Mostrando entradas con la etiqueta pataleo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta pataleo. Mostrar todas las entradas

jueves, 10 de octubre de 2019

Carta de Genaro García Mingo, publicada en el Heraldo de Nava.


Agradecemos al Heraldo de Nava, decano de la prensa local, el permiso para reproducir a continuación la carta enviada por Genero García Mingo Emperador a su director. La carta es un comentario a una tercera firmada por el propio director y publicada en el mismo periódico, texto que se omite aquí, porque sí. Ha sido calificado como wonderful y glamourous por la crítica.



Sr. Director,
Vaya por delante mi agradecimiento por su análisis y por el esfuerzo de poner las cosas por escrito. Sin embargo, mi impresión es que su entrada no es sino darle vueltas una vez más a un fenómeno conocido desde hace décadas. La democracia secuestrada por la partidocracia era un asunto que ya se trataba en la facultad de derecho, como parte del temario de primero de carrera, en mi caso a finales de los años ochenta. Ya se apuntaban entonces, mejor dicho, ya se señalaban con toda contundencia como quebrantamientos a nuestro sistema político la sentencia del Tribunal Constitucional en el caso Rumasa y la aprobación de la Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial, donde se reguló de forma definitiva el Consejo, derogándose la Ley Orgánica de 1980, y que implicó un cambio en la forma de elección de los vocales, impulsada por el PSOE de la mayoría absoluta. Puesto que al principio de su artículo de alguna manera renuncia usted a proponer soluciones, su texto viene a ser una cierta confesión de impotencia. No es algo que yo le reproche, porque creo que la misma impotencia la sentimos muchos españoles.


Yo me atrevo a vaticinar que prácticamente ninguno de los buenos deseos de reforma que expone el autor llegará a concretarse. Al menos no de forma pacífica. No veo yo a esta clase política renunciando a sus prebendas, no veo en el horizonte nada parecido al tan mentado harakiri del franquismo. En cuanto a las agencias de control, ¡Dios nos libre de tener que sufragar más organismos públicos para uso y disfrute de partidos políticos!


Al llegar a cuestiones de fondo, se percibe una posición relativista (“no imponer una versión de la verdad sobre otras”) y una vaga apelación a la vigencia de la llamada sociedad abierta. Y es aquí dónde puede que se encuentre la clave de lo que sucede, no en España, sino en todo el llamado occidente: asistimos al declive casi absoluto de un sistema al que no parce posible reanimar. El mundo surgido de las revoluciones francesas y americana llega a su fin. Como reconocen los propios liberales más conspicuos, no hay libertad sin tradición (Hayek lo explica en Los fundamentos de la libertad). Pero puesto que el liberalismo supone hacer del hombre la medida de todas las cosas y consagrar la libertad de espontaneidad o libertad negativa, esa misma circunstancia ha ido erosionando las bases de un sistema que pese a todos sus terribles efectos (pensemos en el siglo XX) era capaz de sostenerse. Mientras el liberalismo creció sobre la tierra todavía fértil de la antigua cristiandad, pudo dar frutos. Con la definitiva descristianización que nada ha sustituido el edificio se derrumba. ¿Cómo funcionar sin creencias comunes? ¿Cómo puede sobrevivir una sociedad que no se pone de acuerdo ni siquiera sobre cuestiones básicas de sexualidad, biología, naturaleza humana? No nos queda ya ni siquiera vigor biológico para reproducirnos. No se construye sobre la nada, ni sobre el capricho de cada cual, ni sobre la llamada cultura de la muerte. Es lógico que ante esta situación no sea fácil proponer soluciones. Y es muy dudoso que encontremos las soluciones en las causas de lo que hoy sucede.