Larga lectura ayer con
un inmenso habano sabrosísimo que cumplió a la perfección su papel de
silencioso compañero de lecturas.
Madrid en invierno con el aire purificado, limpio, con las transparencias de la luz llevadas a su máxima expresión por unos días de lluvia previa, es hoy la ciudad de las mil perspectivas. Cruzando Fuencarral para llegar a Alonso Martinez vemos la calle moverse infinita, como una inmensa pasarela aérea, como si fuera una brillante y límpida cinta de tela de raso. Baja primero, sube luego hasta las nubes. La perspectiva y las distancias modificas son el efecto de las torres y de las cúpulas de las iglesias. A lo lejos, bajo un cielo espléndido, los perfiles de la Gran Vía.
Los ojos del
archiduque Alberto, un poco globulosos, nos miraron melancólicos. Mucho más
firme en la expresión el rostro de su mujer, la infanta Isabel Clara, hija del
Rey prudente.
En Añe, breve charla con Teófilo G. A. Nos dice que en
el pueblo hay treinta personas. Todos jubilados menos uno que es agricultor.
Cuando era joven salían a trabajar al campo con mulas, machos y bueyes sesenta
o setenta personas. Ninguno de sus cuatro hijos vive en el pueblo.
La espléndida iglesia de Zamarramala, día de inmensas perspectivas, siempre con la montaña nevada al fondo, como si se desplazara con los caminantes. Siempre para admirar el espléndido paisaje nos volvemos y volvemos mientras avanzamos. Silencio, luz, brisa, alturas. En los cielos se desenvuelve en silencio la vida alada de buitres, milanos, águilas, cigüeñas, que planean en lo alto sin emitir sonidos que podamos oír.
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