Mostrando entradas con la etiqueta Bearn. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Bearn. Mostrar todas las entradas

jueves, 23 de mayo de 2019

Los arrabales de la tierra.


«Aquellos parajes, situados en un ancho valle, son muy bellos en su olvido. El turismo no los profanó todavía con su curiosidad de niño sin gracia. Es posible que por hallarse lejos  del mar no llegue a descubrirlos nunca. Los viajeros de hoy no se reclutan entre los artistas ni los grandes duques. Son más bien gentes domingueras, deseosas de tostarse en una playa y admirar a las vocalistas sin voz, sirenas depauperadas que claman amor a través de un micrófono: el mar constituyendo, según ha dicho Miguel Villalonga, los arrabales de la Tierra.»
Lorenzo Villalonga,
Desenlace en Montlleó.
Seix Barral, 1971.






jueves, 7 de diciembre de 2017

EL ENVÉS - A propósito de Bearn, de Lorenzo Villallonga (publicado en el Heraldo de Nava, por Alcides Bergamota, polígrafo).

El envés.

Envés: del latín inversum.
1. m. Parte opuesta al haz de una tela o de otras cosas.
2. m. coloq. espalda (‖ parte posterior del cuerpo).
3. m. Bot. Cara inferior de la hoja, opuesta al haz.

“Nuestro mundo se va María Antonia, y a mí me parece ahora tan luminoso, tan suave, que desearía hacerlo durar un poco más, eso es todo.”


El escritor Álvaro Cunqueiro publicaba una columna en el Faro de Vigo titulada así, El envés. Es decir, la otra cara de las cosas. A menudo la literatura no es otra cosa que eso, mirar del otro lado o con otra perspectiva, dejar que surja una voz distinta, al margen de la carrera diaria, pues escribir no deja de ser retirarse. Incluso si se escribe sobre la prisa. Cunqueiro fue poeta y novelista. De Cunqueiro dijo Franciso Umbral que “Siempre se olvidan de él en la cultura nominalista de las historias literarias. Pero Cunqueiro es inagotable de leer (…)”. Fue también director del Faro de Vigo y como periodista –en realidad un escritor que publicaba en la prensa en formato de columna periodística, algo muy característico de la prensa española, pensemos en Julio Camba o César Gonzalez Ruano- llegó a publicar ¡cincuenta artículos al mes en distintos medios!

Al título de su columna más famosa, El envés, acudimos por dos razones. Por una parte porque nos recuerda que la realidad tiene casi siempre varias caras, al menos dos si no son más. Desde luego, la lectura de Bearn si algo sugiere es precisamente eso: múltiples voces, contradicciones, luz y oscuridad, silencios, cosas que se dicen o que se saben y otras que no, que se callan, claroscuros. Por otra, porque el propio Cunqueiro se encuentra de alguna manera escondido en el envés de la literatura española, fuera de las historias literarias como recuerda Umbral. Un poco al margen del canon establecido en los libros de texto. Y en la misma situación, en el margen con don Álvaro, están unos cuantos autores más.

Hemos leído a muchos contemporáneos -Sánchez Ferlosio, Carmen Laforet, Carmen Martin Gaite, Ignacio Aldecoa, Fernandez Santos, Sábato, Rulfo, etc.- que forman parte de lo que podríamos llamar de alguna manera, el canon oficial: aceptados, admitidos, incluidos en las listas. Cosa que ni les da ni les quita mérito, que simplemente es así. Rulfo aparte que es el más grande. Pero tal vez, al establecer el canon se ha olvidado, no siempre por cuestiones estrictamente literarias, a otros autores que también escribieron, que narraron historias con inmenso talento. Tal vez con Bearn de Lorenzo Villalonga nos adentramos un poco en el envés. Le damos la vuelta al gran edificio, entramos por la puerta de atrás, por la cancela del jardín.

Podría decirse –nuevamente esto no son más que elucubraciones- que forman parte del envés de nuestra literatura contemporánea, a bote pronto, Cunqueiro, Torrente Ballester, Julio Camba, González Ruano, Pla, Sánchez Mazas, Agustín de Foxá, García Pavón, etc. ¿No se está quedando Cela en el envés, bajo un manto de silencio? No significa que no se lean o que no se publiquen. Se leen más de lo que parece, por no decir que mucho, y se pueden encontrar en las librerías, pero suelen estar rodeados de cierto silencio oficial, como escondidos.

Siguiendo con las invenciones y sugerencias, podríamos considerar como una alegoría de lo anterior la circunstancia de que Bearn fuera presentada por su autor al premio Nadal del año 1955, año en que ganó la novela de Sánchez Ferlosio el Jarama, que tan distinta es de Bearn. Y no se trata de puntuar ni de ponerlas a competir (aunque cada uno pueda tener sus preferencias), pues nada tienen de incompatibles formando las dos parte de un todo, nuestra literatura. Nuestra literatura que resulta que es de una enorme riqueza.

Esto nos lleva al primer asunto, no tanto de la novela sino de sus alrededores, en los que reina cierta confusión. Hay una discusión sobre el idioma en que fue escrita originalmente, que si catalán, que si español. Según la fuente a la que se acuda hay distintas versiones. José Carlos Llop, escritor mallorquín como Villalonga y uno de los especialistas en su obra (es el editor de su Diario de Guerra en Pre-Textos) sostiene que se escribió primero en español[1]. El caso es que se acabó editando por primera vez en español y años más tarde (en 1961) en catalán. La notoriedad le llegó entonces, en 1961, cuando en Italia el Gatopardo era ya todo un éxito de ventas. A partir de ese momento se suceden reediciones, traducciones a otros idiomas e incluso adaptaciones para la televisión y el cine. Destaca la película dirigida por Jaime Chávarri en 1983, con el mismo título que la novela.

Luego estaría la fecha de su publicación, 1956, un poco antes por tanto de la publicación de El Gatopardo, de Tomás de Lampedusa, con la que tanto se asocia Bearn, y que también fue llevada al cine por Visconti, en 1963, con Burt Lancaster de protagonista junto con Claudia Cardinale y Alain Delon. Hay entre las dos novelas muchas coincidencias de época, ambiente y temática –el ocaso de un cierto mundo mediterráneo-, aunque también muchas diferencias. Por cierto, para no sacar conclusiones apresuradas sobre el éxito del Gatopardo, conviene saber que su autor no logró publicarla en vida y que su edición y éxito son por tanto póstumos.

Sobre el autor y su novela se han escrito ya ríos de tinta. Algunas ideas sueltas.

Bearn no es la única obra de Villalonga que fue relativamente prolífico. Existe un precedente, Mort de dama (Muerte de una dama), una obra de juventud publicada en los años treinta, en forma de sátira, extraordinariamente acerada, punzante y divertida, que le valió a su autor bastantes disgustos, pues muchos se sintieron si no retratados al menos caricaturizados o aludidos. El propio Villalonga dijo “A la novela Bearn vaig intentar fer el retrat moral de l'illa, ja que a Mort de dama havia fet la caricatura”. Algunos personajes de la primera novela –doña Obdulia, el marqués de Collera- reaparecen de pasada en Bearn en los pocos pasajes en que se alude a la vida social de Palma, de la que los protagonistas viven voluntariamente aislados. La excéntrica poetisa de Mort de Dama será en Bearn una pintora inglesa tronada. Hay además un recuerdo, en la página 72 de la edición De Bolsillo, a la novela que escribió su hermano Miguel, muerto en edad temprana, Miss Giacomini, que narra el revuelo que se forma en la isla ante la llegada de una conocida actriz que va a dar varias representaciones en el teatro de la capital.

Los aciertos de Bearn son muchos, el tono, la forma, la manera en que la realidad se desdibuja siempre. No se nos entrega ninguna certeza y cuando queremos saber, cuando queremos seguridad nos encontramos con evasivas, esbozos, evocaciones vagas, y durante toda la lectura con el misterio, con la total ausencia de certeza, que es la Sala de las Muñecas. ¿Qué es, que contiene? Frente a ese mundo descrito con tantísimos matices, que va surgiendo como de entre la bruma, cobrando forma para nosotros a través de la evocación -mientras que cronológicamente dentro de la narración lo que hace es precisamente lo contrario, extinguirse- tenemos la precisión, la viveza, el detalle preciso, real, con que se describen los personajes, hasta el punto de que llegamos a conocerlos con verdadera intimidad. Hemos vivido con ellos mientras leíamos y me atrevería a decir que una vez cerrado el libro no se irán ya del todo.

Tal vez el mayor acierto en cuanto a la construcción del relato sea la alternancia entre la voz del narrador, Juan, y la voz de quien es realmente el protagonista, don Antonio. Y es Juan quien a través de su relato y de su fidelidad, hace surgir la voz de don Antonio que a menudo se hace con el protagonismo completo del relato. Don Antonio es quien da el tono medido, escéptico, vaporoso y sólido a un tiempo, a toda la historia. Es un personaje complejo, egoísta, pero también afectuoso y con un fondo de lucidez y bondad muy claro. ¿No es todo Bearn tratar de entender a don Antonio, ponerse al fin y al cabo en el lugar de Juan?

El contraste entre los dos personajes y la forma en que a lo largo de todo el libro dialogan es fabuloso: don Antonio, maduro, hombre de mundo, de familia antigua, que ha vivido, que habla varios idiomas, que ha viajado y posee una gran cultura y toda una sabiduría –hasta el punto de que puede quemar los libros-, frente al sacerdote joven, de origen humilde, que no ha salido de la isla, formado por la bondad del matrimonio Bearn, sus protectores. Y siempre, como telón de fondo del diálogo, la posibilidad, nunca afirmada con certeza, siempre vagamente sugerida, como todo en la novela, de que sean padre e hijo. Incluso cuando se sincera con doña María Antonia, en París (“Yo soy una ofensa para Vuesa Merced.”), se hace el silencio. ¿Está otorgando ella? El lector no tiene muchas dudas, pero la novela lo deja caer como doña Xima dejaría caer el pañuelo, distraídamente, como sin querer.

La figura del sacerdote es clave. Es un personaje muy atractivo, en quien pese a la dificultad de su posición, predomina el afecto hacia los señores, la bondad y la fidelidad hacia ellos. También por supuesto la fascinación y el deseo de saber, pero triunfarán siempre el afecto y la fidelidad. Don Juan es un hombre formado y sinceramente religioso, pese a sus vacilaciones, que vive de forma consecuente con esa religiosidad. No es el mismo la medida de todas las cosas –algo que a nosotros nos cuesta comprender- sino que es consciente de vivir en presencia de algo superior a sí mismo y que debe informar su actuar: Dios en el seno de la religión católica. Es una persona formada y sincera, de una religiosidad verdadera, insistimos, pese a todas sus dudas. El personaje de Juan Mayol, el sacerdote, merece ser defendido, no dejemos que se mancillen con críticas mezquinas tanta superación, rectitud, tanta bondad y tanta lucidez.

Y a don Antonio y a doña María Antonia no les juzguemos nosotros. Al fin y al cabo ¿cómo podemos nosotros comprender a los Señores y su mundo ido? En el prólogo al Diario de Guerra, Jose Carlos Llop nos da un largo retrato de Lorenzo (Llorens) Villalonga y entre otras cosas dice: “Villalonga, en ese momento, no era un viejo liberal –concepto burgués y para él, como todo lo burgués, a medio camino entre lo cursi y lo despreciable-, sino un conservador” (página 15).

Don Antonio como decíamos es una personalidad muy compleja, por varios motivos. Por una parte por su posición social. Si económicamente las cosas no van bien, esto no impide que sea muy respetado socialmente. Nada hay del señorito tarado, convertido en patán o embrutecido por el campo al estilo de los Pazos de Ulloa, por ejemplo. Contribuyen a que mantenga su posición social su refinamiento y educación, su conciencia de ser quien es, su inteligencia y fuerte personalidad. Por otra parte es inquieto y talentoso: Inventa, lee y filosofa, lo que le lleva a escribir. Su escepticismo no logra ocultar un gran amor a la vida. Recuérdese la frase “Nuestro mundo se va María Antonia, y a mí me parece ahora tan luminoso, tan suave, que desearía hacerlo durar un poco más, eso es todo.”

Otro elemento de su personalidad es su egoísmo claro, lo sufre su mujer. Tiene que vivir, experimentar, satisfacer su curiosidad, su ansia de novedades y sensaciones, su curiosidad universal por la vida. La hermosura, ¡huir con Xima! y lo hace. La última oportunidad, Fausto. Pero conserva la lucidez, vuelve, se hace perdonar, y sin lugar a dudas quiere a doña Maria Antonia de forma profunda y sincera. Afrancesado, volteriano, influenciado por el siglo XVIII francés, no hay duda de que las mujeres, o mejor dicho, la Mujer, constituyen para él una pasión, el gran centro de interés de su vida. A la manera de su admirado siglo XVIII, que en los círculos aristocráticos gira total y absolutamente alrededor de la Mujer como eje de la vida social, muy particularmente, pero no sólo, en Francia. Esto representa una contradicción más con el amor que siente por doña María Antonia. Ha querido vivir sin apenas coto y luego ha querido contarlo. El vizconde de Ségur escribía en el siglo XVIII: “siglo amable y frívolo, en el que todo se afea, todo se permite”, “Cada uno establece un sistema / sobre el plan que se quiere trazar / y la Razón no sabe ya / lo que hay que permitir o lamentar. / Gracias a esta tolerancia, / veo fluir mi juventud, / y me apoyo con constancia / en las Gracias y los Amores. / Me extravío a veces, pero es en éxtasis; / la cinta del placer cubre siempre mis ojos, / y si algunos remordimientos atormentan mi vejez, / al menos mis recuerdos podrán devolverme la felicidad[2]. ¿No hay algo de esto en don Antonio, aunque haya también mucho más? Ese mundo al que pertenece Ségur termina realmente con el triunfo de las revoluciones burguesas, empezando por la francesa. Devuelven a la mujer al seno del hogar, restándole toda libertad y cerrando tanto los salones del XVIII que había regentado como los cauces por los que tanto había influido en política.

Por último, parece fundamental, como parte de la personalidad de don Antonio, su lucidez. Es consciente de que el mundo en que ha vivido se acaba, como también se acaba su estirpe pues no han tenido hijos. Pero sobre todo es consciente de que no tiene fuerzas, ni voluntad, para tratar de evitar ese fin próximo, retrasar o detener todo aquello que se va. Es decir no quiere, o no puede, o no está ni en su ser ni en su vocación (ni en su necesidad) meterse en política, medrar, hacer dinero, hacer negocios… De ahí esa confesión respecto del Marqués de Collera, hombre de la Restauración, sangre más nueva y de menos prosapia (por no decir que de ninguna), pero más vigorosa y capaz de acción práctica, capaz de luchar y de triunfar (terrible palabra ante la que don Antonio habría cambiado rápidamente de tema como si nada).

-        ¿Qué sabes tú, Tonet, qué sabes tú…? Doña María Antonia es por supuesto otro personaje clave, el personaje femenino de la novela, muy por encima de doña Xima, y muy difícil de desentrañar. Sería fácil despacharla con una referencia a la condición femenina de entonces. Pero sería no ver mucho más allá del tópico. La novela creo que no desliza un solo tópico y el retrato que se hace de ella es conmovedor. Es a la vez frágil (en el aspecto físico, recuérdese el episodio psicológico producido por el golpe moral de la infidelidad) y sólida (el incidente con el coche que se estrella contra la chimenea lo resuelve ella, tiene aguante frente a la infidelidad de don Antonio y es capaz de perdonar), es contenida, educada, irónica, caprichosa y a su manera lúcida también, cuando descubrimos que ha temido siempre perderle a él… Doña María Antonia es otra perspectiva: don Antonio, Juanito, doña María Antonia. Conmovedora resulta la descripción de como ella empieza a estar pasada, su proceso de pérdida de memoria y de vuelta a la infancia, y la solicitud y ternura de don Antonio -que se conserva muy bien- hacia ella.

Doña María Antonia y don Antonio, son en realidad inseparables, el desenlace de la novela lo confirmará. “- Escribo sobre ti, María Antonia -le replicó en cierta ocasión-.

Doña Xima sería la mujer en su aspecto fatal. Fascinante y cautivadora pero irracional y primitiva, puro físico y materia, el elemento terreno que puede ser hermoso y deslumbrante pero también –o por eso miso- causar terremotos.

La sala de las muñecas vendría a representar por un lado la memoria, pero la más remota y secreta. A ella han ido a parar los documentos que don Antonio expurga del archivo familiar al que don Juan si tiene acceso. Por otra parte, representaría el secreto, tanto aquello que se no se quiere dar a conocer (los secretos familiares, los devaneos, los entronques genealógicos, los hijos naturales, etc.), como aquello inconfesable (probablemente la maldad de un antepasado libertino, la cara más oscura del siglo XVIII que tanto admira don Antonio).

Podría destacarse el talento inmenso para que páginas y páginas, capítulos enteros, dedicados a la pintura de la personalidad de don Antonio, con apenas acción, nos resulten apasionantes. Todo lo que la narración nos cuenta está hecho de sutileza, matices y contradicciones, un poco como la vida misma (aunque lógicamente se pueda no coincidir con esta forma de verla). Puesto que hay alguna nota a pie de página del autor, podríamos estar ante la edición de la carta enviada por don Juan a Miguel Gelabert, junto con la narración de lo sucedido, con el fin de determinar si son publicables unas memorias que no se nos dejarán leer. El juego de los textos dentro del texto tan literario. Como curiosidad, el Obispo de Orihuela que inspiró a Gabriel Miró su novela El Obispo Leproso se apellidaba Maura Gelabert.

Y habría que hablar del París del Segundo Imperio…



[1] De acuerdo con un articulo publicado en El País el 13 de julio de 2009, para Llop, "siempre ha habido una especie de conjura para evitar la consideración de Villalonga como un escritor fuera de la literatura catalana". El crítico y también escritor asegura que con el Bearn castellano no se "vindica un objeto político arrojadizo" siempre pendiente de "lenguas y sectarismos".
[2] Se cita en Los últimos libertinos, de Benedetta Craveri.