jueves, 11 de diciembre de 2025

EME. De los dietarios de A. Bergamota.

Va M. estricto por la calle, anda cuesta abajo. Ya es de noche y hace frío, así que avanza dando buenas zancadas, tanto para entrar en calor como para llegar pronto a casa. Ella viene en dirección contraria, por la misma acera, pero hacia arriba. Sus pasos son cortos, carece de silueta, es una masa de ropa oscura coronada por una melena de pelo rizado bastante hirsuto y desordenado. Avanza pesadamente y recuerda a un paquidermo capaz de arrollarlo todo a su paso si se enfureciera, pero pesado y pacífico si no se le molesta. Lleva la cerviz agachada fisgando el inevitable móvil. M., que va deprisa, empieza a calcular. En pocos pasos se cruzarán, pero los pasos inciertos y pesados del paquidermo no contribuyen a dibujar claramente dos calles, una hacia abajo y otra hacia arriba, una para cada uno, por las que seguir cada uno a su ritmo y cruzarse con seguridad. No se sabe con seguridad si la mole va por la izquierda o por la derecha. Pese a lo plúmbeo, su trayectoria es incierta y M. empieza a temer la colisión. Como M. es estricto se aferra a una vieja norma: debe cederle a ella el interior, galantemente, y tomar él la parte exterior de la acera. Maniobra para colocarse adecuadamente justo en el momento preciso en que se cruzan y entonces es embestido con inocencia y brutalidad. M. ha cometido el error de creer que la vieja norma está viva también para el paquidermo y es un código que comparte y aplica. M. se equivoca por completo, su falta de psicología es absoluta. No solo la bola de ropa no ha tomado el interior de la calle, sino que, sin levantar la mirada ha seguido recto hacia afuera para salirse de la acera y cruzar la calzada, casi sin mirar, y por donde le ha dado la gana. Como seguía mirando el móvil, el choque ha sido inevitable, brutal, potentísimo. M. ha sido proyectado hacia la carretera, con la suerte de que el 645 acababa de pasar. Si no le plancha, lo estampa, lo deshace, lo liquida. Se levanta rápido, empapado porque ha caído en un charco, frío y negro. Salta sobre la acera y al orientarse ve que la mole que ha cruzado le mira y gruñendo agita hacia el su grueso puño cerrado. 

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