miércoles, 27 de noviembre de 2013

EL FUMADERO

Se sientan a comer:

- Tráigame por favor una horrible ensalada – exclama Alcides.
- ¿Perdone? - dice el maître pinzando la nariz.
- Apunte hombre y así no se le olvidan las cosas.
- No le haga caso que está cansado – tercia Doroteo.
¡Pero es que esto es un restaurante de postín y no hay nada horrible, señores! Por favor, yo les rogaría…
- Una ensalada siempre es horrible. De segundo tomaré un filete infame.
- ¡¡Por favor!! - susurra enrojeciendo el encargado - pueden oírle los demás clientes y aquí no  hay nada de eso que usted pide.
-  Oiga mozo – tercia Doroteo nuevamente – el menú de seis euros y ya está, lo que sea, estamos en otras cosas.
- ¡¡Aghh!! ¡Como que menú de seis euros! A la carta señores es a la carta y no hay ningún plato por esa cantidad… Señores creo que esto es un error, debo pedirles que abandonen…
-  No se ponga así, hombre que estamos con temas importantes, traiga lo que quiera, una hamburguesa y vino con casera…
- ¿Pero el dueño de este antro no es Fidelio Lentini Spotti? – pregunta Alcides extrañado ante las zalemas del maître.
¡¡Debo rogarles!! Dejen por favor la mesa, la policía, abandonen en local…

Cuando la crisis era inminente, pues Doroteo se aprestaba a abofetear al cursi, en un alarde de caciquismo monstruoso y abuso de autoridad natural, apareció el amigo Pulardo.

- ¡Amigo Pulardo!
- ¡Señores que alegría! Me ha dicho Tato que estaban ustedes por aquí. Me ha costado creerlo pero veo que es verdad. Me siento en su lugar. No puede venir porque están en clase de gimnasia. Todo corre de mi cuenta.

El amigo Pulardo ordenó una magnífica y equilibrada comida que se trajo de Casa Amador, previo soborno al maître de la nariz pinzada. Comida regada con buenos caldos. Y a los postres, previa contraseña y susurros con el cursi – nuevamente untado con cuatro perras - pasó con ellos a la salita del fondo. Era un reservado, un fumadero dónde se chiscaron un habano medio, untuoso, estupendo, en compañía de otros veinte fumadores –pipas, habanos, un coleccionista de Condal, la extinta marca de tabaco canario- , pues la salita era más bien tirando a grande y bien ventilada. Con colchonetas en el suelo y un par de chinas solícitas hubiera sido un perfecto fumadero de opio.

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