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martes, 4 de julio de 2017

DIVERSIDAD I. Como saquemos fuerzas del calor habrá II e incluso III.


Estuvo don Manolito detenido tres días por pasearse por todo el pueblo gritando ¡Viva las tontas! Por su estado mental, y pese a la denuncia presentada por la policía de la diversidad, se libró de ser acusado por un delito de odio. Las señoras del pueblo estuvieron unos días de mal humor, no tanto por la extravagancia de don Manolito, que les traía sin cuidado, sino por la reacción de las autoridades, tan visceral y solícita. Ninguna de ellas se sentía ofendida por los gritos de don Manolito, pero los funcionarios de la policía y de los juzgados, como haciendo méritos, estuvieron obsequiosos y atentos con todas las mujeres del pueblo como diciendo, no permitiremos que se burlen de vosotras, no dejaremos que os odien. En cuanto a las autoridades, lo peor fue la reacción de las señoras elegidas por sufragio universal. Se lanzaron a hablar de misoginia y discriminación, reprocharon a don Manolito sus burlas a la Mujer, con mayúscula. A la más vehemente de todas ellas, Toñi la Roja, le soltaron un ¡viva la señora concejala! que sentó fatal, por si iba con segundas. Al del grito, la policía de la diversidad no consiguió identificarlo. Pero se llevó un bofetón que, por si las moscas, le arreó con terrible violencia doña Tomasa. Esto puso fin al incidente. Don Manolito volvió a su ser con una inyección y unos días de reposo en la Fundación Tato.

 
- Hombre, como dicen en mi pueblo, le ha quedado muy curioso, muy fino, provocador y sinuoso. ¡Pero no hay parecido con la realidad, tiene usted una imaginación!
- No se crea, no se crea.

lunes, 22 de mayo de 2017

Don Manolito y don Estrafalario: bullying vecinal. Es decir, acoso y derribo de vecino redicho.

- Hoy en día escribe cualquiera
- ¡Incluso usted!
- ¡Oiga que yo hago lo que me da la gana! ¡Hasta escribir!
- Hombre, tampoco se ponga así.
- No, si no me pongo.
- Con los medios que hay, que remedio.

Suena el timbre. Sin abrir contestan con un ojo inquieto puesto en la mirilla.

- ¿Quién es? ¿Qué quiere?
- Soy el vecino de abajo.
- ¿Otra vez? ¡Pues no le abro!
- ¡Les voy a denunciar, ya está bien de tirar cosas por la ventana!
- ¡Váyase a paseo! ¡Con mi ventaba hago lo que me da la gana!

Se oye un murmurar sordo y pasos que se alejan por la escalera.

- ¡Todo porque vacío la pipa por la ventana…!
- Y también tira por la ventana las flores secas, y las pochas, y la poda, que le he visto.
- Eso es ecológico, no molesta.
- ¿Y las brasas de la pipa? ¿Y las cerillas encendidas? Y el otro día un cabo de cigarro todavía caliente y lleno de babas negras. Y por lo visto, de la chaqueta blanca de la visita reboto a la taza de té de otro de los invitados, salpicando a los demás, encima.
- Veo que está usted en todo. Pues que barran, o haber puesto la terraza en otro sitio. ¡O que pongan un toldo!


Caía la noche, entraba por los ventanales abiertos una brisa casi detenida. Tómese la pastilla don Estra, que luego le sube la tensión. Tiene razón, la tomaré con un dedal de brandy, ¿me acompaña usted? No faltaba más, muy agradecido, y tengo aquí dos tabacos, ¿no me rechazará usted uno? ¡Don Manolito, como ya he dicho está usted en todo! Traiga para acá. En esa caja de marquetería fina tiene todo los utensilios: cortapuros, navaja capadora o micológica, cerillas, lanzallamas… ¡Lo que más le cuadre que en esto de chiscar el habano hay muchas manías! Cuando acabemos, ¡¡todo por la ventana!!

domingo, 1 de marzo de 2015

Relación entre generaciones. Don Manolito y don Estrafalario. Desvarío.

Don Manolito acaba de cerrar el portón de casa y se está quitando el fuerte abrigo de paño local. Mientras cuelga la bufanda y se atusa el bigote mirándose en el espejo del perchero, va soltando la retahíla, seguro de que don Estrafalario está al quite. Don estrafalario se ha quedado esta vez, por un catarro que le molesta.

-            Ya estoy aquí, ¿Qué tal ese catarro?
-            No sea fastidioso y cuénteme el paseo, ya estoy mejor.
-            Vengo del Casino, de oír la conferencia del Gran Bergamota que hoy ha estado menos plúmbeo que otros días, aunque éramos cuatro. Ha tocado un tema bonito, aunque a usted y a mí, que somos viejos desde hace cien años, nos queda un poco de lejos. Cosas de padres e hijos, como la novela de Turguenev. Le he traído un suelto que entregaban a la salida, vea, vea que texto tan apañado.

Tiende a don Estra un folio de buen papel, que don Estra lee en voz alta:

La relación entre generaciones es sin duda uno de esos temas eternos, que siempre causará asombro y sobre el nunca será posible intervenir con alguna eficacia, tan sólo observar. En el caso de la relación entre padres e hijos, el asombro crece con la propia experiencia y lo inexorable de las cosas se hace más patente aún. Los hijos crecen y escapan, queriendolo unas veces, sin quererlo otras, inexorablemente, del molde que para ellos sueñan los padres. Cuando lo sueñan, claro. Digo sueñan, porque es frecuente que lo que los padres proyecten para sus hijos no sea posible realizarlo, por un sinfín de razones. Por falta de medios cuando se ha soñado con una educación esmerada; por falta de dedicación cuando la generación mayor está entregada, voluntariamente o a la fuerza, a sus propios quehaceres; por falta de coincidencia en los propósitos; por la carga genética – terrible cuestión ésta que se abordará con la atención que merece otro día -, porque el molde proyectado sea irreal, absurdo o tiránico, etc. Pero sobre todo por la radical libertad e individualidad que son propias del ser humano. No hay dos seres humanos iguales. Quizá sean aquellos hijos que viven una situación intermedia entre una orientación impuesta y cierto crecer a su aire, los que más suerte tengan, a los que más posibilidades se les ofrezcan. Siempre que sepan o puedan aprovechar sus circunstancias. Recibirán una tradición, incluso si esta es impuesta por el tesón y la autoridad de la generación anterior, y si son capaces de aceptar aunque se una pequeña porción de esa tradición, quedarán impregnados de todo lo que eso supone: Conexión con el pasado, sensación de continuidad, la riqueza de disfrutar de lo atesorado por generaciones anteriores (salvo, lógicamente, en el caso de descendientes de rastacueros). También es necesario que la generación mayor sea depositaria de la Tradición y consciente de ello, ya que si la ha dejado perder o se avergüenza de ella como a menudo suceded, entonces no habrá nada que transmitir (habría que esperar entonces el milagro imrpobable de los abuelos o que la planta enraíce sola, del aire del tiempo, por intuición, genética, carácter y capacidad de observación). Decíamos que esos hijos recibirán esa herencia que se les entrega y, a la vez, disfrutarán de un ámbito propio en el que poder desenvolverse con libertad, dentro de un campo marcado, hasta dónde sea posible, por esa Tradición. Tradición que a menudo les zarandeará con brusquedad para despertarles de la somnolencia que impone el presente, ese andar al son que tocan los tiempos, sin consciencia de pasado ni de nada que no sea la constante tiranía de lo inmediato. Y es que el impacto que reciben los hijos de los tiempos en los que les ha tocado vivir es fortísimo. Sólo en casos excepcionales tiene el individuo consciencia de sí mismo y de su tiempo y es capaz de observarlo y de observarse. Pero la tendencia gregaria, ovejuna, pedestre y primaria, es casi siempre irresistible. Y así se asombran los padres de verles desear y encarnar cosas que por completo les son a ellos ajenas, de verles hablar de maneras para ellos desconocidas, de verles pensar y creer manejando conceptos impensados, a veces radicalmente contrarios a lo esperado, de verles en definitiva crecer haciéndose personas, construyendo esa autonomía, esa personalidad que es única y distinta. Y los padres que, como Pigmalión, quizá inconscientemente, quizá sin querer, habían proyectado una imagen, ven como al crecer la obra que resulta es otra y sólo en parte son ellos los autores. Y es entonces el momento de ir aceptando, como viene, sin renunciar nunca a transmitir ni a corregir ni a discrepar, pero tampoco a asentir, reforzar y respetar, a esa persona entera y distinta, que va creciendo a su manera.

-           Apañado y sentido, ¿no le parece?
-           El padre democrático es un gilipollas.
-           Pero hombre don Estrafalario, a mí me parecen unas palabras muy sentidas, como le digo.

Mucho hace que no se aludía a las pavorosas aventuras intelectuales de don Manolito y don Estrafalario, por lo que convendrá volver a ellos un momento para dar nueva cuenta, aunque sea brevemente, de sus desvaríos y aterradores diálogos. Como siempre que volvemos sobre estos personajes, que hemos pedido prestados al gran don Ramón Mari, debemos advertir a los lectores más sensibles de la crudeza, tosquedad y rudeza de todo lo que les rodea, que puede ser ofensivo para la mente pusilánime y relamida. Por último, cuando decimos que sus aventuras son intelectuales, lo decimo sin segundas, pues creemos que no vuelan a menor altura que la mayoría de los que han sido calificados como tales –intelectuales- desde que la historia alumbró la feroz y sanguinaria revolución francesa, madre monstruosa de marxismos y demonios totalitarios.

-            Que quiere don Manolito, a mí esto de los afectos, me revuelve. Ya conoce mi divisa, ¡Palo! Se les cría y, mientras, que obedezcan. Luego, se les pasa la cuenta y cada uno a su sitio.
-            ¡Pero qué cosas dice, don Estra, sosiéguese un poco! No puede ser que le hayamos curado del ataque de progresismo bienpensante para caer ahora en estas rigideces. Ya sabe que con mi tendencia a la reacción, tampoco me conviene a mí exaltarme ni escorarme a estribor.
-            Calle don Manolito, es usted un blando, un tibio. …. ¡Usted me ha jodido don Manolito!
-            ¿Pero qué dice hombre?
-            ¡Si por curarme de mi manía progresista! Ahora me aburro. Echo de menos la falacia lógica, el exabrupto, el rodillo buenista, la demagogia en grandes dosis…
-            Pues pinte monas oiga, pero a mí no me reproche nada, que estaba usted echado a perder insoportable.
-            ¡Entrégueme las llaves de su casa don Manolito!
-            De ninguna manera don Estra, ¿pero que se ha creído?
-            Lo sabía, usted se niega sistemáticamente al diálogo don Manolito, es un intolerante.
-            Voy a sacar la recortada.
-            Que no hombre, que estoy curado de verdad.
-            El mundo es un asco don Estra.
-            No empecemos don Manolito, a ver si ahora cae usted. Recuerde usted a Foxá agradecido a José Antonio por haberle librado de las tertulias derrotistas y sovietizantes. No sea derrotista.

Al terminar la frase anterior, verdadero paradigma de la sensatez, faro indicador del camino a seguir, don Estra, por el esfuerzo, sufre un espasmo. Se le cierra un párpado, guiña tres o cuatro veces y acaba por abrir los ojos desorbitadamente. La mirada que empezaba turbia se hace dura, granítica, decidida. Luego grita rabioso:

-            ¡Hay que acabar con el joputismo triunfante!

Don Manolito quiere volver a la senda que llamaremos de Foxá, y hacer una llamada a la cordura. Pero cordura no aparece. Se le cierran los puños, se le sube el cuello de la camisa, le zumban un poco los oídos, se le nublan los sentidos, se tambalea unos segundos. Es la crisis. Cuando se recupera, parece otro. Todos los diques de contención han cedido, el agua lo anega todo y además, hierve. Grita:

-            ¡A los garrotes! ¡Leña a la canalla!
-            Así me gusta, don Manolito, ¡sin tibiezas! ¡Hecho un energúmeno! ¡Radical!
-            Un matonismo blando y de baja estofa reina por doquier en nuestra sociedad electrónica. ¡Hoy no hay categoría ni para repartir leña!
-            ¡Estopa!
-            ¡Cuatro manos de palos!
-            ¡El galleo del bú parece un gesto de hace mil años!
-            ¡Pues se lo vio mi padre a Joselito en Madrid oiga!
-            Por eso, carcamal, por eso es algo prehistórico.
-            ¡Oiga sin faltar!
-            ¡Yo falto si quiero!

Elevan la voz, llegan al berrido. Se les oye desde la calle de la que sólo les separa la tapia del jardín. Algún paseante hace amago de detenerse al oír los gritos.

-            ¡Lo cotidiano es atroz!
-            ¡Claro que sí, leña don Manolito! Saque el trabuco que se ha quitado usted veinte años… ¡Tanta contención es mala!
-           ¡Inversión y falta de respeto!
-           ¡Folleteo y blandenguería, todo revuelto en infame potaje!
-           ¡Y verduras en juliana! ¡Cualquier cosa, todo vale!
-           ¡Hay que rechazar las mentalidades aderezadas con brindis de sobremesa y regüeldo frío!
-           ¡Y el potaje obtuso!
-           ¡Todo es un revoltijo, una olla podrida de infamia!
-           ¡Una sopa monstruosa, un potaje negro hecho de mezcolanza hedionda!

Al ver salir despedidos de su mesa en la terraza a los dos comensales  a los que acababa de servir el primero, Amador, dueño de Casa Amador, la casa de comidas postinera de Nava de Goliardos, salió del local a ver qué pasaba. Era la segunda mesa que salía corriendo sin tocar el primero, algo completamente anormal. Se acercó a la mesa, miró los platos todavía humeantes y con una de las cucharas, limpia pues no se había usado, probó lo que sin duda era una de las grandes especialidades de su casa, el potaje de garbanzo pedrosillano, con calabaza. Delicioso, como siempre. El garbanzo tierno, en su punto, el aroma denso, refinado y sabroso. No en vano era uno de los platos que le habían dado fama y que contribuía al constante goteo de excursiones que se acercaban a Nava a comer en su casa, dormir en la parte del palacio de Doroteo arreglada al efecto y participar en la pequeña vida cultural del lugar: las conferencias del Gran Bergamota y los conciertos organizados por la la Condesa y Tato, en asombrosa combinación. Todavía se preguntaba por lo que había podido pasar, cuando el griterío del otro lado de la tapia se le hizo de repente inteligible, aclarando lo sucedido:

-            Está usted en vena don Manolito, leña con el pisto mental, el potaje de escándalo y sinvergonzonería en el que vivimos, la sopa de baba!
-            Es peor don Estra, es peor, ¡no sólo potaje infame, potaje hediondo, potaje tuberculoso, peor ¡Potaje de moscas negras! ¡Potaje mental de diabólicos zumbidos!

Hacía un momento que Amador, maldiciendo a sus vecinos, había vuelto a entrar corriendo a su casa y quitándose el mandil, después de llamar al ayuntamiento había cogido la escopeta y aporreaba ahora con la culata la puerta de casa de don Estrafalario. ¡Estos tíos me arruinan! ¡Ni una más! ¡No les paso ni una más!

-            ¡Abrid cabrones que os voy a dar potaje de plomo!

Con los golpes en la puerta, don Manolito y don Estrafalario, intelectuales, callaron de repente. Algo les decía que nada bueno indicaban. Con cada golpe les llegaba como un recuerdo a batas blancas, enfermeras, calmantes y sanatorio de la sierra. Don Manolito se había hecho responsable la última vez y ahora él había caído, contagiado de los delirios de don Estrafalario. 

-            ¿Ha oído usted don Estra? Otra vez Amador perdiendo los papeles, la gente no tiene medida.
-            Ni modales, ni contención. Desde luego don Manolito, este hombre es un exaltado.

La llegada del munícipe local, y al rato del médico con los calmantes, evitó lo peor.

-          Don Manolito, habrá usted la puerta a la autoridad.
-          De ninguna manera, enseñe primero la patita.
-          Está conmigo don Ramón con las recetas.
-          Que no abro.
-          Usted verá, viene de camino un grupo de sexis preguntando por ustedes dispuestos a todo. Van con camisetas apretadas.
-          ¡Qué me dice!
-          Yo había pensado que si ustedes nos dejan entrar, al ver en casa a la autoridad pasarán de largo y se librarán ustedes de las vejaciones previsibles si se deja a la masa a su antojo.

Se oye un gran silencio y al rato se abre la puerta. Pase usted primero don Ramón. Pasa don Ramón con el maletín negro. Al rato llega la enfermera contratada para estos casos extremos y vuelve la paz. Don Manolito y don Estrafalario dormirán hasta mañana y luego podrán pasar meses hasta que se presente una nueva crisis. Antes de irse, don Ramón y Quintín el Municipal han requisado un par de libros que estaban a la vista: el Manifiesto del Partido Comunista, Teoría del Golpe de Estado, de Curzio Malaparte; y un tomo de Nietzsche. También se llevan un taco de revistas de las llamadas de sociedad o papel cuché. Según don Ramón el origen de la crisis sin duda estará ahí.

Enfrente, Amador, sentado en la terraza está chiscándose un habano en compañía de Bergamota el Grande y de Tato. Bergamota con un habano como el de Amador, descomunal, y Tato con una pipa de brezo de cazoleta gigantesca. Por si acaso, Amador, hasta fin de mes, ha retirado los potajes del menú. Si total, ya estamos en primavera.

jueves, 19 de septiembre de 2013

ADHESIONES AL MANIFIESTO DEL PALO

Recibo un mensaje urgente que por su indudable interés para la parroquia cepogordista transcribo literalmente:

Querido Sanglier, dilecto amigo:

Enterados de la proclama del Manifiesto del Palo firmado por nuestros entrañables camaradas Alcides, Tato, Doroteo y compañía, nos hemos visto en la obligación de convocar con carácter extraordinario y urgente a la asamblea plenaria de socios del Círculo de Estudios Heráldicos y Gastronómicos Marqués de Casa Pil-Pil.

Tras haber procedido a la lectura en voz alta del Manifiesto y su posterior debate, la asamblea ha decidido por unanimidad extender una papeleta de adhesión que será firmada por todos aquellos socios, familiares y amigos que así lo deseen.

Adjunto le envío una fotocopia del libro de firmas con la relación de adhesiones recogidas esta misma tarde:

- Leoncio Santa Coloma , Presbítero.
- Andrés de la Pomarada y Rodríguez de Villafranca.
- Jacinto Infante de Larra 
- Alfonso Rodríguez de Villafranca y Riofrío.
- José María Isidro de Mendicutía y Bebecolarrea
- Luis María Hugo de Mendicutía y Bebecolarrea
- Mateo María Ignacio de Mendicutía y Bebecolarrea
- Margarita María Bebecolarrea Vda de Mendicutía.
- Enriqueta Calzón y Pedernell
- María de los Dolores Valle y Barranca
- Remigio Calzón  de la Pomarada
- Gervasio Calzón de la Pomarada
- Celestino Fontecha, Agricultor
- Augusto Cepa, Manijero
- Sebastián Pellejo de Garnacha, Bodeguero
- Toñín Fudre, Encargado
- Aristóbulo Peñafría, Procurador de los Tribunales.
- Segismundo Enlosado, Abogado
- Sebastián Granito, Doctor en Derecho
- Tarsicio Moreno de Vera, Rentista.
- Indalecio Canastilla, Industrial del mimbre.
- Mateo Ventosilla, mozo de espadas.
- Jeremías Enclenque, aficionado 
- Purita Fontecha, soltera (lo pongo por si acaso, detrás dejo el móvil)
- Dimitros Canteloupis, profesor de lenguas muertas. Doy clases de griego clásico, acadio y arameo. Arreglo jardines y coloco cercas ganaderas, para referencias preguntar en la Cooperativa Santo Niño de la Roca o dejar recado en el Bar El Pringue dónde lavo platos de dos a seis.
-Eduardito Méndez, estudiante de bachillerato (me he apuntado el telefono de purita para mandarle cochinadas por sms)
- Gabino Morera, distribuidor de tejidos finos.
- Mimí Gutierrez-Saña , señora de Vaca de Parladé.

Sepa usted y esto lo escribo a título privado, que al salir de la asamblea hemos recibido diversas adhesiones orales si bien procedían de elementos conocidos por su filiación política próxima a lo que usted ha bautizado cómo la  Banda del Empastre y por tanto, me temo que no tendrán el valor de firmar la carta de adhesión

Se despide, con un viril y afectuoso abrazo, su amigo y corresponsal.

Andrés de la Pomarada y Rodriguez de Villafranca.

jueves, 12 de septiembre de 2013

EXORCISMO

Dos diálogos entre don Manolito y don Estrafalraio.

1. Exorcismo

En el primero, don Estra congestionado empieza a soltar exabruptos contra España, cada vez mayores. Son los habituales. Síntomas del virus que le habita, de la intoxicación que todavía muchos padecen en España, aunque las vacunas son cada vez más eficaces. Esta terrible enfermedad empezó a incubarse en el 98, pero se convirtió en pandemia realmente con la transición española a la democracia. Incubada sobre todo por la incuria intelectual de la izquierda española, hace presa con pasmosa facilidad sobre el resto de la sociedad muy mal dotada de anticuerpos. Ataca a la capacidad de raciocinio, de comprender textos, de analizar resistiéndose a los tópicos, hace vulnerable en grado sumo a las leyendas, a las generalizaciones y sobre todo acaba incapacitando para la reflexión y el esfuerzo intelectual, pues los sustituye por dos o tres ideas fijas que el enfermo repite como un mantra, y alrededor de las que articula todo su discurso. Discurso que desde hace años es siempre el mismo, un falso diagnóstico para un imposible arbitrismo que requeriría modificar el pasado, y que conduce por tanto a la resignación, al derrotismo, a la frustración y al odio. Odio que puede llegar a ser verdaderamente irracional. En las fases de mayor agudeza, sin reconocerlo, el enfermo llega a disfrutar casi sexualmente con las calamidades que puedan azotar a España pues se interpretan como una confirmación de la enfermiza tesis.

Don Estrafalario fue picado en tiempos por la mosca progre. Don Manolito no se sorprende de lo que ocurre. Alcides Bergamota le tiene avisado. Habla de recaída y reprocha a don Estrafalario que se haya saltado el régimen y haya vuelto a las andadas. Ante un exabrupto mayor le interroga, seguro de que hay gato encerrado, agente externo: Stalin, no el padrecito, sino una conocida de apodo Stalin. Al verse descubierto, el ataque de don Estra sube de tono.

En la biblioteca de la casa que comparten en verano los dos amigos. Fuman tomando café, tranquila sobremesa. Libro, periódicos, algo de charla.

-            Buen tabaco este ¿no le parece don Estrafalario?
-            Desde luego, extranjero seguro…
-            Hombre… ¿Qué frase es esa? Sí, resulta que es de marca inglesa. La pipa ya se sabe. Pero piense que el mejor tabaco del mundo, el tabaco cubano no deja de ser una obra de España, una más.
-            No empiece con sus trucos, España está acabada. Es más, ¡yo afirmo que en España no cabe un tonto más!

Al pronunciar la última frase don Estrafalario parecía que se ahogaba, como al borde del colapso por un ataque de rabia salvaje y repentina. Don Manolito no perdía la calma.

-            Vaya. ¿Qué le pasa a usted hoy? ¿Ya empezamos otra vez? - preguntó don Manolito con voz tranquila.
-            Empiezo lo que me da la gana, sólo faltaba que entre tanto tonto no pudiera uno desahogarse... Sólo ha valido la segunda república, esos cuatro años dorados donde todo cupo…
-            Claro, claro, en el 31 nacieron Ortega, Marañón y Pérez de Ayala, crecieron deprisita y todo lo hicieron en esos cuatro años, del pañal al pantalón corto, del pantalón largo a la tesis doctoral… En fin. Por lo menos dice usted todavía España…
-            ¡En este país todo vale, todo es igual, yo lo llamo o no lo llamo!
-            Pero hombre don Estrafalario que se va a ahogar usted… Un poco de calma.
-            ¡Cómo quiere que me calme! No hay más que ruina, pelotas, enchufados y arribistas, en este país no se valora el talento, no triunfan más que los tramposos…
-            Ya está bien hombre – dijo don Manolito incorporándose un poco y empezando a preocuparse.

Podía tratarse de una recaída. Don Estra proseguía excitadísimo:

-            No tenemos más tradición que la barbarie, la incultura, la envidia y el cainismo, este país es una ruina; ruinas y polvo acumulados por una sucesión de fracasos sin fin…
-            Don Estrafalario, que se me están hinchando las narices. No voy a entrar a discutir. ¡Se ha saltado usted las prescripciones médicas, el régimen, la dieta! Así no hay forma.

Don Estrafalario hace un gesto rápido para esconder algo, un periódico que enrollado tenía sobre la mesa auxiliar a la izquierda de su butaca.

-          ¿Pero vamos a ver, que esconde usted? A ver a ver. ¿¡El País!? ¡Pero si lo tiene usted rigurosamente prohibido hasta que le den el alta!
-          El País es el único foco de cultura que hay en Esp… en este país, un polo de progreso y modernidad.
-          ¿Cómo? ¿Progreso, modernidad? ¿Quién le ha conseguido el periódico, a quien ha estado viendo?
-          ¡A nadie! En este país no hay cultura, en este país no hay belleza, ni letras, ni jardines, ni árboles, ¡¡PÁRAMO, PÁRAMO!! ¡Si no hubiera echado a los judíos! Lo único bueno en este país son los judíos, después nada… agh

Girándose hacia atrás, don Manolito habla por encima del respaldo de su butaca, hacia la cocina:

-            Antonia, esté al tanto que algo pasa, una recaída gorda, no se vaya hasta que yo avise.

Mientras tanto, don Estrafalario sigue accionando enrojecido, las palabras cada vez salen más confusas:

-            Ruina y páramo, la culpa la envidia, no se ha reconocido a los grandes hombres, en este país, ya lo decía Costa, biblioteca y despensa, en este país no se lee…Aggghhhglglgl!

Antes de acudir a remedios mayores y para determinar la intensidad de la intoxicación don Manolito acude a los ejercicios conductistas prescritos como parte de la rehabilitación. Levantando la voz se tira al ruedo:

-            ¡¡Calle y conteste!! Conteste don Estra, conteste, ¿Cuál es el mejor retrato de la historia de la pintura?
-            No, no aghh
-            Si, si, conteste, repita conmigo: el de Jovellanos que pintó Goya, repita!!
-            -No, si… -espumarajos -… si el de Jovellanos que pintó Goya…agghh!- varios espasmos sacuden a don Estrafalario, se le contrae la mandíbula, la piel se le pone verde y tirante.

Don Manolito cree poder atajar la crisis.

-            Y ahora, póngase firme, flexione, un, don, un dos, y repita conmigo mientras hace el ejercicio, “Jovellanos no traicionó, Jovellanos no renegó, Jovellanos no leía El País”, un, dos, un dos.
-            Si, si, Jovellanos no traicionó, Jovellanos no renegó…agghgh- nuevo espasmo sacude a don estrafalario que pone los ojos en blanco- ¡¡No, no, este país es una país de pancistas, de gañanes, no hemos aportado al mundo más que inquisición y exterminio de indios!!!

Don Manolito tiene que hacer un esfuerzo para serenarse y obligar a don Estrafalario a permanecer sentado. La cosa parece más seria que un simple ataque, estamos a punto de asistir a una verdadera recaída.

-            ¡¡Confiese Estrafalario, confiese!! ¿¿A quien ha visto usted, con quien ha estado, quien le ha suministrado la droga: ese periódico?? – don Manolito calla un momento, se le encienden los ojos- ¡Ya lo sé! ¡Con esa lagarta que le acecha, con esa predicadora del progresismo y el odio a España, con esa envenenadora! ¿Verdad?

La súbita calma de don Estrafalario y la sonrisa que se le pone en la cara le acaban de delatar. Se trata efectivamente de Stalin, no del padrecito, sino de Paqui la Roja, apodada Stalin, devoradora de titulares de El País, gran demagoga, especializada en la falacia lógica y en adoctrinar captando a sus víctimas por medio de su atractivo sexual. Don Manolito la identifica como la progre que ataca llevando los pitones sin correaje.

-            No me diga más, así que ha estado aquí Stalin otra vez, Paqui la Roja que lo torea a usted como a un borrico en celo, con sus artes de lujuriosa burguesa emputecida, esa hija de familia descarriada vendedora de la gran empanadilla ideológica, restos de nihilismo, islam, buenismo, destrucción, totalitarismo y folleteo, todo envuelto en ropajes de modernidad y avanzadilla...
-            ¡¡No hay más que fachas, señoritos y enchufados en este país de mierda!! ¡Y todos reprimidos! ¡¡Si reprimidos, castrados por la Iglesia y los curas que le voy a decir yo lo que son los curas en realidad…- por encima de la voz de don Estra suena la de don Manolito, ya alarmado:
-            Antonia, traiga corriendo las pastillas para el esperpento, que don Estra está en pleno ataque, las del bote grande de color Rojo.
-            ¡Fascista! ¡¡España no existe!! Es la opresora de sus regiones, España debe indemnizar a todas sus regiones por años de tiranía, por haber impuesto el español a sangre y fuego, por no tolerar la diferencia, por carecer de las perfecciones evidentes de nuestros vecinos, merece fracasar, quiero su fracaso, y así tendré razón, ¡¡aggghghghghghg!!
-            ¡¡Antonia rápido el mazo!!

En los estertores finales del ataque, don Estra traga a la fuerza las pastillas para el esperpento, bote rojo, antes de caer redondo, anestesiado por don Manolito que maneja el mazo con maestría, precisión y hasta dónde es posible, delicadeza.

Mientras don Estrafalario duerme ya tranquilo, don Manolito prosigue su lectura sin más. A ver si mañana madruga para ver aquella exposición, si no, no hay forma.