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sábado, 11 de noviembre de 2023

Una lectura.

Termino, por fin, el libro de J. Le Carré Una pequeña ciudad en Alemania (A small town in Germany). No me vuelve loco. Muchas páginas para algo que al final no es nada del otro mundo. Una lectura para aislarse de las cosas que están pasando. Con algún pasaje interesante y ese Reino Unido tan socialmente estratificado y codificado. Esa parte es siempre interesante y asombrosa. 

Pág. 156: “Karfeld es aislacionista, chovinista, pacifista y revanchista. Y quiere la alianza comercial con Rusia. Es progresista, lo cual atrae a los alemanes viejos, y es reaccionario, lo cual atrae a los alemanes jóvenes. Aquí, los jóvenes son de los más puritano que quepa imaginar. Quieren quedar purificados del pecado de la prosperidad; quieren arcos y flechas y quieren a Barbarroja.”

Pág. 290: “E incluso sabría interpretar alguna que otra pieza. Al menos, siempre me digo que algún día llegaré a tocar el clavicordio. Tomaré lecciones, o me compraré un libro. Pero, en el fondo, no me interesa porque he aprendido a vivir a medio formar, al igual que la mayoría.”


domingo, 16 de julio de 2023

Un cita.

“La gente sin esperanza no sólo no escribe novelas, sino, lo que es más importante, no las lee. No examinan detenidamente nada, porque les falta el valor. El camino de la desesperación es negarse a tener cualquier tipo de experiencia, y la novela, por supuesto, es una forma de tener experiencia. La señora que sólo leía libros que la edificaran estaba siguiendo un camino seguro, pero también un camino sin esperanza. Ella nunca sabrá si se ha edificado o no. Pero si leyera alguna vez por error una buena novela, sabría muy bien que le está pasando algo». Flannery O’Connor

lunes, 24 de abril de 2023

Un apunte sobre Una danza para la música del tiempo, de A. Powell. Extraído de los dietarios de A. Bergamota.

Termino el segundo volumen de Una danza para la música del tiempo: Verano. Comprende tres novelas que son En casa de Lady Molly (1957); El restaurante chino Casanova (1960) y Los bondadosos (The kindly ones), de 1962. Sin duda tiene Anthony Powell talento y la obra como fresco tiene mérito, belleza, y se lee con interés, particularmente la evocación de la infancia, de niños, adultos, servicio, campo. Son agudos también y logrados los personajes, su caracterización, sus retratos y el entramado de relaciones. La narración es ágil con momentos realmente excelentes de acierto en la descripción psicológica y acierto al plasmarla en el texto. Un ejemplo sería el diálogo entre Nicholas Jenkins y Lady Warminster en la primera novela , realmente magnífico[1]. Llama mucho la atención la casi total ausencia de vida religiosa. Acaba resultando asombroso, también, el constante baile de relaciones sentimentales y la promiscuidad entre unos y otros. La ausencia de trascendencia quita consistencia a la narración y puede llegar a hacerla por momentos trivial. No resiste por ello la comparación con el Retorno a Brideshead de Waugh. Se salva el tomo por la belleza formal y por la mirada curiosa del protagonista sobre el mundo. Lejos de ser una marioneta, logra mirar a su alrededor y dejar constancia de lo que ve, dando un acertado retrato de un tiempo y un lugar. Su tiempo y lugar quizá fueran simplemente así. Subyace en la narración un tono poético, muy ligero, a veces apenas insinuado, propio de quien mira hacia atrás sin ira y sin ánimo de ajustar cuentas. Este es el elemento que sin duda salva a este volumen de la trivialidad que a veces se insinúa y de la sordidez moral con que viven varios de los personajes protagonistas. Habría que añadir a ello la presencia de un muy sutil sentido del humor -no sé si es el tan mentado humor británico o pura excentricidad, o humor montado sobre la excentricidad-, como cuando la madre del protagonista al referirse al estado de ánimo de una doncella de la casa dice: “(…) Pensé que no tenía buen aspecto. Yo ya sabía que era una consumada malade imaginaire, pero, después de todo, había visto un fantasma y no estaba demasiado bien de los nervios. La verdad es que no es justo obligar a los sirvientes a dormir en una habitación hechizada, aunque yo tenga que hacerlo también. Pero… ¿en que otro cuarto podíamos ponerla? No podía sentirse más asustada que yo algunas veces. (…)[2]”. Toda la descripción de Albert que se da al comenzar el capítulo tercero de Los bondadosos va en ese sentido, mezcla de precisión, agudeza, gracia y serena objetividad -tal vez sea la serena objetividad de la mirada del narrador lo que da el tono a todo el libro- no exenta de humor: “Ahora había sentado las bases para convertirse con el tiempo en un hombre gordo, con los privilegios profesionales y la nada desdeñable posición en la vida que suelen corresponder a los gordos. Mantenía aún su crónico cansancio de espíritu, con una ironía brutal en su descarnada visión de las cosas.” De las tres, tal vez la mejor sea la primera, En casa de Lady Molly, si exceptuamos -o le añadimos- la evocación de la infancia que es la parte esencial del tercer libro, Los bondadosos. Pero, puesto que se trata de un fresco, de una amplia panorámica, no la cortemos por la mitad. Empecemos por el volumen anterior, Primavera.


 



[1] En casa de Lady Molly, página 184.

[2] Los bondadosos (The kindly ones), 1962, página 460 de la edición de Anagrama.


viernes, 3 de febrero de 2023

LECTURA DE INFANCIA - una nota de los dietarios de A. Bergamota.

S
i pienso en cuales fueron las lecturas de mi infancia pienso en primer lugar en Blanquito y Toro y en una versión muy infantil de El conejo Pedro y el señor Malas Pulgas. Corresponden a la primerísima infancia creo. El primero es de Robert Vavra con ilustraciones de John Fulton. Conservo los dos. Enseguida llegó Tintín y a la vez libros de historia adaptados a la edad, sobre todo franceses, regalo de mis padres, de uno de mis tíos periodista o de mi abuela. Están todos por casa y son una estupenda divulgación hexagonal. Por la misma época pasaba las páginas de la enorme edición de Salvat de la historia de España del marqués de Lozoya, para ver sus ilustraciones leyendo los comentarios que las acompañaban.

Recuerdo luego libros que en realidad he leído o vuelto a leer con los niños, cuando eran pequeños, como si para mi de una segunda infancia se tratara: El viento en los sauces, Peter Pan, Winnie de Puh, Jardin de versos para niños de Stevenson, David Balfour y la Isla del Tesoro, también de Stevenson, Un capitán de quince años de Verne, varias antologías de cuentos, tanto tradicionales españoles y de otros países como los clásicos de Grimm, la antología de Nathaniel Thorthon, Los cuentos de la selva de Horacio Quiroga, etc.

Volviendo a mi propia infancia recuerdo también, por supuesto, la colección de Joyas Literarias, en versión comic o en versión comic y texto, de Bruguera; El capitán Trueno; el Jabato; Mortadelo y Filemón, el comic franco belga, Black & Mortimer, Asterix, Lucky Luck, etc. También fue importante una colección francesa de cuentos y leyendas que andaba por casa de mi abuela y que recuerdo haber leído con entusiasmo, sobre todo Cuentos y leyendas de Roma y unas primeras versiones de la Iliada y la Odisea. Las leyendas de Bécquer llegaron un poco después, durante los veranos en el campo. Contando con extraordinario arte El monte de las ánimas, una prima mayor nos hacía pasar verdadero miedo. 

Con menos edad, con muy pocos años seguramente, recuerdo haber leído o haber sido el atento oidor de dos grandes antologías de cuentos escritos en francés y extraordinariamente ilustrados, narrados por mi madre en francés con gran paciencia y mucho talento. La primera de cuentos rusos, con la bruja Baba Yaga, el Zar Saltán, el caballo de fuego y un sinfín de personajes. La segunda y tal vez la de mayor peso en los recuerdos, era de cuentos de hadas. No se donde andará el libro. Lo identifico por el nombre de un personaje no olvidado desde entonces, como grabado a fuego en la memoria, Gourmandinet. No recuerdo haber sido especialmente goloso, pero debió de impresionarme aquel personaje hartándose de pasteles pese a los severos castigos que se le administraban. He investigado hace poco y resulta que Gourmandinet es un personaje de la condesa de Ségur, que aparece en el cuento Histoire de Blondine, de Bonne-Biche et de Beau-Minon.

Creo que no existe una traducción exacta al español de la gula reservada al dulce, que es lo que en su sentido negativo significa “gourmandise”. Existe goloso y también glotonería, pero no golosinería, aunque fácilmente se entenderá la traducción de Gourmandinet como Golosino o similar. Existe el verbo golosinear, que es “andar comiendo o buscando golosinas”. Se pintaba a Gourmandinet como a persona de mérito, pero estropeada por su afán de zampar dulces, por su hábito de golosinear a todas horas. Tampoco existe en francés una traducción adecuada para gula, que se traduce por gourmandise precisamente, pudiendo sonar a goloso, sin más, sin la connotación pecaminosa que supondría comer con desmesura, exceso, ansiedad, descontrol zampante.

¿Como traducir el pasaje siguiente?:

« Je t’aime bien, Gourmandinet, mais je n’aime pas à te voir si gourmand. Je t’en prie, corrige-toi de ce vilain défaut, qui fait horreur à tout le monde. »

Gourmandinet lui baisait la main et lui promettait de se corriger ; mais il continuait à voler des gâteaux à la cuisine, des bonbons à l’office, et souvent il était fouetté pour sa désobéissance et sa gourmandise.

Proponemos la traducción siguiente :

Te aprecio, Gourmandinet, pero no me gusta verte tan goloso [la palabra goloso parece natural aquí, más que glotón o codicioso]. Te ruego corrijas tan feo defecto, que a todos horroriza.

Gourmandinet le besó la mano y prometió enmendarse; pero siguió robando pasteles en la cocina y dulces en la despensa, y a menudo fue azotado por su desobediencia y glotonería [mejor que gula y que avaricia o codicia.]

Y traducir parece fácil.




domingo, 6 de febrero de 2022

La tierra del grajo. Una reseña de Genaro García Mingo para el Heraldo de Nava.

No tiene excesivo sentido reseñar un texto si es pésimo, salvo que sea extraordinario en su imperfección y pese a ello reciba alabanzas diversas (cosa bastante frecuente). Menos sentido tiene aún si uno no se dedica a las reseñas, ni es crítico, ni nada que se le parezca. Si pese a ello se hace, la reseña es entonces una protesta. La reseña protesta apenas si merece el esfuerzo de ponerla en claro. Salvo por el gusto de la sátira, de zaherir ponzoñosamente. No debemos dedicar demasiadas energías a eso, que no nos sobran.

Pero hay otros textos que son todo lo contrario. Uno querría animar a que se leyeran, darlos a conocer. Como uno no es nadie y tiene nula capacidad de influir, se hace la reseña por puro placer, por puro agradecimiento a lo leído, para uno mismo. Estamos ante un caso así: La tierra del grajo, de José Antonio Martínez Climent, publicado por la editorial Verbum.

El título de la novela encierra varias claves que la lectura irá revelando. Tiene relación con un cuadro del pintor ruso Alekséi Savrasov, titulado Los grajos han vuelto, que ilustra la portada y del que se hablará en el relato. Savrasov es un espléndido paisajista ruso de finales del XIX. Así que en el título aparecen la tierra y la naturaleza, pero también, con la presencia de un pintor ruso, la gran geografía que recorreremos al leer. Es un hermoso libro. Tanto por la forma, un español hermoso, trabajado, rico, por momentos virtuoso, como por la historia que cuenta, tratada de manera voluntariamente deslavazada, como en escorzo, por un narrador que se sujeta y que claramente explica al lector que ciertos detalles no son necesarios. Por momentos se puede tener la impresión de que el hilo conductor se somete en realidad a los cuadros que al autor le interesa trazar con su fina sensibilidad, con su sentido de la observación, del detalle, con una prosa rica capaz de muy hermosas evocaciones. Esto no incomoda, la narración continua, sin ruido, como si asistiéramos a todo lo que se nos cuenta, sin estridencias, con el filtro de un velo ligero, que flotando en el aire atenuara las cosas, el tiempo, los hechos.

Octavio es protagonista, y a ratos narrador, un salto que se produce en el texto con naturalidad sin que la proeza técnica sea excesiva ni incomode. Está bien tratado el mundo mercantil, espléndidas evocaciones de una Europa de los balnearios, casinos y grandes hoteles, Venecia, Sicilia, el mediterráneo, el levante español, los largos viajes en tren, las estepas del Este, una sociedad internacional que se mueve a sus anchas por el continente con una galería de personajes de fuerte personalidad que vistos desde nuestra uniformidad de hoy parecen extraordinarios y variopintos. Y el amor, con ese personaje tan logrado que es Claudia. “Para entonces, Claudia ya había aprendido el delicado arte de dejarse mirar por los hombres."

Pero no se trata de un elogio del cosmopolitismo, ni de una de esas evocaciones de lujos pasados, de una belle époque de High life y Société, aunque varios personajes pertenezcan a ese mundo o lo frecuenten. Afortunadamente no se queda en aquello La tierra del grajo, sería alejarse extraordinariamente de su título y de la pintura de Savrasov. Porque dónde más alto llega el libro, dónde resulta más hermoso y casi diríamos que conmovedor es en su evocación de la vida en el campo, de grandes casas y grandes familias, por una parte, y de la propia naturaleza desnuda, por otra.

Se trata de un mundo enraizado. La frase “Hirundina siempre se santiguaba cuando tocaban a difunto” podría ser un ejemplo. El retrato de la vida de provincias es magnífico. Dos breves muestras, que son solo eso, un ejemplo entre páginas enteras que merecerían citarse: “Olía a manzanas cocidas con canela, y a la hiriente lejía que Hirundina empleaba para limpiar el terrazo, (…). En la mesita de noche se extinguían unos lirios (Tía Asuntina siempre los repartía por toda la casa: en el recibido, en el salón, en las habitaciones…)”. “Pero no vaya usted a creer que vivimos en el atraso o en el olvido. En S.V. hay dos peñas taurinas, la de Lillo y la de Cantó, antagonistas en todo por cuestión de gustos sobre encastes, pases, suertes y matadores, que suelen acabar en grescas callejeras y hasta en enemistades familiares hereditarias. Hay fábricas de cemento, cerámica, yeso, ocre, cuyo producto principal es el polvo. (…)”. No faltan ni el sentido del humor ni la ironía como parte del gran fresco que se nos ofrece. La descripción de los personajes puede llegar a ser fantástica. Dejamos una muestra con la del ventrílocuo don Francisco Sanz: “El don estaba representado por un hombrecillo vestido de chaqué, de aspecto apocado, que incongruentemente fumaba un enorme habano, enredado en animada conversación con un muñeco de hinchadas mejillas y enormes ojos fijos de lunático (de la peor y más visionaria dolencia psíquica que se pueda concebir)”. Algunas páginas en que se traza la vida de un torero un completo acierto.

Y, por otra parte, decíamos, la naturaleza en toda su belleza, pero también en su crudeza, en su realidad rocosa, pétrea e inclemente, como auténtica protagonista del libro. Hay pasajes realmente espléndidos que son además un alarde de escritura. Nos referimos en particular, porque no dejan de estar presentes por todo el libro, a la expedición de los protagonistas por las sierras del Maestrazgo. “El caso es que, tanto en primavera como en verano, a eso de media tarde y aún con sol, no hace muchos años, una fila de cabizbajas y rojizas ovejas se desplazaba con la mayor lentitud por el fondo de un valle circundado por picudas montañas, bajo las altas y ajedrezadas nubes, de un claro a una espesura, de una espesura a un claro, mientras la suave brisa que empezaba a moverse se llevaba su rítmico concierto de portentosas y saludables pedorretas, lejos, más allá de los peñascales, sobre las blancas pedrizas, pasados los bosques de encinas y robles, lejos…”. La sierra viva, desde que nace y crece, como si fuera un personaje más, con una vida de miles de años, hasta el presente. “Aquél es un páramo alto, creado durante los primeros bostezos del Paleógeno. Las fallas que habían comenzado a abrir el valle por dónde un día bajaría el Ferr, que hasta entonces se había limitado a la protocolaria tarea de liberar las tensiones geológicas entre placas antagonistas, invierten sus movimientos y se convierten en encabalgamientos como resultado de la lenta pero constante compresión del macizo tauritano contra el bloque castellonense. Así los materiales ordovícicos, más antiguos y consolidados, emergen y se disponen sobre aluviones y estratos sedimentarios cuaternarios, dejando a la vista en un par de millones de años unos suelos oscuros y duros, poco susceptibles a la frivolidad de esa erosión cuaternaria que, producida por el viento, o por la lluvia, o por el roce, allí se considera poco menos que una falta de respeto. Sobre ese terreno hay un caserío, unos pocos fuegos reunidos, más que en torno a un fuego o por causa de la historia, por el temor secular a los lobos, cuya nómina de campesinos y viajeros muertos es larga aquí, muy larga. El caserío en cuestión es Brugal de las Cuestas y, para cuando te quieras dar cuenta el mulero te habrá dejado en una revuelta antes de entrar, con tu morral tirado en el suelo mojado, y de él no verás nunca más que los cuartos traseros de su mula bajando por las cuestas.

Claro que hay algún elemento que no deja de ser una concesión a nuestro individualismo contemporáneo, como cuando uno de los personajes -no damos más pistas a propósito- en cumplimiento de su última voluntad, es arrojado, dentro de su ataúd, al río dónde hace décadas murió la mujer que fue su gran amor. Un rasgo romántico, novelesco sin duda, pero ante la muerte y ante el fondo de una Europa que agoniza, excesivamente suelto, libre y por eso tal vez tópico. ¿No es ese capricho postmortem una contribución al desmantelamiento del continente al que se asiste? Hubiera asombrado un funeral lleno de latines y con el de profundis. Y que en el ataúd se hubiera incluido tal vez, algún objeto de ella, como forma de póstuma unión. Pero esto son cosas del que esto escribe quien, en el magnífico libro que es La tierra del grajo, no pinta nada salvo como admirado lector. 

***


viernes, 21 de enero de 2022

USURA

Terminamos ayer la cuarta novela de la serie Torquemada, de Galdós, que son estupendas. Tal vez la cuarta más floja, aunque la parte final de la agonía del tacaño y la disputa por su alma la mejora. De Torquemada en la hoguera destaca el tratamiento de la idea, descabellada para un católico, según la cual la limosna, las buenas obras, podrían obligar a Dios. Cree el tacaño que si de repente ayuda al prójimo podrá obtener sin duda lo que pide al Altísimo. Magnífico también, sobrecogedor, el retrato de la vieja sirvienta, su forma de hablar y la personalidad fortísima que bajo su infame apariencia late, capaz de decirle a Torquemada cuatro verdades tremendas y por supuesto de renunciar a la generosidad impostada del usurero.

De Torquemada en la cruz destacan la descripción de la pobreza de la familia Águila y las combinaciones que hace para no perecer literalmente de hambre. Sin que, por otra parte, se les ocurra a las hermanas buscar alguna clase de empleo, puesto que eso sería la definitiva muerte social, la pérdida de la honra, casi peor que la consunción física. Se empieza a apuntar la personalidad problemática, imposible, del hermano ciego, egoísta y enloquecido en su desgracia.

Magistral la pintura del ascenso del usurero en Torquemada en el purgatorio, con la idea fantástica de que ese encumbramiento sea para él, puesto que supone gastar dinero para lograr ciertos fines, un purgatorio, casi nos atreveríamos a decir que una tortura. En eso, el tacaño Torquemada es sincero. Nada se le da de tantos relumbrones de los que prescindiría sin dificultad si así evitara gastar dinero. Pero las hermanas Águila, con las que ha emparentado, se lo imponen. Otra paradoja es que ese mismo encumbramiento le permite acceder a negocios de mucho más fuste y de fabulosos ingresos, pero rabiará por tener que utilizar parte de las ganancias en labrarse una posición social que poco le importa en el fondo, pues carece de vanidad. Puede decirse que su único vicio, su único pecado, es realmente la avaricia más absoluta, la tacañería más enorme, claro que de ahí se deriva la más completa falta de caridad.

Llama la atención como la figura del usurero, la figura del tacaño, del prestamista chupasangres debía ser habitual en el paisaje de la sociedad liberal del siglo XIX, si hacemos caso de su literatura. Tenemos al citado Francisco Torquemada, de nuestro Galdós; a Jean-Esther Van Gobsek de Balzac; a Ebenezer Scrooge del Cuento de Navidad de Dickens; al tío de David Balfour de la novela homónima de Stevenson; al siniestro avaro retratado por Gogol en las Almas muertas; a la usurera de Crimen y Castigo de Dostoievski. Alguno se nos escapará sin duda.

miércoles, 24 de noviembre de 2021

El corazón es un cazador solitario. Por A. Bergamota Elgrande.

Carson McCullers pertenece a la nómina de excelentes escritores que ha dado el Sur de los Estados Unidos. Por supuesto, el primero de todos ellos es casi con seguridad Faulkner. Pueden citarse además Flanery O’Connor, Truman Capote, Harper Lee con su único libro, Thomas Wolfe, Irving Cobb y su personaje, el juez Priest, llevado al cine por John Ford. Podríamos remontarnos hasta Mark Twain pasando incluso por Margaret Mitchell, aunque medie una larga distancia entre Lo que el viento se llevó y El ruido y la furia.

Su libro, como tantos otros, es una reflexión sobre la condición humana, vista desde un lugar y una época precisos: una ciudad del sur durante los años treinta, a punto de estallar la segunda guerra mundial. Y vista, por supuesto, desde su personalísima perspectiva. Están ahí la mirada hipersensible. La atormentada complejidad de otras obras de la autora parece aquí más atenuada, más contenida, pese a la crudeza de varios episodios del relato.

Es posible que no sea una lectura fácil, puede que no se deje abordar fácilmente por cualquier lector, muchos dirán que en el libro no pasa nada. Hay en cada página mucha delicadeza y sensibilidad bajo esa forma de narrar realista, austera, de frases cortas, carente de florituras. Sólo se deja ir un poco cuando pinta los paisajes. Porque tiene algo de una colección de pinturas, de pinturas de Hopper por supuesto. El sur de los Estados Unidos, los años treinta, un barrio humilde, casi marginal, la inmensa soledad de los personajes, la sensación de que viven en un mundo en el que no hay estructura, en el que no hay nada apenas a lo que agarrarse, por lo que dejarse guiar. Y la condición de la comunidad negra omnipresente. El sur con su calor, sus tormentas, sus casas desvencijadas, su pringue, los blancos desastrados, los negros marginados. Varios personajes llegaran a entrelazar sus vidas, sólo momentáneamente, porque nada dura, al conocer a un sordomudo al que todos acuden separadamente, para hablar, para contarle sus cosas. La función del mudo recordará, a ratos, a la del sacerdote católico, confesando a toda esa extraña comunidad momentáneamente formada a su alrededor, a la que ayuda a salir adelante. Tampoco es difícil entender que, en realidad, la condición de mudo permite hablar con él sin apenas réplicas, y como explica uno de los personajes principales, se le puede atribuir un poco lo que se quiera. Desaparecido el vínculo se deshará la comunidad, caerán los lazos que la presencia de Singer el mudo había establecido, mal que bien, sin proponérselo, entre los que le visitaban. Unos marcharán, otros terminarán de crecer, uno de ellos comprenderá. Nada se esconde al lector bajo la aparente sencillez. Hay una minuciosa descripción de la realidad, y conoceremos a todos los personajes casi íntimamente. Nada se le ahorra tampoco, ni dolor, ni miserias, ni la sensación de que la vida, con una pesada inercia imposible de detener, maciza, plúmbea, todo lo arrolla. El rodillo pasa sobre la sociedad en su conjunto, pero también, individualmente, sobre los protagonistas, uno a uno. Hay ahí una tristeza, una melancolía si se quiere, una gran sensibilidad ante lo que se ve, ante la condición humana descrita resignadamente, sin claves ni respuestas. Aunque tal vez las vislumbre por un momento uno de los personajes, sólo al final. Una condición humana que se impone sobre el individuo, que no es posible cambiar, ni detener ni alterar. No te quedes sólo, dice el doctor Copland a Jake, no te quedes solo. Tal vez en ese país de exacerbada soledad, sea esa la clave de lo que hemos leído, tan delicadamente narrado, con tanta finura y tanta fuerza. No es tampoco descabellado ver la vida como la ve la autora, con esa lucidez sin rebajas, con esa claridad dolorida, con una mirada como herida de pura sensibilidad, que hace un esfuerzo por contenerse. ¿No es un poco nuestro punto de vista también cuando por ejemplo rezamos la Salve católica? Nos referimos a nuestro destierro en este valle de lágrimas. Si es cierto que, el destierro, cuando se espera la Resurrección tal vez sea más llevadero que cuando, simplemente, a nuestro alrededor, no hay nada.

martes, 9 de noviembre de 2021

Suplementos culturales. Un apunte sobre lecturas, por A. Bergamota.

Lecturas, exceso tal vez de libros. ¿Pero por qué no si se leen e incluso releen? Uno decepcionante, de José Enrique Ruiz-Domenech, sobre pestes y pandemias, que no merece la pena ni reseñar, verdadera ensalada de tópicos, un cacao de lugares comunes, doctrinas confusas con una vaga apelación a la educación como tabla de salvación. Sólo acierta, un poco por casualidad cuando, lamentándose, describe la situación de nuestra clase política, los medios de comunicación, el embrutecimiento social, la ciencia desbocada sin límites de ninguna clase. Pero no acierta con una sola de las causas. Y por supuesto, la poca vida religiosa y la ausencia de Dios, que tanto explican, se encuentran completamente ausentes de su análisis, como no sea para recordar que la religión viene a ser una antigua y oscura superstición. Un libro que salvo por cuatro datos históricos no vale gran cosa. Eso por fiarse de los suplementos culturales, supuestamente, de la prensa de papel, en lugar de mantenerse en la senda de lecturas donde con naturalidad pasamos de una a otra.



domingo, 28 de febrero de 2021

Bernanos. De los cuadernos de A. Bergamota, cortesía de Calvino de Liposthey, biógrafo.

Toda la tarde con Doroteo repasando el jardín y esa inmensa huerta, tomando nota de los desperfectos de Filomena. Hay unos cuantos. No ha sido un nublado, no. Y Tato a la hora de comer nos ha dado un poco la brasa con que, si la tía esa está buenísima, que algo hay que hacer. Le miramos Doroteo un poco sobresaltados. Le dimos un giro a la conversación pensando los dos que tal vez tuviera que internarle unos días en su propio sanatorio. Está cansado no hay duda. He terminado hace un rato el libro Journal d’un curé de campagne, de George Bernanos. Hace días que quería apuntar algunas impresiones. La primera de ellas es que estoy seguro de haberlo leído una primera vez. Esta sería por tanto la segunda lectura. Pero esto me parece inexplicable. ¿Qué pude entender de la primera lectura? No debí probablemente entender nada. Pero quien sabe. Es todo menos un libro fácil. Todavía estoy bajo la impresión. Justo en estos días en que la muerte de P. está omnipresente. Recordaba la parte de la condesa, las visitas del sacerdote a la gran casa de campo (el chateau francés) y el desenlace inesperado, que es uno de los momentos importantes del libro, si es que alguna de las páginas puede colocarse por encima de las demás, lo que bien mirado no parece posible. El libro es un bloque, de una altura y densidad que apabullan un poco.  Es un libro sobrecogedor, denso, ya lo he dicho, espeso, a veces pringoso, como ese suelo de arcilla que sólo seca en verano y esa lluvia de gotas gruesas, casi aceitosas que tan bien se describen. Parece que la humedad rezuma de sus páginas, que vamos a tener que secarnos las manos que sujetan el libro. Otras veces son la miseria, el desamparo las que se hacen presentes de una manera desconcertante. Un libro desasosegante, leído desde nuestra pequeña y cómoda poltrona. Pero también leído teniendo presente nuestra propia vida en perspectiva y nuestra muerte por delante, tal vez ahí mismo. Si. Y no hay en ello – en la muerte, en la vida que concluye cuando lo hace- ninguna injusticia, nada que reclamar. Lo expliqua bien el pobre sacerdote cuyo diario leemos, al sentirse enfermo, casi moribundo : « Même sur la Croix, accomplissant dans l’angoisse la perfection de sa Sainte Humanité, Notre-Seigneur ne s’affirme pas victime de l’injustice : Non sciunt quod facient ». Es un texto largo, doloroso y de una gran belleza. Nos hace pasar por tanto dolor, tantos personajes rendidos, castigados por una vida implacable con ellos, sumisos y cargados de una bondad que parece casi la de un animal inocente. Y están también, en grado feroz, la maldad, el orgullo, el egoísmo, la obstinación y la perseverancia en el mal de que somo capaces, que habitan en lo cotidiano como una mancha casi indeleble. Y este sacerdote, párroco pueblerino, de un ínfimo origen social, de pobre salud, fruto de una estirpe en la que se han transmitido de padre a hijo los frutos de la miseria encarnados hasta en una genética adulterada por generaciones de mala alimentación, de alcoholismo, este pobre sacerdote, que tanto duda de sí mismo, está sin embargo en gracia de Dios y lee en los demás, en las almas de los demás. Casi sin darse cuenta, a veces a su pesar, de una forma que puede hasta desconcertarle pues, por su torpeza, timidez y pobre aliño se cree incapaz de dirigirse al prójimo de manera conveniente, cuanto menos como sacerdote y director espiritual. Y sin embargo… Se dicen ante él, cosas que se han callado durante años, cosas que no se han dicho ni a uno mismo.  Junto a él, un desfile de personajes entre los que destaca por su fortaleza, su prudencia, su bondad, el cura de Torcy que se hará de alguna manera cargo, en la medida de lo posible, al menos como una presencia amiga, de su compañero más joven. Y creo que hasta aquí estas apuntaciones sueltas. Il est plus facile que l’on croit de se haïr. La grâce est de s’oublier. Mais si tour orgueil était mort en nous, la grâce des grâces serait de s’aimer humblement soi-même, comme n’importe lequel des membres souffrants de Jésus-Christ.

martes, 16 de febrero de 2021

De los cuadernos de A. Bergamota ELgrande. Un apunte de febrero. Cortesía de Calvino de Liposthey.

Termino ayer el pequeño libro de relatos de Lampedusa, el autor del Gatopardo, que compré hace unos días. No sabe uno con que quedarse: si con lo que son relatos en si, por ejemplo, el extraordinario titulado La sirena, o con los recuerdos de infancia que abren el pequeño volumen, dónde aparecen personajes, lugares, recuerdos y sensaciones que luego desarrollará en la famosa novela. Un pequeño libro verdaderamente notable. Tal vez los recuerdos, que nos llevan en amoroso paseo por aquellas casas sicilianas, por salones y jardines, son en su evocadora sencillez de un mundo desaparecido (el eterno tema, es cierto) verdaderamente conmovedores. Lampedusa escribe, por ejemplo, con toda naturalidad y sencillez: “La preferida era Santa Margherita, en la que pasábamos largos meses, incluso en invierno. Era una de las casas de campo más bellas que jamás he visto. (…) Situada en el centro del pueblo, precisamente frente a la sombreada plaza, se extendía en una superficie inmensa y contaba, entre grandes y pequeñas, con trescientas habitaciones. Daba la impresión de ser una especia de conjunto cerrado y autosuficiente, una especie de Vaticano, digamos, que abarcaba salones de recepción, salas de estar, aposentos para treinta huéspedes, cuartos para la servidumbre, tres patios inmensos, cabellerizas y locales para guardar los coches, teatro e iglesia privados, un enorme y bellísimo jardín y un gran huerto.” Nada más y nada menos.





martes, 21 de julio de 2020

Libros.



De una novela de Nabokov: “(…) era de esas personas para las que un buen libro antes de dormir es algo que uno espera durante todo el día con deleite. Esas personas, al recordar en medio de las rutinas de costumbre que en su mesilla de noche les espera un libro perfectamente a salvo, sienten una oleada de felicidad difícil de expresar.






lunes, 8 de julio de 2019

Toc, toc, toc.


Sonaron los tres golpecitos secos de siempre y quedó fijada la escarpia. No necesitaba más Doroteo que había colgado personalmente toda la galería de retratos que adornaba el rincón literario del Café de Nava de Goliardos.
  - Ya era hora de tener aquí a Pepe Conrad, dijo satisfecho Doroteo, dando un paso atrás para asegurarse de que el pequeño retrato no colgaba torcido.
  - Desde luego –le contestó Tato- pero lo de llamarle Pepe no sé si me parece excesivo, tanta familiaridad con un señor tan serio…
  - Quite, quite, ya sabe que así tratamos a todos los que acceden a este rincón de ilustrísimos, además, haberle leído entero, de proa a popa, como quien dice, le permite a uno concederse ciertas licencias.
- La verdad es que sólo por El duelo, ese extraordinario relato, se habría ganado el lugar más alto en el podio del bien contar.
- Sin duda, con ese retrato extraordinario, en cuatro pinceladas sueltas, del viejo emigrado vuelto a la Francia de la restauración, el caballero de Valmassigue.
Por casualidades de la disposición del lugar, a Pepe Conrad le cupo en suerte colgar cerca de una fotografía de don Luis Fernández Salcedo.
Oiga, pero es que no tienen nada que ver. Ya lo sabemos hombre, no diga obviedades. Lo que ocurre es que los dos, cada uno en lo suyo, son maestros.

martes, 13 de noviembre de 2018

Philip Roth - Los sueltos del Heraldo de Nava. Texto de Genaro García Mingo Emperador.


Hace unos días me enseñaba un libro de la vieja biblioteca. Vieja, pero que por la curiosidad del lector iba rejuveneciendo por días, a medida que avanzaba su exploración. Se descubría un autor. Se encontraban los libros de otro, citado en un manual de historia de reciente publicación, se iba espigando en aquel inmenso tapiz que recubría toda una pared, verdadero mosaico de piezas móviles. En la portada o anteportada del libro figuraba con letra menuda y limpia un comentario del propietario anterior. Venía a ser una breve observación sobre la naturaleza poco edificante del personaje protagonista del libro. Un hombre de la transición entre los siglos XVIII y XIX. De alguna manera, el comportamiento del protagonista y de su entorno le había sobrecogido moralmente y dejaba breve nota de ello.
 
¿Qué hubiera dicho aquél lector de las dos novelillas que acabamos de soltar apresuradamente, como si contaminar pudiera su contacto físico? El autor es de sobra conocido y varias personas nos habían hablado de él. Un autor por otra parte siempre presente en prensa y noticias. Muy premiado en su país de origen, los Estados Unidos, traducido a múltiples idiomas, mundialmente conocido. Se trata de Philip Roth, que como tal vez sepan murió en el mes de mayo pasado. No habíamos leído nada de él y nos atrevimos con dos obras más bien breves. La humillación (The Humbling), que escribió en 2009 y El lamento de Portnoy (Portnoy's Complaint) publicado en 1969 y que le dio la fama. Tal vez sea ese el mérito del autor, lo temprano de una escritura de transgresión tantas veces repetida desde entonces y, tan asimilada por el cine y la literatura, que al leer teníamos una impresión de déja vue tan fuerte que se nos caía de las manos. Una nueva transgresión, un escalón más, hacia abajo por supuesto. Leída cuarenta años después de su publicación, Portnoy's Complaint es un texto que ha envejecido mal en su histérica suciedad. Incluso muy mal. Será un mojón en los manuales de historia de la literatura, o de la historia de su decadencia. Si hay rasgos de humor, de un humor que podríamos llamar judío, basado en resaltar los absurdos o las excentricidades de la propia condición, como cuando el niño pregunta a su madre: ¿Nosotros creemos en el invierno? refiriéndose claro a los judíos y a su posición excéntrica respecto al común norteamericano de la época. Algún rasgo de humor, y una completa ausencia de belleza. Hemos tenido la impresión de que era como intentar una escritura a la Céline, pero despojándola de todo lo grande y hermoso que tiene el Viaje al final de la noche, dejando la parte brutalmente descarnada y cruda. Dijo al parecer un rabino de los Estados Unidos que la escritura de Roth venía a ser una llamada o incluso una justificación del antisemitismo. ¿Nos atreveremos a decir que no le faltaba razón? En fin impresiones.
 
En cuanto a La humillación, el primer humillado es el lector que no se merece tan triste cúmulo de sordidez. Aquí ya ni siquiera ha llegado el humor yiddish, sustituido por furiosas lesbianas, y todas las crudezas que puedan ustedes imaginar. ¿Es un retrato acertado del mundo? ¿Es ese el fin de la literatura, retratar del mundo, si es que tiene que tener un fin, un propósito? O se trata simplemente de escribir lo que uno ve. Sin duda, escribió lo que veía. ¿Pero no es entonces una visión limitada, de una desoladora pobreza? La cuestión es entonces ¿por qué leerlo? ¿Por qué estos libros se han vendido a millones? Cualquier página de Gutierrez Solana con su recrearse en las miserias del mundo tiene algo que la salva, algo que no tiene todas las páginas de estos dos libros juntas. Son el retrato de un mundo sin Dios, completamente entregado a sí mismo, sin limitación alguna, retrato a estas alturas mil veces pintado. Tiene estructura, sólo faltaba, y hasta cita de Chejov para encajar un suicidio, que no podía faltar. Me dicen que a este Roth, que en paz descanse, hay que darle otra oportunidad, la tercera. Nos parecen muchas.


jueves, 28 de abril de 2016

FUGA LENTA. Juan Martínez de las Rivas. Editorial Acantilado.

No hay duda de que llevamos una vida poliédrica, seguramente inarmónica, aunque sin llegar al estado patológico. Por un lado el correteo. Por otro lado ese sin fin de cosas tan apretadas en el tiempo que consideramos nuestro. Esa apretura acaba por contagiarlas del correteo de la otra vida, que se insinúa también en la de aquí, en la de hora. Sibilinamente, la vida de allí nos cuela en la de aquí el desorden. La curiosidad y las ganas pueden más que las fuerzas y el tiempo. ¿O tal vez es el tiempo el que a todos derrota? Seguramente sea así, jugando con nosotros al ratón y al gato. Lo hace mutando, alargándose y acortándose cada vez más, y disimulando que se acorta, que se escapa como la arena entre los dedos. Oiga eso de la arena entre los dedos está muy visto ya. En mi pueblo no hay arena, sólo unos cantos rodados que para que le cuento. Por mucho que abra los dedos no pasan. No divague. Pues bien, entre ese desorden se coló hace unos días todo un libro. ¿Es que es el primero? ¿Es que hacía mucho que no leíamos un buen libro? No, no se trata de eso. El libro se llama Fuga lenta y su autor es Juan Martínez de las Rivas. Lo publicó, hace algunos años ya, Acantilado. Cuando se habla de un libro con los amigos la opinión inmediata suele reducirse a calificarlo de bueno o malo. Fuga lenta no es sólo un buen libro. Su autor ha sido capaz de poner por escrito con verdadero acierto un mundo, un universo completo, como traído intacto y corpóreo, del fondo de la memoria. Y al pasar las páginas se despliega ante nosotros, entero, completo, explicado. Y se presenta con imágenes de una delicadeza que resultan asombrosas cuando se piensa que Juan, el narrador, asiste en realidad al derrumbamiento de su entorno familiar más próximo. Y tal vez sea esa la Fuga: La búsqueda del mundo propio, construir entre los escombros de los adultos. No hay lirismos, tampoco hay tragedia en la narración, aunque algunos hechos puedan resultarlo, hay mirada. Lo que nos trae el libro es el mirar de Juan y ese mirar que es agudo, atento, observador, logra mantenerse limpio. Pasamos en algunos momentos una cierta ansiedad, pensando que al pasar la página llegará la terrible condena, el exabrupto, el juicio inapelable. Pero no llega. Página a página, la vida de Juan, a través de la mirada de Juan. Es tal vez el mayor acierto del libro. El tono, la voz constante que narra sin estremecerse acontecimientos dificilísimos. Serena en el fondo y también en la forma. Sin eludir detalle alguno logra no ser implacable, lo al pensarlos después de terminado el libro resulta asombroso. El acierto también en el retrato preciso y sereno de un tiempo que es un poco el nuestro, con matices y distancias, con una diferencia tal vez de algunos años, no demasiados. Se trata de la pintura lúcida y sentida de un momento de la vida española, de una vida española. Es uno de sus muchos logros. ¡Qué agradecidos le estamos por todo lo que nos ahorra, por todo lo que no es! No es novela negra, no hay detectives en Nueva York, ni mafiosos, ni millonarios drogadictos, ni intrigas político financieras. Respiramos aliviados. Un español contemporáneo que se atreve a escribir sobre sí mismo, sobre su mundo, sobre Madrid, sobre nosotros, y que lo hace sin rencor, sin juicios, sin teorías. No hay tesis, no hay explicaciones. La vida de Juan narrada, aceptada y la construcción del mundo personal a la que hemos aludido ya. No vamos a alargar más el comentario. Aunque podría hacerse. Aludir a la excelente mano con que se capta y devuelve a la vida a esa sociedad española que no aguanta ya de pie, y vive de recuerdos y viejas glorias llevando todavía títulos antiguos o que no lo son tanto, inadaptada, incapaz de transformarse, educada para un mundo que ha volado; a la pintura fabulosa de la nueva burguesía de los grandes pisos de la Castellana, retratada de forma magistral en pocas páginas; al contraste que representan, en el desbarajuste familiar, la presencia intermitente de los tíos alemanes que aportan un contrapeso de solidez material, social, de cálida masculinidad, de cosmopolitismo; al retrato de los padres, de los vecinos, de los compañeros de colegio; a las páginas del internado de los Jesuitas que merecerían por si solas un comentario aparte; al contraste con el colegio privado de las afueras de Madrid o el instituto del barrio; al entramado de relaciones familiares; a los viajes fuera de España; a la educación recibida. Todo ello con una voz, con un tono, que no nos cansamos de elogiar y que en su aparente neutralidad, cala en realidad hondísimamente. Bueno, ¿ya está bien no? Pues eso, hasta aquí. Anímense como se animó el menda cuando me lo recomendó el amigo Pulardo.

domingo, 17 de abril de 2016

REVISTAS


Por si alguien cree que exagerábamos ayer, hemos hecho hoy esta foto. Es del escaparate de la librería del CESIC, en la calle Jesús de Medinaceli:



Es sólo una parte del escaparate, la que corresponde a las revistas. Pueden distinguirse varios títulos:

 

Anuario de estudios medievales

Revista internacional de sociología

Cuadernos de estudios gallegos

Hispania Sacra

Revista de literatura

Revista de filología española

Al-Qantara, revista de estudios árabes

Hispania, revista española de historia

Isegoria, revista de filosofía moral y política

Anales cervantinos

Anuario de estudios americanos

Revista de Indias,

Etc.

 
Ahí están todas a disposición del curioso lector. Una foto más, de otra sección del escaparate:



viernes, 16 de octubre de 2015

Ediciones del 98


Sin ruido, sin furia, sin demasiada publicidad, al menos que sepamos, van apareciendo los libros de Ediciones del 98, con la única fuerza de la buena edición y un magnífico catálogo. Pueden fisgarlo en www.ediciones98.com. Pero sin duda lo mejor es hacerse con un tomete. Comprar el primero es ya convertirse en seguidor de tan excelente labor editorial que nos permite leer textos escritos directamente en español, lo que resulta una experiencia a años luz del deambular por entre las traducciones de textos vertidos a nuestro idioma desde otro, por muy buenas que aquellas sean, que no lo son siempre. Desde luego lo mejor es hablar y leer de forma corriente cuatro o cinco idiomas y leer los textos en el idioma original. Pero para quien tenga que quedar dentro del español –una gran suerte nadar en este idioma- Ediciones del 98 será una fuente de numerosos descubrimientos y de horas de la mejor lectura. Tiene la bondad de entregarnos, cada cierto tiempo, pequeñas joyas, textos breves, de autores más conocidos y de aquellos que lo son menos, de esa segunda fila en la que a menudo se esconden verdaderas maravillas. Perdonen esto de la segunda fila, que no significa nada. Ninguno de los que citamos a continuación se sienta ahí, pero el catálogo es ya amplio y la expresión es para entendernos. O se escribe bien o se escribe mal. Esa es la cuestión. Textos recuperados, rescatados, de aquellos que conviven con las grandes obras y que constituyen un mundo paralelo, lateral, a veces escondido o injustamente postergado, lleno de fabulosas sorpresas. Y Ediciones del 98 está sacando a la luz, con cuidado y delicadeza, todo ese mundo. Y lo hace en libros cuidados, bien editados, con buena letra, buen papel y buen formato en su sencillez. Entran por los ojos y la mirada se va detrás cuando pasea por mesas y estanterías de las librerías.


Terminamos ayer Semblanza de Pío Baroja, obra de su sobrino Julio Caro Baroja, un texto sobrecogedor por su belleza y delicadeza, por el poder de evocación no sólo de la figura de Pío Baroja, sino de toda una época, que incluye por supuesto Madrid (impresiona el cambio sufrido por el barrio de Argüelles en tan pocos años) y Vera de Bidasoa. También por una forma de entender la vida que se deja ver en cada página. Y además la mirada lúcida sobre una sociedad y unos acontecimientos cuyo peso en la historia de España todavía sentimos. Todo ello narrado con un idioma preciso, sencillo, claro y luminoso. De regalo un breve epistolario y numerosas fotografías del álbum familiar de los Baroja. Hace unos días terminábamos La Vida deprisa, colección de fabulosos relatos de César Gonzalez Ruano, autor por el que el cepogordismo siente una gran inclinación, y poco tiempo antes Tragedias de la vida vulgar de Wenceslao Fernández Florez. ¿Qué decir de esta recopilación de narraciones breves del autor del Bosque animado? Por lo menos, que va mucho más allá de lo que enuncia el título, incluyendo relatos de misterio sobrenatural y terror que ponen los pelos de punta. De Pío Baroja, en la misma editorial, hemos disfrutado con Vitrina pintoresca y con Las horas solitarias. En fin. Ediciones del 98 es una buena noticia en este panorama de vida pública tan revuelta y mediocre, una nueva oportunidad, una más, para detenerse y ver lo que España es realmente, lejos de juicios superficiales y apresurados, de tópicos, complejos y otras miserias al uso.

jueves, 5 de febrero de 2015

GALERÍA DE TIPOS FÍSICOS EXTINGUIDOS: ITALIA SIGLO XIX



Observen la elegancia de esas puntas que miran al cielo. ¡Y que decir de esa cabeza que es un perfecto huevo sobre un cuello duro que parece la porcelana de una huevera!

El mismo más joven, con pelo y corbata de lazo. Blancura inmaculada.



Federico de Roberto (el de la derecha) y Giovanni Verga (el otro, con sombrero y bastón). Dos tipos físicos que no volverán: la apostura del gran escritor reconocido, la actitud relajada del amigo que no acaba de triunfar y volverá a Sicilia, a ocupar un puesto de bibliotecario en su Catania natal.

Debajo, el mismo en una atuendo voluntariamente antediluviano, que hoy causaría escándalo y despertaría el odio de las masas mesocráticas, la extinción del tipo es completa:


Para terminar, portada de una de sus obras en edición italiana. Está traducida al español, editada por Gadir. Acantilado ha publicado Los Virreyes.