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jueves, 13 de julio de 2023

Un apunte del dietario de A.B. Cortesía de Calvino de Liposthey.

Empecé ayer un episodio nacional, Los cien mil hijos de San Luis, reanudando con las aventuras de Salvador Monsalud, la hermosa Genara, Pipaón y compañía. Galdós me gusta, me sigue gustando y más me gusta cuanto más pasa el tiempo y más lo leo. Ya se ve que le gusta, ya. Es como leer algo familiar, nuestro, vivo, sensación que viene del idioma que utiliza, de cómo redacta, como escribe, como mira, lo españolísima que es su obra. En fin.

Me llega, que se pone a la cola, la segunda parte de Una danza para la música del tiempo, de Anthony Powell. Son las novelas aglutinadas bajo el título Verano. El ciclo anterior me gustó mucho. El primer párrafo de este, que leo a hurtadillas al recibir el libro, me entusiasma. Es verdad que aquí vamos a un universo traducido. Pero Javier Calzada parece un excelente traductor, lo fue desde luego por lo que al primer volumen se refiere. Pasear, leer, charlar, dibujar, mirar, dar gracias a Dios.

lunes, 24 de abril de 2023

Un apunte sobre Una danza para la música del tiempo, de A. Powell. Extraído de los dietarios de A. Bergamota.

Termino el segundo volumen de Una danza para la música del tiempo: Verano. Comprende tres novelas que son En casa de Lady Molly (1957); El restaurante chino Casanova (1960) y Los bondadosos (The kindly ones), de 1962. Sin duda tiene Anthony Powell talento y la obra como fresco tiene mérito, belleza, y se lee con interés, particularmente la evocación de la infancia, de niños, adultos, servicio, campo. Son agudos también y logrados los personajes, su caracterización, sus retratos y el entramado de relaciones. La narración es ágil con momentos realmente excelentes de acierto en la descripción psicológica y acierto al plasmarla en el texto. Un ejemplo sería el diálogo entre Nicholas Jenkins y Lady Warminster en la primera novela , realmente magnífico[1]. Llama mucho la atención la casi total ausencia de vida religiosa. Acaba resultando asombroso, también, el constante baile de relaciones sentimentales y la promiscuidad entre unos y otros. La ausencia de trascendencia quita consistencia a la narración y puede llegar a hacerla por momentos trivial. No resiste por ello la comparación con el Retorno a Brideshead de Waugh. Se salva el tomo por la belleza formal y por la mirada curiosa del protagonista sobre el mundo. Lejos de ser una marioneta, logra mirar a su alrededor y dejar constancia de lo que ve, dando un acertado retrato de un tiempo y un lugar. Su tiempo y lugar quizá fueran simplemente así. Subyace en la narración un tono poético, muy ligero, a veces apenas insinuado, propio de quien mira hacia atrás sin ira y sin ánimo de ajustar cuentas. Este es el elemento que sin duda salva a este volumen de la trivialidad que a veces se insinúa y de la sordidez moral con que viven varios de los personajes protagonistas. Habría que añadir a ello la presencia de un muy sutil sentido del humor -no sé si es el tan mentado humor británico o pura excentricidad, o humor montado sobre la excentricidad-, como cuando la madre del protagonista al referirse al estado de ánimo de una doncella de la casa dice: “(…) Pensé que no tenía buen aspecto. Yo ya sabía que era una consumada malade imaginaire, pero, después de todo, había visto un fantasma y no estaba demasiado bien de los nervios. La verdad es que no es justo obligar a los sirvientes a dormir en una habitación hechizada, aunque yo tenga que hacerlo también. Pero… ¿en que otro cuarto podíamos ponerla? No podía sentirse más asustada que yo algunas veces. (…)[2]”. Toda la descripción de Albert que se da al comenzar el capítulo tercero de Los bondadosos va en ese sentido, mezcla de precisión, agudeza, gracia y serena objetividad -tal vez sea la serena objetividad de la mirada del narrador lo que da el tono a todo el libro- no exenta de humor: “Ahora había sentado las bases para convertirse con el tiempo en un hombre gordo, con los privilegios profesionales y la nada desdeñable posición en la vida que suelen corresponder a los gordos. Mantenía aún su crónico cansancio de espíritu, con una ironía brutal en su descarnada visión de las cosas.” De las tres, tal vez la mejor sea la primera, En casa de Lady Molly, si exceptuamos -o le añadimos- la evocación de la infancia que es la parte esencial del tercer libro, Los bondadosos. Pero, puesto que se trata de un fresco, de una amplia panorámica, no la cortemos por la mitad. Empecemos por el volumen anterior, Primavera.


 



[1] En casa de Lady Molly, página 184.

[2] Los bondadosos (The kindly ones), 1962, página 460 de la edición de Anagrama.


domingo, 6 de febrero de 2022

La tierra del grajo. Una reseña de Genaro García Mingo para el Heraldo de Nava.

No tiene excesivo sentido reseñar un texto si es pésimo, salvo que sea extraordinario en su imperfección y pese a ello reciba alabanzas diversas (cosa bastante frecuente). Menos sentido tiene aún si uno no se dedica a las reseñas, ni es crítico, ni nada que se le parezca. Si pese a ello se hace, la reseña es entonces una protesta. La reseña protesta apenas si merece el esfuerzo de ponerla en claro. Salvo por el gusto de la sátira, de zaherir ponzoñosamente. No debemos dedicar demasiadas energías a eso, que no nos sobran.

Pero hay otros textos que son todo lo contrario. Uno querría animar a que se leyeran, darlos a conocer. Como uno no es nadie y tiene nula capacidad de influir, se hace la reseña por puro placer, por puro agradecimiento a lo leído, para uno mismo. Estamos ante un caso así: La tierra del grajo, de José Antonio Martínez Climent, publicado por la editorial Verbum.

El título de la novela encierra varias claves que la lectura irá revelando. Tiene relación con un cuadro del pintor ruso Alekséi Savrasov, titulado Los grajos han vuelto, que ilustra la portada y del que se hablará en el relato. Savrasov es un espléndido paisajista ruso de finales del XIX. Así que en el título aparecen la tierra y la naturaleza, pero también, con la presencia de un pintor ruso, la gran geografía que recorreremos al leer. Es un hermoso libro. Tanto por la forma, un español hermoso, trabajado, rico, por momentos virtuoso, como por la historia que cuenta, tratada de manera voluntariamente deslavazada, como en escorzo, por un narrador que se sujeta y que claramente explica al lector que ciertos detalles no son necesarios. Por momentos se puede tener la impresión de que el hilo conductor se somete en realidad a los cuadros que al autor le interesa trazar con su fina sensibilidad, con su sentido de la observación, del detalle, con una prosa rica capaz de muy hermosas evocaciones. Esto no incomoda, la narración continua, sin ruido, como si asistiéramos a todo lo que se nos cuenta, sin estridencias, con el filtro de un velo ligero, que flotando en el aire atenuara las cosas, el tiempo, los hechos.

Octavio es protagonista, y a ratos narrador, un salto que se produce en el texto con naturalidad sin que la proeza técnica sea excesiva ni incomode. Está bien tratado el mundo mercantil, espléndidas evocaciones de una Europa de los balnearios, casinos y grandes hoteles, Venecia, Sicilia, el mediterráneo, el levante español, los largos viajes en tren, las estepas del Este, una sociedad internacional que se mueve a sus anchas por el continente con una galería de personajes de fuerte personalidad que vistos desde nuestra uniformidad de hoy parecen extraordinarios y variopintos. Y el amor, con ese personaje tan logrado que es Claudia. “Para entonces, Claudia ya había aprendido el delicado arte de dejarse mirar por los hombres."

Pero no se trata de un elogio del cosmopolitismo, ni de una de esas evocaciones de lujos pasados, de una belle époque de High life y Société, aunque varios personajes pertenezcan a ese mundo o lo frecuenten. Afortunadamente no se queda en aquello La tierra del grajo, sería alejarse extraordinariamente de su título y de la pintura de Savrasov. Porque dónde más alto llega el libro, dónde resulta más hermoso y casi diríamos que conmovedor es en su evocación de la vida en el campo, de grandes casas y grandes familias, por una parte, y de la propia naturaleza desnuda, por otra.

Se trata de un mundo enraizado. La frase “Hirundina siempre se santiguaba cuando tocaban a difunto” podría ser un ejemplo. El retrato de la vida de provincias es magnífico. Dos breves muestras, que son solo eso, un ejemplo entre páginas enteras que merecerían citarse: “Olía a manzanas cocidas con canela, y a la hiriente lejía que Hirundina empleaba para limpiar el terrazo, (…). En la mesita de noche se extinguían unos lirios (Tía Asuntina siempre los repartía por toda la casa: en el recibido, en el salón, en las habitaciones…)”. “Pero no vaya usted a creer que vivimos en el atraso o en el olvido. En S.V. hay dos peñas taurinas, la de Lillo y la de Cantó, antagonistas en todo por cuestión de gustos sobre encastes, pases, suertes y matadores, que suelen acabar en grescas callejeras y hasta en enemistades familiares hereditarias. Hay fábricas de cemento, cerámica, yeso, ocre, cuyo producto principal es el polvo. (…)”. No faltan ni el sentido del humor ni la ironía como parte del gran fresco que se nos ofrece. La descripción de los personajes puede llegar a ser fantástica. Dejamos una muestra con la del ventrílocuo don Francisco Sanz: “El don estaba representado por un hombrecillo vestido de chaqué, de aspecto apocado, que incongruentemente fumaba un enorme habano, enredado en animada conversación con un muñeco de hinchadas mejillas y enormes ojos fijos de lunático (de la peor y más visionaria dolencia psíquica que se pueda concebir)”. Algunas páginas en que se traza la vida de un torero un completo acierto.

Y, por otra parte, decíamos, la naturaleza en toda su belleza, pero también en su crudeza, en su realidad rocosa, pétrea e inclemente, como auténtica protagonista del libro. Hay pasajes realmente espléndidos que son además un alarde de escritura. Nos referimos en particular, porque no dejan de estar presentes por todo el libro, a la expedición de los protagonistas por las sierras del Maestrazgo. “El caso es que, tanto en primavera como en verano, a eso de media tarde y aún con sol, no hace muchos años, una fila de cabizbajas y rojizas ovejas se desplazaba con la mayor lentitud por el fondo de un valle circundado por picudas montañas, bajo las altas y ajedrezadas nubes, de un claro a una espesura, de una espesura a un claro, mientras la suave brisa que empezaba a moverse se llevaba su rítmico concierto de portentosas y saludables pedorretas, lejos, más allá de los peñascales, sobre las blancas pedrizas, pasados los bosques de encinas y robles, lejos…”. La sierra viva, desde que nace y crece, como si fuera un personaje más, con una vida de miles de años, hasta el presente. “Aquél es un páramo alto, creado durante los primeros bostezos del Paleógeno. Las fallas que habían comenzado a abrir el valle por dónde un día bajaría el Ferr, que hasta entonces se había limitado a la protocolaria tarea de liberar las tensiones geológicas entre placas antagonistas, invierten sus movimientos y se convierten en encabalgamientos como resultado de la lenta pero constante compresión del macizo tauritano contra el bloque castellonense. Así los materiales ordovícicos, más antiguos y consolidados, emergen y se disponen sobre aluviones y estratos sedimentarios cuaternarios, dejando a la vista en un par de millones de años unos suelos oscuros y duros, poco susceptibles a la frivolidad de esa erosión cuaternaria que, producida por el viento, o por la lluvia, o por el roce, allí se considera poco menos que una falta de respeto. Sobre ese terreno hay un caserío, unos pocos fuegos reunidos, más que en torno a un fuego o por causa de la historia, por el temor secular a los lobos, cuya nómina de campesinos y viajeros muertos es larga aquí, muy larga. El caserío en cuestión es Brugal de las Cuestas y, para cuando te quieras dar cuenta el mulero te habrá dejado en una revuelta antes de entrar, con tu morral tirado en el suelo mojado, y de él no verás nunca más que los cuartos traseros de su mula bajando por las cuestas.

Claro que hay algún elemento que no deja de ser una concesión a nuestro individualismo contemporáneo, como cuando uno de los personajes -no damos más pistas a propósito- en cumplimiento de su última voluntad, es arrojado, dentro de su ataúd, al río dónde hace décadas murió la mujer que fue su gran amor. Un rasgo romántico, novelesco sin duda, pero ante la muerte y ante el fondo de una Europa que agoniza, excesivamente suelto, libre y por eso tal vez tópico. ¿No es ese capricho postmortem una contribución al desmantelamiento del continente al que se asiste? Hubiera asombrado un funeral lleno de latines y con el de profundis. Y que en el ataúd se hubiera incluido tal vez, algún objeto de ella, como forma de póstuma unión. Pero esto son cosas del que esto escribe quien, en el magnífico libro que es La tierra del grajo, no pinta nada salvo como admirado lector. 

***


viernes, 31 de agosto de 2018

Literato: ¡mata quinto!

Hablando de Cela con un conocido que se las da de literato e interesado por la cultura, aunque en materia de lecturas parece un poco pinta monas, me comenta que Cela no le interesa demasiado. Hasta ahí bien, es lógico seleccionar y normal que a cada uno le atraigan cosas distintas. Sin embargo añade un comentario más. Un comentario torpe que pronuncia destilando suficiencia. Viene a decir que eso de la España negra, que es un poco siniestro y al fin y al cabo menor, limitado, antiguo, tarado; que el progreso lo ha dejado ya muy caduco. Al decir esto viene a confesar que no ha leído a don Camilo. O que lo ha leído poco y mal. Ayer abrimos un tomo de don Camilo al azar y caímos en medio de una galería de personajes. El texto que pintaba a un maestro de escuela es de una belleza, de un lirismo contenido, con su punto socarrón, y su asidero en una realidad que se puede palpar, verdaderamente admirables. Hay además, en ese breve retrato, una reflexión sobre la creación y la escritura sencilla y hermosa. Por supuesto que hay en su obra altibajos, textos menores o poco conseguidos, pero también muy notables logros, mucha belleza y una gran personalidad. No nos parece poco. Volveremos sobre el asunto ridículo de la España negra, pero otro día.
Para el Heraldo de Nava,
A. Bergamota Elgrande

jueves, 11 de mayo de 2017

DEL "FALSO CASTICISMO" Y LOS CRÍTICOS A LA VIOLETA.


Todo eso que describes no existe (la señoras de Zamora, etc.) y si ha existido ha sido de refilón de forma marginal. Cultivas una especie de cosa castiza mas falsa que una moneda de seis euros. ¿Que es? Algo así como un mundo ideal? Si es así que pereza da. Nunca ha existido ni tiene particular valor. Te aconsejo que seas mas autentico. Esto es un cantaro hueco. Prueba con Elmer Mendoza te puede servir. Es mejor que escribes con un componente de misterio de noir.

Ayer, 10 de mayo de 2017, un amable lector de Cepo escribió un comentario a mi entrada " El as del bombardino" dónde me hacía una crítica no exenta de cierta mala leche. Si no fuera porque la crítica demuestra que el lector no es persona muy atenta a los detalles ni amante de la lógica no me molestaría en responder, pero dado que tiene aspiraciones críticas y se permite el lujo de verter comentarios gratuitos y dar consejos irreflexivos, creo que merita una respuesta, amable y respetuosa, eso si, pero respuesta firme.

Me dice el lector metido a crítico que las cosas que describo no existen. Me temo que al decir esto incurre en el error, nada infrecuente, de creer que sólo existe lo que uno conoce. Por si acaso, se cubre y afirma que "de haber existido ha sido de refilón de forma marginal". 

El comentario carece de toda lógica, o han existido o no han existido y si han existido y no las conoce ¿cómo puede deducir que han tenido una existencia breve y marginal? El comentario en ese punto no se sostiene. 

Debería saber el lector metido a crítico, que el ambiente del café que se retrata (ambiente del ayer, cuando se bebía aguardiante y se fumaba en los cafés) no sólo ha existido sino que ha durado casi 130 años, todavía hoy pervive en algunas islas de civilización, pero ha dejado de ser algo general y por eso se dibuja como una imagen del ayer.

En cuanto a la existencia de tipos humanos como los gacetilleros, los notarios jubilados y las señoras de Zamora no creo que haya que reivindicarla, es tan evidente como que han existido las calles adoquinadas y los tranvías.

Me dice nuestro amable crítico que cultivo "una cosa castiza mas falsa que una moneda de seis euros". Vayamos por partes. Yo no cultivo nada, ni tomates ni géneros. Si se refiere a que me gusta el casticismo y que muchas entradas juegan con situaciones y personas castizas, populares, le doy la razón. Ahora bien, el casticismo, lo popular, gracias a Dios no ha muerto. Vive no sólo en el corazón de muchos europeos (el casticismo tiene formas similares por toda Europa) y en muchos lugares y situaciones de España. La realidad cotidiana que está plagada de tipos y situaciones "castizas". Que el lector metido a crítico no las perciba no quiere decir que no existan y que no las aprecie no implica que carezcan de valor o interés, al menos para el que esto escribe.

La frase "Nunca ha existido ni tiene particular valor" es otra perla que el lector dedica a " la especie de mundo ideal" del que yo escribo. ¿Podría explicarme cómo algo que no ha existido carece de valor? En cuanto al mundo ideal, ya hemos hablado; no conocer un aspecto de la realidad y hablar de ella es propio de los ignorantes o de los atrevidos, que son ignorantes con ganas de dar la lata.

Me aconseja mi crítico que sea más auténtico (no volveré sobre este asunto) y me receta a Élmer Mendoza, que según el "me puede servir". La cosa tiene gracia. 

Da la casualidad de que soy un fiel lector del autor mejicano (si,con j y lo escribo así porque me da la gana) y conozco bastante bien su obra y estilo. 

No voy a establecer competiciones infantiles con nadie sobre quién ha leído más o menos a un autor pero meter al muy estimable autor de Sinaloa en esta fiesta es cómo invitar a Benedicto XVI a un campeonato de mus. 

Si lo que me sugiere es que lea autores que me inciten al cultivo del realismo y de paso mejoren mi  pobre estilo, no comprendo porqué no me receta a Clarín, a Galdós o Doña Emilia entre los hispanos o a Tolstoi, Dostoievsky, Balzac, o Dickens entre los extranjeros. 

Con todo respeto debo decirle que antes de meterse a crítico hay que hacer muchas guardias y calentar muchas bujías. Entiendo perfectamente que lo que cuento no le interesa, que mi afición por el casticismo le repugna, que la España "de ayer" (y en parte de hoy) le parece casposa y apolillada y que en general se aburre usted con mis entradas más que una ostra en la bahía de Arcachón. 

Afortunadamente hay remedios para tantos males; uno, sencillo y gratuito es no leer lo que no le gusta, el otro, más complicado y menos económico es irse a la Casa del Libro y ponerse las botas comprando novelas buenas, que hay muchísimas, mejor escritas que mis modestas croniquejas y dónde se describen muchas realidades, algunas le sonarán, otras no, pero ahí reside la maravilla de la lectura: siempre nos abre nuevos mundos y sorprendentes avenidas...

Paz y Bien. 

martes, 21 de marzo de 2017

Desdoblamiento.

Antonio Alcalá Galiano en sus Recuerdos de un Anciano, al referirse a la ciudad de Cádiz comenta lo siguiente: “Era muy de notar entonces la falta de vulgo insolente y soez”. Esta cita nos gusta mucho y la utilizaremos más veces, para zaherir, como arma arrojadiza de afilada punta y cortante hoja. Ha salido el cepogordista hace poco del Hôtel de Chaulieu, al cerrar las páginas del tomete de Balzac que se está endilgando. Y sin apenas transición, de nuevo se encuentra sumergido en las miserias del tráfico mercantil. Baretos y polígonos sustituirán a los salones dónde ha evolucionado durante unas horas. Una voz: está usted completamente enfermo, perdiendo la razón. ¡Calle hombre déjeme en paz! Decíamos, antes de que nos interrumpiera este memo que todo se lo debe a sí mismo, que con nosotros seguían todavía presentes las páginas de Azorín a las que nos hemos asomado, y las de Julio Camba. Julio Camba. ¡Con la falta que nos haría usted ahora, don Julio, para retratar a su manera a toda esa tropa de ganapanes, gentuza, horteras, plumíferos, vendidos y bellacos que pueblan con descaro y ordinariez sin fin nuestra vida pública! ¡Un paquete de libros! ¿Hay algo más delicioso que abrirlo al amor de la lumbre -que pronto volveremos a encender-, con ayuda de la fina hoja con la que abrimos los cigarros seccionándoles la perilla? La otra voz da un paso atrás. Para esta tarea, la de abrir el paquete, es necesario el silencio, una luz baja, que la chimenea cante y que el protagonista vaya tocado con un gorro de lana con borla y se ría por lo bajini de satisfacción. ¡Pero oiga eso es el retrato de un avaro, de un vicioso! ¿Y a usted que le importa? ¡Largo de aquí! ¡Ji, ji, ji! Genaro García Migo, Emperador, es nuestro encuadernador. ¡Y tiene un oficio sin par, es un artista de la nervura, un orfebre de la letra en oro, la pasta española, el remate de tela, la holandesa de colores! ¿Y no se pone musiquilla para la ceremonia esa de abrir el paquete de libros? Pues claro que si oiga, claro que sí. Teniendo en cuenta que llevo gorro de lana y estoy al lado de la chimenea que crepita, que todavía es invierno, que la sala está en penumbra y que me río por lo bajini, ¿Qué música cree que me pongo? Pues oiga, no sé. ¡Pues sonatas para violonchelo tocadas por un grillo amaestrado! Lo guardo en una caja de cigarros de la Habana, transformada en hogar para el gríllido. Vive en ella como un rey en su palacio, envuelto en los olores de la hoja del tabaco que agudizan sus facultades musicales. Era bastante fácil y obvio. Usted perdone. No esperaba nada de usted. ¡Que genio oiga! A nosotros nos gustaría ser es señor pequeñito que describe Camba “(…) un hombrecillo débil y violento, uno de esos cascarrabias chiquirritines, con los ojos saltones y los bigotes revueltos, que asestan puñetazos heroicos a las mesas de los cafés y luego comienzan a dar gritos porque se han hecho daño (…)”, pero mire, ni eso siquiera oiga, siervos de las tascas maléficas.

domingo, 5 de marzo de 2017

PASEO ARBITRARIO

Honorato de Balzac muere en 1850, tenía sólo cincuenta y un años. 1850 es el año en que nace el gran Mopas, es decir Guy de Maupassant, cuyos cuentos son sólo comparables a los del ruso Chejov, quizá el maestro del género. Chejov es unos años más joven que Mopas, pues nace en 1860. Maupassant muere muy joven, a la misa edad que Gógol, con cuarenta y tres años, en 1893. Gógol en 1852. Chejov con cuarenta y cuatro en 1906.

Contemporáneo de Balzac es Henri Beyle, Stendhal. Los dos habían nacido en el siglo XVIII. Victor Hugo en 1802. Que poca gente ha leído realmente Los miserables. La gente va al cine y se cree que lo ha leído. Así son las cosas. Stendhal tiene treinta y dos años en 1815, cuando ocurren la vuelta del Ogro durante los cien días, Waterloo y el nacimiento de Anthony Trollope. El malvado Thénardier saquea los cadáveres de la batalla, manosea a los coraceros muertos, roba relojes –esos relojes con retratos en miniatura y mechones de pelo de recuerdo- y arranca piezas dentales. Balzac que había nacido en 1799 tiene dieciséis, Dickens es un niño de tres años pues nace en 1812. El año anterior había nacido Thackeray.

Nicolás Gógol, viene a ser de la quinta de Stendhal y de Balzac, aunque más joven que el primero, le separan sólo unos años del segundo pues Gogol es de 1809. Es como un eslabón que enlaza a los dos franceses con los dos ingleses. Muere en 1852, dos años después de Balzac. Escriben por tanto en la misma época. Las Brontë aprietan siguiéndoles de cerca, pues Charlotte (Juana Eyre) es de 1816 y Emily (Cumbres Borrascosas) de 1818, como Iván Turgueniev, autor de los extraordinarios Diarios de un cazador. Gustavo Flaubert nace en 1821 y Juan Valera en el 24. Son plenamente coetáneos, aunque Valera sobrevive muchos años al autor de Madama Bovary y tendrá tiempo de ser el descubridor de Rubén Darío, pues llega al siglo XX. Muere en 1905, con ochenta y un años. Flaubert había muerto en 1880 con cincuenta y nueve. Turgueniev en 1883 con sesenta y cinco. Tolstoi que había nacido en 1828 les sobrevive a todos. Muere en 1910, a la edad de ochenta y dos años, uno más que Valera.

Bécquer y Rosalía de Castro nacen en el mismo año, 1837. Rimas y leyendas, Cantares gallegos... En 1839, en el Brasil, nace Joaquim Machado de Assis, que publicará Los papeles de Casa Velha en 1885 y vivirá hasta 1908.

En la década del cuarenta nacen José María Eça de Queiroz, quizá el más grande de todos los novelistas, en 1845; el extraordinario Galdós - Fortunata y Jacinta, Misericordia, La desheredada, los Episodios…-, en 1843, el mismo año que Henry James, y Zola en 1840. En la del cincuenta doña Emilia, 1851; Clarín, 1852; Maupassant, ya lo hemos dicho, 1850 y Conrad, 1857. Décadas prodigiosas, inagotable vivero de lecturas. Todos ellos salvo Maupassant llegarán al siglo XX. Queiroz por los pelos pues muere en 1900 con apenas cincuenta y cuatro años, La ilustre casa de Ramires, La ciudad y las sierras, Alves y compañía, La capital y un sinfín de crónicas sobre sus estancias fuera de Portugal se publican póstumamente. Para Valle-Inclán habrá que esperar a 1866.

Los Papeles Póstumos del Club Picwick - por los que sentimos absoluta predilección- y Oliverio Twist se publican entre 1836 y 1838. La Cartuja de Parma se publica en 1839, Madama Bovary en 1856, Los Miserables en 1862; Guerra y Paz en 1869, Ana Karenina en 1875; La Regenta en 1884 y 1885, un tomo cada año. 1887 es un año extraordinario, pues se publican Fortunata y Jacinta, la Reliquia, Los Pazos de Ulloa y La Madre Naturaleza. Los Maia en 1888. Tío Vania en 1897. Lord Jim entre 1899 y 1900.

La Comedia Humana se escribe sin descanso, hasta la extenuación, entre 1829 y 1850. Balzac nos dice en el prólogo hablando del escritor: “Pocas obras resultan en mucho amor propio, mucho trabajo resulta en una infinita modestia”.

Hasta aquí.

jueves, 5 de febrero de 2015

GALERÍA DE TIPOS FÍSICOS EXTINGUIDOS: ITALIA SIGLO XIX



Observen la elegancia de esas puntas que miran al cielo. ¡Y que decir de esa cabeza que es un perfecto huevo sobre un cuello duro que parece la porcelana de una huevera!

El mismo más joven, con pelo y corbata de lazo. Blancura inmaculada.



Federico de Roberto (el de la derecha) y Giovanni Verga (el otro, con sombrero y bastón). Dos tipos físicos que no volverán: la apostura del gran escritor reconocido, la actitud relajada del amigo que no acaba de triunfar y volverá a Sicilia, a ocupar un puesto de bibliotecario en su Catania natal.

Debajo, el mismo en una atuendo voluntariamente antediluviano, que hoy causaría escándalo y despertaría el odio de las masas mesocráticas, la extinción del tipo es completa:


Para terminar, portada de una de sus obras en edición italiana. Está traducida al español, editada por Gadir. Acantilado ha publicado Los Virreyes.  


miércoles, 18 de septiembre de 2013

IN MEMORIAM, MARTIN DE RIQUER


Ayer falleció en Barcelona Martín de Riquer y Morera, conde de Casa Dávalos, veterano del Tercio de Montserrat, filólogo, sabio, maestro entrañable y profesor de muchas generaciones que supo iluminar con su erudición y su inteligencia a miles y miles de estudiosos y profanos que seguíamos su obra con interés, gratitud y admiración.

No es este el momento de citar su obra, ya clásica, ni resaltar sus inigualables méritos académicos e intelectuales, sino de recordar su figura en cuanto campeón de la tradición, la belleza y la sensibilidad.

Su campo de trabajo, uno de lo más fecundos e importantes de la literatura, le permitió dar a la luz una visión muy personal de la literatura medieval y de los clásicos catalanes y castellanos.

Hoy toda la familia provenzal lloramos su muerte, los que nos sabemos indefectiblemente unidos a la cultura europea a la que de forma decisiva contribuyeron los poetas y trovadores no podemos dejar de agradecer el trabajo del Profesor de Riquer.

Este amable sabio que tuvo la fortuna de poder dedicarse en cuerpo y alma a su pasión, se entregó con tesón y energía inigualables a la recuperación y perpetuación de una tradición cultural capital y se permitió el lujo de hacerlo bellamente.

En estos días de mentiras y rencillas, de querellas falsas y maniobras arteras, este gran catalán, este gran español, este gran europeo nos deja para reunirse con damas y trovadores, con caballeros y poetas, con bellas pastoras y escuderos enamorados. 

Me gustaría que San Pedro permitiera a Leonor de Aquitania colocarse por un instante junto a él a las puertas del Cielo para recibir al sabio como merece. Quizá en ese instante se escuche el leve aleteo de la lauzeta y su canto lo acompañe en su entrada en la morada eterna.

Sanglier.

HEREJES, LA ULTIMA NOVELA DE PADURA

Mi afecto por Padura se debe esencialmente a su personaje Mario Conde, el cual me cae bastante bien. 

Mario Conde (desconozco si Padura sabía de la existencia del homónimo español y conocía su peculiar ejecutoria vital) es un buen personaje de novela negra. Padura lo ha armado con piezas sueltas de la larga tradición americana y se perciben en él las lecturas y preferencias cinematográficas del autor, todo ello teñido con ese color peculiar de lo cubano que tanto atrae al lector español en cuanto Cuba es un crisol de muchos rasgos de la madre patria batidos en los calores del Caribe y adaptados por la mezcolanza racial y cultural del medio.

Mario Conde es un tipo que aspira a vivir con un mínimo de dignidad y un máximo de humanidad en una sociedad hecha trizas de un país arrumbado, sumido en el caos y la contradicción permanente entre lo predicado y lo ejecutado. Sus valores se centran en la amistad con un predominio de eros sobre ágape, algo comprensible dadas las circunstancias. Conde es humano, muy humano.

Reconozco que el deambular habanero de Conde, sus aventuras sentimentales presididas por el amor eterno a Tamara (relación que en esta última entrega parece consolidarse) sus amigos, desde el flaco Carlos a Candito y Yoyi, un remedo cubano de un pícaro castellano, me hacen gracia y creo que tienen un valor literario nada desdeñable.

Padura me recuerda en muchas cosas al chileno Roberto Ampuero y considero que Cayetano Brulé comparte algunas cosas con Mario Conde aunque barrunto que su molde está trabajado bajo la inspiración de Pepe Carvalho. Ampuero, del que les hablaré otro día, es un caso incomprensible de falta de éxito en España, misterios de la literatura y la edición, solo Dios sabe por qué no se le ha dado más cancha.


Asentado en la buena opinión que tengo de Padura como productor de entretenimiento literario de género negro y el aprecio por su personaje, me he embarcado en la lectura de su última novela de la serie Mario Conde titulada Herejes.

En primer lugar Herejes es un tomete largo y denso al que le sobran un montón de páginas, cosa que sorprende al estar publicado por una editorial solvente.

La historia, bastante simple en el fondo, se adorna de tal forma que acaba por convertirse en dos libros en uno. El primer libro es el que enlaza el principio y el final de la novela y no es sino una aventura más de Mario Conde. El segundo libro, insertado a modo de nudo, falla estrepitosamente. La historia del pintor judío y el maestro holandés es un pestiño insufrible. 

Tras haberlo meditado no tengo claro si Padura quería hacer una novela denuncia, una historia del judaísmo europeo o una pseudo biografía del pintor holandés, el caso es que el intento falla estrepitosamente.

Lo lamento por Padura que a juzgar por el texto se ha molestado en trabajarse el tema, documentarse y armar una buena guía del Amsterdam de la época, ahora bien, yerra en el planteamiento y abusa del enlace haciendo de un asunto que debería ocupar no más de veinte o treinta páginas un muro de ladrillo insertado en medio de un edificio de piedra sillar.

Desconozco por completo el proceso creativo de Herejes, pero me da la sensación de que o ha empleado a Mario Conde como marco para contar una historia que nada tiene que ver con una novela negra - policiaca o bien que se la ha ido la mano y tras recoger mucho material lo ha metido todo teniendo que desarrollar la historia del pintor más allá de lo deseable.

De haber sido su editor yo le hubiera sugerido replantearse la novela de cabo a rabo e incluso la conveniencia de escribir dos libros, uno sobre el pintor judío y otro, una aventura de Mario Conde, que hubiéramos leído con gusto.

Sea porque el tema se ha apoderado del autor, sea por empecinamiento en querer hacer una novela negra con fondo histórico, al final Padura ha entregado al lector una obra que en su parte central se hace mortalmente aburrida, algo absolutamente prohibido en un género nacido por y para el entretenimiento inteligente como bien decía Somerset Maugham.

No sé si Herejes marca un giro en la orientación de la serie Mario Conde, espero que no. A mi juicio un escritor que goza del favor del público y del apoyo editorial tiene en su mano el trabajar en varias líneas de creación sin que su público se resienta, Camilleri es un perfecto ejemplo de un escritor que trabaja en tres y hasta cuatro frentes con singular éxito en todos ellos.

A mi juicio, la línea de Mario Conde tiene aún mucho recorrido dentro de un formato negro clásico y si a Padura le asaltan y rodean otras historias lo que debería hacer es contarlas separademente, sin mezclar a Conde en asuntos que no hacen sino restarle frescura e interés.

Sanglier.

jueves, 22 de agosto de 2013

A UN "GRAMÁTICO A LA VIOLETA"...LAS EXTRAÑAS AFICIONES DE UN ANÓNIMO OCIOSO


Me permito molestar a nuestra querida parroquia cepogordista insertando esta nota que va dirigida a un muy asiduo y estimado lector que tiene a bien comentar nuestros errores y gazapos de orden estilístico y gramatical. Dado que el lector en cuestión no firma sus mensajes ni deja dirección de contacto no veo otra forma de dirigirme a el más que a través de esta modesta tribuna. Una vez explicada la disculpa, procedo.

En primer lugar es de justicia agradecer a este amable lector que visite cepo con asiduidad y se moleste en leer las entradas que publicamos. Espero y deseo que además de servirle para dar rienda suelta a su afición como corrector de estilo y heraldo del buen uso de la lengua española esté sacando algún otro provecho a las diversas informaciones y chascarrillos que vamos dando a la luz.

Recientemente nuestro amable lector ha insertado dos comentarios que por su interés reproduzco a continuación. El primero hace referencia a mis líneas a propósito de los Estudios Literarios de Blasco Ibañez, el segundo, más reciente, se refiere a la entrada titulada "Diplomáticos " publicada ayer mismo por nuestro venerado Alcides Bergamota.


LA EXPRESIÓN AUTOR DE PESO, SALVO QUE BLASCO FUERA UN GORDO, DEBE SER CONDENADA y CALIFICADA DE INCALIFICABLE. RECTIFIQUE JOVEN, RECTIFIQUE Y NO SE DEJE CONTAMINAR POR LA JERGA DEL DÍA. TAMPOCO SE PROCEDE A SALIR DE UN COCHE, SE SALE, SIN MAS, COMO UNO SE PEE SIN PROCEDER A TIRARSE UN PEDO.


(…) manteniéndose española la isla nunca conquistada”. GRAMÁTICA: Arte de hablar y escribir correctamente una lengua. Libro en que se enseña. Me pregunto si en su caso puede tener todavía alguna utilidad regalarle uno. Creo que es usted un caso perdido. No les voy a pasar ni una. Ni a Sanglier ni a usted ni al resto de colaboradores, mejor dicho de cómplices, de este panfletillo.


En primer lugar me gustaría recordar a éste seguidor del cursi e inaguantable Lázaro Carreter ( un tipo que escribe un tomo titulado El Dardo en la Palabra....en fin) que Cepo Gordo es un Blog, medio de difusión que se caracteriza por ofrecer textos generalmente escritos sobre la marcha, redactados con la inmediatez que es propia de los tiempos presentes. Si bien la velocidad a la que se redacta un texto no debe servir para justificar errores gramaticales o sintácticos, si debe tenerse en cuenta a la hora de valorar el estilo, las reiteraciones y demás imperfecciones que se producen cuando uno escribe sin corregir ni revisar más que de pasada, muy superficialmente.

En segundo lugar, no deja de tener gracia que éste "látigo de las imperfecciones" que este "implacable fénix del buen hacer literario" incurra en los mismos vicios que critica. justamente en el texto en el que denuncia nuestra falta de cuidado. En el primer texto copiado más arriba, nuestro gramático a la violeta dice que la expresión de peso...debe ser condenada y calificada de incalificable... Querido emulo de Nebrija,  no pongo en duda que sea correcto escribir "calificada de incalificable" pero si pongo en duda que semejante forma de redactar esté a la altura de sus exigencias. Me parece bien que no nos vaya a pasar ni una pero le recomiendo que antes de ponerse estupendo, de ahuecar el plumón, de hinchar el papo como un palomo caliente advirtiendo al harén alado que va camino del festín inguinal sea usted un poco cuidadoso y redacte sus comentarios con un poco de gracia, de ritmo, de salero, de algo que no sea plano, romo, chato, pequeñito, chiquitín. En el segundo texto, que sospecho ha  redactado con el culo (lo cual, de confirmarse, incrementaría el valor del mismo, ya que el ejercicio de semejante habilidad constituye un arte mayor) vuelve a ofrecernos un ejemplo de crítica de señorita provinciana sorprendida en plenos tocamientos al campanero del pueblo.

Para que no piense usted que solamente soy un sujeto soez y que no aprecio sus esfuerzos, le diré que me he tomado diez minutos en analizar su caso. Como no le conozco he pensado que era más fácil no pensar en usted concretamente sino en un tipo de "Gramático a la violeta" ya que muy probablemente sea éste el tipo del que estamos hablando. 

Empleando la infalible metodología de Sherlock Holmes combinada con las de Sancho Panza, Groucho March y Silvestre Paradox, he redactado el siguiente perfíl del gramático-pop, la versión del siglo xxi del ancestral toca-narices hispano:

Primera: es un tipo ocioso, probablemente goza de rentas fundadas o bien está disfrutando de un retiro (merecido o inmerecido) bien saneado, que le permite dedicarse a buscar agujas en pajares, terceros ojos en culos ajenos, botones en praderas y ovillos en plazas de tercera porque se les perdió la "n" al imprimir el cartel de las fiestas...

Segunda: lee  periódicos como ABC, La Razón etc... 

Tercera: tiene un retrato de Lázaro Carreter en su dormitorio, encima de la cómoda que heredó de su mamá. Lo que hace ante el retrato no lo puedo explicar.

Cuarta: en su primera madurez leyó a Freud con demasiado interés y escaso aprovechamiento y se ha creído todas esas memeces de Edipo y compañía y se ha auto analizando llegando a conclusiones aún menos satisfactorias de las que tenía antes de tragarse todas las monsergas del predicador de Viena.

Quinta: de jovencito disfruto de unos escarceos veraniegos con una prima segunda, rubicunda, sanota y guapa que era muy mandona y le gustaba llevar la iniciativa. Nunca dejó de pensar en esa prima, años después, tras haberla perdido de vista, se la volvió a encontrar convertida en un "tremenda hembra" (concesión a Padura) y se le removieron todas las cuadernas del maderamen cuando descubrió que aquel bellezón con más arte que Bienvenida no le hacía ni pito caso..

Sexta: bebe poco o nada y no fuma. Una persona que bebe vino y destilados serios (coñac, brandy, armagnac, orujo..) y se fuma un petardo de vez en cuando no tiene el cerebro para dedicarse a revisar diptongos y magrear fonemas, especialmente si son en texto ajeno.

Séptima: detesta los deportes "excesivamente viriles" tales como el rugby, el remo, la pelota, el boxeo.

Octava: es un demócrata convencido.

Novena: cada diez pasos se le va un poco el pié izquierdo hacia afuera y bizquea casi imperceptiblemente.

Décima: compra, lee y colecciona recopilaciones de artículos de prensa, novelas históricas y textos "bien escritos" de autores del estilo de Luca de Tena, Cesar Vidal...etc... 

En fin querido amigo, es posible que en todo o en o parte, usted no encaje en este perfil del moderno gramático aficionado, lo lamento, al menos he intentado comprender al personaje con tan peculiar afición, en cualquier caso, le invito a que nos envíe sus escritos y nos cuente lo que más le guste e interese, libérese usted de esas ataduras, pase de crítico a criticado, de un paso adelante y disfrute del efecto liberador del cepogordismo...no es como la prima segunda rubia... pero es todo lo que podemos ofrecer..

Sanglier.

jueves, 15 de agosto de 2013

Crónicas Veraniegas: Releyendo a Blasco Ibañez

Nos llegan los ecos de una excursión de Alcides, Doroteo y Tato que, armados de morral y cantimplora, se han -literalmente- echado al monte a recorrer algunos rincones de la costa cantábrica. 

El cepogordismo asiste mudo de emoción ante las noticias de semejante hazaña ya que es conocida la escasa afición de Alcides y Doroteo a dejar sus respectivos lares, así que deducimos que debe de haber existido un motivo poderosísimo que haya empujado a semejante compaña a calzarse las botas y tomar el cayado. En el caso de Tato la cosa es diferente. Tato, ahí dónde le ven ustedes, castizo y cachazudo, es muy capaz de liarse la manta a la cabeza y visitar Ossa de Montiel con el mismo desparpajo que viaja a Toro, a Villalar de los Comuneros o se adentra por las umbrías de Allariz, lo dicho, un Urdaneta, un Aguirre, un Malaspina de los tiempos modernos.

Mientras aguardamos impacientes las crónicas de esa proeza alpino-etnológica, nos entretenemos disfrutando de lecturas varias, algunas nuevas y otras ya conocidas pero que fueron degustadas pobremente sin la necesaria tranquilidad, es decir, mal leídas.

Estos días nos sirven para reiterar nuestra admiración por el tan injustamente olvidado y criticado Vicente Blasco Ibañez. De su prodigiosa biografía pueden decirse muchas cosas, algunas buenas, otras no tanto. De su compleja personalidad, tres cuartos de lo mismo, ahora bien, de su pluma sólo se puede decir, si se quiere ser honrado (y por supuesto, queremos serlo) que Blasco Ibañez escribía como los mismísimos ángeles.

A Blasco Ibañez,como a muchos otros autores, les sucede (ahora estoy pensando en Agustín de Foxá) que sus páginas más bellas no se encierran necesariamente en el formalismo estructural de una novela, un poemario o una obra dramática. En estas mañanas à l'ombre du magnolia he repasado con interés y placer indescriptibles un tomo leído años atrás a lomos de la prisa cotidiana, me refiero a los Estudios Literarios, editados por la Editorial Prometeo en Valencia en 1933.

Cualquier aficionado a la literatura que se acerque a esta obra por primera vez revisará los nombres de los autores cuya obra se analiza y que figuran en el índice al final del libro y al hacerlo, muy probablemente, quedará sorprendido al comprobar que con escasas excepciones (René Bazin, Bourget, Barbusse..) la mayor parte de los nombres no le dicen nada o casi nada. 

El interés de los Estudios Literarios no está por tanto en los autores estudiados o las obras diseccionadas por la pluma experta de Blasco Ibañez, sino en lo que el genial valenciano nos dice y en cómo lo dice. Todo autor de peso, y Blasco Ibañez lo es, amén de escribir mucho suele haber leído mucho y generalmente bien, es decir con inteligencia y reflexión. En este capítulo Blasco Ibañez se muestra como un habilísimo y penetrante lector. Conocedor del oficio y los sufrimientos del autor va repasando las obras fundamentales de cada escritor situándolas dentro del contexto biográfico del mismo y en relación con el tiempo histórico y el panorama literario de cada momento.

En estas páginas, Blasco Ibañez se muestra amable sin caer en la condescendencia, justo en la crítica literaria, entusiasta cuando es preciso sin caer en el panegírico ni la exageración partidaria y decididamente comprensivo con el difícil oficio del escribidor.

Uno de los aspectos que hace más interesante el análisis de Blasco Ibañez es su condición de escritor profesional. Los estudios, escritos a lo largo de los primeros años del siglo veinte, no son solamente la obra de un autor consagrado, sino de un escritor "moderno" consciente de su función y de su profesión, conocedor del entresijo editorial y de la figura social del intelectual en el sentido gálico del termino. Este enfoque es particularmente interesante porque su conocimiento de la profesión y del medio nos permite comprender mejor el porqué del éxito y del fracaso, de la mayor o menor difusión, de la fortuna literaria en fin de obras y autores que la distancia del tiempo no nos permite calibrar con la suficiente precisión.

El otro aspecto que hace de estos Estudios una lectura interesante es la innegable calidad narrativa de Blasco Ibañez. Blasco escribe bien (eso ya lo sabíamos) pero no sólo escribe bien cuando retrata e interpreta creando sino cuando describe y analiza historiando. Escribir buena crítica literaria que sea amena, profunda y ecuánime es un arte mayor. De las muchas páginas de estudios y crítica literaria que nos hemos echado al coleto no resulta exagerado situar estas páginas de Blasco Ibañez entre las cumbres de Cortázar y Somerset Maugham. Al exquisito y justamente bendecido Bórges, Blasco Ibañez lo deja en pelota en este campo de la crítica literaria.

Para escribir sobre libros y sus autores no basta con ser culto, muy culto o cultísimo. No basta la erudición, no basta el vasto conocimiento ni la visión esférica, global, metacultural, cenital...no señores, porque sin poesía, sin finura de espiritu, sin análisis del alma humana y sin inmensas dosis de caridad y compasión no hay nada o casi nada bueno que se pueda decir. Blasco Ibañez demuestra poseer todo estos atributos en grandes cantidades y es generoso en su manejo. 

Si algún día, a lo largo de sus escarceos librescos se encuentran ustedes con un tomo de los Estudios Literarios de Vicente Blasco Ibañez no lo duden, cómprenlo, léanlo, saboreenlo, no se dejen llevar por la perece ante la lista de autores poco conocidos hoy en día, a veces lo interesante de un plato no son los ingredientes sino la maestría del cocinero en combinarlos armoniosamente hasta obtener una receta deliciosa, justamente lo que sucede en éste caso.

Sanglier.
  
   

jueves, 18 de octubre de 2012

UNA DEL ESCRIBA

LOS LIBROS CON LOS QUE EL ESCRIBA NO PUDO MAS


Desoyendo los sabios consejos de quienes opinan que nadie debe sentirse obligado a leer hasta el final un libro que no le satisface, el escriba, niño de la lejana posguerra, ha tenido siempre por norma apurar hasta las heces el cáliz literario que en cada caso le tocó beber, y cumplir íntegramente la penitencia que merecía por su propia culpa in eligendo.  Cierto es que en mas de una ocasión optó por suspender indefinidamente la lectura en espera de momentos mas propicios, que, como él mismo sospechaba, nunca llegaron.  Pero han sido muy contadas las veces en que el escriba decidió que no valía la pena, o no era capaz, de soportar ni una línea más.

Uno de los libros que el escriba abandonó a media lectura, irritado y asqueado, fue el engendro de Ken Follet  llamado “Los Pilares de la Tierra”, insufrible culebrón de obispos malos y curas buenos  (medievales progres avant la lettre), cuyo aplastante éxito en todo el mundo demuestra que en todas partes cuecen habas  (aunque en España sea a carretadas, por completar el refrán).  Ken Follet sigue escribiendo best-sellers e incrementando su mal ganada fortuna, pero desde luego no a costa del mermado bolsillo del escriba

Otro de esos libros de los que nuestro hombre decidió liberarse, en una fase temprana del embarazo, fue el no menor engendro intitulado “Un asesinato piadoso”, fruto de la fértil pluma de Don José María Guelbenzu. Este señor busca hacerse rico  -no sabemos si lo ha conseguido-  escribiendo novelas de género policiaco cuya protagonista es una jueza de instrucción llamada Mariana de Marco, no recuerdo si soltera o divorciada, pero en cualquier caso legalmente libre a los efectos que no es necesario exponer. Cuenta el escriba que el bodrio comenzó a atragantársele ya en la página 39 en el momento en que  “Marina pasó a la cabina del retrete”. Si hemos de creer a Guelbenzu, “Se bajó el pantalón y las bragas hasta las rodillas, tomó asiento y orinó pensativamente […]  Luego cuando terminó, cortó de manera mecánica un trozo de papel higiénico, lo doblo, lo limpió y se vistió de nuevo”  (de lo que resulta que lo que Doña Marina limpió, no sabe bien cómo, fue el papel higiénico y no lo que todos estamos pensando; así como que la ilustre Señoría se vistió sin antes haberse desnudado).  Poco después el escriba volvió a sobresaltarse al comprobar que el señor Guelbenzu,  “colaborador habitual de las secciones de Opinión y Libros del diario El Pais” y factotum del suplemento Babelia, no tenía reparo en escribir que cierto personaje  “solía frecuentar” no se qué establecimiento. Con todo, el escriba habría superado estos contratiempos de no ser porque el relato le pareció tan alicorto como pedantesco (sin duda, marca de la casa) y carente de interés.

Del abandono de estos y otros subproductos del género novelesco el escriba se siente orgulloso.  No así de otro, que nuestro buen hombre atribuye, pesaroso, a sus propias limitaciones. Nos referimos a  “La montaña mágica”, de Tomas Mann.  El escriba se aferra al fácil símil que le brinda el título de la novela para confesar que pedaleó esforzadamente durante muchos capítulos pero llegó un momento en que las fuerzas no le respondieron. Él mismo reconoce que es una lástima porque en algún lugar  -no, desde luego, en Babelia-  ha leído que La montaña mágica es una de las tres novelas cumbres del siglo XX, de imprescindible lectura.  Las otras dos son …

Al llegar a este punto el escriba dibuja un gesto de ingenua malicia, que no sabemos muy bien si es tan sólo un modo de decir mañana mas, o una incitación a los improbables pero necesariamente selectos lectores de Cepo Gordo.

SC

lunes, 15 de octubre de 2012

El arbol de la ciencia

Uno es un fervoroso lector de Baroja. Termino ayer su novela El árbol de la ciencia, con una cierta decepción, tal vez la primera con don Pío, después de la trilogía vasca, de las Memorias, de la serie el Mar, tan extraordinaria, de las maravillosas Memorias de un hombre de acción, etc.

La novela no acaba de ser buena, redonda, ni siquiera creíble, y se ha quedado muy acartonada, encajada entre las diversas tesis que maneja, convertida más en esperpento que en novela. Viene a ser una escritura paródica, que sólo se salva por la descripción de tipos, la agilidad narrativa cuando escapa a los momentos de tesis, la descripción de paisajes y ambientes, en la que la mano de Baroja es la de siempre.

No es que lo que cuenta no sea verosímil, es la forma en que sucede, en que se cuenta, lo que falla, lo que no se acaba de creer y eso precisamente tratándose de Baroja es lo extraordinario, que falle la narración. Aunque está lleno de aciertos, y las cien primeras páginas son extraordinarias, se anquilosa rápidamente y acaba en una decepción. Ni siquiera el tratamiento que se da al hombres desesperado redimido por el amor, resulta convincente, pues desde que el amor aparece sabe el lector que le espera, para encajar con la tesis tremendista el más feroz de los batacazos.

Arranca de forma espléndida con la descripción de la vida de Andrés Hurtado y el peregrinaje constante de personajes que van desfilando por delante del lector, página a página, algunos verdaderamente extraordinarios como Lulú. Mucho más esquemáticos y arquetípicos los demás, como colocados al servicio de la tesis, de la discusión teórica entre tío y sobrino con que la novela se partirá hacia la mitad. Se parte, se frena y se enfría. Tal vez lo que más molesta es la constante presencia del narrador manejando los acontecimientos al servicio de lo que quiere demostrar, careciendo los personajes de autonomía alguna. Todo es demasiado unilateral, esquemático, ajustado a lo que se persigue: la demostración de la negrura y absurdez, crueldad y sinsentido de la vida.

Otro inconveniente enorme es la proyección de esa misma tesis (la negrura y absurdez de la vida) sobre España, de una manera muy noventayochista (como es lógico por otra parte, pero aquí con tan poca sutilidad que molesta verdaderamente mucho). El protagonista vive sumido en la depresión, consciente de la inutilidad de todo esfuerzo, deseando la revolución y esto se desarrolla a su vez en otro pozo negro que es la propia España dónde nada sirve, nada hay, todo es inútil. La narración está al servicio de la demostración y el sostenimiento de semejante tesis, de una forma pertinaz, constante, tan arbitraria, tan sesgada, que se torna burda, tosca.

Se aceptaría el retrato de los bajos fondos, el retrato de un personaje neurótico y depresivo, el derecho del autor a escribir un esperpento, poniendo la lupa sobre ciertos aspectos de la vida social a los que voluntariamente se limita, aumentándolos de manera desproporcionada. Pero resulta tremendamente artificial y forzada la proyección de ese esperpento sobre toda España, como si de una demonstración se tratara. La vida de Andrés Hurtado es así porque se desarrolla en un país que es su propio reflejo, que no tiene remedio, en el que no hay nada que hacer. En esto la visión del escritor es sorprendentemente miope, deformante, limitada y falta de todo matiz. Quien haya leído a don Pío sabe que es gruñón y pesimista, pero aquí estos rasgos predominan de tal forma que torpedean la obra, entorpecen al escritor, pesan sobre la narración hasta hundirla.

El esperpento en que se condensa la descripción de la sociedad por la que se mueve Andrés Hurtado, brillantemente narrado, cuando se proyecta sobre el resto del país, sobre la totalidad, para explicarlo o justificarlo, resulta excesivamente forzado y esquemático y acartona la novela hasta hacerla completamente rígida y poco creíble. Resulta decepcionante y por eso tal vez, para introducir a Baroja, la novela puede no ser la más adecuada, pues desanimará sin duda al lector novel de emprender futuras lecturas.

Para concluir, ni como esperpento, pues tendría que exagerar más todavía, al modo de Valle Inclán, ni como novela es una obra acabada y redonda. Además, el paso del tiempo y lo que sabemos tanto sobre la Restauración como sobre la generación del noventa y ocho contribuyen a poner evidencia su artificio, su voluntaria y arbitraria desfiguración de la realidad al servicio de un sentimiento de pesimismo no necesariamente fundado sobre elementos objetivos, racionales, que pudieran de alguna forma justificarlo. No es el gran Baroja que conocíamos, pero así es la vida. Hasta don Pío tenía que pinchar alguna vez.

Doroteo