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martes, 13 de septiembre de 2022

Un párrafo de un libro.

El coronel de uno de los batallones en los que serví se desembarazó de cuatro pastores anglicanos en cuatro meses; al final solicitó que le enviaran a un católico, alegando un cambio de fe en los hombres a su mando. Porque a los sacerdotes católicos no sólo se les permitía visitar los puestos de peligro, sino que decididamente disfrutaban al estar en los lugares de combate, para poder dar así la extremaunción a los agonizantes. Y nunca supimos de ninguno que no hiciera todo lo que se esperaba de él y a veces más. Durante la primera batalla de Ypres, cuando todos los oficiales fueron muertos o heridos, el jovial padre Gleeson, de los Munsters, se arremangó la sotana negra, y tomó el mando de los supervivientes, manteniendo la línea.

Robert Graves, Adiós a todo eso, pág. 206 en la edición de Muchnick Editores del año 2000.




miércoles, 27 de julio de 2016

VERDUN


La lectura siempre es una fuente de sugestiones. Dígalo de forma más clara hombre, ¡que no se entiende! Pues que la lectura sugiere al lector, cosas. Salvo que el lector sea un taco de madera. Hasta aquí estamos de acuerdo. La lectura de las noticias, es decir la información, suele provocar en las personas despiertas reacciones, que van desde la más sencilla, la de los sentimientos, a la más compleja, el análisis de lo conocido para tratar de explicarlo. De esta segunda forma de reaccionar son un buen ejemplo las recientes crónicas de Sanglier, colaborador de Cepo que tiene atribuido, casi en exclusiva, lo que podríamos llamar el análisis de la actualidad. Otras lecturas, pueden sugerir reacciones de más calado, menos cercanas a la distancia corta, a lo cotidiano, aunque cómo es obvio en el ejemplo citado, cuando el comentario sobre la actualidad tiene enjundia e interés, como es el caso, suele incorporar el poso, la vivencia,  de esas otras lecturas que son las que conforman, junto con su propio vivir, el marco desde el cual el cronista se asoma al mundo.

Por mediación de la red cepogordista, llegó a nuestras manos en forma de obsequio hace poco un libro que terminamos ayer por la noche, fumando un Romeo y Julieta y sudando a mares en la sauna que es este mes de julio en Madrid. Se trata del libro titulado Verdun 1916, del que son autores, al alimón, el francés Antoine Prost y el alemán Gerd Krumeich. Lo publica la editorial Tallandier.

Como su propio nombre indica, el libro estudia el año de lucha en torno a la ciudad francesa de Verdun, de febrero a diciembre de 1916, aproximadamente. No es un libro de historia militar estrictamente, aunque incluye como es lógico la narración de la batalla, sino un libro de historia además de militar, también de la vida cotidiana y cultural, ocupándose por tanto del llamado mito de “Verdun”, tratando de explicar desde el origen de la batalla (¿porqué atacar allí y no en una parte del frente con otras características geográficas?) a la vivencia de la batalla en el frente, en la retaguardia, en la prensa, en la correspondencia de los soldados, en la literatura, en la postguerra y a lo largo del siglo XX hasta nuestros días. Incluyendo la construcción del memorial que hoy puede visitarse. Verdun convertido en símbolo, pese a no ser la más  mortífera batalla de una guerra que fue terrible.


Durante años se pensó que el infierno de Verdun simbolizaba la resistencia y el triunfo del hombre frete a la máquina, la guerra de combatientes frente a la guerra de material, infantería frente a artillería. Se trató en efecto del primer despliegue masivo –hasta extremos nunca vistos pero pronto superados por la batalle del Somme- de artillería concentrada para batir noche y día un frente estrecho en el que se desarrolla una lucha cuerpo a cuerpo de infantería. Con la perspectiva de los años y sobre todo de la Segunda Guerra Mundial, el símbolo parece, de repente, de signo inverso. Los autores lo resumen citando las palabras de Ernst Jünger, pronunciadas al ser invitado a una conmemoración de la batalla:

“Retrospectivamente, los acontecimientos revisten un aspecto nuevo y a menudo abrumador. […] Cuando en aquella época nos atrincherábamos en los agujeros de obús, creíamos todavía que el hombre era más fuerte que la materia. Esto se ha revelado como un error.”


Es un libro que merece la pena y contiene muchos otros aspectos que merecería la pena glosar. Muchos. ¿Pero por qué lo traemos hoy a Cepo? Sin duda porque es una de esas lecturas sugerentes, de las de largo alcance, de las que contribuyen a formar ese poso, más o menos rico, con que cada uno intentará describir, conocer y entender el mundo que le rodea. De hoy, el libro nos lleva a febrero de 1916, y tras un año de lucha y más de 300.000 muertos y 400.000 heridos en combate (en un frente de unos ¡15 km de ancho y 10 de profundidad!), nos sigue llevando de la mano a través del tiempo, hasta nuestros días.

Cuenta la evolución de cómo se perciben la batalla y sus consecuencias desde distintos puntos de vista (soldados, estados mayores, familias, retaguardia, prensa, etc.), como se vive la Guerra en el frente -capítulo terrible-, y como después de terminada digiere todo aquello Europa. Y hasta como se enseña en sus colegios (una parte esta interesantísima). Y acabamos el recorrido ayer, día del asesinato del sacerdote francés en Normandía.


Es un tópico ya referirse a la primera guerra mundial como el detonante de la decadencia europea, no tanto material, pues en ese aspecto la recuperación y la prosperidad son pese a todo evidentes, sino de esos otros aspectos aún más importantes que podemos llamar cultura, creencias, civilización cuyo declive se ha ido mascando soterradamente sin percibirse plenamente, y está saliendo ahora a la luz de la forma más cruda. Lo ejemplifica plenamente la tibia, muy tibia reacción de las autoridades y medios oficiales del continente, incluidos la Iglesia Católica y nuestro Papa capito, ante las sucesivas matanzas de civiles en nuestro continente –más de 250 ya sólo en Francia- . La Europa oficial que callaba ante la persecución y el asesinato de cristianos en África y Oriente, de una dimensiones que convierten a Diocleciano en un aficionado torpe, esa Europa oficial, sigue realmente sin saber que decir, y balbucea declaraciones, musita vagas explicaciones y sigue intentando entender, encontrar explicaciones, preocupada por la islamofobia. Todo esto lo ha resumido a la perfección el obispo Sarah que tan oportunamente cita Sanglier.


Sin duda la terrible primera guerra mundial (Francia pierde sólo en combate 1.400.000 soldados muertos, Alemania unos dos millones) rematada por la segunda y sus horrores (sólo las pérdidas militares en Europa –soldados muertos- estarían cerca de los 18.000.000) explican el estado anímico del continente, desorientado mental y físicamente, envejecido, sin convicciones, descristianizado y falto ya de un acervo reconocido como común a todos que pueda servir de referencia. En estas horas difíciles el continente se encuentra reunido en torno a una especie de nada que simbolizan esos minutos de silencio sin consecuencias y que al ritmo que vamos –Dios quiera que no- pronto sumarán horas. Pero si el estado anímico, la obsesión por la paz, la negación del mundo asociado, injustamente o no, a esas dos guerras, podían entenderse incluso justificarse y explicarse en un contexto puramente europeo, y tenían aspectos tan positivos como la reconciliación del continente simbolizada por Helmut Kohl y François Mitterrand cogidos de la mano ante el monumento de Verdun, si esa paz parecía por fin una meta alcanzada ante la que todo lo demás carecía de importancia y el europeo podía entregarse a su mundo personal, a holgar o a trabajar, a ser intrascendente, frívolo, a vivir para compensar todo aquello, con el paso del tiempo ese estado del mundo ya no tiene vigencia. Simplemente porque Europa tras el proceso descolonizador y el transcurrir del siglo XX no domina ya el mundo y no impone por tanto su Pax. Tampoco puede ya vivir cerrada sobre sí misma, aislada, puesto que miles de circunstancias lo hacen imposible. La primera de ellas el inmenso desplazamiento de poblaciones ocurrido desde el final de la segunda guerra mundial hasta nuestros días y que sigue en marcha, fomentado y alabado por tantos acríticamente, como si en sí mismo se tratara de un bien.

De repente hay que reaccionar, hay que salir del pasmo. La paz europea tan costosamente lograda, simbolizada por Kohl y Mitterrand ante Verdun ya no basta. Es condición necesaria pero no suficiente para la supervivencia del continente que, salvo que quiera dejarse exterminar, salga de una vez de su letargo y vuelva a combatir. ¿Cómo admitir esto? Está siendo durísimo el despertar del sueño colectivo de la paz alcanzada, el comprobar que nuestra Pax habrá durado menos de cien años. Nuestra esperanza está puesta en que efectivamente el despertar se esté produciendo y sea pronto complete y en la dirección adecuada.

A. B.