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martes, 18 de julio de 2023

Poligonada, poligonerismo, poligonerías, poligó.

 

Volviendo de tomar café en el polígono me cruzo con dos furgonetas. La primera forma ya parte del nuevo orden transnacional: es blanca, tirando a cochambrosa y la conduce un chino con gafas de sol, un chino estiloso, moderno, con corte de pelo de película oriental, droga y artes marciales. En uno de los laterales de la enorme caja de carga lleva una pintada en inglés que dice “bad bitch”. Nada menos, hasta las groserías en inglés. La segunda es más nuestra, más castiza. Del mismo estilo, blanca también pero más cuidada, lleva el rótulo “Chatarrería el Rubio”. La conduce un paisano entrado en años, algo fuerte, como dirían en mi pueblo, vestido con camiseta negra y acalorado. Va con el aire acondicionado que consiste en llevar la ventanilla bajada. Nos miramos al pasar, sin indiferencia.

lunes, 9 de mayo de 2022

De los dietarios de A. Bergamota Elgrande. Cortesía de Calvino de Liposthey, biógrafo.

Termino ayer el libro de P. Bogdanovitch sobre John Ford. Es un bonito libro, sencillo, bien escrito, magníficamente ilustrado y editado, del que surge la figura de Ford más grande y crecida aún de lo que ya estaba en mi consideración. Comida poligonera en el polígono, claro. Unas dignas lentejas, seguidas de escalopines blindados, a la correa de sandalia de tribuno jubilado, duros como una piedra. Para terminar, café à la mode, es decir, cortado, punto redondo.

lunes, 25 de abril de 2022

Veneno en el poligó. Para la sección buen comer, de el Heraldo de Nava.

Se puede comer mal y aún peor, que es lo que me ha pasado hoy. Un solomillo cubierto de extrañas partículas que se desprendían al cortarlo, como finas láminas de teflón. La reducción al Pedro Ximénez no era tal, más que reducir habían regado el plato con un chorro de brandy caliente y barato, en el que flotaba el arroz peor cocido que imaginarse pueda. Para rematar, dos rodajas de piña vieja, es decir bastante pasada. Una de las rodajas con pinta de haber pasado bajo el grifo después de caer al suelo. Menos mal que los estertores provocados por el más infecto café que se haya servido nunca a un cliente desarmado e incauto han hecho olvidar rápidamente todo lo anterior.

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Apuntes del poligó. Cortesía de Calvino de Liposthey, biógrafo.

[Corresponde a la época de hierro del gran polígrafo]

Juanqui, que el día de San Juan nos invitó a desayunar a T. y a mí, hoy repite la operación conmigo. Le pido que me cobre. Está sentado leyendo el periódico, y creo que por no levantarse me invita.

Insisto, pero me comenta que está solo y que otro día. Le doy efusivamente las gracias. Con el canto de la mano recoge las migas de una mesa que tira al suelo y luego se sacude la mano que ha servido de trapo, con la otra. La cuchara del café está mojada, asumo que porque no se ha secado bien después de lavarla. El agua humedece el sobre de azúcar. Decido prescindir tanto de la cuchara como del azúcar. En la barra un tío en pantalones cortos desayuna vaso de vino tinto y tapa de higadillos.

viernes, 10 de julio de 2020

De los diarios de A. Bergamota Elgrande. Cortesía de Calvino de Liposthey, editor.

Contexto: Se trata de un apunte primaveral, corresponde a la llamada época de hierro, cuando el gran polígrafo trabajaba por cuenta ajena, lejos de Nava.
C. de Liposthey. 

Vimos ayer, posado sobre la barra de un antro del poligó, a un tío grueso, gruesísimo, de nariz chata y gruesa, todo el con un aire como de simio, a punto de gruñido. Se zampaba un plato gigantesco de callos con morcilla a fuerza de pan, pescando en la cazuela con una lengua enorme y gruesa con la textura hedionda del más oscuro y gastado estropajo. Y esta mañana, la prostituta de la rotonda, celebraba provocativa el buen tiempo primaveral, instalada sobre una sofá verde, colocado sobre la acera, tacones de aguja afiladísimos, larguísimas piernas cruzadas y desnudas, o desnudas y cruzadas, gafas de sol, sonrisa blanqueada. Toda una estrella de Hollywood.

Esto me comenta un compañero de trabajo: Un buen lector tiene que leer de todo. Yo empecé a leer las esquelas. Para saber a qué edad moría la gente, coño que viejo es este, oye que joven, o la familia te quiere, o duodécimo aniversario. Y luego me leía los prospectos de las medicinas y las instrucciones de la lavadora, del lavaplatos, de la minicadena, y manuales de instrucciones de muebles de Ikea. 

martes, 28 de enero de 2020

Polígó.

Primera vuelta a la gran manzana poligonera, después de comer. El frío es helador a la sombra, pero el sol calienta con verdadera fuerza allí donde alcanza y, al salir de la sombra para cruzar por un rincón soleado, recibimos una caricia cálida, que invita a detenerse cerrando los ojos. En una de las esquinas, el caminante puede por unos instantes salirse de la dura acera y cruzar por un camino a través de un amago de parque: cinco bancos de madera, cuatro de ellos sobre soleras de cemento, árboles pugnando por subsistir en el paisaje de naves industriales, algunos arbustos, algo de hierba, una arena blanda que conserva algo de la humedad de la mañana y acoge con blandura la pisada. Pese a su pobreza, dorado por el sol resulta hoy suficiente para detenerse a fumar la pipa que, hay que lamentarlo, no llevamos en el bolsillo.




viernes, 8 de marzo de 2019

Melancolías del poligó. De los papeles del eximino polígrafo A. Bergamota. Cortesía de C. de Liposthey, biógrafo.



 Todos los días, al salir del metro, féminas andariegas esperan agazapadas para humillar al PG (Primoroso Gordo). Ayer un china de zancada corta y rápida. Hoy una caucásica de zancada descomunal, una giganta de siete o catorce leguas, quien sabe. Todo transcurre de la manera siguiente: PG sale pletórico del metropolitano, erguido, confiado, admirando la mañana y se lanza animoso calle arriba por el polígono. Cuando cruza la primera calle, dejando atrás un fresno cuyas ramas le obligan a agacharse, y enfila la avenida Melonar, oye de repente un clap clap que se va aproximando, como si le siguieran. Primero fue la china. Clap, clap. Le adelanta y es tal la velocidad de su andar que enseguida es ida, un punto pequeño que se ve en la distancia, en el cruce con la calle de Capaos. Al mirar al suelo, PG observa que la china, desde el punto en que le adelantó, ha ido dejando un rastro intermitente de alpiste. PG lo considera ofensivo y se irrita. De vuelta a casa por la tarde todas las chinas del metro parece que le miran con amarilla sorna.


martes, 28 de febrero de 2017

Das poligonen.


Un viento frío sopla sobre el polígono. También luce el sol. Así que cuando el incauto asalariado mira por la venta que da al oscuro patio y ve que luce el día, se alegra porque ya hace bueno. No ha notado todavía la alteración de la primavera que todos los años le enerva, pero ya está aquí. Como las ventanas del cubil aíslan bien, al mirar al patio no oye el viento mugir. Sale al trote a zamparse algo (¡zámpate lo que te den!) dejando el abrigo colgado en el perchero. Es que además la percha está rota y cada vez que descuelga la prenda se descuajeringa y hay que volver a montarla, enroscando el metal sobre la madera, como se enrosca el sacacorchos en el corcho de la botella. Ya en la calle el asalariado trota feliz. Todo parece quieto, lo suficiente para que se aleje de la puerta de la galera donde labura. El viento lo espera a la vuelta de la esquina, armado hasta los dientes. Sopla con violencia, se le mete en las narices, lo medio asfixia, se le caen las llaves al asalariado, hace un gesto brusco para recogerlas, momento que elige el aire para ponerle dos banderillas de hielo sobre los riñones. Se le meten puntiagudas y heladas en la carne, maniatando músculos, paquetes de músculos, fláccidas masas musculares. Le dejan tieso, inmóvil, partido por la mitad, es un triste compañero de Lot, de un Lot de polígono, sólo que ni siquiera ha desobedecido, no se ha vuelto a mirar. No hay nada que mirar apenas. Las nubes, el aire, los restos de una papilla de cocido que ha echado algún desgraciado, asfalto, las hierbitas del desmonte. El viento sopla, agita con ruido de sonajero plásticos ajados, hierros, aceros, nubes, partículas, arremolino un polvo fino, de tierra y deshechos. Un descuido y ha quedado doblado por la mitad, en pleno polígono mirando a Cuenca. El parte de accidente, le dicen que tiene que hacerlo en los dos idiomas. Así que traduce: Looking at Cuenca. Y en ese momento fue cuando intentaron asaltarme (arrasment), forzarme por la retaguardia (dishonest bullying). Yo no estaba por la labor oiga (I was not fully alligned nor supportive, you see). Así que me defendí y le solté una coz (I kicked his balls brutally to avoid accession) y luego con un esfuerzo sobrehumano volví a la empresa a pedir ayuda, casi llorando. Ante semejante parte de accidente no se ha podido sino abrir una investigación por posible conducta discriminatoria por homofóbica (deplorable conduct), falta de espíritu de equipo (lack of team spirit, lack of team building skills), prejuicios y rigidez (no flexible adaptation capacity). Si no llego a estar rígido lo descuartizo, gemía el asalariado. Calla que es peor hombre.

martes, 15 de noviembre de 2016

Mein poligonen.


Está el poligó (mein poligonen) cobijado esta tarde por el sol que más calienta. Recibirlo de frente, cuando a la sombra hace un frío gélido, es un consuelo. Todo brilla, todo luce y hay incluso que entornar los ojos. Y con los ojos entornados, las aristas del poligó, das mein poligonen, se suavizan, se hacen curvas. Las hetairas son pastoras, la acacia enferma es el tilo secular, las naves tristes son los escaparates de una calle bulliciosa, en el centro de una ciudad alegremente burguesa. Pero cuando el sol se zafa, cuando nos da un quiebro y nos deja en la sombra fría, todos son tubos de escape, papeles que arrastra un aire sucio y tobillero. Auditores y forenses. La rumana de la barra es mona, recia, tiene las uñas pintadas de un rosa nevera, una coleta bien estirada que le achina los ojos y a todos se dirige con la palabra cariño: ¿Te pongo un cortado cariño? Dan ganas de explicarle cuatro cosas amablemente, mire usted señorita en tiempos de don Antonio no se decía como usted dice… Los tres de la derecha le preguntan que si sabe lo que es un guarrillo. ¿Qué es un guarrillo? repite ella primero con curiosidad, luego menos divertida, porque nota que hay algo de guasa. Luego resulta que los pájaros son cazadores y le explican que no es lo mismo un cerdo que un guarro ni que un guarrillo. Así es el poligó. Hay risotadas. Gente fina. ¡Ponme un tercio y un yintoni! ¡Lo saco que comemos fuera! ¿Dónde estabas cariño? (con ese acento del este entre agudo y gutural, mimoso pero con la navaja lista, que en cualquier momento puede hacerse violento). Que he ido a buscar a mi suegra a Atocha, que venía en tren. A Atocha no va a llegar en camello, no te j… Risotadas. Vuelve a calentar el sol, esta vez de vuelta, envolviendo al paseante por completo. Cerrando los ojos, bajo el sol, se suspende el mundo y el poligó es una alegre campiña. Los que estén a veinte grados bajo cero que se j… Esta expresión, la de la jota, es muy del poligó que es un lugar caleidoscópico y que gira y cambia con la luz.

jueves, 12 de diciembre de 2013

LA PESADILLA DEL POLIGÓN

Reconozcamos que no es siempre fácil recorrer a pie el poligón, con un frío helador y pringoso de humedad, entre los desmontes bordeados de espadañas que tapan el riachuelo de grueso vidrio. Reconozcamos que no es fácil llegar a la calle Gomet, entrar en una nave que está también helada, y sofocado por subir tres escalones, aposentarse en una sala impersonal, de paredes de madera contrachapada, sin ventanas, con vistas a ninguna parte y al cemento. No es fácil del todo, resoplando, apoyar la pancita sobre la mesa y con ojos de enajenado ponerse a comer sangüiches, tarteletas, montados, piczzas, sorbetes, escalibada, pastelillos, chapatas de sardinas, papando aire y alguna mosca fría que todavía aguanta, mientras un compañero que no es más que un mísero asalariado explica en un idioma incomprensible, que es mezcla de otros dos ya por separado mal hablados, su visión de algo que llama los negocios y, por supuesto, con la boca llena, atiborrada de gilipolleces, expele su explicación de España y de lo que en ella sucede. Como el animal no calla, el empleado de la pancita que ha entrado una mañana helada en la nave fría de la calle Profilactíc llena el mecánico agujero parlante del bocazas con una enorme piczza (dice piczza) doblada primero cuatro veces sobre sí misma. Mientras el animal deglute a base de saliva y calla por fin (salvo por un gutural y ligero murmullo de queja), el empleado barriga regüelda con violencia despeinando a la vendedora, encantadora y riquísima, que pone mala cara por el aire fétido; aunque en el fondo agradece que se haya hecho callar a ese que al hablar para no decir nada, utilizaba la palabra latinoamericano, ante la que todos, en este honrado poligón (que es polígono en otro idioma) palidecen y se espantan mesándose el cabello erizado, sin poder apenas contener un gemido de desesperación. Levantada por el huracán regoldero, por el aire flota, blanca, la nube de caspa que traía consigo, sobre los hombros de su traje arrugado, el extranjero. El hombre del dinero, la chistera y los mitones. Gracias a eso, a los mitones, puede volver a rascarse y reponer cargamento, para que siga nevando sobre sus hombros, mientras al empleadillo del regüeldo, verdadero Eolo, dios de los vientos, se le desorbitan los ojos ante el espectáculo y se rasca la pancita, redonda como una pelota, delantera, agresiva, que tensa la buena lana de su mejor jersey, pero que ya es tan viejo que las manchas no le salen. La contable loca da vueltas sobre sí misma, mientras el cónyuge sin firma se agita sobre la silla, de atrás avant. Has de entender, has de entender. El empleado de la pancita, recuerda aquellos globitos de cristal, con un paisaje blanco encerrado dentro, en el que nevaba al mover la esfera. Sin dudarlo, se hace con la fuente de cristal de la ensalada para convertir en paisaje cerrado la cabeza del extranjero puntiagudo, que grita y patea, agitando los faldones de su levita forrada, forrada de instrumentos de pago vencidos, caducados, de papel timbrado, copias simples, grandes sellos de la apostilla de La Haya y actas de juntas de comunidad. Encerrada su cabeza de mastodonte en el paisaje, no se oyen sus gritos jopúticos. Todos corren a su alrededor, bailan una sardaneta, y una jotica, que se joda este, y la más gorda levanta las faldas para enseñar la nalga gritando que no hay educación, mientras trota y emite los sonidos del Gran Gorrino. El señor director ha sacado una pistola nueve milímetros parabellum para disolver la reunión. Han sonado varios disparos, pero no preocuparse, todo es retroactivo y además el escrache es libre y con la ley de emprendedores haremos un canuto y nos fumaremos un gran porrete con la recaudación. Dando alaridos trotan por el descampado, van a patinar sobre el riachuelo helado, entre las espadañas, a ver si bajo la gorda revienta el hielo y se le moja el culo y se carcajea el hombre rico encerrado en el paisaje, con una risa muda. Dentro de la nave desierta empieza a helar.