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miércoles, 20 de noviembre de 2013

CANCÚN (UNA CRÓNICA DEL TIET).


CANCÚN

            En nuestra vida en común, la Tieta y yo hemos coincidido en repartirnos las tareas o negociados de una forma práctica.
            Una de esas tareas era y es evidente la organización de las vacaciones y viajes de placer.
            Tengo que reconocer que para esta tarea soy absolutamente nulo. Me da pereza moverme, carezco de imaginación, etc, etc. Por eso, el negociado vacacional y de ocio fue adjudicado sin discusión a la Tieta
            A finales de julio y primeros de agosto, nos decantamos por descubrir Turquía. Un par de días para patear Estambul y una semana en una gulet turca recorriendo la costa disfrutando de la naturaleza, mar y el baño.
            A la vuelta de ese viaje, que resultó estupendo, la Tieta emocionada por lo bien que se lo había pasado, decidió que cambiáramos de aires e irnos a la Rivera Maya para conocer los restos de esa antigua civilización. Como el año pasado estuvimos en Camboya y pudimos contemplar lo que queda de la cultura jmer, pensamos que era una buena oportunidad para ver la maya y compararlas.
            Total, que de la noche a la mañana nos liamos la manta a la cabeza y contratamos el viaje objeto de esta crónica o narración.
            Salimos de Madrid el lunes, 12 de agosto del corriente año.
            Primera parada: aeropuerto de Barajas, Terminal 1; volamos con Air Europa, ya que Iberia ha cancelado todos sus vuelos al Caribe, al parecer para evitar pérdidas.
            Primera estación puerta de embarque, la compañía aerotransportadora tiene a la misma hora, más menos, el embarque de los vuelos a Ciudad de México, La Habana y Cancún, con lo que el caos es mucho más que considerable y el retraso ídem.
            Tanta reforma y malgasto de dinero en el Aeropuerto de Barajas y te encuentras con unos mostradores de embarque minúsculos donde dos empleados de la compañía en cuestión pretenden embarcar trescientos borregos a base de comprobar manualmente la tarjeta de embarque y cortar la misma. Pedales, pedales.
            Evidentemente no tuvimos la suerte de tener asignado un finger, autobús puro y duro para tropocientos borros; caray no vamos a poner las cosas fáciles, que el personal se lo cree y luego exige demasiado
            Una vez estabulado el ganado, se despega; nunca a la hora prevista claro, esto no es Suiza, coñe; hay que guardar las esencias patrias.
            Al poco tiempo de vuelo, el aire acondicionado estalla a plena potencia y parece que estamos en la cámara frigorífica de una carnicería.
            La Tieta, que es magra de carnes, no como su marido que está en posesión de una nutrida capa aislante, se abalanza sobre la bolsa de la manta y la almohada. Rasga con ímpetu el plástico,    saca la manta, la despliega y se arrebuja.
            Alarido de indignación, la manta tiene más manchas que una cobertera cuartelera después de una guardia. Queja inmediata a la aeromoza, la cual con gran profesionalidad se extraña ya que vienen de la limpieza. Se obtiene un juego nuevo en mejores condiciones. Menos lamparones
            El marido tiene que reconocer que al final del viaje y pesar de su capa protectora, tuvo que hacer uso de su manta ante la nevera que era el avión. Eso sí, sin hacer indagaciones acerca de su estado de limpieza
            De la comida más vale no hablar, es mejor olvidar, sobre todo si vienes de volar con otra compañía. Las comparaciones son odiosas, nunca mejor dicho.
            La tripulación de cabina, como ahora se les llama, pasa ofreciendo los auriculares para poder escuchar la película. El que escribe estas líneas, ingenuo él, solicita un par de ellos; cortésmente se le entregan e inmediatamente se le comunica, con gran sonrisa, que son seis euros por aparatito; devolución al canto y mordida de lengua ante el conato de estafa.
            Advertencia, si vuelas con Air Europa llévate los cascos, en caso contrario, si quieres oír música o ver la película, pagas. Ni en Iberia llegaban a tanto. Ahora no lo sé, pero me temo que camino llevan.
            El vuelo largo y pesado, poco espacio de asiento y de avión, con lo que ni siquiera te aliviaba levantarte a estirar las patas.
            Llegada a Cancún airport; desembarco por finger; control de pasaportes y entrega de la hoja de visado de entrada -te devuelven la mitad para la salida-, recogida de equipajes; el tiempo de entrega no le tiene nada que envidiar al nuestro benemérito Barajas.
            Salida pasando por el control de aduana con entrega de formulario debidamente relleno; pregunta de la funcionaria si tenemos algo que declarar, la respuesta la omito, nos indica que pasemos y no nos manda al escáner, bien; enfilamos la salida con las maletas felices y contentos y ¡hay!; otra proba funcionaria para a la Tieta, la ha visto cara de sospechosa; al final sólo quiere  que le enseñe el contenido del bolso y no la maleta, revuelve el bolso y da luz verde.
            Para mí que quería cotillear el bolso de la Tieta.
            Una vez fuera de la terminal buscamos y encontramos al pavo del tour operador, el cual nos manda al bus correspondiente.
            Me encargo de la tarea de la carga del equipaje en el buseto y el conductor amablemente me advierte que allí sólo funcionan con propinas, que no se me olvide. Le agradezco su amable información, cagándome en sus muertos por dentro ya que más que una información parecía un exigencia y asegurándome que las maletas no se quedaran en el aeropuerto
            Traslado del aeropuerto hasta el hotel en el autobús con el amable panchito detallándonos las maravillas del lugar, la comida, la bebida, con gran insistencia en las curdas que se agarra el personal de visita.
            Muy ameno, sobre todo después de más de nueve horas de viaje. Total que después de otra hora de traslado llegamos a nuestro flamante hotel.
            Nos recepcionaron con el brazalete verde y a la habitación.
            Una habitación grande, pero sin un espejo de cuerpo entero con gran indignación de la Tieta, con unos inmensos ventanales que  aunque dan a la “selva” no puedes tener los estores levantados porque el personal del hotel pasa por delante y te contempla en paños menores o ni eso.
            El mobiliario y el equipamiento no se corresponden con lo que se le supone a un hotel de cinco estrellas superior.
            Nos habíamos venido convenientemente pertrechados con un ladrón, con el fin de poder enchufar varios aparatos electrónicos a la vez: móviles, e-books, el net-book del Tiet, cepillo de dientes.
            Oh sorpresa, se supone que el hotel es de una empresa española, del Grupo Piñeiro, y que un mogollón de clientes somos españolitos, pues bien, los enchufes son de clavija tipo yaqui, premonición de lo que vendrá después.
            Como ya es tarde, casi las diez de la noche hora local, nos dirigimos al restaurante del lobby del hotel para poder cenar algo y luego pedir un adaptador en recepción.
            Comida: la impresión del primer día que luego se confirma es la siguiente: presentación buena, apariencia digna de un restaurante de veinticinco estrellas Michelin. Adriá se pondría verde de envidia ante las altas cotas de innovación culinaria y sin nitrógeno. La comida no sabe a nada, absolutamente a nada; comes pescado porque en el cartelito pone pescado, pero podía ser rana peluda; da igual.
            La cerveza es tan floja que tienes la impresentable sospecha de que es sin alcohol. En fin. Dónde estaba la buena, simple y sabrosa comida de la gulet turca, incluso se echa de menos la cerveza Efes turca que al lado de ésta es toda una bendición.
            Hago solemne promesa de calzarme tres Mahou de tercio al llegar a Madrid.
            Después del pienso antes reseñado, preguntamos en recepción por el adaptador; con toda cortesía se los remite a la tienda del hotel donde por un módico desembolso de veinticinco pesos obtenemos el codiciado trofeo electrónico.
            Retirada a la habitación; vaciamiento del equipaje y disposición al sueño.
            Día siguiente, 13 de agosto, a las siete de la mañana nos dirigimos a desayunar; se advierte la Tieta y el Tiet son madrugadores. Se reitera la opinión sobre la comida. El Tiet decide probar la fruta y aquello no sabía a nada, ni a fruta ni a tropical. Resultado: el Tiet prescinde de la fruta y se centra en el bacon.
            Acabado el desayuno nos dirigimos a una reunión importantísima fijada por Soltour a las nueve de la mañana para darnos la información sobre el hotel, servicios, etc. En realidad la charla era para encajarnos las excursiones que ofertaban durante una hora en una sala a temperatura bajo cero, con gran cabreo de la Tieta y mío.
            Después a recepción ya que en la publicidad del hotel se decía que teníamos wifi gratis.
            Sorpresa, durante la noche han cambiado de servidor y no hay Dios que se conecte. Total tropocientos pavos acosando al técnico, el cual no se aclaraba tampoco.  Después de hora y media, se consigue una conexión, pero los problemas pervivirán durante toda la estancia. La conexión se cae cada dos por tres. Si sales de la habitación o del lobby, tienes que volver a conectarte de una manera farragosa y lenta, dependiendo del humor que tenga el invento. Es decir, purito Internet de cinco estrellas plus hispano-charro.
            Se me olvido comentar que la noche de la llegada observamos que la caja fuerte no cerraba; hubo que llamar a la recepción y que enviaran al técnico. Comprenderán ustedes que no podíamos dejar toda la ferralla y la artillería de la Tieta encima de la cama.
            Total que entre pitos -reunión- y flautas -conexión wifi-, se nos pasó la mañana en blanco, perdida vamos.
            La comida en el mismo plan, siesta y posterior baño en la piscina del hotel. Acotamos el tema: tres charquitos con una profundidad de 1,25 mts; vamos que ni siquiera me ahogo yo y tengo facilidad para ello.
            Monumental cabreo sobre todo de la Tieta que es una apasionada de la natación.
            Miércoles 14, decidimos acercarnos a la playa para lo cual hay que coger una especie de trenecito ya que el hotel no está a pie de playa como aparecía en Internet.
            Llegamos a la playa, a la zona acotada para uso exclusivo de nuestro hotel y la impresión es que se trata de un Benidorm pero sin rascacielos. La playa estrecha, pero mucho, mucho; llena de tumbonas de hoteles y la gracia es estar allí sentado bebiendo, todo el rato ofreciéndote de beber eso si no te acercabas tú a pedirlo.
            La zona de baño acotada y de poca profundidad, me explico no podías nadar lejos y como la profundidad era escasa, la nadada era imposible. Más cabreo de la Tieta, la cual se puede hacer nadando Valencia-Ibiza ida y vuelta. En fin. Propaganda engañosa.
            Volvimos al hotel y nos dimos otro remojón en las piscinas
            Comida y siesta. A las diecisiete horas desplazamiento hasta el Spa para masaje. Una hora de placer. Las chicas profesionales.
            Yo escogí uno para mis pobres piernas, que era mi primera vez. La suavidad y la caricia de esas manos eran fabulosas; te descansaba un montón; el único problema era cuando esas manos subían y se acercaban a ciertas partes, entonces unos músculos se relajaban y otros se tensionaban.
            Volvimos a la habitación felices, descansados y contentos.
            Pero esa felicidad duró poco. Intentamos abrir la caja fuerte y nones. Llamada correspondiente; no se preocupe le mando un técnico. Veinte minutos después nuevo toque de atención; ídem a la hora.
            Aparece, veloz, panchito Fidel, de seguridad, el cual nos la “arregla”; el problema era que la alfombrilla de la caja tocaba la cerradura y la bloqueaba. Tiet y Tieta se miran diciendo nos está tomando el pelo.
            Se va Fidel y la caja de inmediato se vuelve a bloquear. Llamada a recepción con exabrupto incluido y aparece el técnico de mantenimiento. Vistazo al tema y reclama la presencia de Fidel. Como el panchito veloz la ha tocado antes, él no puede hacer nada si el otro no está presente. Invasión de competentes nos suelta el mozo. Sic
            Reclama por walkie al Fidel el cual se hace el loco. Fidel Fidel, reclama el técnico, “los invitados están molestos” le dice y el otro que ahorita voy.
            El técnico, ante nuestra asombrada presencia se comunica por el walkie con otro pavo explicándole el asunto y que le apriete al Fidel. Llaman a la habitación por teléfono y el técnico se precipita a coger el mismo como si fuera su casa.
            Por fin aparece el de seguridad y arregla el invento; después de severas advertencias por mi parte de que cómo la caja se vuelva a fastidiar le monto el pollo en recepción.
            Esa misma noche nos lo cruzamos y el careto que tenía no era de lo más amigable
            Total otras dos horas perdidas con la caja fuerte de un magnífico hotel de cinco estrella plus.
            Esa noche sobre las veintidós horas comienza a llover; por la madrugada empieza a caer más fuerte, a la mañana siguiente el diluvio es de impresión.
Jueves, 15 de agosto, cumpletacos del Tiet, miras por la ventana y observas una cortina de agua. Como la cosa no decae, agarras el paraguas que tienes en el armario -cortesía del Grupo Piñeiro-, y sales de la habitación a recorrer el camino hasta el restaurante donde pesebreas el desayuno, un agradable paseo de unos 300 metros que en esas condiciones es todo menos divertido. Una vez en el lobby del hotel nos enteramos que tenemos encima una tormenta tropical con una duración aproximada de tres días. ¡Tócate los collons, lorito!
            Panorama cojonudo: la luz que se va cada dos por tres, el Internet no iba a ser menos, el servicio tampoco. El luces que ideó el hotel no pensó en el tema, así que aparte de las habitaciones y de los restaurantes no hay más que un sólo sitio cubierto, el famoso y repetido lobby, que además está abierto por dos lados.
            Total: del lobby a la habitación y viceversa con algún desplazamiento más para el condumio.
            A todo esto no nos habíamos traído ninguna prenda de abrigo y menos un chubasquero y de calzado, todo abierto de verano. Un número, tapados con mantas y bajo el paraguas en chanclas caminando bajo la lluvia tipo Fred Astair pero sin gorgoritos.
            Hay que ver lo que dan de sí veinticuatro horas a base de Internet en el móvil y el canal 24 horas de España. Diversión a tope.
            El viernes 16 de agosto más de lo mismo; misma rutina excepto que cambiamos la excursión a Tullum para el domingo; eso de ver las ruinas mayas bajo la lluvia no nos apetecía demasiado y el importe de la excursión no se devuelve por inclemencias meteorológicas. Más toque de collons
Eso sí, nos desplazamos a la Hacienda Sta. Isabel para amenizar el día. Aparte de que seguía la manta de agua, sólo habían unas cuantas tiendas de recuerdos de calidad más bien pobre y precios desorbitados. Por lo menos sirvió para estirar algo las piernas y obtener otro tema de despotrique con que entretener el día
            Al final de la tarde, el diluvio comenzó a amainar y el Tiet y la Tieta, con la indumentaria antes descrita y las chanclas bien húmedas se fueron a dar un paseo con el fin de descargar instintos asesinos.
            El sábado, 17 de agosto, empezó a hacer un tiempo aceptable, con lo que se pudo disfrutar de playas y charcos, perdón,  piscinas.
            Por la tarde – noche, la caja de seguridad se volvió a bloquear. Llamada a recepción, respuesta tipo, nueva llamada, ídem; tercera llamada del Tiet hacia la hora de espera acordándose de toda la familia del panchito hasta sus bisabuelos. Inmediata aparición de otro panchito de seguridad que se supone que arregló la caja fuerte. Decimos que lo suponemos, porque decidimos no volver a utilizarla. Inmediata llamada de recepción a ver si había llegado el técnico. En fin, ¡buen servicio!
            El domingo cogimos un bus y nos llevaron a la excursión de Tullum. Los restos arqueológicos impresionantes e interesantes. La charla del guía, premiosa a más no poder, con un calor y una humedad que castigaban duro.
            Acabado el rollo macabeo o mayabeo, nos bajamos a la playa, encontrando la Tieta un lugar muy apropiado para dejar los bártulos y darnos un chapuzón. Chapuzón que duro más o menos hora y tres cuartos, hasta la hora en que volvía el bus. No había quién saliera del agua ante el castigo de Lorenzo. El Tiet nunca ha estado tanto tiempo seguido en remojo.
            De vuelta al bus, la Tieta se merendó un coco preparado sobre la marcha por indígena local con precio yanqui. Debía estar muy bueno y refrescar bastante, puesto que no dejó una gota. Sequito lo dejó.
            A la vuelta al hotel seguimos en remojo hasta la hora de la comida, de la que no se da cuenta, por no repetir.
            Por la tarde más piscina y remojo que Loren apretaba.
            Cenita y al catre que al día siguiente volábamos de vuelta.
            Lunes, 19 de agosto, desayuno y vuelta a la chambre para hacer las maletas que dejamos en la puerta para que se las llevaran; dejamos la habitación para las doce –la cuenta se pagó el día anterior, apostilla para los mal pensados-, y nos aposentamos en la piscina hasta la hora del pienso
            Pienso y más piscina hasta la hora de salida en bus para el aeropuerto.
            El trayecto en bus se hizo bastante pesado, una hora y media.
            A la entrada de Playa del Carmen nos paró un control de la policía municipal mexicana; la Tieta se mosqueó y salió blandiendo el paraguas cortesía del Grupo Piñeiro que distraídamente se había venido con nosotros.
            El control nos dejó pasar ipso facto. A la salida de la ciudad había otro control de la misma pasma que pasamos sin detenernos. Habían sido convenientemente avisados y el retén esperaba formado, en posición de firmes y primer tiempo de saludo, mientras un mariachi atacaba un corrido y la Tieta saludaba, toda digna ella, con  su paraguas del Grupo Piñeiro desde la trasera del bus.
            Al Tiet se le saltaban las lágrimas de emoción.
            Desembarco en el aeropuerto de Cancún y espera para la facturación. Sólo estaban operativos cuatro puestos de Air Europa para todo un avión de más de 400 plazas y los autobuses vomitaban personal en cantidad, formándose una cola considerable.
            Tardamos un huevo y la yema del otro en facturar –no comprendo esas familias de dos personas que acarrean cuatro maletones, colapsando el embarque.
            Suerte que el Tiet, después de mucho bregar con su teléfono móvil y el Internet del hotel, el día anterior había conseguido reservar los asientos, que si no!!
            Acabamos de facturar justo cuando era la hora del embarque así que nos dirigimos a la puerta un poco apurados. Allí vimos una cola de pelotas y tuvimos la seguridad de que aquello iba para largo, así que nos dedicamos a cotillear las tiendas de la terminal y cumplimentar algún encargo fastidioso y poco agradecido
            El viaje de noche aburrido; la comida peor que a la ida y más escasa; la tripulación más borde; menos mal que la gente se dedicó a dormir o intentarlo y no a montar jarana.
            Llegada en hora, incluso adelanto, en Madrid – Barajas. Los consabidos veinte minutos de rodadura por el aeropuerto hasta llegar al finger.
            Parada del aparato y todo el mundo preparado para saltar fuera del bicho. El Tiet descubre, mirando por la ventanilla, dos picoletos esperando a la sombra.
            Pasa el tiempo y se ordena al pasaje que vuelva a sentarse: nuestro piloto ha detenido el aparato de forma tal y que hay que moverlo con carrito o tractor porque el finger no encaja y no se puede abrir la puerta.
            Por fin, desplazada la aeronave, encajado el finger, abierta la puerta, salimos en estampida hacia el control de pasaportes y recogida de equipajes.
            Para variar, las maletas tardaron cuarenta minutos y venían por entregas como las telenovelas.
            Una vez en casa, pensamos recomendar encarecidamente la Rivera Maya a todos nuestros enemigos en la plena seguridad de que disfrutarán como nosotros.
            Al resto y, en especial a los íntimos, se les escribe este relato para que vayan avisados.
Madrid, sin fecha.