miércoles, 3 de octubre de 2012

VIDA Y ANDANZAS DE AURELITO ARTIGAS. PRIMERA. PARTE. EL ARTE DE ODIAR.

                                                                      UNO

Fue el placer más grande que hasta entonces había sentido. 


El cuerpo del anciano político yacía deshecho sobre la tupida alfombra de nudo al pie del inmenso escritorio. Aurelio María Antonio de la Consolación Artigas más conocido por sus camaradas cómo "Vladimir" sonreía mientras contemplaba el rostro tumefacto del odiado y corrupto senador.

Todo comenzó años atrás cuando Aurelito no era sino el hijo único del rico y exitoso letrado Aurelio Artigas, el hombre fuerte del partido en la ciudad. 

Aurelito recordaba con repulsión las visitas del senador acompañado de su casi adolescente esposa que lo seguía caminando a unos pasos de distancia dejando que la concurrencia repasara minuciosamente el espectáculo de su cuerpo curvoso que manejaba con una elegancia difícil de compatibilizar con la arquitectura que se adivinaba firme y plena sin incurrir en la ordinariez.


Durante aquellas visitas Aurelito tenía que salir a cumplir con el rito de ser presentado y hacer el mono pero sin resultar demasiado repelente y el ya entonces viejo y baboso senador lo obsequiaba con algún dulce, con una carantoña. Con el paso del tiempo Aurelito se juró a si mismo que no dejaría el mundo sin cumplir con dos misiones; liquidar al asqueroso senador, ante el cual su padre se comportaba tan sumisamente y templarse a la esposa trofeo que paseaba por los salones de la ciudad y que respondía al bello nombre de Mariana Pinedo.

Aurelito aprendió las verdades del marxismo de un vasco exiliado que malvivía dando clases de piano y francés a lo más granado de la  infancia de la ciudad. 


Aurelito abandonó pronto el método Schmoll que su maestro había traído consigo en una edición de la afamada casa Erviti de San Sebastián y su interés se centro en la modesta pero bien seleccionada biblioteca que le condujo por los vericuetos del materialismo dialéctico, la lucha de clases y la revolución de los pueblos indígenas oprimidos.


Aurelito comenzó a amar el odio. El odio al senador, el odio al obispo que visitaba la casa de su abuela, el odio al general en jefe de la guarnición y a sus antipáticas hijas que no se dejaban meter mano bajo el flamboyán que presidía el patio de su casa, el odio al profesor de equitación que lo maltrataba con su bigotito fascista (su maestro le había explicado que todos los que gastaban bigote a cepillo tenían un alma fascista), el odio al dueño de la azucarera y a su manía de arrojar el cabo del cigarro al pilón de la fuente dónde nadaban los peces rojos.


Aquella mañana de marzo tras abandonar el estudio del senador se adentró por el largo pasillo enlosado hasta las dependencias privadas que daban al patio cuajado de plantas, envuelto en el rumor de la fuente y el canto de los pájaros.


Mariana estaba frente al tocador envuelta en una ligera bata de seda roja bordada con dragones y peonías peinándose la cabellera negra. No pronunciaron palabra. Todo sucedió como si lo hubieran ensayado durante años. Mariana se entregó con la pasión de una amante enamorada y Aurelito pudo, al fin, dar rienda suelta a diez años de deseo.


Al salir de la casa comenzó a llover. Los altos muros de la finca se difuminaban bajo un manto de agua que caía con violencia formando torrenteras entre los cantos rodados que arrastraban la hojarasca. Aurelito se detuvo un instante con la ropa empapada, la camisa pegándose al pecho fuerte de un cuerpo ahíto. Las inmundicias arrastradas se le antojaban una suerte de premonición, la convicción de que aquel día ponía fin a su vida anterior y que liberado de la tiranía de su pasado podía al fin ser el hombre que había decidido ser, tomaba conciencia de que Vladimir tomaba el control de su vida al tiempo que desaparecía el insepulto caparazón que hasta entonces conocía como Aurelio María Antonio de la Consolación Artigas. 


Continuará....


Sanglier.

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