martes, 22 de enero de 2013

GUTIERREZ SOLANA y LINCOLN


Si señores, esto es lo que vimos, cuando nos faltaba poco para rematar el libro de Pepe Gutiérrez Solana, tan único y tan fuera de serie. Es que muy a menudo las líneas convergen. Una vez estaba un servidor contemplando un enorme melón que de inmediato me recordó la fisionomía tosca y mendruga de un amigo, cuando de repente, allí estaba él, saludando con oscilante parsimonia, sandio, melonero, una gran col. ¡¡Pero Solana en la tienda de las chuches ya es mucho trenzarse las cosas!! Así es la vida señores (y señoras, no griten…). Ha nevado y Madrid se ha colapsado y estamos encantados. Es normal, porque aquí nieva una vez al año y esto es como un espectáculo gratis, un acontecimiento esperado, deseado, vivido con emoción infantil, y más de uno se la pega, o embiste al de delante por mirar embebido al agua cristalizada caer lenta y silenciosa, sin pagar entrada, sin imposición fiscal, blanca e inmaculada, sin corrupción, sin gentuza.
Fuimos ayer a ver la película Lincoln, una buena película, que no parece casi de Spielberg, de otro ritmo, otra textura. Una película norteamericana, para norteamericanos, sobre los Estados Unidos y sobre la historia de los Estados Unidos y de su política. Pero ya se sabe, la fuerza del imperio sigue siendo mucha. Y también se sabe que en tiempos pasados dijo un español, en el prólogo a la primera gramática de una lengua romance, que siempre la lengua fue compañera del imperio... Hoy actualizaríamos la frase sustituyendo lengua por cine. La película es sugestiva para el que se interese por la historia que cuenta. Se atreve con cosas inesperadas, como a abordar el motivo más profundo que subyace en el origen de la guerra de secesión, escondido por debajo de la gran cerilla que hizo prender la llama. Por debajo del gran y terrible tema de la esclavitud, la existencia o no del derecho de los estados que formaban la Unión a separarse de ella y el deseo de Lincoln de preservarla a toda costa, con todos los matices legales, jurídicos, constitucionales implicados. Y además, una reflexión sobre el poder, sobre la vivencia familiar del poder, sobre los hijos, sobre el deber. En fin, que merece la pena pero, insistimos, tiene que sentirse cierto interés por el trasfondo histórico. Al encenderse la luces de la sala, un poco abrumados por la talla del personaje (al menos en la versión que de él se da, que tampoco ahorra ciertas sombras que sólo captará el espectador un poco atento a la cuestión jurídica) se nos ocurre la comparación malévola evidente, pues los dos comparten barba:

¡¡A nuestra izquierda…..!! ¡Abraham. Lincoln! Nos dirige unas palabras:

Hace ocho décadas y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas las personas son creadas iguales.

Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil que pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada, puede perdurar en el tiempo. Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a consagrar una porción de ese campo como último lugar de descanso para aquellos que dieron aquí sus vidas para que esta nación pudiera vivir. Es absolutamente correcto y apropiado que hagamos tal cosa.
Pero, en un sentido más amplio, nosotros no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres, vivos y muertos, que lucharon aquí, ya lo han consagrado, muy por encima de nuestro pobre poder de añadir o restarle mérito. El mundo apenas advertirá y no recordará por mucho tiempo lo que aquí decimos, pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron aquí. Es para nosotros los vivos, más bien, quienes debemos dedicarnos a la tarea inconclusa por la cual ellos lucharon e hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Es más bien para nosotros que estamos aquí, dedicados a la gran tarea que aún nos resta: de que estos muertos a los que honramos, tomemos mayor devoción a la causa por la que ellos dieron hasta la última medida plena de celo. Que resolvamos aquí firmemente que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra.

[Es el discurso de Gettysburg, los subrayados son del cepogordista, que al leerlo ha recordado, por ejemplo, a las víctimas de los asesinatos del 11 de marzo en Madrid, y a las víctimas del terrorismo, por ejemplo, y a más compatriotas]

¡¡A nuestra derecha….!! ¡Mariano Rajoy! También nos dirige unas palabras (a la fuerza, le hemos obligado porque no quería):

-          Gracias, gracias. Ahora no toca. Lo importante es la economía, la economía, el consenso y el diálogo. Esto yo, hay que ser serios, esto es, seamos serios. Es la economía. Y también las auditorías. Lo demás nada, no toca. Gracias, gracias. [el micrófono se queda abierto y se oye: oye Luisss y Soraya, al final nos quedamos con las Cajas, que hay mucho amigo político que colocar. Si se vuelven a hundir ya veremos, que ahora no… bueno pues eso.]

Hay que pedir a todos nuestros amigos pueblerinos que rescaten de entre los útiles de casa abandonados en el desván el capador de puercos que hay mucha faena pendiente.

Por cierto y para acabar, protagonista de la película es el congresista Thadeus Stevens. Pues asombra leer al recorrer brevemente un resumen de la biografía de Thadeus Stevens que ya en el principio de su actividad política en el congreso de los Estados Unidos introdujo legislación para poner un límite al endeudamiento de los estados. Y por aquí, estos pájaros, precisamente quieren lo contrario porque es la forma de poder seguir robando con el descaro con que lo hacen, a fuerza de no creer en nada, ni tener una sola idea. En fin, y aquí lo dejamos. A ver si aparece pronto un Thadeus Stevens celtibérico.

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