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viernes, 6 de septiembre de 2013

CARTA DESDE PARÍS

Don Manolito y don Estrafalario

-  Vivir en presencia de Nuestro Señor don Manolito, ¿se da usted cuenta? A mí me parece que me hago pequeño y me entran ganas como de esconderme. Luego comprendo que no es necesario, que él nos mira a lo mejor sin juzgarnos, en todo caso dispuesto al perdón al menor signo de contrición por nuestra parte.
-  Caramba don Estrafalario, le veo a usted meditativo y trascendente. ¿Es hermosa la Misa verdad? Perdone que no sepa expresarlo mejor. Sentir que está ahí, y participar, y además entrar en la historia, en una celebración en la que se hacen contemporáneos antes nuestro Señor todos aquellos que en estos dos mil años se han arrodillado como lo hacemos notros. Tocaban el otro día en la parroquia cantatas de Juan Sebastián Bach, y nos despidió el sacerdote con palabras de Santa Teresa. La Nicolasa, que está estudiando y que es muy bruta, incluso ella, estaba impresionada. Si además tuviera fe…

Discurría la tarde con tranquilidad, la luz volvía a ser más acerada, como descansando ella también del calor con la llegada de las primeras noches verdaderamente frescas, libre de bochorno y transpiración. Paseaban los dos viejos tranquilos por el sendero, a la sombra de los álamos, pipeando con parsimonia. Don Manolito con pipa inglesa y mixtura escocesa, don Estrafalario con pipa de Niza y tabaco inglés, despotricando un poco, del pipeo…Oiga, dónde esté un habano no jeringue… Zancada amplia a ritmo pausado pero constante y pisada silenciosa, pues todavía calzaban alpargata azul marino el primero y blanca su amigo.

-  ¿Y usted desde cuando es católico don Manolito?
-  Hombre, pues vaya pregunta don Estrafalario, pues como usted, desde siempre. Por tradición en el sentido primero y más noble de la palabra, por entrega del tesoro recibido de mis mayores. Bautizado a instancia de mis padres, de su mano a Misa y por ellos la primera comunión y la confirmación, en el colegio. En los veranos mi abuela iba por supuesto todos los domingos, siempre preparada, a la misa hora, nunca tarde, nunca con desgana; y mis tías, sentadas en el jardín, esperando a oír las campanadas que tocaban a Misa para salir por la puerta hacia la plaza. ¡Que han tocado terceras! Collares de perlas, labio pintado, agua de colonia. Que quiere usted.

Y don Manolito en ese momento imitaba el toque de las campanas con la voz: tan-tan, tan-tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan…

-  Ya veo, ya, como yo, don Manolito como yo. Todos al Templo en masa, paseando, charlando, vestidos para la ocasión, repeinados los niños. Y ver cuando uno era pequeño a todos esos señores tan solemnes, de sombrero, bigotazos, pipa y pantalón largo, arrodillándose con recogimiento. Para un niño ver a esos gigantes que tanto imponían inclinarse de esa manera era sobrecogedor.
-  Pero luego llega un día en que los demás no son ya suficientes, se pasa la página de los eternos veranos y tiene que dar el paso uno mismo. Uno mismo sin ayuda ya, sin amparo. Decir el Yo creo.
-  Si el Credo lo decimos en primera persona. Eso es fundamental. El día que uno se da cuenta de eso, parece que crece por fin y todo aquello que ha visto, que le han entregado se coloca, se ordena, va cobrando sentido. Lo comentaba el otro día con uno de esos jovencitos, antes de que se fueran de viaje – decía don Estrafalario con una sonrisa y el ojo que se iluminaba recordando a la juventud.

Se habían sentado en un banco del paseo, atacando las pipas y volviendo a encender. Don Manolito se mene, y dejando la pipa cuidadosamente a un lado, sacó del bolsillo de la chaqueta un sobre con franqueo del extranjero.

-  ¡Mentando a los jovencitos! Parece que me lee usted el pensamiento. Ya le dije don Estrafalario que aunque se marcharan de viaje escribirían. Y no es la primera que recibo.
-  Ya, ya, si tiene usted razón, mire, mire, a mí me ha llegado una postalita del Folies Bergeres.
-  Pero bueno, don Estra, a su edad. De todas formas son unos carcas… ¡Si eso es una antigüedad!
-   ¿Pero que dice usted? Será una antigüedad, pero con unos pibones que dan vértigo don Manolito, que se lo digo yo que se ha renovado mucho, que…
-   Bueno, bueno, ahora le leo la carta don Estra, no se caliente, que le sale el esperpento, justo cuando estamos consiguiendo enderezarnos un poco, como se nota que al fin y al cabo, por mucho que quiera el piernas que nos escribe no dejamos de ser criaturas de Valle.

[Carta con el membrete de A. Bergamota y el lema “Quebrar el monolito”]

Señor D. Manolito
Casona Fruela
Campo Góticos
Julio 2013
Querido don Manolito,

Cual nuevo Fadrique Mendes sólo le pongo el mes en el que escribo. Eso sí, temo que el resto de la carta no esté a la altura del gran Eça. Llegamos ayer a Paris y estuvimos paseando como fieras por esta ciudad hierática y espléndida. Le mandamos a don Estrafalario una postal del Folies; decente no se preocupe. Ya la verá usted. No crea que hayamos perdido demasiado tiempo con esas cosas. De dónde venimos deslumbrados es de Provenza. La vieja provincia romana se conserva espléndida. Del paseo por aquellas tierras resulta natural la evocación de un pasado en el que mucho tuvo que ver nuestra corona de Aragón, cuyas armas pueden todavía verse por allí.

Volviendo a tiempos más próximos al nuestro, y siempre con ese ánimo de enfocar con serena normalidad nuestra propia historia, la de España, el paseo por la Provença permite rastrear la existencia de otra Francia, distinta a la centralista oficial con la que nos comparamos en España. Me dice Tato que diga que lo que llaman Europa (dejándonos fuera) es con lo que nos comparan los gilipollas y los eunucos mentales. Tato es un salvaje y a mí esas expresiones me parecen excesivas, pero que no diga que no le transmito lo que el llama el matiz –si es que de un matiz se trata-. Siguiendo con la idea, una Francia defensora de lo local, de las libertades regionales, defensora hasta de una forma de estado federal, apiñada alrededor del provenzal. No hay como investigar un poco. Menudas sorpresas. Ya sabe, quebrar el monolito. Del provenzal no se bien que puede quedar, yo creo que hoy poco, me parece: el nombre de las calles.

Estuvimos ayer en la casa museo del poeta Mistral, don Federico, que es en realidad la última casa en la que vivió en Maillane, su pueblo natal. Ya ve usted, nacer y morir en el mismo pueblo, en un rincón de una provincia, después de haber creado una obra literaria inmensa, creado en un idioma en gran medida recuperado por el mismo y el grupo de amigos con el que fundo el Felibrige, recibido el premio nobel, en fin. Doroteo estaba en la gloria, se puede usted imaginar, dedicado como está a aquella casona espléndida que es la suya.

Las memorias del poeta Mistral son uno de los textos más hermosos que uno pueda leer… en francés. Sí, porque aunque lo escribió en provenzal yo le confieso que lo conozco únicamente por una espléndida traducción al francés, acompañada de preciosas ilustraciones. Yo he tenido la suerte de llegar a este libro por uno de esos encuentros fortuitos que nos regala de vez en cuando la existencia, comprándolo un poco por casualidad en la librería de la abadía de Senanques, atraído por el nombre del autor y la belleza de la portada. Ya se lo prestaré a usted, que sé por experiencia que devuelve los libros.

Para que se haga usted una idea de todo esto, y que la comparta con don Estrafalario, hemos pensado que lo mejor era transcribir el texto que verá a continuación, obra de otro autor cuyo nombre me callo por el momento, y sin más comentarios. Pero no sin antes informarles a los dos de que Mistral publicó en tiempos una revista que llevaba por título, Aiòli[1]. Si don Manolito, si, no estamos solos. Me imagino que don Estrafalario tan amigo del ajo se habrá emocionado.

Aquí va el texto, sólo un pequeño botón de muestra para que se haga una idea (a la izquierda en francés - con un par de muestras a su vez del texto provenzal-, a la derecha mi traducción al español) no sin antes hacerles llegar el más efusivo de los abrazos y los recuerdos de Doroteo y Tato que firman conmigo (por cierto, no dejen de escribir una nota a Pomarada, postrado como está por un nuevo ataque de gota), Alcides.

Extracto de la declaración de los Felibres

Monsieur le Président,
Messieurs les Félibres,

Ce n’est pas pour un toast que je me lève. Puisque le grand poète du Midi libertaire est monté à Paris, les jeunes félibres au nom de qui de parle, veulent saisir cette occasion de dire clairement ce qu’ils ont sur le cœur et dans la pensée.

Voilà longtemps, monsieur le président et messieurs les félibres, que les jeunes gens murissent les idées que vous avez semées, et voilà longtemps aussi qu’ils souhaitaient impatiemment de réaliser ces idées.

Depuis trente-sept ans le Félibrige existe (Despièi trento-sèt an lou felibrige eisisto…). Depuis trente-sept ans on fait la Sainte-Estelle. Depuis trente-sept ans on boit la dernière bouteille de vin de Châteauneuf-des-Papes, on chante des chansons de guerre et, dans des poèmes qui ne mourront pas, on appelle au combat toutes les énergies de la terre d’Oc.
Nous avons donc entendue l’appel et maintenant nous allons dire, non pas comme autrefois devant des auditoires des frères et des réunions des lettrés, mais dans les assemblées politiques et devant tout le peuple du Midi et du Nord, les réformes que nous voulons. Nous en avons assez de nous taire sur nos intentions fédéralistes, que les centralisateurs parisiens en profite pour nous jeter leurs méchantes accusations de séparatisme.

Enfantillage et ignorance ! (Enfantoulige e nescisge !) Nous levons les épaules et nous passons.
(…)
Señor Presidente,
Señores Felibres,

No es para brindar por lo que me levanto. Puesto que el gran poeta del Mediodía libertario ha subido a Paris, los jóvenes felibres en nombre de quienes hablo, quieren aprovechar esta ocasión para decir claramente lo que tiene en el corazón y en mente.
Hace ya mucho, señor presidente y señores felibres, que los jóvenes maduran las ideas que ustedes sembraron y, hace mucho también que desean con impaciencia realizar esas ideas.


Desde hace treinta y siete años el Felibrige existe. Desde hace treinta y siete años hacemos la Santa-Estela. Desde hace treinta y siete años bebemos la última botella del vino Châteauneuf-des-Papes, cantamos canciones de guerra y, en poemas que no morirán jamás, llamamos al combate a todas las energías de la tierra de Oc.

Hemos por tanto oído la llamada y ahora vamos a decir, no como antaño delante de auditorios de hermanos y de reuniones de gente letrada, sino en las asambleas políticas y delante de todo el pueblo del Mediodía y del Norte, las reformas que queremos. Estamos hartos de callar nuestras intenciones federalistas, de que los centralizadores parisinos aprovechen para lanzarnos sus malvadas acusaciones de separatismo.


¡Chiquilladas e ignorancia! Nosotros levantamos los hombros y pasamos.

(…)


-  Ya ve usted que cosas extraordinarias, don Estrafalario. En una Francia.
-  Y que lo diga usted, don Manolito, y que lo diga usted.
-  La vida es una caja de sorpresas. Fíjese en nosotros, nos creó don Ramón, esperpénticos y enloquecidos, y aquí nos tiene, serenos, en amigable y erudita charla, faro de la juventud, espejo de caballería. A ver si seguimos así, aunque algún ramalazo tendrá que salir, digo yo.
-   Mientras no nos meta mano un progre…
-   Calle, hombre, no miente la bicha, no me dé usted esos sustos y alcánceme la tabaquera que preparo otra pipa.
-   Y ya que estamos ¿y si nos acercamos a casa para acompañar el fumeque con alguna lagrimilla de destilado del vino, don Manolito?



[1] Rigurosamente cierto.