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jueves, 18 de mayo de 2023

Los Maños en las Ventas.

Ayer novillos bien presentados, realmente una corrida de toros, de juego variado e interesante, con casta, de comportamientos cambiantes según se les hacían las cosas, mirones, no se les escapaba un movimiento del callejón, alguno difícil. Frente a ellos, prácticamente nada. Novilleros con la
mono faena, porque ya no hay únicamente mono encaste -lo de ayer era excepcional- sino mono faena. Ponían la postura y esperaban a que pasara el toro, pero con los Santa Coloma de los Maños, aquello no funcionaba. De ahí los revolcones, las coladas con capote y muleta, los sustos, los capotes por el suelo. Además, todos ellos mataron pésimamente. Chicos que salen de escuelas de torear y ni siquiera se colocan correctamente. Sinfonía de estocadas traseras que son verdaderas puñaladas.

viernes, 1 de julio de 2022

Toros. Nuevo apunte de A. Bergamota para El Heraldo de Nava.

Los toros no pueden verse más que de una sola manera y en realidad no se han visto nunca más que de esa sola manera. Siempre la misma. Y si ese punto de vista cambia, desaparecen los toros. La plaza en realidad si es un matadero. Ver toros es asistir al sacrificio público de reses bravas. Lo que ocurre es que el sacrificio se hace de una manera ordenada, ritual, en la que la res, en lugar de ser enviada a un matadero en manada, sale al ruedo sola, de forma individual. De esa forma, el sacrificio de la res, de alguna manera se dignifica. Y se dignifica sobre todo por la forma de hacerlo conforme a unos cánones, a una manera de hacer las cosas, no de cualquier manera. Por eso es clave en la corrida de toros la muerte del toro, sin ella no hay sacrificio. Toda la lidia no tiene otro objeto que prepararla y lograr que se culmine de forma eficaz, rápida, vistosa, carente de ensañamiento, de crueldad y de fallos. Si no se torea bien, conforme al canon, que es lo que logra quebrantar al toro, vencer su poder, se complica la suerte final, se hace más difícil entrar a matar y las probabilidades de no culminar el sacrificio aumentan. Por eso no se debe premiar la faena de quien, al no matar bien no culmina el sacrificio y, por el contrario, es posible premiar una faena menor culminada con una gran muerte. 



jueves, 12 de mayo de 2022

Un apunte con motivo de la corrida de toros de ayer día 11 de mayo. Por A. Bergamota, para el Heraldo de Nava.

Fueron toros de la Quinta para Morante de la Puebla, Juli y Pablo Aguado.

Hay una falta de personalidad grande entre los de la montera. Se ve perfectamente al acudir a una novillada. Salen de las escuelas como cromos, con el mismo toreo de salón, falta ponerles un espejo en el ruedo para que se miren. Morante es lo contrario, personalidad a raudales, con su punto de chulería castiza, sus guiños a la tauromaquia añeja, su majeza, patilla, cigarro y montera antigua. Sólo por eso ya es algo, aunque no baste. A mí, lo de bajar la calle de Alcalá como lo hizo ayer, en calesa o jardinera que no se pone la gente de acuerdo, me gusta, me hace gracia. Me parece retador y un aquí estoy yo, con la estética de la España de siempre. Solo le falta la redecilla en el pelo y que le pinte Goya.  Yo que no le tenía simpatía, pues me tiene en el bote. Luego, en el ruedo, no termina de auparse donde parece que podría. La espantada de ayer se suma a muchas otras. Aunque sólo por cómo anda en el ruedo y ese físico de torero antiguo, algo grueso, suma y suma. ¿Faltan corazón, cabeza, ganas? Quién sabe. Un vecino de localidad recordaba lo que dijo un teroro antiguo, tal vel el Guerra, cuando le caía una bronca monumental: Yo aquí he venido a cobrar. Nos sonreímos pensando en lo bien traído que estaba viendo la desgana del matador. 

Lo cierto es que hoy no se torea mejor que nunca como dicen los de la tele y los cronistas oficiales. A la vista está que cuando salen del mono encaste les cuesta horrores y dónde triunfaron tantos -Paco Camino era un especialista de Santa Coloma - los de ayer se la pegan con seis bastante abordables, justos de casta y fuerza. Y para uno que en su segundo demostró que puede, Juli, la mayoría de las veces prefiere mono encaste y toreo trucado, con el toro en línea por fuera y los mil pases. Un misterio. Pero está claro que sobre el papel el cartel de ayer es magnífico y llena la plaza y queremos ver a los figuras con un ganado distinto al habitual. Parece que eso se lo debemos a Morante y a sus gestos. Espero que haya más. A mi Juli me espanta como torero, pero si se anunciara con Miura, Torrestrella, Saltillos, Escolares y demás, sería el primero en la cola. Por cierto, el tan injustamente denostado siete, ayer le aplaudió su segundo puesto en pie y con razón.

miércoles, 20 de abril de 2022

Un 26 de septiembre.

Una señora con una pequeña maceta en la mano cruza la calle de Alcalá, ya completamente taurina al acercarnos a la plaza. 

Una señora cargando con una gigantesca maceta cruza la calle. La maceta además de enorme va llena de tierra negra en la que crece lo que parece un madroño. Para quedarse mirando desde luego. Alcalá es ya completamente taurina al acercarnos a la plaza y hay un ambiente festivo, sosegado por el aire otoñal. Se oyen un par de olés dirigidos a la señora, admirativos de su fuerza hercúlea. Acelera el paso.

Solazo, pero otoñal. 

Se oye comentar: vaya carteles que nos ha metido el puto gabacho. 

El picador abusa y se oye: ¡es que no distingue entre vale y dale! 

¿¡Dónde iba!? ¡A por el bajonazo, hay tunante, se te han visto las ideas!

Israel de Pedro torea a caballo estupendamente -eso que es tan raro que ocurra- y se lleva una ovación. Hay que ver como acaricia al caballo luego. 

Colombo se lleva un olé, en plan chufla, al girar sobre si mismo para banderillear. Las pone todas a toro pasado el tío.



sábado, 2 de octubre de 2021

Tarde de toros. Feria de otoño 2021.

De nuevo allí. Hoy también, esta tarde, con la plaza llena. Y hemos visto torear a Juan Ortega. Nosotros que todavía elegimos los carteles por los toros -no sé cuánto tiempo podremos seguir con esa maña- le hacíamos ascos al cartel de esta tarde. Pero nos han podido las ganas de volver a la plaza, de volver a Las Ventas. Y una vez sentados, fuera prejuicios, fuera faenas preconcebidas, fuera pañuelos preparados. Mirar, mirar y mirar. Y no hemos visto más que a Juan Ortega, con la muleta, toreando al segundo de su lote, sexto de la tarde. De repente se paran las cosas, de repente se escenifica aquello de la línea horizontal, el toro, y la línea vertical, el torero. De repente se anda menos, se pierden apenas pasos, se rectifica apenas; de repente las series son cortas, medidas, pensadas, con remates airosos, vemos torear al natural, por las dos manos, y vemos toreo cambiado, vemos empezar la faena por bajo, continuarla con ayudados por alto, vemos torear, vemos al toro que se va quedando encelado, dominado. Y la verticalidad, la compostura, la naturalidad, la mesura, el inexplicable aire suave de pausados giros del poeta. Unos muletazos que nos encienden, que encierran una belleza que de repente se derrama ante nuestros ojos, después de tantas tardes desaparecida.

Se podrán discutir cosas por su puesto, no es esa la cuestión. ¿Por qué llevarlo hacia los chiqueros? ¿Por qué no acabar la faena en los terrenos dónde empezó? ¿Faltó un poco de hondura, de poder? Qué pena la estocada que desde dónde estábamos parecía contraria. Por supuesto. Pero hemos visto torear, hemos visto lo que da sentido a todo esto, a sentarse en la plaza a ver a esos hombres jugarse la vida. Oiga, no se ponga profundo que me voy. Descuide que ha sido sólo un momento.

De los otros dos matadores apenas hay algo que decir, sino que Emilio de Justo cortó dos orejas, de las de toreo automático y el Juli, lo mismo, un sola, pero del mismo estilo, de esas en que el torero parece un compás abierto dando vueltas como una peonza con el toro prendido de la punta exterior. Tampoco hay que cebarse, cada uno hace lo que puede, como nosotros, con tantas limitaciones. En fin. Que esta tarde estábamos allí de nuevo y que hemos visto Torear, con mayúscula, a Juan Ortega.

Para el Heraldo de Nava, Genaro García Mingo Emperador.

Por cierto, al recoger el coche se veía claramente que los señores que pagaban el aparcamiento delante de nosotros también venían de los toros. Les abordo con descaro. ¿Vienen ustedes de los toros? Se giran sorprendidos, si señor dicen mirándome de arribe abajo. Me apresuro a confirmar que yo también. Sonrisa. Voy al grano: ¿Qué les ha parecido Juan Ortega? Cuanto me alegra que sea esa su pregunta, porque esos muletazos, esos muletazos, lo otro, pues no, es otra cosa. Hay que venir veinte tardes para ver una cosa así. Nos despedimos coincidiendo completamente. Oiga, ¿y es imaginación mía o al señor ese, de buena pinta, por cierto, se le caía una lagrimilla mientras evocaba esos muletazos, esos muletazos…? Hombre, y yo que se, que cosas tiene, serán cuestiones del lagrimal descontrolado.

domingo, 21 de marzo de 2021

Recuerdo de una tarde de toros. De los cuadernos de A. Bergamota, cortesía, como siempre, de Calvino de Liposthey, biógrafo.

Se nos ha quedado la retina cárdena y como afilada, con la impresión de los toros de Saltillo Albaserrada, de José Escolar. Calor abrasador, pero, esta vez, excepcionales entradas de sombra, que no son del todo aprovechadas por aquello de que, a los toros, mejor sólo que mal acompañado, oiga usted. A medida que avanza la tarde se mueve el sol por la plaza y cambia la luz, de cegadora a más ligera y etérea.

Dominan los toros la escena: de salida son impresionantes, con un trapío que impone un respeto repentino, lindante con un amago de pavor. Su presencia llena la plaza, son el centro absoluto, no hay nada más que ese centro móvil que se desplaza a sus anchas, sobrado de poder, por el redondel. Salvo uno que dobla una vez, no se caen. Tienen fuerza, pies, codicia… y sentido. Aunque todos humillan y se les adivina la posible faena, las pocas veces que los diestros les bajan la muleta y se la dejan en la cara, tirando con temple y sin brusquedad, la faena no cuaja. ¡Porque qué difícil es eso, que sitio y que técnica hay que tener! Y junto con la vista, el sitio y la técnica, es necesario además, el valor para batirse con el mirar y las arboladuras extremas de los cárdenos de José Escolar.
 
El agua de una tubería rota corre por la acera de una calle del barrio de las Ventas, ladrillo rojo, cerramientos abigarrados, persianas verdes y antenas por todos lados, como excrecencias metálicas del ladrillo, en este barrio tan de Madrid en su pobretería, o en su modernez pueblerina. El agua corre por la acera y llena el alcorque de una catalpa en flor. En este rincón de Ventas, al caer la noche, las acacias han cedido el lugar a las copas verdes, de hojas anchas y gruesas, de la catalpa.

sábado, 20 de marzo de 2021

Sueños del Amigo Pulardo.

Muerte y juicio, infierno y gloria, ten cristiano en tu memoria.

El amigo Pulardo ha soñado que le decía su mujer que bebía demasiado. Se ha despertado con un sobresalto, recordando de repente que es soltero. Se ha vuelto a dormir y ha vuelto a soñar. Ha soñado que era norteamericano, que se llamaba Johnny Poulard, que era ecofriendly, foodie y lefti. Y también activista en pro de varias causas nobles, defensor de las gallinas, patrocinador generoso de un canal en abierto para cluecas y presidente de un club de ayuda para gallos capados.  Se ha asustado un poco, ya semiconsciente y, alargando la manina ha palpado en la penumbra del cuarto, sobre la mesilla de noche, las entradas de tendido alto para el no hay billetes de mañana a las siete. No ha soñado más.



viernes, 3 de julio de 2020

Recuerdo de una tarde toros. II. Mayo en Madrid.


El sábado compré en una pastelería de la calle de Alcalá unas rosquillas del Santo, la mitad lista y la mitad tontas. Al comprar las tontas me acordé de unos cuantos, al comprar las listas me quedé en blanco. La dependienta estaba enfadada la tía retaca, porque era tarde y no quería ya vender. Seguro que no es la propietaria. Echó bufidos y fue antipática, estuve a punto de regalarle una de las rosquillas, ¿adivinen cuál?

Todavía pasear desde la plaza de Toros por la calle de Alcalá arriba es un espectáculo, queda todavía un mundo con algún rasgo castizo y original, en las pintas, las tiendas, la ropa, el aire, la forma de andar, las cervecerías llenas, las enormes raciones de patatas fritas, por muy igualado que esté hoy todo.
A. Bergamota, para la Voz de Nava. 




Recuerdo de una tarde de toros.


A la salida de los toros, un grupo de aficionados nobles, encastados pero también con algo de genio, declaran su enfado por lo visto, el estado del público, de la plaza, de España. Teniendo parte de razón o mucha, en cuanto a público y plaza, quizá lo visto en el ruedo no nos desagrada tanto como a ellos. Hablando de que al poco tiempo de adquirido lo de Juan Pedro Domecq se les va de las manos a los nuevos ganaderos, lo explican diciendo que es que ahí dentro, en ese ganado, están metidas todas las castas y que sin la receta original –que sólo tiene el vendedor que transmite las reses pero no libros genealógicos, historia, etc.- enseguida se modifica la mezcla y sale por dónde menos se espera. Hacen toda clase de bromas sobre el símil de la cocina, la receta, el coctel, etc. Un momento extraordinario que aquí queda recordado.
A. Bergamota, para la Voz de Nava. 

lunes, 20 de abril de 2020

Temporada sin temporada. I.


El matador de toros Luis Mazzantini, el "señorito loco", apodado así por su tardía vocación taurina, pasando de los estudios y el cortejo de Amadeo de Saboya a las plazas, daba una vuelta al ruedo. Esto refiere Antonio Díaz-Cañabate en su Historia de una tertulia:

Don Luis, sonriente, mientras saluda, va diciendo: “¡Gracias, gracias, hijos de cocheros!”.

martes, 14 de abril de 2020

Tertulia.


El Niño de la Palma está gordo y calvo, y aquello, ¡aquello pasó!

Las manos de Rafael el Gallo encendiendo un cigarro.
Siendo la vocación original de Cepogordo, habanera y cigarrera en general, no está mal que de vez en cuando nos centremos de nuevo en el tema de dónde tomamos en su día el título. Para contar las cosas con precisión, fue primero el título de una revistilla de papel, de un papelajo, hace muchos años, cuando teníamos todavía aspiraciones de vida de café, casi diría de café literario, creativo, de bohemia a la suerte contraria, es decir, llevando corbata y fuamando habanos, un doble escándalo. El título se lo puso Sanglier, tanto al papel como a la reunión. A cada uno lo suyo. Esos humos absurdos, esas ínfulas de crear algo, esas ganas de montar una tertulia al estilo clásico, pasaron. Se las llevo en primer lugar la legislación, cuando la ministra rojilla y zafia, pero ministra, prohibió fumar en locales públicos. Luego la crisis, que cerró para siempre el lugar dónde nos reuníamos, el Hispano. Nos sentaban en una mesa del fondo y nos dejaban cenar algo y luego fumar y fumar. La nube de humo azul que se formaba era prodigiosa. Cerrado para siempre. Finalmente, y tal vez por encima de todo, el no tener nada que decir fue fundamental para disolver la asamblea que resultó ser un cascarón, toc, toc, toc. Y por supuesto, el tiempo, el viento, la vida, y esas cosas. Quedó algún numerillo más del papelajo, tal vez uno, y su título que luego se hizo digital.

Tertulia verdadera, real, auténtica, fue la de José María de Cossío que tan magistralmente retrata Antonio Díaz-Cañabate en su libro. La nómina de los que acudían era impresionante, tanto como el ambiente de gente de bien que describe el autor de Historia de una tertulia, que así se títula. Citemos de memoria a Emilio García Gómez, Sebastián Miranda el escultor, Domingo Ortega, el propio Cossío, por supuesto, a veces su hermano Francisco, Ignacio Zuluoga, el guitarrista Regino Saínz de la Mata, Eugenio d’Ors, alguna vez Pedro Mourlane Michelena y muchos más que no cito. Personalidad, personalidad, personalidad. Probablmente lo que mas escasea en este tiempo tan gris y uniforme. En fin.

Es fundamental no dejarse en el tintero, que en este caso es más bien teclado, a la gente del toro. Pues se trataba de una tertulia en la que coincidían muchos aficionados, sin ser por ello una tertulia necesariamente taurina. Pero el asunto de los toros estaba muy presente, y podía centrar la conversación, la tertulia, si se daban las condiciones. Por ejemplo si, además de Domingo Ortega al que ya hemos citado, acudía Juan Belmonte, excelente conversador, alguno de los Sánchez Mejías, ganaderos como José Escobar o Rafael “El Gallo”, hermano mayor de Joselito, también apodado el divino calvo. Le recordamos en último lugar, pero no por ir a la cola, al contrario. Asiduo de la reunión, es uno de los personajes más y mejor retratado en el libro. Una personalidad absolutamente única e irrepetible. Memorable resulta su encuentro con Baroja en el taller de Sebastián Miranda. Pero no vamos a deternernos a glosar al personaje, de sobra conocido y evocado por unos y otros con mucho más acierto de lo que nosotros podamos lograr. Al libro de Díaz-Cañabate les remitimos.

Si traemos aquí al Gallo es por su condición de extraordinario fumador de puros, por ser un cepogordista al cuadrado, por merecer todos los premios que se le pudieran dar relacionados con el tabaco y el fumeque. Dejemos que hablen algunos párrafos de Historia de una tertulia:

(…) al hacer su solemne aparición Rafael “el Gallo”, con su sombrero ancho negro, su pañuelito de seda al cuello y su puro entre las manos cuidadas y finas, unas manos dieciochescas estas de Rafael; al verlas, se explica uno que no quisiera mancharlas con la sangre de los toros. Lleva una sortija primorosa, una hilera de diminutos y oscuros rubíes aprisionada por dos aritos de platino; entre sus dedos, el puro cobra una prestancia noble; ya no son habanos soberbios, de vitola rubia impecable y aroma suave los que fuma Rafael, sino un faria, una porra vulgar, que entre sus dedos de abate o de marqués se transforma, como si los dedos fueran ébano que transmitieran la esencia de tantos y tantos vegueros de la Vuelta de Abajo, consumidos a la largo de los años. (pág. 153).

-            ¿A usted no le gusta el vino Rafael?- le preguntan.
-            No, señor. Yo no tengo más que un vicio, el tabaco; mejor dicho, los puros; si a mí me hubiera gustado el vino, no sé lo que habría sido de mí; no habría salido jamás de una taberna, porque me he pasado la vida en los estancos comprando puros. (pág. 206).

Famosos son sus retratos fotográficos fumando, y no lo es menos la foto que les ponemos a continuación, sentado entre Alvaro Domecq y Juan Belmonte.

Pues no es la que decíamos, es con Ortega. También tiene su aquél.


domingo, 5 de abril de 2020

La queja.

No es posible quejarse apenas de nada, si uno está encerrado en casa, gozando de buena salud. Otra cosa es experimentar añoranza por la vida normal, recordando por ejemplo lo que hicimos el año pasado por estas mismas fechas: asistir a Misa por la mañana, domingo de Ramos, y acudir por la tarde a los toros. Tal vez los toros históricos pudieran ser algo terrible y brutal, en mayor o menor medida, como puede verse en algunas de las interpretaciones que dejaron, por ejemplo, Goya o Gutiérrez Solana. Aunque tampoco puede afirmarse como una evidencia. Sin embargo, hoy, en el mundo en que vivimos, el contraste que representan con lo electrónico, lo digital, lo plástico, liso y pulido, con la jauría que son las redes sociales, todo ello tan omnipresente durante estos días de reclusión, resulta esencial para no perder ya del todo y definitivamente el norte.

Y de regalo, por ser abril, esto de Lope:

Apenas Leonora
La blanca aurora
Puso su pie de marfil
Sobre las flores de abril...

lunes, 30 de septiembre de 2019

TOROS en Madrid.

¿Cómo pudimos dejar pasar hace una semana la tarde de Saltillo? Es inexplicable, cosas que pasan.

 

Magnifico el tercer par que pone Curro Javier, asomándose al balcón con verdad y poder, aunque sale algo trastabillado y hace temer una caída en la cara del toro. Grandes aplausos a la buena ejecución. Entonces, José Chacón, de verde y azabache, se lleva al toro desde los medios dónde ha quedado burlado, y lo hace con una larga y de una vez hasta el burladero del seis. Cuando a medio camino parecía que el toro se quedaba, un movimiento de muñeca imprimía un latigazo medido al capote que al levantarse desde el suelo con sinuosa vivacidad volvía a captar la atención del toro, y así, sin brusquedades ni dudas, con técnica sobria y naturalidad, se llegaba al refugio de las tablas, entre los aplausos de aquella parte del público, muy numerosa, lo suficientemente enterada como para seguir el lance y aplaudir la buena ejecución.



miércoles, 17 de julio de 2019

A los toros con don Luis (segunda vez).

En ese mundo extraordinario, en esa escuela de la sensibilidad, que son los escritos sobre toros, colocamos a don Luis en el grupo de los elegidos, en el grupo de los que al plasmar en el papel sus impresiones de una tarde de toros, en el campo o en la plaza, trascienden del género al que se dedican. Pongamos a don Luis junto con Gregorio Corrochano, con Pepe Alameda, con Díaz-Cañabate, y no alarguemos más la lista aunque nos dejemos fuera a muchos, que es de don Luis de quien queremos hablar. El tono sereno, la mirada aguda y precisa, envuelta en cierta bonhomía que no se toma en serio, la capacidad de observación, el gusto por la anécdota sabrosa, para amenizar la lectura tras un pasaje de más sesuda disertación o de un largo recorrido por las complicadas genealogías de la cabaña brava, el profundo conocimiento del campo y de sus gentes, del ganado bravo y de su cría, de la plaza en toda su extensión, desde las elegancias de los palcos hasta las interioridades de los corrales, el profundo conocimiento también, y no es el menor de ellos, de España, de su historia y de su ser.
Portada de Los Cuentos del Viejo Mayoral.
Pues a través, por ejemplo, del retrato que hace de trece ganaderos románticos, nos lleva de la mano por una España de siglo XIX alejada de la espuma política por la que estamos acostumbrados a transitar, adentrándonos en la intrahistoria, en la manera de vivir, en todo aquello que pese a los avatares políticos seguía en pie, viviendo y funcionando ¡y de qué manera, con que personalidad y con qué autenticidad! Y todo esto nos los muestra Fernandez Salcedo con un sabor y un arte de contar espléndidos, apoyado en una forma de ver y entender el mundo que trasciende en cada página y que viene a ser la síntesis, la plasmación en el papel de la mirada sobre las cosas de lo que antes se llamaba, un caballero.
 

Pero volvamos, a través de Fernández Salcedo, por un momento, al reciente San Isidro.
 Para empezar la lectura de don Luis lo que proporciona al lector es perspectiv en eso de ver toros: “(…) pero a pesar de los pesares, el Morenillo fue ovacionado, porque entonces el público se fijaba en la clase de toro que el espada tenía delante. Dijo un cronista de la época: «Nunca  vimos un toro más imposible de lidiar, siempre defendiéndose, cortando el terreno en sus viajes, se arrancaba a todo el que se le aproximaba, se tapaba y no había medio de hacerle humillar, ni aun teniendo la muleta en el suelo…» (¿Qué pasaría hoy si saliera un galán de esa categoría?)”. Es fácil contestar a la pregunta. Hemos visto cierto público mansurrón y descastado entusiasmarse con la eternas faenas automáticas al toro automático, ese que va a al señuelo como los galgos a la liebre mecánica, y no entender las dificultades planteadas por toros de verdad, pitando a las cuadrillas, o afirmar su aburrimiento antes las diferencias de comportamiento o la lidia de un toro manso que tan a prueba pone a todos los intervinientes.
 
Recordarán cierta polémica surgida a raíz de la primera tarde en que actúo Roca Rey. Cogido por el toro, rasgada la taleguilla, apareció una como media abultada, como con aire a neopreno y se comentó la posibilidad de que llevara debajo del traje algún tipo de protección. Se dijo luego que eran unas medias negras y la cosa ha quedado sin aclarar. Pues bien, parece que la tentación –que no sabemos si en el caso de Roca Rey ha existido- de protegerse el cuerpo frente a las cornadas parece que no es nueva y que ya la padeció en su momento el famoso matador El Tato. Le vemos a cargo de cinco toros, por herida de su compañero Cayetano Sanz que solo mata el primero del mano a mano programado:
 
(…) y el Tato fue a menos en su labor, pues quedó bien en el segundo; regular, en el tercero y en el cuarto, y no pasó de mediano en los dos últimos.
 
El toro Pimiento, retinto, le hirió al entrar a matar dándole un fuerte varetazo. Como es sabido, este espada salía muchas veces apurado de la suerte suprema, porque hacía muy alto el cruce y no vaciaba bien. Razón por la cual pensó en la conveniencia de ponerse una especia de coraza debajo de la camisa, lo que no llevó a efecto por temor a las vayas del público guasón.
 
El toro toro.
Ejemplar de José Escolar, San Isidro 2019
Más adelante, siempre en su libro Trece ganaderos románticos, nos encontramos con la reseña del comportamiento de la corrida de Cuadri vista… hace unas semanas en Madrid:
Los seis toros, de bonita lámina y excelente trapío, finos y bien encornados, cuajados y de respeto, no correspondieron, en manera alguna, a la gran expectación que habían despertado. Pero esto no quiere decir que fueran rematadamente malos sino muy vulgarotes. Pelearon en el primer tercio con tendencia a la huida (…).



Puyazo de 1890.
Y finalmente vemos como ya hace tiempo se producía lo que hoy es habitual, exageradamente habitual, el abuso del número de pases durante la faena de muleta. Abuso permitido por otro abuso, que es la presencia constante en los carteles de lo que hace tiempo describimos como el “toro automático”, es decir el toro enseñado a ir a un señuelo, falto de la mínima casta, tontuno. Veamos lo que nos cuenta de Angel Pastor en la página 140 del mismo libro:
"Ángel Pastor abusó de la franela, pues dio nada menos que cuatro pases naturales, quince con la derecha, cinco por alto y dos cambiados, como preparación para un pinchazo. A continuación vinieron ocho con la derecha y tres altos, finalizando la faena con una estocada contraria.” Sumando, nos salen treinta y siete pases. ¿Qué diría nuestro autor en estos tiempos en que por sistema se nos somete a, por lo menos, los cuarenta que traen de casa todos los matadores, para dárselos, todos, al mismo toro...?
Un toro de Martínez.
Para el Heraldo de Nava, Genaro García Mingo, plumilla.

Tarde de toros. De los cuadernos de Alcides Bergamota Elgrande. Cortesía de Calvino de Liposthey, biógrafo.


Tarde de toros. Aquí estamos de nuevo. El invierno es un recuerdo. El abrigo de paño de lana ya cuelga hasta el año que viene en el armario ropero. Le hemos cosido un botón. Percha de madera con la forma de los hombros, grises espiguillas, se balancea un poco al colgarlo, hasta quedar inmóvil rodeado de bastones, cajas de sombreros y de guantes, botas altas, zapatos con hormas de madera de cedro. Todo queda en silencio al cerrar la puerta. Y en este día, aniversario de la proclamación de la segunda república de tan infausta memoria, el aire es abrasador y el público de los tendidos, cubatero y zafio, nos parece más municipal y espeso que nunca. Eso le pasa por agarrao
Calle hombre. Pero esto son los toros. Ruedo y tendidos, tendidos y ruedo. El espectáculo es a la vez uno y doble, y no sigamos por ahí. Saltan a la vista los tres gordos. Tres gracias masculinas, modernos por el atuendo apretado y sintético, clásicos por el volumen y la desbordante carnalidad, panzas sujetas sobre las rodillas. Se disculpan por apretar al personal, usted perdone caballero es que estamos algo fuertes, y bromeando dicen que la próxima vez comprarán dos o tres entradas más, para estar más anchos. Se cruzan en el aire las volutas azules de los primeros habanos de la temporada con los pájaros -¿vencejos, gorriones?- que salen disparados desde un lugar inexistente hacia los medios, como catapultados por los espectadores. Mientras el Aficionado (si, con mayúscula) no pierde detalle de la lidia de Chacón a sus dos toros, o de las tres tandas de Robleño a su segundo, del tercio de varas que protagoniza el sexto empleándose bien, a mi izquierda comenta el vecino que esto es una zarzuela en directo. El ganado está como en el fiel de la balanza, sabe usted, nos tiene en ascuas, con cada toro que pisa la arena no sabemos si caerá del lado de la casta y la fuerza o de la flojedad y bobería. Y no puede faltar la tiorra. No es la única mujer claro. Hay muchas y de toda condición. Pero ella, la tiorra, se hace notar por sus aspavientos, su descaro, su condición revenida y aviesa, sus ademanes desvergonzados, su aspecto feroz y brutal. Confidencialmente, y mirando hacia ella de reojo, me dice el mismo vecino: ahí tiene usted arrobas de martirio e infelicidad para el incauto que caiga bajo su imperio. ¡Antes tirarse al ruedo con Miuras que ahorcarse de esa manera! Impresionados por la sentencia que nos deja helados y pensativos, hacemos por perder de vista a la energúmena. ¡Luego hay gente que se aburre en los toros! ¡Gente pa tó!


 


martes, 2 de julio de 2019

Palo.


Al que se meta con Azorín, palo.

No hay duda de que a día de hoy, y pese a todos los peros y problemas, una tarde de toros es un acontecimiento mayúsculo, algo único, el espectáculo público más extraordinario, auténtico e interesante de un occidente que crea poco y está dedicado a repasar y a sobar lo hecho hace años por las generaciones anteriores. Una fuente de impresiones y estímulos de toda suerte, única.

viernes, 31 de mayo de 2019

TOROS (elucubraciones alrededor).

¿Qué es son los toros, que es torear? Vaya por delante que pese a que la pregunta anterior coincide en parte con el famoso título de la tauromaquia  de don Gregorio, nuestro propósito con estas líneas es mucho más modesto que atreverse a contestar todo lo que la pregunta puede abarcar. 



Toro  de José Escolar
Al hilo de la tarde de ayer en Las Ventas, con la corrida de Adolfo, cuatro ideas. Para el que esto escribe, torear viene a ser resolver dificultades. Las dificultades que plantea el toro. Por eso, en rigor, si no hay dificultades, el toreo se diluye, se hace rutinario, monótono, igual, y pese a que el peligro sigue ahí, se acerca a otros espectáculos con los que no debería tener nada que ver. Las dificultades las plantea el toro. Así debe ser. Si vienen por la impericia del torero ante el toro sencillo, damos un paso más hacia el fin de la fiesta, desde dentro, por consunción, sin necesidad de enemigos exteriores. Y si para que haya toreo tiene que haber dificultades que resolver, el toreo tendrá que hacerse con el toro capaz, por su comportamiento, de plantearlas. Nuevamente lo ya dicho: con el toro automático, el toreo se diluye.

Toro de Victorino Martín
El toro planteará dificultades por bravura, por mansedumbre, por fiereza, por casta, por genio, por raza, por sentido, por fuerza, por debilidad, por poder, por rajao, por enterarse más o menos, por su comportamiento cambiante o por las distintas combinaciones que de todo lo anterior puedan darse. Y además por lo que se le haga, por la lidia. La lidia mal hecha aumentará las dificultades, la lidia bien hecha será decisiva para encauzarlas, limitarlas e incluso resolverlas. Torear es por tanto, en primer lugar, dar la solución técnica a los problemas que pueda plantear el toro, y mayor interés tendrá esto cuanto más variado sea el comportamiento del toro. A comportamiento variado, problemas diferentes y soluciones distintas. Es decir variedad en el toreo. Con la variedad de comportamientos la tarde escapa de la monotonía. El ganadero trae seis toros de la misma camada, pero cada uno tendrá un comportamiento propio. Si es un requisito de buen ganadero que la corrida esté bien presentada, es decir que exteriormente los toros se parezcan, que haya coherencia entre el físico de cada uno, en cambio no es exigible que el comportamiento sea el mismo. Por nuestra experiencia, esa igualdad de comportamiento suele conseguirse únicamente a la baja, descafeinando. En presencia de casta, de raza, suele mantenerse la variedad. Suele ser excepcional que los seis tengan el mismo genio, la misma casta, la misma bravura, el mismo poder, aunque puedan parecerse. En cambio es más fácil, igualando por abajo, descafeinando, que los seis se caigan, que los seis se dejen pegar en el caballo sin presentar batalla, que los seis acudan a la muleta de forma más o menos pastueña.

Ante la variedad, elegir el recurso técnico adecuado es un reto para el torero. Exige que el torero conozca el ganado, que sepa ver el toro y entender su comportamiento. Exige por otra parte que conozca los recursos técnicos de que puede disponer. Y exige que aplique correctamente a una dificultad bien diagnosticada –en pocos minutos- un recurso técnico bien elegido.

Volviendo a la tarde de ayer: con la muleta retrasada a la altura de la cadera, será difícil embarcar el viaje de un Albaserrada, toro rápido, que se entera pronto y ve mucho. El torero se dejará ver y las dificultades aumentarán. La muleta por delante, baja, barriendo la arena, tapando la cara del toro permitirá tirar de el con mayores garantías aprovechando lo mucho que suele humillar este encaste. Para eso habrá que colocarse en unos terrenos muy comprometidos dónde no se debe dudar. Esta es la teoría. Luego habrá que  ver. Si una vez encontrada la solución técnica ésta se ejecuta según los cánones y además con una estética, unas formas, unos aires, una torería, pues entonces se producen, primero, esos silencios de Las Ventas que son únicos y luego, esa reacción del público como si las veinte mil voces fueran una. El que diga que torear es fácil miente como un bellaco y falta al respeto que se merece todo aquél que se enfrenta a un toro, más por supuesto si se enfrenta, como ayer, al toro variado, por llamarlo así, que si limita sus apariciones a medirse con el triste toro automático, el toro del telemando, por entendernos y sin ánimo de chanzas.
Toro de Adolfo Martín,
lidiado el jueves.
Por lo dicho anteriormente se entenderá sin dificultad que quien se acerca a la plaza a ver triunfar a su ídolo, como un forofo del fútbol; quien viene a la plaza a ver todas las tardes cincuenta muletazos dados como quien hace ejercicios de estiramiento; quien explica lo que sucede con lo de “este toro no sirve”, “con ese ganado no ha podido estar a gusto”; esa persona viene a ver un espectáculo completamente distinto a lo que nosotros entendemos que son los toros. Es un espectador que viene a  ver todas las tardes la misma faena. Y que a menudo se aburre. También nosotros a veces, con el previsible toro automático que  va y viene, milagro de la selección genética, como un autómata, como un juguete mecánico, acabando con lo imprevisible, con la sorpresa, con la grandeza del espectáculo. No quiere decirse que no se pueda seguir a un torero ni entusiasmarse con sus actuaciones. Pero ese entusiasmo tendrá sentido si es proporcional a la capacidad del torero para resolver una variedad de dificultades, en primer lugar, de poder a todos los toros, y luego de emplear esa técnica sin que se note, construyendo en el momento una faena completa, hilada, dotada de sentido, según los cánones, con el conocimiento y la sencillez de la obra bien hecha, que será a veces superior, cuando se junten toda esa variedad de elementos que pueden hacer de una tarde de toros algo único.
Hasta aquí. Se hace lo que se puede oiga. Y seguro que el amigo Pulardo me canta las cuarenta.

Para el Heraldo de Nava, 

Genaro García Mingo.

miércoles, 29 de mayo de 2019

Tarde de toros (imágenes).

El café de antes.

La candidata.


El ruedo a la izquierda.

El ruedo a la derecha.


EL TORO.

Entre dos lances.

Por si acaso.

Los toros desde la barrera.

Libertad en Las Ventas.

El aplauso.

El triunfo.

Caudillo difuso, entre licores.