. No es necesario, de verdad, no se moleste, no hace falta, de ninguna manera…
- Bueno pues de todas formar se la meto en la rejilla que va mejor. Eso.

El Amigo Pulardo en materia taurina no pasa una, pero en estas cuestiones prefiere callar.

A veces nos ponemos pesados, es cierto, se nos espesa la mente y nubla el entendimiento. ¡Otras veces somos más ligeros, aéreos! ¡Somos el vuelo de una mariposa indómita, etéreos! ¡Abolimos a Newton! Mire yo creo que hasta aquí por hoy, si le parece, vamos.


domingo, 27 de mayo de 2018

TOROS - Alcides Bergamota el Grande nos cede unas cuartillas.

 - ¡Mu-mu, mueran los señoritos!
- ¿Oiga pero que es ese grito? – exclamó Regino Heno Herrera dando un respingo.
- No se preocupe Regino. Ese es Pablillo el tonto de Nava con lo suyo – contestó el Amigo Pulardo sin inmutarse. Dio luego una plácida calada a un habano largo, inmenso, una verdadera cachiporra de tabaco.
- ¿Pero que hace por aquí? Regino al hablar se había removido inquieto en el butacón. Dio un sorbito a la palometa, apurando la copilla de cristal con forma de dedal.
- Pues muy sencillo. Es Lentini Spotti, la pústula de los Abruzzos, que de vez en cuando le da una propina para que el pobre grite esas cosas.
- ¿Y se lo trae desde Nava?
- Con tal de fastidiar es capaz de todo. En cuanto se ha enterado de que habría la casa para la temporada ha empezado con las intrigas. Lo de que mueran los señoritos le chifla – dio una nueva calada al gran cigarro que descubría un poco más de esa ceniza compacta de un gris espléndido, ¡un verso de Mallarmé!
- Pues a mí no me gusta nada eso de las amenazas, aunque las grite un tonto.
- Oiga Regino, no se haga el fino que lo del grito no va con usted, usted de señorito ya sabemos que nada.
Con gesto breve de la mano libre el Amigo Pulardo atajó un principio de protesta de Regino Heno, que venía ese día tan compuesto; con corbata y traje claro, la raya en medio, los cuatro pelos sujetos con un poquito de gomina y bastante riego de un agua de colonia como infantil que a él le parecía que hacía inglés. Porque Regino Heno es culturalmente un inocente, un alma cándida que cree que hacer el inglés le da realce y elegancia, que es una pose adecuada porque aquello, ya sabe usted, no se puede comparar, es superior. Y suelta a veces un plis, por please, y un zenquiu por thank you y hasta un zans por thanks.


Regino se había servido otra palometa. El Amigo Pulardo está bien surtido y para la tertulia con Regino tiene dos marcas de anís, Anís Tenis y la Cordobesa. Porque a Regino que es muy inglés, como él dice, al final le tira más Monforte del Cid que los brandys de Jerez, el vino de oporto o los licores franceses del aparador del Amigo Pulardo.
- Mire Regino deje que le explique, porque ya le he dicho muchas veces que el asunto de los toros va siempre de contradicciones, de todo orden y a todos los niveles. Mire, hace años era frecuente que una parte de lo que podemos llamar la buena sociedad mirara con malos ojos la afición a los toros y trataran por todo los medios de apartar a sus vástagos de la plaza. Esto lo cuenta muy bien García Pavón en aquel libro estupendo que son Los cuentos de mi tía. Cuando había toros en Tomelloso ¡prohibido salir de casa! Nada de tentaciones. Paco Pavón –perdone la familiaridad- entonces niño en casa de sus padres se asomaba al balcón a ver pasar a las cuadrillas a pie, a los matadores en coche descubierto y a la muchedumbre que los seguía entusiasmada hacia la plaza. Imagínese al niño mirando desde el primer piso, sujetando los montantes del balcón con las dos manos, como un preso asido a la reja de la celda, fascinado por el espectáculo. Al libro le remito para que vea que no me lo invento. Para mucha gente de entonces en los toros anidaba escondida la tentación de majeza y flamenquería, de tablaos y juergas, de chulería y taberna, como dijo el poeta. ¡El miedo a que el jovencito de familia se perdiera en nocturnos ejercicios venatorios por colmaos y tabernas, entre claveles y mantones de Manila…!
- ¡Que barroco es usted Amigo Pulardo! -se atrevió a comentar Regino ante la parrafada encendida que le acaban de soltar- pero no veo a dónde quiere llegar.
- ¡Déjeme hombre, que el verbo es de lo poco que nos queda! Así que como le decía, a los de la coleta ni arrimarse. Remato ahora el argumento.
- Pues se le agradece que vaya al grano, sí.
- Lo que quiero decirle es que en el estado actual de derrumbamiento social, cuando la gran diversión, la más fina, es ver un partido de futbol por la tele dando gritos y alaridos; cuando el hijo de familia es un concepto que a la gente le da risa; cuando la única vertebración social y probablemente familiar es ya la pasta gansa, no contando apenas todo lo demás, pues resulta que una tarde de toros es algo de un refinamiento y de una belleza únicos. Una belleza estética que está prácticamente ausente en el resto de manifestaciones sociales a las que podemos asistir. La gente en lo que está es en dotarse de medios económicos para llevar a cabo las cientos de actividades que exige el frenesí social contemporáneo y aguantar el ritmo, ¡de los viajes en chancletas y de todo lo demás!– al concluir la frase el Amigo Pulardo se había puesto de pie de un brinco y agitaba toda su corpulencia, como sacudiéndose el esfuerzo.


- Hombre, pero que exagerado es usted. Y un tanto cenizo en su análisis. Y además, que quiere que le diga, de esa sociedad que usted describe en tonos tan negros sale el público que va hoy a los toros – y al decir esto, como para darse un premio Regino Heno remató la segunda palometa.


Regino Heno era como el Amigo Pulardo buen aficionado y se unía a la tertulia que él llamaba “de los de Nava” cuando estos acudían a Madrid a los toros. Llevaba tiempo preocupado por lo que el calificaba, refiriéndose a la Plaza de las Ventas, como la desorientación general de público, diestros y empresas. El cigarrón del Amigo Pulardo seguía ardiendo con pausada y constante lentitud, sereno aromático, y subían hacia los cielos del pequeño salón de altísimos techos, volutas de humo azul. Metiendo dos dedos regordillos en el bolsillo del chaleco para consultar el reloj de cadena, apreciadísima joya familiar, se dio cuenta de que era ya hora de partir hacia la plaza.
- Pues mire Regino, tampoco le falta a usted razón. ¿No se dice que los toros son como un reflejo, un resumen, del estado de la sociedad española? Por ahí va su comentario me parece. Todo esto hay que pulirlo bien, matizarlo como conviene porque, por una vez, no hay contradicción entre las alabanzas al espectáculo y la condición del público que acude cada tarde a presenciarlo. Porque al menos ese público sigue acudiendo a las tardes de toros, y aunque lo haga desnortado y a veces en estado calamitoso, sigue interesándose por algo que está por encima de la media y que no es una simple recreación de la cultura muerta de épocas pretéritas.
- Vamos que no llegamos – dijo Regino poniendo punto final a la amigable charleta.


sábado, 16 de septiembre de 2017

Un sueño (uno de tantos). De los papeles del eximio polígrafo, Alcides Bergamota Elgrande.

Agradecemos como siempre la gentileza de Calvino de Liposthey que desinteresadamente nos hace llegar este sencillo relato

Salía contento del simposio en el que había participado con una conferencia muy sonada. Al calor de los aplausos sucedía ahora el frío helador de una noche negra y silenciosa, sin luna. Las sombras parecían piedra maciza de tan impenetrables. Segundo simposio en defensa y promoción de una Fiesta auténtica, convocado y organizado por la asociación El Toro Integro, de la que era vicepresidente y por la Peña los Puros, para la que servía gustoso de tesorero. La calle estaba desierta. Y todo por no andar lejos de la plaza. Quien le mandaba, pensaba ahora al oírse andar, al oír su corpulencia respirar pesadamente, por efecto del frío, del paso que había acelerado y de las arrobas que arrastraba, quien le mandaba haberse mudado a estas calles tan solitarias de noche. Cerrado el comercio, claro, cerrado el taller de coches, y la academia de contabilidad, cuyo rótulo decía estudios financieros, y cerrados también bares de copas, era lunes, y tascas taurinas, era tarde y era día sin toros. Había estado soberbio con su charla larga y concienzudamente preparada, y hasta un poquito flamenco, chasqueando los dedos para adornar pasajes de su conferencia, aupándose casi de puntillas sobre sus botines lustrosos, asomándose por encima del atril, ¡embalado! Nuevamente aguzaba el oído. Era la segunda vez que los oía nítidos. Pasos que le seguían. Precisamente ahora, cuando llegaba al desmonte, al solar de aquella casuca que habían tirado hace poco. En la calle estrecha, en la que se mezclaban diminutos chalets de otro tiempo con un jardín raquítico, y edificios de pisos, de cinco o seis alturas, estrechos, de un ladrillo pobretón, de terrazas pequeñas cerradas de cualquier forma -pese a todo dueña de cierta gracia castiza- en esa calle, no se oía a esas horas ni un alma. Salvo aquellos pasos, otra vez, claramente. Y sonaban de una forma peculiar, inconfundible para el oído finísimo del Amigo Pulardo. Eran pasos de boto campero, o de botín flamenco, de calzado de tacón macizo y alto. No había duda. Se inquietó de repente un poco, recordando los pasajes más encendidos de su charla, cuando arremetió contra el toro raquítico y colaborador, descastado y repetidor, que eliminaba de la fiesta toda emoción; cuando puso a caer de un burro al todo el gremio de picadores, clamando por la reforma de la pulla y por cabalgaduras más ligeras, cuando recordó que Bienvenida, Antonio, había tomado la alternativa con toros de Miura, ganadería que alguna de las pretendidas figuras esquivaba por sistema, Aplausos, puntillas, chasqueo de dedos, pulgar contra cordial y el público rugiendo, es un decir, prorrumpiendo en si señores repetidos… No había duda, ahora a un lado, la negrura, el espesor de la noche, se movía. Se movía sigiloso como una nube oscura que se desplazara sin pisar el suele, pese a que a la altura de los zapatos parecían brillar unas grandes hebillas. Al acercarse, la nube se hizo saco, y al acerarse más aún, un poco asustado, Pulardo tuvo que hacerse a un lado. El saco negro del tamaño de un hombre encorvado le recortaba. Si le recortaba y le quebraba, obligándole a salirse del camino, empujándolo con tres gestos más bruscos a una bocacalle desierta. Pudo por fin distinguir un sombrero ancho, una capa española llevada como embozo. Se quedó helado: ¡El estudiante de Falces! Quiso echar a correr, pero entonces una mano gigantesca lo agarro con fuerza y de un tirón casi en volandas, lo metió en el callejón. Ven aquí tú, tío piernas, lechuguino, piquito de oro, tío pera, listillo. La voz era ronca y cavernosa. Encendieron un farol y entonces pudo verles. Al gigantón de voz cascada y aguardentosa, de patillas a lo Paquiro, de aires a lo canalla antiguo pese a lo moderno de su chupa vaquera, le conocía de vista, de las tertulias del patio de caballos. Luego miró a los otros y ya no tuvo dudas, conspicuos representantes del denostado gremio: el Pimpi, el Rubio, el Linchi y el Mingas. Pero no podía ser, los dos primeros, ¡con lo que habían sido! ¡Si tenían que estar de acuerdo con el! Que quiere usted Amigo Pulardo, la solidaridad gremial, nosotros no queremos, en el fondo no es nada personal. En cambio los otros dos, el Linchi y el Mingas, le miraban con saña, con los ojos vidriosos del que se pasa el día achispado. Ventrudos, hinchados, apenas capaces de cerrar sus enormes muslos para andar derechos, la corpulencia del Amigo Pulardo a su lado no era nada, el gorrión frente al gocho. Cuando parecía que nada iba a suceder, volvió aparecer el estudiante embozado, con el venía Martincho montado en un toro cornalón ensillado con una albarda. Se hizo de repente un silencio atroz. Todas las miradas se inclinaron hacia el suelo. Se puso el Amigo Pulardo a seguirlas hasta entender lo que había provocado el silencio. Ahí estaba vestido de corto, con sus polainas camperas, su castoreño como de juguete, sus manazas peludas y chupando un cigarro Antonio Merino, el enano de Las Ventas. Asomaban de la faja que le ceñía la cintura las cachas de su faca descomunal. Abrió la boca para decir maligno: así que mis compañeros de ahora son un gremio de botijeros y montan caballerías como montañas, así que son jugadores de ventaja que pican protegidos por un caballo que es como un carro de llevar cántaros, así que hay que reformar las cosas, que se pierde la suerte. La suerte la vas a perder tú ahora cuando probemos contigo si esta pulla sirve o no sirve. Y diciendo esto escupió el cigarro y abrió la gigantesca faca. Vaya, faca de bella factura se dijo Pulardo, ya no se ven así. De esas de capar gorrinos y de abrir melones de piel de sapo de un solo tajo. ¡Zas, por la mitad! Parece una antigüedad. Y dejando de temblar pensó, ¿y este enano cuantos años puede tener hoy…? No puede ser y tampoco el Pimpi, ni el Rubio. Por la ventana entraba el primer rayo de sol. 

Debajo
Francisco de Goya. El diestrísimo estudiante de Falces.


sábado, 10 de junio de 2017

El toro automático: San Isidro la víspera de Miura.

Esta actividad un poco extraña que es ir a ver toros, sólo o en compañía de Pototo, Boliche, Tato, el gran Bergamota, Calvino de Liposthey, toda esta gente que convierte la plaza en un hervidero social. Lo que también forma parte del asunto. El Amigo Pulardo, un poco hastiado, se negaba el otro día a saludar.

Hemos visto el toro automático, Jandilla. Es algo verdaderamente asombroso, el animal completamente mecanizado, frío, neutro, automático. Le buscábamos con los prismáticos, ¡con los gemelos hombre!, eso con los gemelos, el resorte con el que le habían dado cuerda sin duda. Imaginábamos al mayoral en los corrales con la gran llave de manivela. ¿Cuánta cuerda don Borja? Y esto lo decimos sin chufla. Hay que ser un ganadero realmente extraordinario para conseguir ese producto tan acabado, tan pulido, tan mecanizado siendo todavía un animal. Otra cosa es que nos guste ese toro o no. Y no nos gusta. No es el Toro. Es otra cosa, una automatización de lo zoológico que sirve para una forma de entender el toreo que a nosotros nos parece que rompe con lo que torear debería ser, con lo que ha sido torear durante siglos. Y que francamente, tiende a aburrir. El toro automático no plantea problemas, no los que plantea el toro bravo con algo de casta, cuyo comportamiento variará dependiendo de cómo se le hagan las cosas, o los que plantea el toro manso, no digamos el manso encastado, o el bravo encastado, codicioso, de poder. El toro automático pasará mil veces, las mil de la misma forma, sin enterarse, en la misma posición, al mismo ritmo. Nosotros que no vamos apenas a esas tardes de toros automáticos (de esos que permiten el lucimiento cuando no se desploman, el famoso toro artista –las memeces que hay que oír-) nos quedamos verdaderamente asombrados. Y el aburrimiento viene de eso, de lo previsible que no presenta desafío técnico alguno, que alarga las faenas, que resulta, al final, frío y carente de verdadera emoción. Y al asunto ese se le echa encima la palabra arte, para taparlo, y todos encantados, grita el Amigo Pulardo congestionado.

Frente al toro automático, la llamada semana torista. La denominación es ya indicativa de la crisis que se vive. ¿Es que un espectáculo que se llama “los toros” puede no ser torista, puede no tener como centro, como eje, el toro? Pues eso es lo que ocurre. Que el toro es el eje de la fiesta sólo durante los días finales de San Isidro y durante esos días, con la honrosa excepción de Talavante, a quien hay que agradecer el gesto –ya decía el Amigo Pulardo que los toros son gesto, como la vida misma-, las figuras se esfuman. Y se enfrentan al toro toro, otros toreros. A ellos les agradecemos también el gesto, como no, pero nos dejan con las ganas de saber qué pasaría si a esos Cuadri, Dolores Aguirre, Rehuelga (Santa Coloma Buendía) los torearan los que se supone que son los mejores toreros. ¿Veríamos al rey desnudo? ¿Se confirmaría la crisis de verdaderas de figuras del toreo? ¿O por el contrario se revitalizaría el espectáculo?

El éxito de la corrida de Victorino Martín del martes pasado nos da una idea del resultado. Lleno de no hay billetes, 23.564 entradas vendidas. Vimos a Talavante torear esos toros y sobre todo vimos a Paco Ureña fajarse con Pastelero, en unos lances de una profundidad, intensidad y belleza que pusieron a la plaza de pie: la acometividad del toro era impresionante y la forma en que Ureña colocado en el sitio lograba canalizarla en muletazos profundos y largos más aún. Y eso a un toro atento, mirón, serio hasta decir basta, presto a aprovechar cualquier fallo del torero que le diera una pista de por dónde iban las cosas. La vuelta al ruedo que dió el torero, sin mayores trofeos para fallar con la espada, vale más que  la mayoría de orejas de la feria. Al día siguiente, con los impresionantes Santa Colomas de Rehuelga volvieron bravura y acometividad, con seriedad, sin automatismos. En las dos tardes vimos toros acudir raudos al caballo tres veces ¡tres! cada vez desde una distancia mayor, empleándose a fondo con un poder y una bravura que brillaban por su ausencia hasta entonces. Se planteó la cuestión de si los Santa Colomas estaban fuera de tipo o pasados de kilos. Pero lo cierto es que poderío tenían, lo que dio pie a que un aficionado dijera que la casta mueve los kilos que sean. 

Sin duda el toro de la feria debería salir de una de esas dos tardes. ¿Pastelero o Liebre? Y lo mismo decimos de la mejor faena, la de Ureña a Pastelero, y de la mejor corrida, la de Rehuelga, aunque el no haberse lidiado completa (le rechazaron un toro, cosa harta extraña a la vista de los otros cinco) lo impedirá. Como decía un cartel el otro día, en pleno tendido: no hay mejor marketing que la casta.
 Genaro García Mingo Emperador,

para el Heraldo de Nava.


PASTELERO
(fotografía de la web de Las Ventas)
 PASTELERO Y UREÑA
(fotografía de la web de Las Ventas)

El impresionante Liebre, de Rehuelga.
(fotografía de Andrew Moore, publicada en Pureza y emoción)

sábado, 27 de mayo de 2017

A los toros.

Claro que seguimos acudiendo a La Plaza. La Plaza con mayúsculas, pese a todos los avatares. Y con nosotros el Amigo Pulardo, Tato, Bergamota el eximio polígrafo, Doroteo y the Countess, cada vez más arrimados los dos últimos. Calvino de Liposthey a menudo se une a la pequeña expedición que se monta desde Nava de Goliardos, que también es Puebla de lo mismo. Lo que sea necesario para no perder el hilo de sus crónicas.

El Amigo Pulardo ha estado esta misma mañana husmeando por La Plaza, comprando alguna entrada suelta, fisgando y observándolo todo desde su corta estatura, casi todo el rato de puntillas sobre sus lustrosos botines de piel de potro, con sombrero de jipijapa, pañuelo de algodón, corbata de lazo. El Amigo Pulardo se agita en la cola de las taquillas, con poca gente que es muy pronto. Se le acerca un reventa destentado: entradas para hoy. No gracias si tengo ya entradas, vengo para otro día. Un abonado quiere colocar las suyas, son dos, porque el cartel de por la tarde no le entusiasma del todo. Una entrada para el apartado oiga, aquí tiene. Se dirige hacia el patio de caballos al trotecillo lento de su piernas cortas aunque bien proporcionadas. Dos mejicanos piden un programa con los carteles de San Isidro, que lo quieren llevar para Méjico de recuerdo. Se les acerca un señor para explicarles que, por un euro, pueden ver el apartado de la corrida de por la tarde, accediendo por el patio de caballos a los corrales de la plaza. Se quedan como pensativos, asombrados del gesto amable en su humildad de turista modesto, temeroso del engaño. ¿Un euro? Queda en el aire el gesto amable. Mire, es que en los toros, como en la vida todo está en el gesto.

El Amigo Pulardo sube las escaleras despacio, enseguida resopla como un ternero cebado. Va embutido en un terno magnifico, salido de las manos de un buen sastre. No ha renunciado a eso. Los toreros se visten de plata y de oro. ¡El Amigo Pulardo se viste también! Es su forma de hacer, a su manera, un gesto también. Para mostrar respeto por los que pisan el ruedo, un respeto un poco trasnochado para estos tiempos en que hasta la corbata cae y la gente no se viste ya ni para la Misa del Gallo. El traje marca con precisión artesana su silueta canija, elegante y oronda, llena de severo empaque. Pero se ha descuidado últimamente. Teme que si resopla demasiado (resopla usted como una ballena oiga) salten las costuras del traje y puedan asustarse los toros por el estallido, y la gente de verle de repente en ropa interior, semi en cueros, como si de una performance marrana se tratara. Así que se para en un peldaño y deja pasar a la gente, para acompasar la respiración. Aquello está lleno de niños piensa con cierta alegría. La cornamenta inmensa de uno de los bueyes de la parada de la plaza le recuerda de inmediato a Fidelio Lentini Spotti, la pústula de los Abruzzos, el gran cornudo. Se hace el silencio y desfilan los gruesos toros de los Espartales, negros, ensillados. ¿Qué juego darán? Acodado en una barandilla repasa la corrida a placer y ve moverse los toros con los ojillos encendidos.

Ya en el museo taurino, saludos con el de las entradas. De usted me acuerdo caballero. ¿Les gustaron los toros de aquél día? El Amigo Pulardo va a tiro hecho. Lo que quiere es leer de nuevo aquél poema conmovedor de Rafael Duyos, a la muerte de su amigo Antonio Bienvenida. El sacerdote y el torero. Al Amigo Pulardo se le va el sentido murmurando aquellos versos. También se acerca a ver el busto de Ricardo Torres “Bombita”, y el retrato de Belmonte de Vázquez Diaz. Con los billetes en el bolsillo se va a casa. Al salir del patio de caballos se cruza con los dos turistas mejicanos que llevan en la mano las entradas del apartado al que finalmente han asistido. ¡Por un euro, híjole!

jueves, 9 de febrero de 2017

Paseo.


El amigo Pulardo resumía solemne la historia de Regis de Poulardó.
- Estos de Francia estaban muy vagamente emparentados con los Pulardo de toda la vida. Pero ni siquiera por vía paterna, sino por una tía descarriada de mi abuela Carmechu. No se apellidaban Pulardo, pero conocían la existencia del noble apellido y habían envidiado durante generaciones a sus portadores.
- Un poco a la manera de los Mingo y los Minguilla – comentó Calvino de Liposthey.
- Si más a menos, sólo que en este caso no había no siquiera proximidad fonética, pues el tatarabuelo del cursi de Regis se apellidaba en realidad Morcón. Todo el clan respondía en el pueblo al mote de los Atascaburras.
- ¿Pero cómo es posible?
- Bueno, sencillamente al llegar a Francia se pusieron a maniobrar y la tercera generación ya era Poulardó. El dinero ya sabe que allí lo puede casi todo.
- Supongo que el siguiente paso será pasar a compuestos.
- Si claro, algo así como Poulardó-LaTruie, Poulardó-Chabert Capon o Poulardó de la Jarre.
- Y así están las cosas.
- Y así pasa la vida la gente. ¿Qué quiere usted que le diga?
- No, nada.
Seguían pasendo al Amigo Pulardo y Calvino de Liposthey, en la mañana helada, escarchada y cortante, envueltos en una espléndida luz, bajo un cielo azul. Y altísimo claro.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Las siestas del Amigo Pulardo

Las siestas del Amigo Pulardo son poderosas, precisas, sistemáticas, dirigidas y, en general, muy logradas. Una hora sobre el costado derecho, a la hora vuelta sobre el costado izquierdo, otra hora. Uno más uno dos. Es decir dos horas. Luego se merienda y luego se pasea. Sueña esta tarde con que no sabe si los calcetines deben ser del color del zapato o del pantalón. Cuando el corpacho cava hondonada, pues nada, se cambia el colchón por uno nuevo para seguir soñando. Cuando el colchón se pasa, dificulta los sueños que se resisten a acudir primero y luego lo hacen confusamente, como reticentes. Pero con colchón en condiciones, ya es otra cosa. Se ve a caballo bajando por las escarpadas laderas de una mesa en Arizona, ahora es John Pulard o tal vez Vitorio, gran jefe de los Pulardos, o tal vez don Enrique Maria de los Dolores Pulardo y Pulardo, hacendado mejicano, descendiente de los conquistadores, protector de los indios, que los defiende de coyotes y cuatreros. Monta un pinto enorme para que lo cargue suelto y viste chaparreras de piel de venado bien pulidas. Y bajo el sombrerote no más los carrillos se le ven... Pero ¿y los calcetines? No ande preocupado de pendejadas mi jefe, ¡si con los botos camperos del campo charro no se le ven! El rodar de las grandes espuelas de fierro sobre el pino melis del salón de sus abuelos lo despierta de golpe, pero sólo a medias: ¡Pero quítese las espuelas, insensato! ¿O quiere que la vieja lo cosa a balazos? Vaya pero si estaba soñando… Lo del salón ha sido pesadilla, pero lo de antes no estaba mal. De un brinco corto salta de la cama y abre el cuadernito para apuntar el sueño… Con la feria de otoño acabada quedan dos tardes, el domingo y el 12. Luego será cuestión de hablar con Doroteo, para pasar una temporada en Nava, cuando con el invierno llegue la hora de los graves estudios.