jueves, 27 de junio de 2019
martes, 25 de junio de 2019
miércoles, 19 de junio de 2019
El paso al frente. Extracto de un texto más largo aparecido en el Heraldo de Nava.
En
primer lugar agradecer el esfuerzo del autor por tratar de elevar un poco el
nivel de la reflexión en estas horas de frenesí político. Pero sólo hasta aquí
llega mi coincidencia con él. De la lectura de su artículo surgen infinidad de
objeciones, de distinto orden. No es posible exponerlas todas en este
comentario, pero ahí van algunas de ellas:
Una
de carácter general, aplicable tanto a este artículo como a otros de tono
similar que han ido apareciendo en blogs, medios, tertulias y hasta en prensa
de papel. Todos ellos escritos desde posturas católicas. La impresión general
es que para todos ellos la aparición de XX no sólo no representa algo de luz
al final del túnel, sino que por el contrario les ha disgustado profundamente.
Todos denuncian la situación de la sociedad española, pero cuando surge alguien
que puede representar, aunque sea remotamente, una esperanza, entonces se ponen
exquisitos para rechazarlo en nombre de los grandes principios, pero sobre todo
con el argumento de que XX no es perfecto. Una actitud que nuestro refranero
conoce perfectamente, por desear lo mejor, rechazan lo bueno. Nuestra vida
pública es un lodazal en el que estamos enfangados desde hace años, en el que
el olor a agua estancada sube y sube sin cesar. Cuando por fin algunos de los
que lo sufren, en lugar de quejarse, deciden ponerse manos a la obra y tiran de
pico y pala para tratar de desatascar la situación, entonces los que desde hace
años venían quejándose de la situación empiezan a objetar que el pico no es
adecuado, la pala podría ser mejor, y el uniforme de los poceros tiene un botón
descosido. Es lo que yo llamo la actitud Chateaubriand, no por la pieza de
carne, sino por el escritor católico francés. Le gustaba tanto cantar el fin de
un mundo, lamentarse ante lo que fue y ya no será, que él había conocido y los
demás no, que acababa por necesitar ruinas para inspirarse… y con su actitud
contribuía decisivamente a crearlas, a desarmar a los suyos. Nada de lo que
hicieran los contemporáneos de su cuerda era lo suficientemente puro, lo
suficientemente auténtico.
Pues
bien, parece como si a muchos católicos les molestara que alguien intentara
enderezar lo que ellos denuncian que está torcido. Como si el intento o el
éxito posible fuera a dejarles sin la ruina que es su motivo de inspiración. ¿Y
ahora que denuncio yo? ¿Y ahora contra que clamo? Cuando otros empiezan a
moverse nos damos cuenta de que nos hemos quedado quietos, y eso escuece. Éramos
nosotros los que por nuestros méritos y por nuestra pureza inmaculada merecíamos
estar a la cabeza. Sin duda, pero es que seguimos quietos y otros han dado un
paso al frente. (...)
A. Bergamota Elgrande
miércoles, 5 de junio de 2019
La ciudad salchicha.
Corría Tato a toda velocidad en su bólido. Estas escapadas para tratar las
burocracias de la FTPVD eran ocasión para tomarse libertades que en el pequeño
mundo de Nava tenía más restringidas. La condesa y Bergamota, e incluso
Doroteo, se comportaban con total desenvoltura en el pueblo. Tato se sentía más
sujeto. Presidente y director de la Fundación, comprenda usted. No es que ellos
escandalizaran, no, pero tanto Jazz, tanto concierto, tantas conferencias,
tanto lío. ¡Tanta opinión! A él, en casa, le costaba más significarse. Salvo
que le pincharan mucho o arremetieran contra la Fundación y sus protegidos.
Con
la ventanilla bajada y a toda velocidad se acercaba al lugar dónde habían
quedado. Un descapotable hubiera estado mejor. Esto se recalienta por momentos
y el aire acondicionado me sienta mal. Al enchufarlo exhala un tufo como a
humedad de sepulcro. Se puso música. No cualquier música, un brutal tachún tachún,
el Nava-remix, con el que atronaba a los coches que adelantaba.
¿Qué
si sacaba la lengua al conducir? Por supuesto que no. Sujetaba con la comisura
de los labios una noble pipa de brezo, encendida claro, y llevaba las manos
enfundadas en unos guantes de conducir de cabritilla. Conducía tan poco a
menudo que había que dar solemnidad a la ocasión y vestirse. Gorra visera, si,
por supuesto. Claro. Latía todo su ser al ritmo de la velocidad y del musicón,
como sincronizado con el tiempo, con la agitadísima primavera. Los efectos de
luz producidos por las nubes jugando con el sol daban al paisaje anodino por el
que circulaba unos aires de espléndida grandeza. La cazoleta de la pipa ardía
intranquila, al ritmo sincopado del Nava-mix.
Está
cerca de la primera rotonda, nada más salir al llegar, no tiene pérdida. Le había
dado ya dos vueltas, mirando con atención y empezaba a acordarse del cretino
que le había dado las explicaciones. Fachada de ladrillo y una puerta de cristal.
¡Pero si no había otra cosa! Inmuebles nuevos, todos iguales. Los había en toda
la sierra y en el ensanche más reciente de Madrid. Fotocopiadora, papelería,
espacio de juegos gaming, un chino,
una gestoría, Bermúdez de Vellón asesores, frutas y verduras, local vacío,
local vacío, estudio de arquitectos, cerrado, máquinas cortacésped, material
para piscinas, con clínica estética Rachel Morera no envejecerás y fotografías
que hubieran hecho enrojecer al personal no hace tanto; inmobiliaria, vendemos
tu piso. Y de repente otra rotonda. Al otro lado de la calle, un anchísimo
bulevar con mucho tráfico, edificios similares, con escaparates del estilo.
Intentó
cruzar pero la vegetación del bulevar lo impedía y tuvo que llegar hasta el
paso de cebra. Al llegar a la acera ni un alma. Muchos escaparates cerrados. Colchones
Cebrían, la tienda ecológica, se traspasa, bar, tapicería Márquez, local vacío,
local vacío, farmacia, bar, zapatería en liquidación, taberna moderna, local
vacío, material de oficina, estudio de grabación Music Sound. Miró para atrás.
Sin darse cuenta había andado como dos kilómetros. Retrocedió al trote.
- Oiga
perdone, ¿la primera rotonda es esta?
- Pues
hombre, dependerá de por dónde entre usted al pueblo. Hay quince rotondas en
fila, como los eslabones de una cadena. - Ya, claro – replicó sosegado mientras por dentro subía la ira por momentos.
- ¿Sabe cómo llamo yo a esto?
- Pues no la verdad.
- Yo a esto lo llamo la ciudad salchicha. Ni plaza mayor, ni iglesia, ni orden ni nada.
- Así están las cosas. ¿Y por qué salchicha y no cadena? ¿Por qué no la ciudad cadena? Como dice que las rotondas son como cadenas…
- Lo digo porque son lo único duro y macizo las rotondas. Pero el resto es blando, la ciudad blanda, la ciudad salchicha. Parece que tiene consistencia pero si aprietas no hay nada. Esto está lleno de degenerados contemporáneos.
- Bueno oiga, yo si quiero le dejo unas tarjetas de la FTPVD.
- ¿Y eso que es? ¿Es usted policía?
- No hombre, la Fundación Tato para Varones Desahuciados. Soy el presidente. Como dice que hay tanto degenerado, debe haber mucho medio hombre llorón y amariconado…
- Eso digo yo. Gracias. Le dejo que sigo con el paseo.
Tato subió al coche,
renunció otra vez al aire acondicionado, imaginó que conducía un descapotable y
abandonando el eslabón de la gigantesca ristra en el que había aparcado, se
alejó de la ciudad salchicha renunciando a cualquier pesquisa.
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