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jueves, 1 de septiembre de 2022

Nota de los diarios de Alcides Bergamota Elgrande. Época de hierro. Cortesía de Calvino de Liposthey, biógrafo.

Mientras cojo un vaso de agua en el pasillo oficinesco oigo lo que dice una chica relativamente joven, empleada de por aquí, que habla por el móvil sin recatarse. Utiliza dos nombres femeninos, algo así como Marina y Luz. A las dos asocia la bonita expresión “dar por el culo…”. Parece que podría tratarse de dos niñas a las que hay que dejar con alguien en estos días veraniegos tan odiosamente complicados. Dice la tipeja: - Si te dejo con Marina, pfff, da mucho por c… En cambio, Luz no es porculera. Utiliza la expresión con toda naturalidad, sin bajar la voz, como algo absolutamente habitual. Debe de ser prima carnal de la tiorra que en el tren exhibía muslazos que restregaba contra la tapicería del asiento. Además, iba descalza, con una pierna recogida, cruzada bajo el muslo de la otra, lo que le permitía irse tocando el pie todo el rato, con mirada ensimismada. ¡Menuda familia! Estamos en un punto en que la gente no es más sucia ni más chusma porque no le dejan, pero supongo que bastaría un pequeño impulso de nada para dar el siguiente paso que prefiero no imaginar. 

lunes, 9 de mayo de 2022

De los dietarios de A. Bergamota Elgrande. Cortesía de Calvino de Liposthey, biógrafo.

Termino ayer el libro de P. Bogdanovitch sobre John Ford. Es un bonito libro, sencillo, bien escrito, magníficamente ilustrado y editado, del que surge la figura de Ford más grande y crecida aún de lo que ya estaba en mi consideración. Comida poligonera en el polígono, claro. Unas dignas lentejas, seguidas de escalopines blindados, a la correa de sandalia de tribuno jubilado, duros como una piedra. Para terminar, café à la mode, es decir, cortado, punto redondo.

sábado, 20 de marzo de 2021

Fragmentos de un cuaderno. Cortesía de Calvino de Liposthey, biógrafo.

Larga lectura ayer con un inmenso habano sabrosísimo que cumplió a la perfección su papel de silencioso compañero de lecturas.

Madrid en invierno con el aire purificado, limpio, con las transparencias de la luz llevadas a su máxima expresión por unos días de lluvia previa, es hoy la ciudad de las mil perspectivas. Cruzando Fuencarral para llegar a Alonso Martinez vemos la calle moverse infinita, como una inmensa pasarela aérea, como si fuera una brillante y límpida cinta de tela de raso. Baja primero, sube luego hasta las nubes. La perspectiva y las distancias modificas son el efecto de las torres y de las cúpulas de las iglesias. A lo lejos, bajo un cielo espléndido, los perfiles de la Gran Vía.

Los ojos del archiduque Alberto, un poco globulosos, nos miraron melancólicos. Mucho más firme en la expresión el rostro de su mujer, la infanta Isabel Clara, hija del Rey prudente.

Tereso Infante, que tomó café con nosotros ayer, asegura que todos los seguidores de las series ofrecidas por las plataformas digitales son unos perfectos tarados. Hombre, no diga eso, le dice Luis Mogroviejo que había traído unas pastas. Sospechamos que Luis Mogroviejo no está enganchado a una serie sino a varias de forma simultánea y, por lo tanto, no hace otra cosa. Tereso Infante no le hace caso y remata: Quieren ser masa, sentirse unidos al prójimo de alguna manera, incluso por lo más bajo, ahora que la religión ya no cumple para ellos ningún papel. Cambiamos el tema con una larga cambiada, imperceptible de tan ligera.

En Añe, breve charla con Teófilo G. A. Nos dice que en el pueblo hay treinta personas. Todos jubilados menos uno que es agricultor. Cuando era joven salían a trabajar al campo con mulas, machos y bueyes sesenta o setenta personas. Ninguno de sus cuatro hijos vive en el pueblo.

La espléndida iglesia de Zamarramala, día de inmensas perspectivas, siempre con la montaña nevada al fondo, como si se desplazara con los caminantes. Siempre para admirar el espléndido paisaje nos volvemos y volvemos mientras avanzamos. Silencio, luz, brisa, alturas. En los cielos se desenvuelve en silencio la vida alada de buitres, milanos, águilas, cigüeñas, que planean en lo alto sin emitir sonidos que podamos oír.




jueves, 3 de diciembre de 2020

Y de repente se ve usted convertido en hombre con un perrito. Pasicorto y alelado, tiene usted el ceño fruncido, el morro saliente, los papos colgantes. Lo peor de todo es que el perro es perrito y lo lleva usted sujeto con una de esas horribles correas extensibles. Una caja con asa, dentro de la que se enrollan varios metros de correa plástica que se suelta o recoge con una pestaña negra. Para empeorar las cosas el artefacto es de color azul, o rojo, o rosa. Y el perrito es un poco lanudo, de trotecillo respingón, de color indefinido y voz chillona, ladrillo seco, entrecortado, como de vieja gruñona. Ningún eco de nobles realas.

- Oiga, eso es una pesadilla horrible.

- Ya lo creo, menudo soponcio.

sábado, 14 de noviembre de 2020

De los diarios de Alcides Bergamota el Grande.

Al indio de la India le gustan los colores extremos, por ejemplo, la camisa de un morado oscuro, de buganvilia encendida, surcada de rayas negras, las gafas cuadradas, de buena pasta y patillas azules, el grueso reloj, el acento de Gunga Dhín al hablar inglés.


Cuando el cepogordista se cruza por la calle con dos moros que hablan a gritos como si estuvieran solos, en el extraño idioma gutural y cavernoso que es el suyo, le corre por el cuerpo una cierta desazón y casi involuntariamente invoca silencioso las Navas de Tolosa y se refugia en el recuerdo de don Alfonso VIII diciendo al arzobispo Jiménez de Rada “Arzobispo, voy y yo aquí muramos”. De repente se da cuenta de que ninguno de los dos está ya en este mundo, ni Pedro de Aragón, ni Sancho de Navarra, ni el señor de Vizcaya y que los pueblos y villas castellanos que mandaron a sus milicias a combatir al moro son hoy lugares de gente mayor y poco vigor.

viernes, 17 de abril de 2020

Jornada electoral III. Nuevo fragmento de diario.


La Guardia Civil en la puerta del colegio electoral. A ella le queda el uniforme como si fuera un barrendero. Desfila el cuerpo electoral. Un gran número de ancianos decrépitos, oigo que dice un concejal. Dos viejas con bastón bastante despiertas; un matrimonio con sombrero de explorador él; dos gorditos de la mano, él tiene gran picota y pelo lacio, ella es eslava y grandota o al revés, grandota y eslava, y habla español con la boca encogida; una familia con dos niños, él tiene los pies diminutos, torcidos y girados hacia arriba, ella se queja mucho, es lógico. Un gordo y viejo comunista lo mira todo con aires exterminadores. Una abuelilla arrastra los pies, la mano pecosa sujeta un bastón con el que se mueve con agilidad. El apoderado rojillo es el de aire más presuntuoso y arrogante, con camiseta de marca rotulada en inglés y greñas de permanente. Un chándal, otro chándal, una muslera con un chor (short) que sólo tapa media nalga, la otra mitad vibra al aire. La chica guapa –que no es la del chor- vuelve porque se ha dejado algo. Una panza viene a votar y a lo lejos, detrás, una cabeza pequeña parece dirigirla. Una rémora quiere entrar con un San Bernardo gigantesco, señora por favor que no puede ser. Avalancha de abuelitas precedida de una señora con dos niñas pequeñas, cuidado que hay un escalón. Pasadas las doce se supera el diez por ciento de participación con la horda de jóvenes que vienen a votar, camisas negras, si negras, camisetas, sudaderas horribles, y de repente un personaje engominado y al rato las dos primeras corbatas. Y un señor delgado como un pájaro, otro que gira el cuello a derecha e izquierda sin parar, una mujer prácticamente desnuda, unos papás de los de mucho sentimiento, de esos que crean monstruos, quieren que sea el nene el que meta la papeleta, pero les dicen que de eso nada y se ofuscan. Luego dos cojos, a la vez, un loquito que habla sólo y mira para todas partes después de reír, la tontalpacma que nunca falta, mas chores de todos los colores. Casi a la hora de comer: él gran nariz de porreta y potente belfo sobre metro cincuenta, ella busca una cola en la que poder ordenarse. Un señor pregunta que por qué en la lista del censo que maneja la mesa electoral se raya el nombre de los que han votado, que él no piensa votar pero quiere una raya sobre su nombre y que exige una explicación. Ancianísima venerable con nariz de alcotán conducida por digan nieta, hay dudas sobre si podrá levantar la papeleta, pero al final lo logra sin el inadmisible concurso de la nieta. Melón de la Huerta, Arcadio, ha votado. Sonrisilla del interventor, nervios en un vocal, la presidenta superpotra principia un alarido histérico que logra contener. Dos pavas electrónicas piden papeletas del partido verde. Un marido acompañado de una loca pintarrajeada que es su mujer. El hombre, a todas luces sojuzgado y disminuido, sonríe como pidiendo perdón. Dos vocales le miran y luego uno hace al otro con dos dedos el gesto de la tijera cortando. Un presidente de mesa, en la misma sala, que había comenzado la jornada con mucha compostura, henchido de sentido del deber y traje de tres piezas, parece que por las entretelas escondía una petaca con aguardiente, por lo menos. Ya se oye perfectamente cuando en lugar del ¡ha votado! de rigor afirma con voz catarrosa que ¡aquí dejan votar a cualquiera!
Encerrados ya desde hace horas para el escrutinio, sólo nos falta el Ángel exterminador.

viernes, 8 de marzo de 2019

Melancolías del poligó. De los papeles del eximino polígrafo A. Bergamota. Cortesía de C. de Liposthey, biógrafo.



 Todos los días, al salir del metro, féminas andariegas esperan agazapadas para humillar al PG (Primoroso Gordo). Ayer un china de zancada corta y rápida. Hoy una caucásica de zancada descomunal, una giganta de siete o catorce leguas, quien sabe. Todo transcurre de la manera siguiente: PG sale pletórico del metropolitano, erguido, confiado, admirando la mañana y se lanza animoso calle arriba por el polígono. Cuando cruza la primera calle, dejando atrás un fresno cuyas ramas le obligan a agacharse, y enfila la avenida Melonar, oye de repente un clap clap que se va aproximando, como si le siguieran. Primero fue la china. Clap, clap. Le adelanta y es tal la velocidad de su andar que enseguida es ida, un punto pequeño que se ve en la distancia, en el cruce con la calle de Capaos. Al mirar al suelo, PG observa que la china, desde el punto en que le adelantó, ha ido dejando un rastro intermitente de alpiste. PG lo considera ofensivo y se irrita. De vuelta a casa por la tarde todas las chinas del metro parece que le miran con amarilla sorna.


miércoles, 20 de febrero de 2019

Apuntación antigua. De los diarios de A. Bergamota Elgrande.


A la hora de comer, en el restaurante, indescriptible escena en la mesa de al lado porque el camarero explica que para dividir la cuenta cada uno tiene que decirle lo que ha comido. Unos jovenzuelos de pinta siniestra, trajes de medio pelo y corbatas exageradas, le dicen de todo con grandes aspavientos, con expresiones que revelarían su zafiedad y grosería rabiosamente actuales si uno no pudiera verles. Que les vio. Me hubiera gustado levantarme a montar la gorda. Pero se encargó Tato al dirigirse a uno de ellos, al de traje más feo y corbata más chillona y relamida: “niño ponnos un café cortado y luego te vas a fregar, y –refiriéndose a su acompañante- no te traigas fulanas al trabajo que te podemos despedir”. En la mesa de al lado dos matrimonios. Entre los cuatro les falta poco para juntar los trecientos años. Su tema de conversación es la salida de Morata del Real Madrid. Así están las cosas.