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martes, 18 de diciembre de 2012

LA TABAQUERA

Perdónenme la frivolidad pero fumar un cigarro también nos recuerda la vanidad de la vida. Por la ceniza, que después de aguantar quieta cobijando la combustión, se desprende graciosa y en silencio, repartiéndose en partículas minúsculas un poco por todos lados. La ceniza. No hará falta que expliquemos más, ni adentrarnos en el simbolismo religioso. Por ello, porque es un símbolo y carece prácticamente de entidad corpórea, el buen fumador no debe tenerle miedo a la ceniza, no debe asustarse por verla caer inofensiva, callada y gris. Es una delicia ver como se posa por solapas, mangas, alfombras, cojines. No nos habíamos dado cuenta, perdidos en la ensoñación, y ya no está al extremo del cigarro. Como la nieve, se ha desplazado sin que podamos advertirlo más que con la mirada, un rato después.

Una vez, asistimos a la aparición de un amigo que salía del cuarto de fumar de una casona que todavía lo conservaba. Se levantaba del butacón cuando nosotros entrábamos y fue realmente una aparición. Surgió de entre el humo de cien habanos, enteramente recubierto de la más pura y gris ceniza de cigarro puro. Había encanecido súbitamente por obra del fumar, la vestimenta se había recubierto de la misma tonalidad, la barba parecía piedra y todo ello le daba una vaga apariencia de hombre de las nieves, ante la que titubeamos por un momento. Después del más efusivo y sereno de los saludos se alejó a la manera en que lo hacen las nubes cargadas de nieve en esos días gélidos y luminosos que son el regalo de Madrid en invierno.

¡Y pensar que esa ceniza, tan delicada y simbólica, desaparece sin el menor amago de resistencia ante un pobre cepillo para la ropa, que la aniquila con sus duras cerdas! A uno le entra como una congoja, al pensar que tal vez, también la vida, en fin… apuraremos la copilla con un asomo de vaga melancolía, recordando como lo hacía nuestra tía con su dedal de anís en las sobremesas. Algo reconfortados por el cobijo de los clásicos. Verdura de las eras, nieves de antaño. Y mejor con la tabaquera llena, claro. De lo contrario se interrumpe la producción de ceniza y con ella la reflexión trascendental (con lo que por lo visto nada se perdería, susurra el pérfido Doroteo).

miércoles, 18 de julio de 2012

LA TINTA DEL CALAMAR


Terminé ayer la lectura de El Halcón Maltés de Dashiell Hammett. No lo había leído hasta ahora, aunque lo teníamos en casa. Empecé la lectura como reacción a un par de novelas negras decepcionantes, del mejicano Elmer Mendoza. Entretenidas pero decepcionantes. Ojeando artículos sobre el asunto di con uno que se detenía en la distinción entre novela policíaca y novela negra. Comentaba precisamente la obra del cuate Mendoza.

Si he entendido bien la diferencia, la novela policíaca se centraría en la resolución de un enigma criminal: encontrar el objeto robado, descubrir al ladrón o al asesino, todo ello a través de una trama compleja en la que el lector puede participar haciendo sus propias averiguaciones.

La novela negra se centraría en la descripción de partes marginales de la sociedad, bajos fondos, hampa, crimen organizado, normalmente también a través de la resolución de un caso criminal. La novela negra, en su inocencia, cree que esos mundos son una parte marginal de la sociedad.

Naturalmente, las dos categorías pueden entremezclarse, solaparse y fundirse. En la primera categoría, novela policíaca, se encontrarían Sherlock Holmes y Miss Marple, Auguste Dupin y Poirot, pues si sus investigaciones pueden conducirles a los bajos fondos, e incluso enfrentarles al crimen organizado, como Holmes contra Moriarti, puede suceder también lo contrario. El mundo negro, los bajos fondos, no están necesariamente presentes ni son necesariamente el telón de fondo, el marco en el que se desarrolla la novela. Ni sus protagonistas forman parte de ese mundo, ni son necesariamente gente marginal o turbia, como puedan ser Tato, Alcides o Doroteo, todos ellos tarados y tocados del ala a su manera. Pensemos en el Padre Brown de Chesterton, y en su candor, o en la viejecita encantadora protagonista de muchos de los relatos de Agatha Christie. No la imaginamos compartiendo unas pastas de té con Sam Spade. Desde luego, este esquema de gruesos trazos no se sigue de manera estricta, ni pueden clasificarse todos esos relatos en categorías cerradas y definidas, aunque estas son útiles para orientarse y pasar el rato. Pensemos en el propio Sherlock Holmes, ¿no es en muchos aspectos precursor del detective privado de la novela negra americana? Solitario, maniático, con temporadas de adicción muy fuerte a drogas como la cocaína y el opio y de abandono personal que llegan a sumir a Watson en la mayor preocupación. Completamente dominado por una mente tan poderosa que a menudo parece funcionar como una máquina con plena autonomía. Encarna a la perfección el racionalismo cientifista hasta extremos casi paródicos, y mereció la réplica que le dio Chesterton con el padre Brown. Si Holmes desbarata el crimen a partir del análisis científico de la ceniza de un cigarro puro abandonada en un cenicero, el padre Brown aplica sobre su sentido de la observación el sentido común construido sobre el conocimiento de la naturaleza humana, propio de su condición de sacerdote católico.

Francia, como siempre, no se sabe si con personalidad o entre dos aguas. En todo caso el belga Simenon nos lanza la maravilla que es Maigret. El comisario pertenece a la categoría que podríamos llamar policíaca, mientras que la agudeza con que Simenon analiza y disecciona la naturaleza humana en torno al crimen de cada aventura tiene mucho, muchísimo, de la más terrible novela negra.

La novela negra tendría por tanto un punto de costumbrismo al recrearse en describir un mundo determinado. Si la policíaca puede también presentarnos el mundo en el que se desarrolla, por ejemplo el siglo XIX victoriano en los casos de Poe y Conan Doyle, pone el acento en una intriga compleja y apasionante y en las etapas de su resolución, que es lo verdaderamente cautivante. De ahí que el cine haya podido tomarse libertades con Holmes desplazándolo de época, de finales del XIX a los años cuarenta del XX, en la magnífica encarnación que del personaje protagonizó el actor inglés Basil Rathbone. Es cierto que la pipa, el sombrero, el estudio o el capote de Holmes son característicos, pero sus aventuras están tan identificadas con la niebla de Londres como con la niebla de las tierras altas de Escocia o la casa de campo de algún miembro de la gentry rural. Sam Spade no puede concebirse fuera de San Francisco. El mismo lo confiesa en El Halcón Maltés.

Si la novela policíaca no renuncia a la época, la novela negra no renuncia a la intriga policíaca, que es el elemento esencial del que parte. Del mayor o menor éxito de esta intriga dependerá en gran medida, sino del todo, el resultado final. Dashiell Hammet consigue un éxito completo en el Halcón Maltés, conduciendo al lector por una intriga compleja llena de cabos por los que perderse, muy bien resuelta, a la vez que ofreciendo una descripción extraordinaria del detective protagonista y de su entorno, incluidos policía y fiscal del distrito. Calculadamente ambigua a lo largo de todo el relato, pues no se sabe si el detective es un hombre honrado o un mafioso sin escrúpulos peor que los criminales a los que se enfrenta, simples aficionados a su lado.

Vayamos con Elmer y Leonardo. Elmer Mendoza no acaba de llegar a ser más que un esbozo alrededor de la jerga del Méjico contemporáneo, como si yo preparara un diccionario de cheli madrileño y lo pusiera en boca de unos macarras y un picoleto con tripa gorda. Una narración flojilla, en la que flota inevitable el recuerdo extraordinario de El señor presidente, de Miguel Angel Asturias. La distancia que va de un borrador mal pergeñado, con aciertos pero sin trabazón, a la obra maestra del guatemalteco. Y en cuanto a Leonardo, uno espera con verdadera ansiedad librarse de los traumas infantiles del protagonista y su pandilla para asistir de una vez, y sin esperar más, a su próximo polvo. Verdaderamente, creo que es poco lo que da de si, demasiado plano, como si la isla no tuviera historia, no tuviera vida, como si no fuera. Transparente, menos el mujerío, siempre dispuesto. Tal vez en eso resulten los años de cárcel comunista. Quizá me pase de duro, de listillo. Dirán que exagero. Le daremos una oportunidad más, … por aquello de ver si hay algún revolcón interesante.

Patricia Highsmith. Plena novela negra. Hemos pasado de la resolución de un rompecabezas en el que, una vez planteado, el criminal pasa a segundo plano, a centrar la acción, a poner todo el énfasis en el propio crimen, en los personajes más oscuros, en la psicología de criminales y víctimas, en la disección social más descarnada, en la que hasta el policía es en realidad un psicópata. Mundo plenamente negro por plenamente sórdido, en el que se combinan la estupidez y el mal, la debilidad y la hipocresía, para perder a un hombre inocente, víctima del asesino que lo mata pero también de los resortes y mecanismos de una sociedad que tiene su propia maldad. Desencadenados por la desastrosa relación con su odiosa mujer neurótica, pero que ni amigos ni un nuevo enamoramiento consiguen detener. La mera intriga policíaca es secundaria, puede decirse que prácticamente desaparece, no hay rompecabezas y el puzzle lo forma el absurdo encadenamiento de circunstancias, malentendidos y medias verdades que desembocan en un nuevo asesinato y la muerte del protagonista, fuera de toda lógica, resultado de un trágico y deprimente absurdo. Para echarse a llorar.

En fin, teorías. Espero no haber dado mucho la brasa. Con el gran Plinio no me he atrevido hoy. Es maravilloso y tiene la gracia y la frescura incomparables de cierta España. Confieso que no me importaría demasiado, a veces, ser el don Lotario de Plinio.

lunes, 18 de junio de 2012

THE SEARCHERS


Los cines Verdi proyectan en Madrid la película Centauros del Desierto. Verla en pantalla grande es una de las cosas más extraordinarias que el cine puede regalar, por decirlo de alguna manera. Ya me entienden ustedes. 






jueves, 22 de diciembre de 2011

Clásicos - No se yo por qué, pero estos versos me suenan como a pura España, que buen decir y que gracia.


Hermana Marica,
Mañana, que es fiesta,
No irás tú a la amiga
Ni yo iré a la escuela.

Pondraste el corpiño
Y la saya buena,
Cabezón labrado,
Toca y albanega;

Y a mí me podrán
Mi camisa nueva,
Sayo de palmilla,
Media de estameña;

Y si hace bueno
Trairé la montera
Que me dio la Pascua
Mi señora abuela,

Y el estadal rojo
Con lo que le cuelga,
Que trajo el vecino
Cuando fue a la feria.

Iremos a misa,
Veremos la iglesia,
Darános un cuarto
Mi tía la ollera.

Compraremos dél
(Que nadie lo sepa)
Chochos y garbanzos
Para la merienda;

Y en la tardecica,
En nuestra plazuela,
Jugaré yo al toro
Y tú a las muñecas

Con las dos hermanas,
Juana y Madalena,
Y las dos primillas,
Marica y la tuerta;

Y si quiere madre
Dar las castañetas,
Podrás tanto dello
Bailar en la puerta;



Y al son del adufe
Cantará Andrehuela:
No me aprovecharon,
madre, las hierbas.

Y yo de papel
Haré una librea
Teñida con moras
Porque bien parezca,

Y una caperuza
Con muchas almenas;
Pondré por penacho
Las dos plumas negras

Del rabo del gallo,
Que acullá en la huerta
Anaranjeamos
Las Carnestolendas;

Y en la caña larga
Pondré una bandera
Con dos borlas blancas
En sus tranzaderas;

Y en mi caballito
Pondré una cabeza
De guadamecí,
Dos hilos por riendas;

Y entraré en la calle
Haciendo corvetas,
Yo y otros del barrio,
Que son más de treinta;

Jugaremos cañas
Junto a la plazuela,
Porque Barbolilla
Salga acá y nos vea;

Bárbola, la hija
De la panadera,
La que suele darme
Tortas con manteca,

Porque algunas veces
Hacemos yo y ella
Las bellaquerías
Detrás de la puerta.

Luis de Góngora y Argote