miércoles, 3 de julio de 2013

ARISTÓBULO, LETRADO ABSTEMIO, DESCUBRE LA MIRINDA

Luego dicen que se abusa del alcohol, pero es que los hay que van provocando, a quien se le ocurre llamarse Aristóbulo y pretender pasar por abstemio en medio de la polvorienta meseta manchega, tierra de vinazos y atardeceres cárdenos.

Tenía que pasar, estaba escrito en el libro del destino, uno llega a un bar de pueblo, el UNICO BAR del pueblo un mediodía de principios de verano y haciendo caso omiso de la mirada astuta de la parroquia vinícola se sienta en una "sillita de apnea" como decía la Cuqi en sus efluvios etílicopoéticos y pide una Mirinda. Comienza el choteo. Mire usté que Mirinda no nos queda. Pues vaya con el señorito de la Mirinda dice una voz gangosa desde una esquina.¿Pero ese no era el nombre de la portuguesa que trabaja en casa de la Cuqui..? suena otra voz ronca y aguardentosa y así hasta el agotamiento neuronal del visitante, que pasa por abstemio, y rehace la orden pidiendo un Bitter Kas...error aún peor. Aquí el único bitter que tenemos es el Cinzano y el que hace Paco El Patás con vino de bodega y hierbas frescas del huerto de su puta m...le dice un colérico y malencarado gerente de bodega cooperativa que agita sus patillas cortas encaramado en un taburete junto a la barra.

Aristóbulo, honrado funcionario de la firma legal Sietefincas, Brown, Meyersson & Gondolfino que ha acudido al pueblo de marras para hacerse cargo de una herencia peliaguda de un cliente de postín y aparentes posibles trincados todos ellos gracias a su oficio político frunce el ceño y se hace el longis...tercer error y en menos de cinco minutos.
La parroquia se anima, ha llegado a sus manos una perita en dulce, un pichón peladito y listo para el asador, una perdiz de   Santa Cruz de Mudela en conserva...un regalo de la Fortuna..
Un habitual de patillón y barriga bandoneón se sienta frente al abstemio sosteniendo un palillo entre los dientes y agarrando el chato de cencibel-tempranillo-tinta fina-ojo de liebre como si fuera el único clavo ardiendo disponible en la patria entera. Oiga ustez y si no bebe pa-que-si-puede-saberse a venio-ustez-a esta noble villa de Pámpano del Jucar.

Aristóbulo nada acostumbrado al cara a cara rural escruta la mirada del parroquiano con cara de no entender nada, que es la cara que se le pone a uno cuando no entiende nada de verdad.
Pues mire, acierta a decir, yo la verdad es que soy muy serio..y aquí el pobre Aristóbulo yerra por cuarta vez en siete minutos.
Joder con el señorito si es como Mariano pero sin barba...que dice que es muy serio...suelta el gerente...como si nos importara un huevo si es un golfo, aquí lo que importa es lo que se bebe, el bebercio define al hombre, el nene no bebe vino luego el nene es nene y no hombre.
Hombre, mire usted..arranca de nuevo Aristóbulo en un remedo de protesta.
Que no coñe, que no, dice la voz aguardentosa de la esquina, que aquí o vino o coñaz o anís o ná de ná..que le tenemos prohibida a la Cuqui hasta la cerveza, invento uropeo que hincha la panza y reblandece el seso. Risas de la parroquia, algún eructo aislado, quizá hasta un rumor de cuesco escondido entre el bramido de la tropa.
Por primera vez (tengan en cuenta que el tipo sabe leyes y lamer culos pero no es muy listo) Aristóbulo comienza a percatarse de que ha cometido un error fatal, o más bien tres errores fatales; primero tener sed y entrar en el bar, segundo pedir una bebida analcohólica y tercero tratar de hacerse comprender por ese atajo de sujetos bebidos, desaliñados y poco empáticos.

Mira majo le dice la voz aguardentosa, esto sólo lo arreglas pagándote una ronda y tomando un vino, como los hombres. Aristóbulo ve peligrar su abstinencia y trata de emitir una negativa mientras se pone en pie. Quinto y último error. En cosa de segundos Aristóbulo siente cómo dos garfios de acero lo sujetan por los pies al tiempo que una mano rápida le quita la chaqueta y otra se hace con su portafolios cargado de informaciones confidenciales que los protocolos internos de Sietefincas, Brown, Meyersson & Gondolfino le obligan a proteger con su vida si fuera necesario.

El propietario de la barriga bandoneón aplica un embudo metálico a la cuidada boca de Aristóbulo que trata de resistirse sin éxito. La garrafa de garnacha tintorera vuela de mano en mano hasta que el rojizo líquido comienza a verterse por la boca de la pipa camino del gaznate del abstemio, pasan los segundos, la deglución continúa a medida que los ojos se abren tratando de abandonar el cráneo y la nuez se mueve al ritmo de jota navarra.

Aristóbulo ya no es abstemio, Aristóbulo ha sido trastocado en pellejo cervantino, en pipa sudada y boqueante que exuda vinazas y sonríe entontecido por el alcohol y los taninos. Sentado sobre un mojón al borde de la carretera comarcal lo encuentra la patrulla de la Guardia Civil incapaz de dar cuenta de quién es ni de dónde viene ni porqué su ropa está bañada en vino y su corbata substituye al caro cinturón de marca que vestía horas antes.

En la sede central de Sietefincas, Brown, Meyersson & Gondolfino la llamada de la Comandancia de la Gurdia Civil es recibida con la misma alegría que un exocet argentino en el puesto de mando de un crucero inglés. Aristóbulo, el entregado aspirante a socio, el fingido  abstemio ha resultado ser en realidad un depravado que aprovecha las dietas para engancharse terribles curdas y pasar las tardes en sucios puticlús de carretera, a juzgar por la foto-tarjeta de Cuqui que los civiles han encontrado en el bolsillo de su chaqueta. Por si fuera poco, Aristóbulo, el impecable alumno de ICADE con varios masteres y abundosas recomendaciones y conexiones sociales, ha perdido los delicados documentos que no dejan lugar a dudas de los trapicheos legales del cliente político de tronío. El daño potencial es tremendo. Aristóbulo debe ser expulsado tras la correspondiente sesión de amenazas y firma de acuerdos de confidencialidad y exclusividad. Mientras su destino queda trazado, Aristóbulo permanece sentado en una sillita metálica en medio de una espartana sala de espera de la Comandancia, su mirada fija en la ventana, sobre el alfeizar dos gorriones pugnan por una miga de pan, en su memoria aún resuena una voz aguardentosa que rié y gruñe al tiempo que no es capaz de librarse del aroma dulzón del perfume de Cuqui que le ha hecho descubrir a la verdadera Mirinda, la portuguesa.

Sanglier.


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