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miércoles, 18 de julio de 2012

LA TINTA DEL CALAMAR


Terminé ayer la lectura de El Halcón Maltés de Dashiell Hammett. No lo había leído hasta ahora, aunque lo teníamos en casa. Empecé la lectura como reacción a un par de novelas negras decepcionantes, del mejicano Elmer Mendoza. Entretenidas pero decepcionantes. Ojeando artículos sobre el asunto di con uno que se detenía en la distinción entre novela policíaca y novela negra. Comentaba precisamente la obra del cuate Mendoza.

Si he entendido bien la diferencia, la novela policíaca se centraría en la resolución de un enigma criminal: encontrar el objeto robado, descubrir al ladrón o al asesino, todo ello a través de una trama compleja en la que el lector puede participar haciendo sus propias averiguaciones.

La novela negra se centraría en la descripción de partes marginales de la sociedad, bajos fondos, hampa, crimen organizado, normalmente también a través de la resolución de un caso criminal. La novela negra, en su inocencia, cree que esos mundos son una parte marginal de la sociedad.

Naturalmente, las dos categorías pueden entremezclarse, solaparse y fundirse. En la primera categoría, novela policíaca, se encontrarían Sherlock Holmes y Miss Marple, Auguste Dupin y Poirot, pues si sus investigaciones pueden conducirles a los bajos fondos, e incluso enfrentarles al crimen organizado, como Holmes contra Moriarti, puede suceder también lo contrario. El mundo negro, los bajos fondos, no están necesariamente presentes ni son necesariamente el telón de fondo, el marco en el que se desarrolla la novela. Ni sus protagonistas forman parte de ese mundo, ni son necesariamente gente marginal o turbia, como puedan ser Tato, Alcides o Doroteo, todos ellos tarados y tocados del ala a su manera. Pensemos en el Padre Brown de Chesterton, y en su candor, o en la viejecita encantadora protagonista de muchos de los relatos de Agatha Christie. No la imaginamos compartiendo unas pastas de té con Sam Spade. Desde luego, este esquema de gruesos trazos no se sigue de manera estricta, ni pueden clasificarse todos esos relatos en categorías cerradas y definidas, aunque estas son útiles para orientarse y pasar el rato. Pensemos en el propio Sherlock Holmes, ¿no es en muchos aspectos precursor del detective privado de la novela negra americana? Solitario, maniático, con temporadas de adicción muy fuerte a drogas como la cocaína y el opio y de abandono personal que llegan a sumir a Watson en la mayor preocupación. Completamente dominado por una mente tan poderosa que a menudo parece funcionar como una máquina con plena autonomía. Encarna a la perfección el racionalismo cientifista hasta extremos casi paródicos, y mereció la réplica que le dio Chesterton con el padre Brown. Si Holmes desbarata el crimen a partir del análisis científico de la ceniza de un cigarro puro abandonada en un cenicero, el padre Brown aplica sobre su sentido de la observación el sentido común construido sobre el conocimiento de la naturaleza humana, propio de su condición de sacerdote católico.

Francia, como siempre, no se sabe si con personalidad o entre dos aguas. En todo caso el belga Simenon nos lanza la maravilla que es Maigret. El comisario pertenece a la categoría que podríamos llamar policíaca, mientras que la agudeza con que Simenon analiza y disecciona la naturaleza humana en torno al crimen de cada aventura tiene mucho, muchísimo, de la más terrible novela negra.

La novela negra tendría por tanto un punto de costumbrismo al recrearse en describir un mundo determinado. Si la policíaca puede también presentarnos el mundo en el que se desarrolla, por ejemplo el siglo XIX victoriano en los casos de Poe y Conan Doyle, pone el acento en una intriga compleja y apasionante y en las etapas de su resolución, que es lo verdaderamente cautivante. De ahí que el cine haya podido tomarse libertades con Holmes desplazándolo de época, de finales del XIX a los años cuarenta del XX, en la magnífica encarnación que del personaje protagonizó el actor inglés Basil Rathbone. Es cierto que la pipa, el sombrero, el estudio o el capote de Holmes son característicos, pero sus aventuras están tan identificadas con la niebla de Londres como con la niebla de las tierras altas de Escocia o la casa de campo de algún miembro de la gentry rural. Sam Spade no puede concebirse fuera de San Francisco. El mismo lo confiesa en El Halcón Maltés.

Si la novela policíaca no renuncia a la época, la novela negra no renuncia a la intriga policíaca, que es el elemento esencial del que parte. Del mayor o menor éxito de esta intriga dependerá en gran medida, sino del todo, el resultado final. Dashiell Hammet consigue un éxito completo en el Halcón Maltés, conduciendo al lector por una intriga compleja llena de cabos por los que perderse, muy bien resuelta, a la vez que ofreciendo una descripción extraordinaria del detective protagonista y de su entorno, incluidos policía y fiscal del distrito. Calculadamente ambigua a lo largo de todo el relato, pues no se sabe si el detective es un hombre honrado o un mafioso sin escrúpulos peor que los criminales a los que se enfrenta, simples aficionados a su lado.

Vayamos con Elmer y Leonardo. Elmer Mendoza no acaba de llegar a ser más que un esbozo alrededor de la jerga del Méjico contemporáneo, como si yo preparara un diccionario de cheli madrileño y lo pusiera en boca de unos macarras y un picoleto con tripa gorda. Una narración flojilla, en la que flota inevitable el recuerdo extraordinario de El señor presidente, de Miguel Angel Asturias. La distancia que va de un borrador mal pergeñado, con aciertos pero sin trabazón, a la obra maestra del guatemalteco. Y en cuanto a Leonardo, uno espera con verdadera ansiedad librarse de los traumas infantiles del protagonista y su pandilla para asistir de una vez, y sin esperar más, a su próximo polvo. Verdaderamente, creo que es poco lo que da de si, demasiado plano, como si la isla no tuviera historia, no tuviera vida, como si no fuera. Transparente, menos el mujerío, siempre dispuesto. Tal vez en eso resulten los años de cárcel comunista. Quizá me pase de duro, de listillo. Dirán que exagero. Le daremos una oportunidad más, … por aquello de ver si hay algún revolcón interesante.

Patricia Highsmith. Plena novela negra. Hemos pasado de la resolución de un rompecabezas en el que, una vez planteado, el criminal pasa a segundo plano, a centrar la acción, a poner todo el énfasis en el propio crimen, en los personajes más oscuros, en la psicología de criminales y víctimas, en la disección social más descarnada, en la que hasta el policía es en realidad un psicópata. Mundo plenamente negro por plenamente sórdido, en el que se combinan la estupidez y el mal, la debilidad y la hipocresía, para perder a un hombre inocente, víctima del asesino que lo mata pero también de los resortes y mecanismos de una sociedad que tiene su propia maldad. Desencadenados por la desastrosa relación con su odiosa mujer neurótica, pero que ni amigos ni un nuevo enamoramiento consiguen detener. La mera intriga policíaca es secundaria, puede decirse que prácticamente desaparece, no hay rompecabezas y el puzzle lo forma el absurdo encadenamiento de circunstancias, malentendidos y medias verdades que desembocan en un nuevo asesinato y la muerte del protagonista, fuera de toda lógica, resultado de un trágico y deprimente absurdo. Para echarse a llorar.

En fin, teorías. Espero no haber dado mucho la brasa. Con el gran Plinio no me he atrevido hoy. Es maravilloso y tiene la gracia y la frescura incomparables de cierta España. Confieso que no me importaría demasiado, a veces, ser el don Lotario de Plinio.

viernes, 29 de junio de 2012

CALOR Y MAIGRET


La llegada del calor, los sofocos, julio a la puerta con su aliento cazallero, de fuego azul y rojo, todo lo trastoca. Cualquier otro acontecimiento añadido a las perturbaciones propias del calor sume al cepogordista en el desconcierto, incapaz de otra cosa que no sea chupar del cigarro, para zafarse de piscinas, actividades, fútbol, reuniones, celebraciones, entusiasmos, planes, vacaciones. El más grande cigarro, la mayor humareda, la nube más densa. El primer libro que Georges Simenon publicó de las aventuras del comisario Maigret se llama Monsieur Gallet, décéde. Podría traducirse como Ha palmado el viejo. Lo escribió Simenon en 1930 y lo publicó la editorial Fayard en 1931, con el título La chasse à l’ombre. Lo que podría traducirse como Cazando en pelota. En este primer episodio Maigret lleva sombrero hongo (es decir, si no me equivoco, un bombín) y cuello duro que se le deshace con el calor. La acción transcurre, precisamente, a finales de un mes de junio, a treinta y muchos grados, y el comisario, para no deshacerse, se ve obligado a tomar el aperitivo, una y otra vez. Uno de los personajes deja que se caliente su Armagnac, manteniendo la copa de balón dentro de la palma de la mano, cerrada alrededor, como debe hacerse. Ni que decir tiene que no es necesario ahora, en junio en España, hacer nada con el brandy para que se ponga a temperatura adecuada. Entran por la nariz y se mezclan con el cigarro infinidad de sensaciones exacerbadas por el calor, hasta que el cepogordista cae de rodillas al borde del desmayo. Quede claro que Simenon es mucho más que la escena de un personaje bebiendo una copa de Armagnac bien descrita. Aunque ser sólo eso ya sería ser mucho. Lo decimos porque hay en la prosa de Sime, permítasenos este apelativo familiar, la más precisa, sutil y delicada descripción de toda una Francia y de toda una época. Su talento para captar con pinceladas breves el campo, un pueblo, los barrios de París, una tarde de calor, o las gabarras remontando los canales del Sena, remolcadas por inmensos percherones avanzando lentamente por el camino de sirga es deslumbrante. Y Maigret tiene un aliciente adicional, y no menor. Gracias a la investigación policíaca, por una parte, y a la naturaleza del personaje por otra, carente de maldad o de retorcimiento, parisino de padres de pueblo provinciano, feliz y pacíficamente casado con Madame Maigret, observador de la naturaleza humana, los libros que recogen sus aventuras carecen de la deprimente y desoladora sordidez de otros títulos en los que Maigret no aparece. Como pueden ser, por ejemplo: Oncle Charles s’est enfermé; Le rapport du gendarme; Faubourg o Le cheval blanc. La simple evocación de estos títulos le pone al cepogordista los pelos de punta.

De política no hablaremos, aunque casi caemos en la tentación al ojear La casa de Lúculo, de Julio Camba, y ver que uno de las capítulos se titula El cochino y su familia. Hay en la política española varios cochinos, pero lo que es más grave, tienen cada uno una familia inmensa. Cientos, miles de cerdas y lechones trotan, hozan y gruñen, escarban por dónde haya cosa alguna que llevarse a la boca. Cualquiera les mete ahora en vereda. No hay en estos momentos en España porquero capaz de dominar semejante piara. Confiamos en que no tarde en aparecer.

Por cierto, Maigret, como su creador, fuman una pipa magnífica. ¡Fuman! Simenon, además, viste pajarita. Habrá que volver sobre este asunto de la corbata.