viernes, 22 de marzo de 2024

La montaña. De los diarios de A. Bergamota. Época de hierro.

Volvían a Málaga por la misma carretera. Ella explicaba con extraordinaria verborrea la vida de su familia poniendo en común con todos los pasajeros su mundo y sus cambios. Mis padres han vivido toda su vida en el mismo barrio burgués de París y eran médicos los dos. Claro que viajaban algo, pero sólo por vacaciones. Y ahora tienen un nieto en el extranjero y cada uno en un continente, y yo aquí, en España. Se hizo un pequeño y repentino silencio, esperando el final de la frase. Tal vez por pura intuición, oliéndose que podía sacar los pies del tiesto, pudo acabar con acierto diciendo: …España, que es Europa. Un triunfo, lograr así que el conductor no se saliera de la carretera. 

Bergamota, un poco cansado por la agotadora perorata, al pasar delante de aquel paisaje que le era familiar dijo: 

- Miren, esa montaña es de unos amigos míos. 

- ¿Quiere decir que tienen una casa en la montaña?

- No, no. Exactamente al revés, que esa montaña está dentro de los límites de su finca, que es suya y les pertenece todavía, aunque los tiempos hayan cambiado. Pero ellos no han cambiado y la montaña tampoco, no se mueve. Por el contrario, los dueños disparan sin dar el alto a todo el que sí lo hace dentro de su propiedad, sin tener permiso. 

- ¡Disparan! ¡Mon dieu!

- Si, con perdigones de sal, sin piedad, a mala idea. Nadie con posaderas anchas se arriesga a pasear por allí, nadie con un culazo, como se dice hoy en día en que todo es tan ordinario, se atreve. Es un blanco muy apreciado por los dueños de la montaña, su blanco predilecto. Se dice que mezclan pimienta con la sal. 

Hubo en el coche como un estremecimiento y se hizo el silencio. Se apretaron las posaderas y se inclinaron los cogotes sobre los móviles. Todos menos el de Bergamota que miraba de reojo como se alejaba con la velocidad aquel paisaje familiar. 


jueves, 21 de marzo de 2024

No crea que cuando murmura no se le oye. De los dietarios de A. Bergamota. Época de hierro (esto es, antes de Nava).

Cuando apenas terminada la comida se produjo la estampida, uno de los convidados se asombraba de lo concurrido que estaba el lugar. Bergamota escuchaba con paciencia. Había explicado ya varias veces como son los horarios de comer en España y que en una honrada provincia se respetan escrupulosamente. ¡Es increíble! insistía el convidado, un extranjerote. - ¡Son las dos y está lleno y cuando sean las tres seguirán comiendo! - Claro - contestó Bergamota ya un poco harto-, si empiezan a comer a las dos no pueden terminar a la una y media, ¿comprende? Pero nadie escuchaba ya, miraban los móviles con la cerviz doblada. Esto sin duda salvó a Bergamota que con ese comentario punzante se la había jugado. Una voz a su espalda dijo sin embargo por lo bajini: - No crea que cuando murmura no se le oye. 

Calentando motores con unos apuntes de otro año, por A. Bergamota.

Unos apuntes taurinos recuperados. 

Me acerco solo a la plaza para la primera tarde de toros de esta temporada. Produce cierta emoción. De nuevo la variedad de tipos que se ve por aquí: el tío recio que ha venido de su provincia con la cara ya tostada por el sol, la vieja de medio palmo, la familia que se acerca a la plaza, después de comer juntos. Han quitado el estanco de la plaza. Lo busco pensando que me he despistado y con la sorpresa se me olvida coger un programa. Una exposición tirando a fea, salvo por algún collage que se salva. Pero se me ocurre que podría hacerlos yo en casa igual. Detrás de una de las vitrinas una enorme foto de El Juli, ¡reproducida con petit point! Asombroso, único, inexplicable. Tarde soleada, un arenero riega el ruedo con cierto donaire. 


Y del año pasado sólo me acuerdo de dos corridas de toros con algún detalle, con alguna emoción. La tarde de Gomez del Pilar y la tarde de Robleño, cada uno con un toro de José Escolar. Toma claro, y también nos acordamos los demás. Que no es a las seis, que es a y media. Vaya, pues hemos llegado al alba como quien dice. El run run de conversaciones revoloteando sobre la plaza, la gente se coloca y suenan los timbales. Cuarto de entrada. Un bravo y valiente novillo de Montealto, muy por encima del novillero, que muere en los medios queriendo embestir. Fuerte aplauso en el arrastre. No se sabe por qué, el público ha aplaudido a los alguaciles cuando salían a la plaza. Serán las ganas de aplaudir a todo lo que se mueva.

Antonio y sus comentarios: Entonces no se comía en la plaza, estaba muy mal visto, eso era de plazas de pueblo. Sólo se fumaban puros, grandes cigarros habanos. A Bienvenida no le gustaba que le tiraran flores, decía que era cosa de muerto. Nos cuenta luego la historia del Dominguín con el espectador del tendido 9, oculista de la calle general Mola.