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jueves, 28 de abril de 2016

FUGA LENTA. Juan Martínez de las Rivas. Editorial Acantilado.

No hay duda de que llevamos una vida poliédrica, seguramente inarmónica, aunque sin llegar al estado patológico. Por un lado el correteo. Por otro lado ese sin fin de cosas tan apretadas en el tiempo que consideramos nuestro. Esa apretura acaba por contagiarlas del correteo de la otra vida, que se insinúa también en la de aquí, en la de hora. Sibilinamente, la vida de allí nos cuela en la de aquí el desorden. La curiosidad y las ganas pueden más que las fuerzas y el tiempo. ¿O tal vez es el tiempo el que a todos derrota? Seguramente sea así, jugando con nosotros al ratón y al gato. Lo hace mutando, alargándose y acortándose cada vez más, y disimulando que se acorta, que se escapa como la arena entre los dedos. Oiga eso de la arena entre los dedos está muy visto ya. En mi pueblo no hay arena, sólo unos cantos rodados que para que le cuento. Por mucho que abra los dedos no pasan. No divague. Pues bien, entre ese desorden se coló hace unos días todo un libro. ¿Es que es el primero? ¿Es que hacía mucho que no leíamos un buen libro? No, no se trata de eso. El libro se llama Fuga lenta y su autor es Juan Martínez de las Rivas. Lo publicó, hace algunos años ya, Acantilado. Cuando se habla de un libro con los amigos la opinión inmediata suele reducirse a calificarlo de bueno o malo. Fuga lenta no es sólo un buen libro. Su autor ha sido capaz de poner por escrito con verdadero acierto un mundo, un universo completo, como traído intacto y corpóreo, del fondo de la memoria. Y al pasar las páginas se despliega ante nosotros, entero, completo, explicado. Y se presenta con imágenes de una delicadeza que resultan asombrosas cuando se piensa que Juan, el narrador, asiste en realidad al derrumbamiento de su entorno familiar más próximo. Y tal vez sea esa la Fuga: La búsqueda del mundo propio, construir entre los escombros de los adultos. No hay lirismos, tampoco hay tragedia en la narración, aunque algunos hechos puedan resultarlo, hay mirada. Lo que nos trae el libro es el mirar de Juan y ese mirar que es agudo, atento, observador, logra mantenerse limpio. Pasamos en algunos momentos una cierta ansiedad, pensando que al pasar la página llegará la terrible condena, el exabrupto, el juicio inapelable. Pero no llega. Página a página, la vida de Juan, a través de la mirada de Juan. Es tal vez el mayor acierto del libro. El tono, la voz constante que narra sin estremecerse acontecimientos dificilísimos. Serena en el fondo y también en la forma. Sin eludir detalle alguno logra no ser implacable, lo al pensarlos después de terminado el libro resulta asombroso. El acierto también en el retrato preciso y sereno de un tiempo que es un poco el nuestro, con matices y distancias, con una diferencia tal vez de algunos años, no demasiados. Se trata de la pintura lúcida y sentida de un momento de la vida española, de una vida española. Es uno de sus muchos logros. ¡Qué agradecidos le estamos por todo lo que nos ahorra, por todo lo que no es! No es novela negra, no hay detectives en Nueva York, ni mafiosos, ni millonarios drogadictos, ni intrigas político financieras. Respiramos aliviados. Un español contemporáneo que se atreve a escribir sobre sí mismo, sobre su mundo, sobre Madrid, sobre nosotros, y que lo hace sin rencor, sin juicios, sin teorías. No hay tesis, no hay explicaciones. La vida de Juan narrada, aceptada y la construcción del mundo personal a la que hemos aludido ya. No vamos a alargar más el comentario. Aunque podría hacerse. Aludir a la excelente mano con que se capta y devuelve a la vida a esa sociedad española que no aguanta ya de pie, y vive de recuerdos y viejas glorias llevando todavía títulos antiguos o que no lo son tanto, inadaptada, incapaz de transformarse, educada para un mundo que ha volado; a la pintura fabulosa de la nueva burguesía de los grandes pisos de la Castellana, retratada de forma magistral en pocas páginas; al contraste que representan, en el desbarajuste familiar, la presencia intermitente de los tíos alemanes que aportan un contrapeso de solidez material, social, de cálida masculinidad, de cosmopolitismo; al retrato de los padres, de los vecinos, de los compañeros de colegio; a las páginas del internado de los Jesuitas que merecerían por si solas un comentario aparte; al contraste con el colegio privado de las afueras de Madrid o el instituto del barrio; al entramado de relaciones familiares; a los viajes fuera de España; a la educación recibida. Todo ello con una voz, con un tono, que no nos cansamos de elogiar y que en su aparente neutralidad, cala en realidad hondísimamente. Bueno, ¿ya está bien no? Pues eso, hasta aquí. Anímense como se animó el menda cuando me lo recomendó el amigo Pulardo.