lunes, 15 de diciembre de 2025

León. De los dietarios de A. Bergamota.

Es natural que se escriba cuando no se puede más o al menos para sobrellevar miserias y rutinas. Ya sabemos por Aristóteles, vía el Tolstoi de Ana Karenina, que “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”. Seguramente esto pueda aplicarse a los individuos. Y con esto no quiero decir que uno se sienta retratado o identificado, pero oiga, algo hay, que la vida pesa y va cobrándose facturas. De ahí, volviendo al principio, que sea mucho más fácil crear obras de ficción en la que ocurran desgracias, aunque sea como mero desahogo de quien las escribe, recrea, elabora o inventa. Únicamente las personas excepcionales, los muy grandes artistas son capaces de plasmar, recrear y narrar, la alegría y la felicidad, de las personas, del mundo, del paisaje, de la Creación. Si, con mayúscula. Y sin duda Tolstoi, pese a su pesimismo y tantas negruras, es uno de ellos. Lo son también, así a vuelapluma, el Gabriel Miró de Nuestro padre San Daniel y El obispo Leproso; el Balzac de alguno de sus cuentos largos; el Iván Goncharov de Oblomov, por citar otro ruso; muchos momentos de nuestro Galdós y por supuesto muchos grandes poetas, músicos y pintores, en la medida en que belleza y felicidad pueden asociarse. Aquí queda estom que, por otra parte, no tiene mayor importancia.



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