miércoles, 14 de noviembre de 2012

Ocultos entre los brumosos brezales. Marguerite

Querido,

Por fin ha llegado la hora de tomar la pluma y enviarte estas líneas apresuradas que dan cuenta de mis últimas andanzas.

Me tienen prohibido revelar dónde me encuentro.

De momento sólo puedo decirte que la casa que habitamos perteneció a un pariente de la tía Beatrice que dedicó sus días al estudio de la antigüedad gala y a la composición de baladas para arpa de dos cuerdas

Desde mi ventana se divisa un mar de hojas cobrizas salpicado de bruma y a lo lejos escucho un tenue repique de campana que se confunde con el murmullo del agua y las esquilas de un gigantesco rebaño que se pierde entre los brezales.

El humor de la tía Beatrice ha mejorado considerablemente desde que dejamos Antibes.

Haciendo gala de una energía hasta ahora desconocida, la anciana señora corretea por entre los parterres dando la lata a una especie de espantapájaros forrado de tweed que ejerce de jardinero,  a mediodía visita el invernadero dónde crecen hortalizas de invierno y discute las ventajas de la col florida frente a la col de Danzing e incluso ha estado intercambiando chismes en una jerga desconocida con una anciana arrugada y primitiva que responde al nombre de Gwean y ejerce de ama de llaves.

Antes de la partida tuve una entrevista privada con Marguerite que me expuso con calma los planes de su tía y me reveló los suyos propios que como quizá pueda revelarte en una próxima carta coinciden plenamente con los míos y se me antojan el presagio de un futuro, aún si cabe, más amable.

Mi rutina ha cambiado por completo. Aquí no hay forma de encontrar cigarros y aunque me han prometido que el próximo fin de semana vendrá un vecino que es fumador y tiene fama de viajar bien surtido, de momento he tenido que contentarme con cebar una vieja Peterson con un tabaco oscuro y aromático que Gwean ha mandado traer a un mozo del poblado cercano.

Todas las mañanas después de desayunar y  antes del paseo me siento en la biblioteca a leer. El pariente de tía Beatrice dejó los anaqueles bien surtidos, así que aquí me tienes dándole sin cesar a Trollope, Thackeray, Dickens y Swift...que lejos parecen las páginas de Balzac y Montaigne y sin embargo me siento a gusto y le voy tomando cariño al enorme ciervo que me observa desde lo alto  de la chimenea.

El clima exigente, el aire puro y las largas caminatas hasta el pantano resultan vigorizantes.

Marguerite no es inmune al cambio de aires y en pocos días su piel dorada ha tornado hacia el rosa pálido y sus ojos han adquirido una tonalidad aguamarina que le confieren un aire de diosa celta, su cabello brilla con tintes cobrizos y  su cuerpo huele a heno fresco y espliego recién cortado.

Esta inmersión en un mundo viejo y brumoso lejos de hundirnos en la melancolía ha disparado un instinto oculto que nos lleva a estar todo el día corriendo el uno tras del otro por los prados hasta regresar a la casa al atardecer rendidos y felices.

En la chimenea crepita un fuego de turba y brezo, escucho el quejido de los goznes que anuncian la llegada de mi amada, no dudo comprenderás que por hoy debo dejarte.

Siempre tuyo.

S.

3 comentarios:

  1. A mi lo que me parece indignante es que este señor se trajine descaradamente a Marguerite, sin mediar compromiso alguno, viviendo de la familia. Aquí ni sacerdotes, ni boda, ni culpa. Es tremendo, viva el amor libro y todos al TOCINO.

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  2. Será mejor trajinarsea a la gorda que encular al mayordomo...

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  3. ¿Que hay orfebre? ¿Que tal va la cosa? ¿Ya suelta la guita la tiita o todavía no estás rindiendo como se espera?

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SI QUIERE ECHAR SU CUARTO A ESPADAS, YA SABE AQUÍ. CONVIENE QUE MIENTRAS ESCRIBA ESTÉ USTED FUMANDO, CIGARRO O INCLUSO PIPA.