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martes, 7 de junio de 2016

CITA A CIEGAS

A muchos compatriotas les gusta desayunarse en "el bar de abajo". Ya sea cerca de su casa o cerca del trabajo, lo que importa es que sea un bar y que siempre sea el mismo. La modernidad no ha podido con esa costumbre y "naide" va a poder con ella salvo el populismo que dejara al personal sin los dos euros cincuenta que necesitan para completar la operación.
 
Yo, que nunca he sido muy urbanita, practico el desayuno domiciliario, básicamente porque así aprovecho un rato para escuchar la radio o leer algo. Hoy he hecho una excepción a la regla (que para eso está la regla, para excepcionarla excepcionalmente) y me he tomado un café con leche (muy bueno) y un cruasán (muy malo) mientras ojeaba un periódico (malísimo) y asistía, muy a mi pesar, a la conversación que mantenían a voces el patrón y uno de los habituales. 
Resulta que ahora emiten un programa en televisión dónde se organizan "citas a ciegas".
 
Al parecer, la gracia del programa consiste en visualizar el encuentro y escuchar los comentarios (mayormente despectivos según decía el patrón) que hacen los participantes acerca del congénere con el que le ha tocado reunirse. 
 
A mi esta historia de las citas arregladas me ha recordado una anécdota de la que fui testigo indirecto hace unos años.

¿Se acuerdan ustedes de Bernardo Carpa Loureiro? ¡Hagan memoria!, se lo ruego...  ¿Aún no? no se dejen vencer por la  pereza.....ven como era fácil, claro, ya está...¡si! ese es el Bernardo Carpa al que me refiero, el hijo de doña Prudente Loureiro, el nieto de Don Antonio el fundador de licores Carpa y Bermejo. 

Pues bien, el amigo Carpa Loureiro cuando era más joven tuvo un amago de enamoramiento cuyo fatídico resultado dejó huella eterna en su corazón y en su psique. Todo aconteció gracias o mejor dicho a causa de una de esas  "citas a ciegas". La cosa sucedió de la siguiente manera, pero esperen un momento  que antes de relatar el suceso debo de ponerles en antecedentes acerca del carácter y peculiaridades de Bernardito (así lo llamaba su adorable mamá).
 
Bernardo Carpa se crio como hijo único del matrimonio  Carpa Loureiro, una pareja añosa y acaudalada que instaló su hogar en el número 2 de la Calle de la Reconquista con vistas a la Plaza del Caño. La casa contaba con un bonito huerto cerrado sobre el que colgaba una solana dónde doña Prudente bordaba tapetes para la catedral y Bernardito jugaba con sus soldados de plomo y sus construcciones.
 
Desde temprana edad Bernardito mostró un gran interés por la comida de calidad y muy poco interés por el género humano en general y por el género humano ajeno a su familia en particular. Doña Prudente, que venía de familia de dinero viejo, tenía una cocinera de las que ya no existen y claro Bernardito fue creciendo al ritmo de las sopas, potajes y  guisos, los asados de pelo y pluma, los pescados en salsa y al horno y la interminable lista de los postres de cocina, desde el espeso arroz con leche hasta el petit-choux de crema pastelera o la tarta de moras con crema inglesa.
 
Bernardito había heredado la consistencia de su amado progenitor y aunque trasegaba a dos carrillos su anatomía no denotaba los excesos calóricos. Andando el tiempo Bernardito se había convertido en un buen mozo, misógino, solitario y glotón, pero paciente y tranquilo, amante de la familia y persona de orden estricto, puntualidad y costumbres higiénicas.
 
Llegó el tiempo de marchar a Santiago de Compostela a cursar Derecho y para nuestro amigo Bernardo la experiencia fue traumática. No sin muchos ruegos y mediante los sabios consejos del canónigo don Celestino Grelos, consiguieron los Carpa Loureiro que Bernardo se instalará en Santiago y comenzará su carrera. Los años compostelanos fueron a mejor y al final Bernardo pensaba en ampliar con un doctorado hasta que la muerte de su padre lo llevó de vuelta a la Calle de la Reconquista con vistas a la Plaza del Caño, ahora llamada de la Constitución. 
 
Transcurrieron dos décadas sin que nada alterara la vida de la casa. La cocinera murió de un catarro contraído durante un viaje a Palencia a ver a su familia. Pero enseguida heredó su puesto una  santanderina de genio torcido que venía de una casa de más apariencia que sustancia y que enseguida apreció la abundancia de los Carpa Loureiro, cuya despensa era famosa en la ciudad y su bodega en la provincia entera.
 
En el primer año de la tercera década, Doña Prudente comenzó a sentirse mal. Las visitas anuales a Mondariz no conseguían mantener su salud a la altura de tantos años. Su estampa de ciprés y sus andares firmes se habían trocado en un perfil encogido y un caminar dubitativo apoyada en su bastón de ébano y marfil.
 
Bernardo, al que ya nadie llamaba Bernardito salvo su señora madre, estaba preocupado y por eso no pudo negarse a la petición que una tarde de primavera, quizá la última, le hizo en la intimidad de su querida galería. Doña Prudente quería morir viendo a su hijo casado y para cumplir tal sueño a Bernardo no le quedaba otra que buscar a una mujer adecuada, dirigirle la palabra, al menos una pregunta y obtenida la respuesta afirmativa contraer matrimonio.
 
Hombre de palabra y más tratándose de agradar a su señora madre, Bernardo se dirigió a un antiguo condiscípulo en busca de consejo. El amigo consultado, Manuel Barbosa, llevaba ya quince o veinte años casado con Brígida Montes de Azur, una rubia grande y fogosa de pelo trigueño y ojos obscuros que le había dado cinco hijos, todos rubicundos y bastante brutotes.
 
Tras tantos años ausente del  mercado, el bueno de Manuel andaba casi tan perdido cómo Bernardo en cuestiones de dónde y cómo conocer al personaje adecuado, pero la diosa Fortuna que no descansa ni pierde ocasión en recompensar a los que aún la invocan, hizo que por aquellos días estuviera en la ciudad Beatriz Lauzeta, una prima de Brígida que estaba recuperándose de un desengaño doloroso y que estaba invitada en casa de su familiar por aquello de que el yodo hace maravillas y los paseos al bordes del mar recuperan a un herido de Monte Arruit.
 
Así que la cosa quedó concertada y Bernardo y Beatríz fueron convocados a una muy moderna y formal cita a ciegas en el Café del Arenal.
 
A la hora en que Bernardo salió de casa camino de su cita comenzó un calabobos. Protegido bajo su paraguón negro,
Bernardo iba cavilando acerca de la tal Beatriz de la que sólo sabía que dirigía una publicación por suscripción dedicada a las aves y las plantas de jardín.  
 
Beatriz resultó ser una versión portátil de su imponente prima. Su cabello rubio tenía un tono pajizo, sus ojos de un azul verdoso con reflejos dorados (de color Chartreuse que diría un escritor romántico) su talla menuda, las facciones delicadas y una leve inclinación de cabeza que a Bernardo le recordaba los gorriones de su infancia.
 
Por su parte Beatriz estaba más nerviosa que un zorzal en primavera. Ni por todo el oro del mundo hubiera accedido a la petición de su prima si no fuera porque esta había sido siempre buenísima y su tía era siempre generosísima y su marido era amabilísimo y todos le habían asegurado y reiterado y certificado que Bernardo era un hombre muy formal, de costumbres sanísimas y al que no se le conocían vicios salvo su afición a la cocina y a las armónicas inglesas.
 
Tras un tímido saludo se sentaron en una mesa discretamente situada en una esquina del salón frente a uno de los ventanales que se abren sobre la bahía. El calabobos se había tornado en tormenta primaveral y gruesos goterones golpeaban con violencia contra el cristal. Llegó el café, cargado y aromático y las pastas secas, asténicas, necesitadas de una buena dosis de mantequilla y azúcar de primera calidad cómo la que sólo se gastaba en la casa de los Carpa.
 
Bernardo se sorprendió a si mismo con un irreprensible arranque de romanticismo. La piel blanquísima de Beatriz, sus ojos que ahora habían tomado la tonalidad de azul cantábrico, la delicada línea de su cuello, todo le iba predisponiendo para ese momento que nunca jamás había pensado que podía sucederle. Absorto, con la mirada perdida, Bernardo tomó la mano izquierda de Beatriz y con una voz ronca, como la de un chamán en trance, comenzó a pronunciar una suerte de letanía que surgía de lo más profundo de su ser:
"querida Beatriz, tu dulzura es sólo comparable a la de los más dulces pestiños sevillanos, tu carne es tierna como la del cochinillo recién asado..." Al llegar a ese punto Brígida dio un respingo y se puso en pie. Sin pronunciar palabra apoyo ambas manos sobre el mantel que cubría la mesa y alzando la cabeza comenzó a imitar el canto de la alondra, al que siguió el del búho chico, el petirrojo y por último el del colimbo chico.
 
El café permanecía en silencio, de las mesas adyacentes se alzaban miradas que mezclaban el estupor y la risa.
 
Pasados unos días, Bernardo recibió una nota de su amigo Manolo en la que le rogaba que se abstuviera de volver a poner un pie en su casa. Beatriz acabó ingresada una larga temporada en una institución de Málaga, una bonita villa rodeada de palmeras por cuyos caminos de albero pasea acompañada por una monjita que escucha el trino de todos los pájaros del Edén.
 
Bernardo no volvió a reunirse con ninguna otra mujer. Su madre murió aquel verano una mañana en la que el aire parecía más puro que de costumbre. La madreselva cubre la solana y los gorriones se han apoderado de la balustrada de granito cubierta de musgo por donde corretean cada tarde mientras Bernardo los observa atento hasta que anochece y las lágrimas caen sobre su poblada barba. Es hora de cenar, hoy hay crema de marisco y merluza rebozada. Las "citas a ciegas" son peligrosas, corres el riesgo de enamorarte de una vez y para siempre, hasta el final.  

lunes, 6 de junio de 2016

LOSA DE GUIJARRO

Me escribe Eutimio Pedraja, empleado del Ayuntamiento de Losa de Guijarro.
 
Conozco a Eutimio desde hace tantos años que prefiero ni acordarme. Eutimio mantiene su empleo municipal desde los primeros años de la restauración juancarlina.
 
Por el Ayuntamiento de Losa  han pasado corporaciones de todos lo colores y Eutimio ha permanecido en su puesto indiferente a los vaivenes de las marejadillas políticas locales.
 
Losa no es Washington pero Eutimio, que cobra unos cientos de euros por ocuparse del almacén municipal y hacer los pequeños trabajos que nadie aprecia, ha visto más puñalás  que en una reyerta calé y más zancadillas  que en un besamanos zarzuelero de los ochenta. Eutimio creía haberlo visto y oído todo o casi todo, eso hasta hace unos meses.
 
En sus ratos libres, que no son muchos ni pocos, Eutimio se ocupa del huerto de su tío Acislo donde cultiva acelgas, berzas y puerros en invierno y lechugas, tomates y cebolletas en verano. ¿Porqué les habló del huerto?, sencillo porque mientras arregla sus verduras, Eutimio se dedica a la meditación profunda, es decir que le da al cerebro, cosa rara en su especie y quizá por esa singularidad (además de por su habilidad en el reclamo de la perdiz e imitando al cuco en celo) a Eutimio se le aprecia, y mucho.
 
Eutimio me escribe para preguntarme por Podemos. Las noticias le han llegado por la lectura del Correo y los programas de la radio que cada tarde, mientras se prepara la cena, escucha  en la Telefunken que le regaló mi tía Petronila el año que Eutimio regreso de Ceuta, donde cumplió con la patria en una compañía de Regulares.
 
Eutimio ha escuchado al "nuevo" Pablo Iglesias y no entiende nada. Ha oído su verbo blando y sinuoso, su tono de maestrillo pedante con requiebros de hortera saldando un lote de telas y claro, Eutimio no se ha creído ni una palabra.
 
En Losa no hay representante de Podemos, ni círculo (amén del Católico) ni confluencias ni mareas ni leches en vinagre. En Losa hay cuatro ganaderías, una fábrica de mantecados y un obrador de pan que sirve a las tahonas que cerraron sus hornos por falta de rentabilidad. En Losa han votado a la derecha y a la izquierda, pero nunca han votado a la "nueva política" que según dicen en el casino suena a parienta de un primo a la que se recibe en casa de aquella manera, como no podía ser de otra forma. Natural.
 
Eutimio me escribe para que desde la atalaya urbanita le aclare algo de esa gente con pinta desastrada y ayuna de plato de cuchara que ahora aparece por todas las partes con ínfulas de haber descubierto el Mediterráneo e ingeniado la palanca y que están lideradas por el "nuevo" Pablo Iglesias.
 
Medito mi respuesta. El honrado Eutimio no sabe que la atalaya urbanita no sirve para nada en estos casos ya que la explicación no está en estar o no estar más o menos informado. La información hoy día abunda, el problema es que se trata de desinformación, de "niebla y humo" de propaganda pura y dura escondida tras una suerte de misticismo progre que rezuma almíbar y hiel.
 
Explicarle a Eutimio lo que es Podemos no va a resultar cosa sencilla. Me pongo a ello y al rato enfundo la pluma y rompo las cuartillas, la faena no va por buen camino. Medito. Beso un vaso de agua y enciendo un pito. Me entretengo observando un rato a los gorriones (infalible fuente de inspiración) y nada. Pasan los minutos. Segundo pitó, nuevo vaso de agua. No hay forma. Cojo una nueva cuartilla y le mando unas líneas a Eutimio diciéndole que en unos días voy al campo y que pasaré a verle, que nos tomaremos un chato en el bar del Círculo y que allí tendré mucho gusto en hablarle del asunto que le preocupa.
 
La única ventaja que tiene Eutimio es que en Losa no hay presupuesto para eventos culturales, ni presupuesto para la igualdad social ni presupuesto para nada más que una novillada y un concurso de fuegos artificiales, así que los adalides de la nueva política no tienen nada interesante que mangonear ni una gran audiencia a la que redimir de los horrores del capitalismo salvaje.
 
En Losa lo que hay son muchos prados ganaderos, cercas de piedra, fresnedas, y  un riachuelo cangrejero a cuya ribera se puede ir en verano a comer y cuyas aguas refrescan muy bien las botellas de clarete y gaseosa.

viernes, 31 de mayo de 2013

LONDRES SE ESTÁ QUEDANDO SIN GORRIONES, UNA BREVE REFLEXIÓN SOBRE MEDIO URBANO Y NATURALEZA

Por muchas razones que serían largas de detallar, el cepogordista es un amigo de las aves y entre estas del gorrión que nos acompaña en nuestro vivir diario aportando esa imprescindible nota de belleza natural sin la cual no se podría habitar en ninguna aglomeración humana.

El gorrión común es un individuo simpático y hacendoso que habita en sana vecindad con el hombre y soporta con estoicismo gorrionil las intromisiones de sus congéneres alados. El gorrión es un filósofo doméstico que ha aprendido a vivir sin molestar y que prefiere un pasar tranquilo y ordenado a la gloria efímera del cantor canario o del insoportablemente cursi pavo real. De su prodigiosa capacidad sexual no podemos revelar nada que no hayan explicado ya Plinio y Don Lotario, grandes observadores del gorrión.

De la Gran Bretaña nos llegan malas noticias que afectan a nuestro querido amigo.

En los últimos veinticinco años el Gran Londres ha perdido el 68% de su población de gorriones domésticos (house sparrow como es denominado en Gran Bretaña). 

Nuestro entrañable amigo ha desaparecido por completo de muchas áreas de la ciudad con la consiguiente preocupación de ornitólogos, conservacionistas y ciudadanos de a pié a los que no se les escapa la gravedad del hecho.

Al que los ingleses denominan house sparrow no es otro que nuestro gorrión común (Passer Domesticus) el ave más extendida del mundo, cuya vida está estrechamente ligada al habitat humano, hasta el punto de ir desapareciendo de los pueblos a medida que éstos quedan abandonados.

La clave del problema parece estar en que los gorriones londinenses son incapaces de encontrar la cantidad suficiente de insectos para alimentar a sus polluelos y asegurar la continuidad de la especie.

La Real Sociedad Para la Protección de las Aves (RSPB en inglés) ha emprendido una campaña denominada London House Sparrow Parks Project que tiene por objetivo combatir las causas del problema y concienciar a los usuarios de los parques de Londres y a la ciudadanía en general acerca de la importancia de la fauna urbana. Para aquellos lectores cepogordistas interesados en conocer esta iniciativa en mayor detalle adjunto al pié de estas líneas la dirección de internet dónde pueden saciar su curiosidad.

La crisis del gorrión londinense sirve como llamada de atención al mundo urbano en el que habita gran parte de la población mundial.

En una época dónde la ecología ha tomado una importancia merecida y en ocasiones sobredimensionada parece innecesario hacer ningún tipo de llamamiento, ahora bien, uno piensa que es precisamente por esa sobreabundancia de información por lo que a menudo el público en general no repara en estos "detalles" de cierta importancia.

A mi juicio que un ave que es un indudable marcador de la vida humana desaparezca de un lugar concreto no dice mucho en favor de ese habitat.

Me barrunto que algo pasa en Londres, ciudad llena de parques, y que se debe fundamentalmente a cómo está desarrollando el hombre su habitat o más bien cómo no lo está desarrollando.  

House sparrow - adult male
A menudo pienso que los defensores de la ultramodernidad son gente poco humanizada y este tipo de reacciones de la naturaleza me confirma en mis ideas. El hombre habita un mundo que es un medio natural interrelacionado. Si bien las comodidades de la civilización urbana han permitido el crecimiento de la población en lugares de escasa aptitud para el desarrollo no parece razonable construir un mundo en el que el hombre no pueda convivir con la naturaleza en un grado de mínima convivencia.

Se insiste a menudo en la imagen del niño urbanita que bebe leche y come huevos pero que jamás vio una vaca ni a una gallina picotear junto a sus polluelos. Las excursiones campestres y las granjas escuela son remedios modernos para paliar la falta de contacto con el medio natural. Lo importante, a mi juicio, no es mantener esa relación superflua con el mundo natural al que se acude como quién asiste a un espectáculo, sino en explicar a pequeños y mayores que la convivencia con el medio natural (animales y plantas) es una exigencia del "ser hombre" y que la humanidad no cabe en un medio enteramente artificial.

Iniciativas aparentemente simples y tildadas en algunos casos hasta de "ñoñas" como cultivar un huerto urbano, tener una tomatera en casa, alimentar a las aves o colocar una caja-nido en el balcón, son la mejor forma de procurar la intereacción del hombre con la naturaleza en el medio urbano y enseñar a las generaciones futuras a valorar el medio en el que vivimos y procurar su mantenimiento y desarrollo.

Hacemos votos para que los esfuerzos de la RSPB den los frutos apetecidos y que en pocos años los londinenses y visitantes puedan disfrutar de la entrañable compañía de sus gorriones.

Sanglier.